Capitulo 1: La Luz blanca del cielo

Era un día normal de verano en el mundo de Equestria. Twilight Sparkle y sus amigas aprovecharon esa buena mañana para organizar un picnic a las afueras de Ponyville. Tuvieron un grandioso mediodía con globos, té, pasteles y risas... pero, al finalizar la tarde, mientras recogían el picnic, vieron algo en el cielo... Era una especie de agujero. De él salía algo parecido a una estrella que no paraba de emitir una luz blanca, y empezó a caer y a caer, dirigiéndose hacia el Everfree Forest. Al llegar al suelo, se produjo una gran explosión, tan grande que no solo ellas lo notaron, sino también el resto de habitantes de Ponyville.

—¡Oh, vaya! ¡Una estrella ha caído cerca! ¡Me gustaría ir a examinarla cuanto antes! —dijo Twilight, completamente entusiasmada.

—¡Wow! ¡Esa explosión ha sido increíble, voy a investigar a ver qué es! —comentó Rainbow Dash, mientras volaba en dirección del impacto de la estrella.

—Pero... parece que esa estrella ha caído en el Everfree Forest... —se lamentó Fluttershy, preocupada.

—Tranquila, dulzura. Iremos todas juntas, aunque Rainbow se haya adelantado —expresó Applejack, calmando a Fluttershy.

—Pero al menos esperad a que recojamos el picnic, ¿o lo vamos a dejar todo aquí? —preguntó Rarity.

—¡Genial!, pues vamos hacia allí a ver qué hay, ~la, la, lá —canturreó Pinkie Pie mientras saltaba alrededor de las demás.

Y así fue como las "Mane Six" fueron al Everfree Forest a ver la extraña estrella.

Mientras tanto, en el interior del bosque… La estrella que había caído del cielo resultó ser un chico bastante alto, de unos dieciséis años (¿o quizás diecisiete?). Tenía el pelo largo y de color negro, y sus ojos eran marrón verdoso. Iba vestido con unos pantalones vaqueros azules, unos zapatos blancos y negros y una camiseta gris prácticamente oculta bajo una chaqueta de cuero cruzada. En sus manos tenía unos guantes medio recortados y de su cuello colgaba un collar con una piedra. En su mano derecha llevaba aferrada una espada.

Debido al gran impacto contra el suelo, había quedado ligeramente atrapado en el enorme cráter que había generado

—Uhhhhh, menuda caída... ¿Eh? ¿D-donde estoy? —se preguntó el joven, extrañado—. Hmmmm… será mejor que salga de este agujero y lo compruebe...

Mientras abandonaba el enorme cráter se dio cuenta de que había caído en un bosque. Respiró aliviado, pensando que nadie le había visto... pero, cuando vio el cráter, no dudó ni un segundo y dijo:

—Si, puede que no me hayan visto, pero ruido sí que he hecho, y además el agujero no es pequeño precisamente... ¡Yo me largo! —exclamó, saliendo de ahí tan rápido como pudo.

Mientras intentaba abandonar el bosque observó que ese lugar era muy oscuro, más de lo normal, aún teniendo en cuenta la frondosidad. Parecía haber algo siniestro en él... aunque no le importó demasiado, ya que lo único que quería era salir de ahí y pasar desapercibido. Un poco más adelante vio que el camino se bifurcaba, dividiéndose hacia la derecha y hacia la izquierda.

Mientras decidía por dónde ir, detectó a lo lejos que se acercaba gente (o eso pensaba él), así que se adentró en la maleza para esconderse y vigilar a los que se aproximaban. Entonces vio a seis yeguas ponis conversando entre ellas, algo que le impactó y sorprendió, pues nunca había visto a unas ponis que hablaran, ni nada similar. Al parecer se dirigían hacia el cráter que acababa de hacer él. Casi todas iban caminando, pero dos de ellas volaban. Cuando estuvo a punto de salir de su escondite, se frenó: una de las ponis que caminaban, en concreto una rosa, empezó a hacer movimientos extraños, como si tuviera frío o miedo, o como si tuviese un tic muy extraño, ya que le temblaba todo el cuerpo, parándose justo delante de su escondite:

—¡Oh no! ¡Algo grande va a pasar! —dijo la rosácea poni, asustada. Entonces se le pasaron los espasmos y siguió avanzando dando saltos alegres para alcanzar a las demás.

El chico esperó hasta que el extraño grupo se perdió de vista.

—Uuuf, menos mal... —dijo mientras abandonaba el matorral—, si hubiese salido antes, me habría descubierto... —miró hacia la encrucijada y se acercó a ella—. Bueno, no perdamos más tiempo... —exclamó, armándose de valor—. Según me ha parecido ver, han venido del camino de la izquierda.

Escogió esa misma ruta y empezó a correr. Quería abandonar lo antes posible ese bosque, así como encontrar una forma de salir de ese mundo… o de esa dimensión. Finalmente llegó al límite entre el Everfree Forest y el camino hacia Ponyville.

—¡Bien! —expresó—. Por fin he escapado del bosque... Bueno, a ver si ahora encuentro la forma de salir de… —de repente algo hizo que parase y dejara de hablar—. ¡Qué extraño! —exclamó, entrecerrando los ojos—, entre la salida del bosque y el terreno despejado hay un cambio de aspecto…

Entonces una voz dentro de su cabeza empezó a hablar:

—No me gusta esto —dijo—. Ve con cuidado, si nos separamos...

—Tranquilo —cortó el joven—. No nos va a pasar nada. Muy bien... ¡Vamos allá!

Se preparó y comenzó a avanzar de forma tranquila hasta cruzar la separación. Entonces paró y, sonriendo, exclamó:

—¿Ves como no era para tanto? No me ha pasado nad…

En ese momento notó que algo iba mal. Empezó a sudar y a jadear, buscando desesperadamente aire.

—¿Q-qué me ha pasado? —preguntó, asustado, una vez recuperado—. Noto como si me hubiesen clavado alfileres en la cabeza —se puso las manos en las sienes, apretando ligeramente, para intentar calmar el dolor.

Cuando terminó de hacerlo bajó sus brazos y vio, horrorizado, sus manos. Estos estaban cambiando: los dedos se pegaban entre sí y se retorcían, a la vez que la palma se encorvaba en una posición imposible. Los guantes se le escurrieron, cayendo al suelo. Algo dentro de él le indicaba que sus manos se estaban convirtiendo en bastos cascos, y no le gustó en absoluto. Desesperado, intentó volver al bosque, seguro de que, si volvía a cruzar el límite, se revertirían los cambios. Pero, al hacerlo, la transformación no paró.

Después de las manos siguieron los pies, haciéndole trastabillar y caer. Por mucho que intentó incorporarse, fue imposible, debido a la dificultad de manejo con sus nuevas extremidades.

—¡No… no puedo moverme! —gritó desesperado el joven—. ¡Me estoy transformando en un poni! —estiró sus patas para avanzar arrastrándose, buscando ayuda. El color de la piel de sus patas ya no era rosácea, sino de un brillante blanco.

Entonces el resto de su cuerpo empezó a transformarse. Al contrario que con sus brazos y sus piernas, esta vez vino acompañado de un intenso sufrimiento, pues ahora no solo variaban huesos y músculos, sino que se recolocaban y cambiaban órganos y otros sistemas vitales.

—¡AAAAAAAAARGGHHH! ¡QUE DOLOOOR! ¡AAAAGH!

A pesar del tormento, intentó seguir avanzando, pero estaba demasiado débil y apenas arañó ligeramente el suelo. Con gran esfuerzo logró girar la cabeza, descubriendo que había perdido la ropa en el poco espacio que había avanzado. Únicamente mantenía el collar, aunque la cuerda que lo sujetaba estaba a punto de romperse, debido al grosor de su cuello, bastante mayor que antes.

—Apenas… puedo moverme… —susurró—, ni… defenderme.

—¡AAAAAAAAAGH! ¡MI CABEZAAAA! —el joven, convertido en poni, agonizaba de dolor. De su frente, rompiendo carne y piel, surgía, poco a poco, un cuerno.

Cuando la protuberancia ósea terminó de salir, los ojos del potro se volvieron blancos. Entonces el cuerno empezó a brillar, cada vez con más fuerza, hasta que emanó de él un potente rayo hacia el cielo. Una vez terminado el hechizo, el joven cayó inconsciente.

Una marca apareció en sus cuartos traseros.