Historia de reyes y reinas.

Al principio es como una pequeña sensación en el estómago. Algo le dice que el día no será como ella espera, que cosas malas están por ocurrir. Anna le quita importancia al asunto, anima a Elsa y la invita a pasear por los jardines de palacio, pero para cuando Elsa escucha los pasos de los guardias, esa sensación que sentía ha aumentado hasta ser un profundo escalofrío que recorre todo su cuerpo.

—Majestad…

La sonrisa de Elsa desaparece al escuchar el tono serio y dubitativo del guardia. Es como si hubiese visto un fantasma.

—¿Qué ocurre? —Pregunta Elsa. Evita por todos los medios que le tiemble la voz. Es la reina, no puede permitirse tropezar ante cualquier señal de peligro pero aun así, esa sensación persiste.

—Ha atracado en los muelles un barco de las Islas del Sur.


Hans se presenta en el salón del trono, con pasos decididos y rápidos. Es escoltado por los guardias para evitar que realice una vez más alguna estupidez en contra de Arendelle, pero a ojos extranjeros parecería como si él fuera el que debía ser protegido. Su sonrisa, su postura, todo, seguía siendo como la última vez que le vio. Dentro de él, seguía habitando un príncipe. Un príncipe usurpador, traidor y cruel, pero un príncipe al fin y al cabo.

—Reina Elsa —Sonríe y le dedica la reverencia más perfecta y burlona que podría haber presenciado en su vida.

—¿Qué haces aquí? —La voz de Elsa sale como una corriente de aire frío y Anna se estremece a su lado— Pensábamos que estarías cumpliendo con tu castigo.

—Y eso hago, desgraciadamente —Hans se acerca con paso decidido hacia ellas pero un guardia le detiene, desenvainando su espada—. Oh, por favor, ¿queréis pedirle que baje su espada? —Dice con tono hastiado, poniendo los ojos en blanco— Todos aquí sabemos que sois más que capaz de protegeros en caso de que haga algo contra vos.

Elsa asiente con la cabeza hacia el guardia y este baja su arma.

—Gracias —responde Hans—. Mi padre, el rey de las Islas del Sur, me ha pedido que os entregue esta carta. En ella se explica muy bien mi situación, el tipo de castigo que ha escogido para mí y los beneficios que obtendrá Arendelle en caso de que os mostréis… —Hans aguarda unos segundos, escogiendo la palabra adecuada dada la situación— cooperativa.

La carta es de un inmaculado papel blanco, con una letra clara y elaborada en la cubierta junto al sello oficial de las Islas del Sur. Elsa la abre de inmediato, evitando rozar más de lo debido las esquinas del sobre (que ya han empezado a congelarse). Hacía meses que no sentía la necesidad de llevar sus guantes, pero en ese momento los echaba de menos encarecidamente.

Lee atentamente la carta, una y otra vez, intentando por todos los medios sentir que las palabras absurdas que estaban escritas en ella fuesen reales.

Anna se mueve de forma inquieta a su lado, volviendo la cabeza hacia ella con disimulo e intentando leer retazos de la carta. Finalmente, cuando termina con ella, se la pasa a su hermana.

—El rey de las Islas del Sur debería saber que esto que me pide está completamente fuera de lugar debido a lo ocurrido hace un año—Comienza Elsa, intentando por todos los medios que su voz se escuche decidida—. Tu presencia no es bienvenida en Arendelle.

—Mi padre es un hombre obstinado —Esta vez Hans no sonríe, sino que frunce el ceño y le dedica una expresión hastiada—, si quiere algo, lo consigue. Creedme que no estoy aquí por gusto.

—Las Islas del Sur se encuentran en deuda con nosotros, por lo que puedo perfectamente declinar la propuesta.

—Oh, os equivocáis… El rey no va a permitir que lo hagáis. Permanecer en este lugar es el peor castigo que podría haberme asignado; peor que limpiar los establos, que despojarme de cualquier privilegio. No hay nada más placentero para mi familia que ver cómo me hundo en la desesperación, así que creedme, hará todo lo que esté en su mano para que os sea imposible rechazar su propuesta.

Elsa tensa los hombros y se arrepiente nada más hacerlo. Puede notar la mirada de Hans, analizando cada una de sus reacciones, sus bajadas y subidas de tono y el movimiento de sus manos.

—¿De verdad vale la pena arriesgarse a entrar en guerra con las islas vecinas para así evitar que me hospede en el castillo durante unos meses? —Pregunta Hans, con una sonrisa sórdida en la boca.

Por mucho que le duela a Elsa aceptarlo, tiene toda la razón. No vale la pena poner en peligro la vida de todos los habitantes del reino. Las Islas del Sur siempre han sido un valioso aliado, una gran fuente de ingresos en lo que se refiere a la venta de productos nacionales, y su fuerza naval no tiene rival.

—Elsa… —susurra Anna a su lado. Sigue con los ojos fijos en la carta, sin llegar a creerse aún todo lo que está pasando.

—Esperarás en el barco hasta que tome una decisión —Le ordena Elsa—. Te encontrarás hasta ese momento bajo vigilancia de mis guardas. No me fío de ti y mucho menos de tus intenciones.

—Como deseéis —Sonríe.


—No puedes permitir que se quede —Anna da vueltas por la habitación, cada paso más rápido que el anterior—. Sabes cómo es. Conspirará contra nosotras, contra cualquiera que se le acerque a menos de un metro. Por dios, ¡conspiraría para asesinar a su propia madre!

—¿Y qué planeas que haga? ¡No puedo declinar de forma educada la propuesta! —Elsa lee la carta una vez más, esperando haber pasado por alto una frase, solo una, que le permita evitar esa situación de algún modo. Desgraciadamente, la carta es lo suficientemente clara como para saber que no tiene escapatoria— Si lo hago, perderemos un aliado. Tal vez muchos, no sabemos qué posición tomarían los demás reinos si hubiese una separación.

—¿Y si lo encerramos en los calabozos?

—Una idea genial en lo que a mí respecta, pero el rey ha sido muy claro: quiere que Hans se encuentre a mi lado en cada minuto posible. Así aprenderá el papel de un buen gobernante, y la forma en la que debe actuar. Tal vez así —Elsa lee las palabras del rey—, mi querido hijo sea capaz de encauzar su futuro una vez más.

—¿Y quién se iba a enterar?

—Muy posiblemente, todo el reino.

—Sabes que esto saldrá mal —Anna se sienta a su lado, toma su mano entre las suyas—. ¿Crees que serás capaz de aguantar a Hans cada día durante casi tres meses?

—No lo sé… pero me veo obligada a hacerlo —responde resignada.


Hans se instala en una de las muchas habitaciones del castillo. Su puerta es custodiada por dos guardas y en caso de que la abandone, uno de ellos debe informar a la reina rápidamente. Al principio el príncipe tan solo pasea por los jardines o aguarda en su habitación, y Elsa lo agradece. Esto, sin embargo, tan solo dura una tarde, ya que al día siguiente de comenzar su estancia en Arendelle, Hans se presenta en el comedor con el fin de desayunar en presencia de la familia real.

—Espero que hayan dormido bien —dice, tomando asiento junto a Anna.

Anna para de masticar el trozo de tostada que tenía en la boca y se tensa totalmente. Elsa deja caer el tenedor sobre el plato de forma elegante, cierra los ojos durante un segundo y después se fuerza a sí misma para proseguir el desayuno con normalidad. Ninguna de las dos se atreve a hablar, tan solo continúan comiendo y bebiendo el té. Hans parece dispuesto a hacer lo mismo y Elsa se relaja por un minuto; solo uno, porque en ese instante Olaf abre la puerta de la sala de forma estrepitosa.

—¡Hola!

Si la situación no fuese tan tensa, Elsa incluso podría reírse al ver la expresión desconcertada en el rostro de Hans.

—¿Qué es eso…?

—¡Tú! —Olaf le señala de forma acusadora—¡Tú eres el que dejó que Anna casi muriera! ¡También intentaste matar a Elsa!

Hans frunce el ceño, por primera vez no tiene palabras ni imaginación para responder a las acusaciones.

—¿Es un muñeco de nieve…? Un muñeco de nieve que habla.

—Olaf, creo que será mejor que vayamos fuera —le dice Anna con voz dulce—. Te explicaré todo, te lo prometo.

Olaf cambia su expresión por completo y pasa a dedicarle una gigantesca sonrisa.

—¡De acuerdo! ¡Así saludarás a Kristoff! ¡Está descargando el hielo que hemos conseguido! Hay mucho, ¿sabes? Las montañas vuelven a estar totalmente nevadas… —Los pasos de Anna y la voz de Olaf cada vez suenan más distantes, hasta que finalmente todo vuelve a estar en silencio.

—¿Qué era eso?

—Su nombre es Olaf y le gustan los abrazos calentitos —Elsa sonríe para sí misma y bebe un sorbo de té. Gracias al muñeco de nieve, los nervios han desaparecido y vuelve a sentirse segura de sí misma.

—¿Qué? —Hans sin embargo, cada vez entiende menos.

—Lo creé con mi magia. En la montaña —especifica—, cuando me fui.

—¿Puedes crear vida? —A Elsa no le pasa desapercibido que ha abandonado la cortesía y ha comenzado a tutearla.

—Por lo que se ve, sí.

No sabe cómo interpretar la mirada de Hans. Una mezcla entre fascinación y disgusto con la que Elsa ya se encuentra bastante familiarizada a la hora de tratar el tema de sus poderes.

—Ahora entiendo porque todos te temían.

Hans termina su desayuno y abandona la sala, dejando a Elsa totalmente sola con sus pensamientos. Sabe que debería ignorar sus palabras hirientes, porque es Hans y siempre buscará hacer daño de una forma u otra, pero aun así duelen.


¡Hasta aquí el primer capítulo! La verdad es que me lo estoy pasando en grande escribiendo esta historia. Posiblemente sea un fic bastante largo (siempre y cuando guste, claro) porque tengo muchas ideas interesantes que me gustaría escribir. En un principio este fic se encuentra en el mismo universo que "Cien maneras de cultivar maíz, y otras aventuras" (mi anterior fic), solo que ese es bastantes meses después.

Si os ha gustado, ¡mandadme un comentario por favor! Me animan muchísimo :)

¡Saludos!