Era una tarde primaveral como cualquier otra en Peach Creek. Bueno, casi como cualquier otra. A diferencia de otros días, en aquel momento Doble D no estaba con sus amigos, se encontraba solo y sentado en un banco de madera disfrutando de los rayos del sol mientras leía un pequeño libro.
Eddy estaba castigado hasta nuevo aviso por haber suspendido matemáticas y Ed, así como Sarah, estaban en casa de su tío porque en la suya había una invasión de hormigas y otros insectos. El culpable de ello no era otro que el propio Ed y sus malas costumbres a la hora de dejar restos de comida por todas partes, sobre todo en su habitación.
— Eh, ¿dónde están los demás bobos? Castigados, ¿verdad? Qué pringados.
Doble D levantó la vista de la página para responder al comentario de Kevin. Carraspeó para aclararse la voz y levantó el dedo índice antes de empezar a hablar.
— Para tu información, ellos…
— No me interesa. Salúdalos de mi parte, y diles que tengo una cita con Nazz… en mi casa — añadió con una risa burlona y se marchó en su bicicleta antes de que Edd le respondiera.
El susodicho suspiró con cierta decepción. En los últimos tiempos Kevin prácticamente se había ganado el corazón de la rubia y los Eds no tenían ninguna posibilidad. Antes creía que con el tiempo se fijaría en alguno de los tres amigos, como pasaba en las películas o en los libros, pero ya tenían casi diecisiete y la chica no mostraba ese interés por ninguno de ellos; más bien lo contrario.
Por desgracia, las únicas que sí se seguían interesando por ellos eran…
— ¡Hola Doble D! — le saludó una joven de cabello azul y le arrebató el libro de las manos. — ¿Qué estás leyendo? ¿Literatura barata o algún manual de instrucciones?
— Es una versión reducida de Las crónicas de…
— Bah, lo que sea. Deja eso y charla conmigo.
Edd tragó saliva y notó que el sudor frío empezaba a bajarle por la espalda. Era cierto que con el tiempo Marie Kanker había dejado de ser tan mala como al principio, pero Doble D seguía sintiéndose incómodo y hasta asustado en su presencia. Además, pese a que siempre la rechazaba educadamente, Marie seguía reivindicando que algún día sería su novio oficial.
— C-creo que tus hermanas te están llamando… — inventó e intentó levantarse del banco, pero la chica tiró de su brazo para que se volviera a sentar.
— Mis hermanas están en casa durmiendo la siesta.
— E-es que tengo que terminar un trabajo para mañana… — improvisó y trató de escapar otra vez, mas ella le volvió a retener.
— Seguro que puede esperar. ¿O es que no quieres estar aquí? A ver si voy a tener que atarte al banco para que no huyas — dijo con tono amenazante, pero acto seguido soltó una carcajada. — No me mires así, Doble D, solo era una broma.
— Ah, ya… — respondió él y se rio nerviosamente. — B-bueno ¿de qué querías charlar?
— Tengo algo para ti. Espera, que lo busco.
Marie metió la mano en uno de sus bolsillos y sacó un papel doblado, y muy arrugado. Edd lo miró con curiosidad sin comprender de qué se trataba, hasta que la chica lo abrió y se vio que era un papel de color rosa, recortado en forma de corazón con sus nombres al centro.
— Toma, feliz día de San Valentín.
— Pero San Valentín fue el 14 de febrero… y ya estamos en mayo.
— Ya, es que ese día se me olvidó. Pero mejor tarde que nunca, ¿no crees? — respondió con su mejor sonrisa. — ¿Quieres ser mi novio, Doble D?
El chico notó cómo se le secaba la boca. En los años que se conocían, Marie se había referido a él como su novio en muchísimas ocasiones y siempre había dejado claro que le gustaba, pero era la primera vez que se lo proponía de esa manera; en serio.
— ¿Debo interpretar tu silencio como un sí? — preguntó y se acercó un poquito más. Doble D en cambio se alejó y estuvo a punto de caer por el borde del banco.
— Marie, es muy considerado por tu parte que por fin me dejes elegir… pero no creo que tú y yo… no quiero herir tus sentimientos, sin embargo… yo no… — balbuceó.
— Es por Nazz, ¿verdad? Ahora le voy a dar una lección a esa mosquita muerta.
— ¡No, no, no! Te estás equivocando. Marie, tú — el chico respiró hondo — nunca me has gustado de esa manera. Ya debreías saberlo bien. Lo siento, de verdad.
La joven de cabello azul le miró con confusión, como si no acabara de entender lo que había escuchado. A continuación, frunció el ceño y apartó la mirada.
No es que no se hubiera dado cuenta antes, pero le gustaba más pensar que simplemente era demasiado tímido para confesar sus sentimientos.
— ¿Pero por qué? ¿No soy lo bastante guapa? Podría teñirme de rubio si lo prefieres.
— No es eso, eres muy guapa pero… a ver cómo te lo digo. Eres muy distinta a mí, tienes una personalidad que no encaja con la mía y la verdad no… nos imagino como una pareja de verdad — explicó. — Además somos muy jóvenes aún, ya conocerás a alguien y yo también...
— Si me dieras una oportunidad sería capaz de hacer que enamores de mí — respondió tajante. Edd arqueó una ceja. — Apuesto lo que quieras a que lo conseguiré. Y si no, te dejaré en paz para siempre.
— Interesante. Supongo que podríamos hacer el experimento, aunque desde ahora tengo la hipótesis de que…
— Calla cerebrito y respóndeme. ¿Aceptas?
— Primero dejemos las cosas claras. No seremos novios, no haremos cosas de novios como besarnos y ponernos motes cariñosos y vamos a llevar esto con discreción.
Marie resopló pero dada la situación accedió, era mejor que nada.
— De acuerdo, nada de noviosismos.
— Esa palabra no existe.
— Desde ahora sí porque me la acabo de inventar. Escucha, esto es lo que haremos. Hoy es lunes, vamos a quedar cada tarde de esta semana y el domingo será el último día. Si para entonces no te has enamorado de mí, no volveré a molestarte.
— ¿Me das tu palabra?
— La tienes.
