Disclaimer: Los personajes pertenecen a Stephenie Meyer y la historia a Feisty Y. Beden. Yo sólo me adjudico la traducción autorizada por la autora

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Capítulo 1: Oscuridad


Cuando cierro mis ojos, casi puedo olvidar. Puedo imaginar que todo aquel a quién amé aún está vivo, que la casa está silenciosa sólo porque es de noche y todos están durmiendo. Puedo pretender. No sabía que era peor, si simplemente aceptar el presente o engañarme a mí misma tanto como pudiera, sólo para ser aplastada una y otra vez cuando abriera mis ojos y no ser capaz ignorar la evidencia frente a ellos, tan clara como el día.

Estaba todavía en mi cama. En mi casa, pero nadie más estaba aquí. Nadie nunca más podría estar aquí. Temblé bajo mi edredón. Charlie me lo había comprado cuando empecé el instituto. Le había dicho que ya estaba muy grande para mi antiguo edredón a cuadros de color rosa. También había estado muy molesta al respecto (me daba vergüenza pensar en ello ahora, llena de remordimiento) pero él llegó unos días después a casa con este hermoso juego de cama, adulto, femenino, pero sin volantes. Era perfecto. Charlie. Ahogué un sollozo. Sabía que no podría dormir aquí esta noche otra vez.

Cuando abrí mis ojos, estaba tan oscuro como cuando había apretado fuertemente mis párpados y trataba de pretender que estaba de regreso, diez, cinco, incluso un año atrás, antes de la epidemia. No sabía que hora era; la batería de mi reloj había muerto hacía meses. Deseaba tener un reloj a cuerda (creo que el abuelo Swan había tenido uno). Pero aún si lo pudiera encontrar, incluso si no hubiera sido destruido o robado, ¿cómo yo iba a saber como ponerlo en hora? ¿Todavía el tiempo importaba?

Abrí la puerta sin necesidad de luz para ir desde mi cuarto al de Charlie. Traté de apartar mis recuerdos de él vivo, de él pálido, temblando y cubierto en sudor. —Aléjate, — dijo él en voz áspera —Ahora es muy tarde para mí. — Pero Papi, a mí... no me importa. No me dejes. Papi, Papi, — dije. Mis mejillas estaban húmedas y me di cuenta que estaba susurrando Papi, Papi, Papi en voz alta. Con rabia sequé las lágrimas. Traté de imaginar a Charlie saludable, Charlie recogiéndome y dándome vueltas abrazándome fuertemente, Charlie volviendo a casa apestando a pescado y a naturaleza, esa sonrisa especial que tenía sólo para mí. — Tienes que vivir, mi pequeña — me dijo él llamándome torpemente con su brazo pesado — Tienes que vivir por mí.

Charlie recogiéndome de la escuela. Charlie llevándome al centro comercial para comprar zapatos nuevos. Charlie quemando nuestra cena y agitando sus guantes para hornear como si fueran un Muppet confundido, tratando de no maldecir en mí presencia. Obligué a que los buenos recuerdos inundaran mi cabeza, respirando pesadamente y apretando mis manos en puños.

Pero los malos recuerdos siempre se filtraban por las grietas: el día que él llegó a casa con los ojos bien abiertos y vidriosos, tambaleándose mientras trataba de desatarse sus zapatos. Colapsando en el vestíbulo. Yo era más fuerte de lo que creí, dejando que él se apoyara en mis hombros mientras lo llevaba por las escaleras hasta su cama. —No es nada — dijo él —no es... eso. — Pero ambos sabíamos que estaba mintiendo. Él fue uno de los últimos en enfermarse, y yo estúpidamente pensé (o me había forzado a creer) que capaz nosotros los Swans estábamos hechos de genes fuertes, que sobreviviríamos a esto, que estaríamos a salvo.

Estaba en su puerta ahora y la empujé ligeramente. Todavía olía como a él, sobre todo como a Charlie vivo, pero el olor de la muerte se aferraba a las paredes como un residuo aceitoso. Me arrastré hasta la cama donde él había muerto, dónde él se había escapado como arena entre los dedos.

—Mantente alejada, Bella — dijo —Por favor. — Pero yo no lo haría. Sabía que cuando Charlie se fuera iba a estar sola. No quería vivir sola. Quería contagiarme lo que él tenía, para irme con él. Tantos ya habían muerto, tantos amigos. Dios, desee que cualquiera de la escuela hubiera sobrevivido, incluso la malvada de Lauren Mallory. Lo que habría dado sólo por escucharla decir algo desagradable sobre mi ropa o mi cara ahora mismo. ¿Por qué fui elegida? ¿Por qué aparentemente era inmune a este misterioso virus? ¿Éste era mi infierno? Me había metido a la cama con él mientras intentaba débilmente empujarme fuera de ella. Envolví mis brazos alrededor de él y lo mecí hasta su sueño final. — Que el camino se levante a tu encuentro; que el viento esté siempre en tu espalda. — le canté hasta que su espíritu escapó con su último aliento.

Me metí dentro de la cama, al lado de la almohada que vestí con la ropa vieja de Charlie. Si enterraba mi cabeza en la camisa y respiraba profundamente, casi podía imaginarme que era realmente él, a pesar de que la almohada no tuviera calidez, ni latidos de corazón. Me acurruqué contra la camisa, haciendo que el plástico duro de los botones dejara marcas en mi mejilla, y eso me tranquilizó lo suficiente que me sentí un poco somnolienta nuevamente. Recuerdo muy vagamente las clases de ciencia, cuando aprendimos sobre los experimentos Harlow en macacos rhesus [1]. Con mi cabeza descansando en la vieja camisa de Charlie, pude comprender porqué los macacos elegirían la mamá de felpa.

Hundí mi nariz en el desvanecido aroma de Charlie y traté de sacar de mi mente que me encontraba acostada en mismo lugar donde él había muerto.

Él había muerto sólo una vez. La muerte era tan solo una pequeña parte de esta cama. Traté de recordar todas las noches que él estuvo vivo, durmiendo aquí, y podía oír la sangre corriendo por mis oídos por la ausencia de sonido que había a mi alrededor.

En pocas horas, va a ser de mañana, un nuevo día, sea lo que sea que eso signifique ahora. Era sin sentido. El sol va a estar colgado en el cielo inútilmente, una hermosa esfera, nada más. El sol, con su incoherencia, incluso con su grosera alegría. ¿Por qué debía de brillar? ¿Quién amaría su calor? ¿Quién todavía estaba en la faz de la tierra para que se nutra de él? Casi deseaba que estuviera oscuro todo el tiempo. Sería fácil. Cerré mis ojos y abracé fuertemente la almohada, rezando por el olvido que el sueño podría traer.

Afuera el aire estaba inmóvil y pesado, y sabía que era la única respirando, era el único corazón latiendo.

Desearía poder escuchar a los grillos, pero solamente soy yo, mi pecho subiendo y bajando, el movimiento de la sangre en mi oídos. Era sólo yo.

Y sería sólo yo, ahora y por siempre, amen.

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[1] La investigación consistió en separar a las crías de mono de su madre biológica y sustituirla por dos madres artificiales: una fabricada con una red metálica provista de un biberón y la otra confeccionada en felpa y sin alimento. Solamente cuando sentían hambre iban a saciar su necesidad con el alimento que les proporcionaba la mona de metal, pero todo el resto del tiempo permanecían junto al calor y la suave textura que les proporcionada la mamá de felpa.