Inuyasha © Rumiko Takahashi

Historia sin fines de lucro


I

Serendipia

(Hallazgo e inesperado que se produce de manera accidental cuando se está buscando una cosa distinta)


Prometió no hacerlo más, en verdad que lo intentó, pero descubrió que su convivencia con los humanos lo habían convertido en un ser débil y estúpido.

Alzó el rostro y suspiró.

Había buscado en tantos lugares, tantos en donde creía que ella podía estar… Excepto uno. Sus zapatos chasquearon contra el pavimento y se dirigió hacia Kabukichō; se detuvo un segundo para respirar profundo, la hiel se alojaba en su garganta de tan sólo imaginar que ella pudiese estar ahí. Cerró sus ojos y meditó un segundo: ¿realmente valía la pena esto? La parte racional—aquella que lo mantuvo vivo después de quinientos años—gritaba que no, no lo valía. ¿Cuántas veces había fracasado? ¿Cuántas veces tuvo que retirarse para sanar su corazón herido? ¿Cuántas veces lloró en silencio al saber que no era recordado o remplazado? No, era un error continuar esto, sin embargo ahí estaba: adentrándose a los terrenos bajos de la ciudad.

Patético. Patético, tan patético

Siguió su camino y evitó las calles más conocidas del barrio rojo, el auge de ahí eran las muñecas robóticas e instrumentos sexuales. Bajó algunas escalinatas y se sumergió en las calles pobres donde no había bullicio de autos o de personas, observo diversas casas iluminadas con lámparas rojas, apretó los puños y avanzó. Fue cuestión de tiempo, las mujeres comenzaron a salir una en una, pudo ver algunas que estaban paradas en las esquinas fumando un cigarrillo, otras se encontraban sentadas en los balcones. Apretó los dientes y con toda la fuerza de su voluntad olfateó el aire.

Los olores del sudor, tabaco, sexo, orina y perfume barato lo golpearon en la cara y tuvo nauseas. Sacudió la cabeza y continuó caminando, no había rastros de esa esencia. Algunas mujeres y hombres lo miraron de reojo, una quiso acercarse a él pero se detuvo a medio paso, tal vez fue por la mirada que éste le lanzó. Sus ojos examinaron cada rostro que veía, cada cabellera negra, cada cuerpo femenino… Nada.

No sabía exactamente qué sentir, ¿era alivio o decepción no encontrarla en este lugar?

Pasaron horas, las suficientes para que el aire de la madrugada comenzara a despejar las múltiples pestes del sexo, alcohol y sudor. Las calles eran más oscuras y solitarias, las casas ya no eran decentes sino pilas de madera y restos de concreto, sin embargo, las mujeres seguían ahí, paradas con sus mejores vestiduras, tratando de ganarse la vida a través del placer.

—¿No quieres compañía?—Otra chica se acercó a él sin intimidarse. El rostro lo tenía mal maquillado y por el temblor de sus piernas denotaba que no hace mucho había terminado de satisfacer a un cliente—. Eres guapo, puedo hacerte sentir bien…—La ignoró, no sin antes de sentirse asqueado ante el olor de otro hombre emanando de ella, la infeliz sin saberlo tenía una infección. Avanzó sin voltear cuando fue insultado por el desaire, sus pasos lo llevaron a otro extremo de la calle, el hedor a drenaje lo confundió un poco. Había llegado a las afueras de la ciudad, pudo divisar otras casas cuyas puertas tenían una cortina roja y una que otra mujer estaba afuera casi abriéndose el vestido para incitarlo.

Resopló cuando no pudo distinguir los olores debido al hedor del drenaje. Siguió avanzando y al doblar en la esquina su corazón se detuvo.

¿Rin?

La niña estaba de espaldas y jugaba con unas plumas sintéticas, tal vez robadas de los accesorios de una prostituta. El cabello negro caía por su espalda y rozaba su cintura, tenía sandalias y un vestido sucio.

¿¡Rin!?

Cuando la pequeña giró, el hombre dejó de respirar.

—Tú…—Las palabras se atoraron en su garganta e intentó no demostrar su sorpresa. No funcionó, la infante lo miró de arriba y abajo, apretó sus adorables plumas sucias y alzó el rostro con curiosidad.

—Yo…—Ella sostuvo su mirada y ladeó la cabeza—. ¿Yo te conozco?—Realmente no sabía qué contestar. Todo parecía surrealista, ¿qué hacía ella aquí? ¿Así y justo en un lugar cómo…?

—Señor. —La voz emanó de una mujer gorda, sentada en el umbral de una casa, la tela roja de la entrada estaba rasgada y se escuchaban en el interior jadeos y uno que otro gemido—. Todas están ocupadas, pero si requiere atención inmediata estoy para servirle—La mujer dejó escapar el humo de su cigarrillo y abrió sus piernas. Cuando vio a la niña se enfureció: —. Y tú vete a otra parte, imbécil, déjame trabajar.

—¿Eres su madre?

—¿Yo? ¡Ja! No, esa fue mi hermana—cerró sus piernas y se tapó con el trozo de tela vieja que simulaba ser una yukata—. La muy idiota quiso tenerla y murió en cuanto dio a luz. Me dejó todo el estorbo y…—Se detuvo al ver al apuesto hombre caminar.

—¿Qué edad tiene?

—Oh…—La cuarentona esbozó una sonrisa maliciosa—. Así que eres uno de esos… Bueno…—encendió otro cigarrillo y fumó de él con deleite antes de exhalar el humo—. Ella tarde o temprano tiene que aprender del negocio, ¿no? Y qué mejor con usted para que le enseñe—La niña no se espantó ante tales palabras, se encogió de hombros y siguió soplando sus plumas mientras trataba de capturarlas en el aire. —. Pero el precio va a hacer más elevado, ya sabes, es virgen—chasqueó la lengua y lo miró de arriba abajo—. El triple de la cuota usual, tiene ocho años así que…—enmudeció al instante. Ante ella no estaba ese hombre bien parecido de abrigo gris, era una ser imponente, el rostro afilado y limpio tenía quemaduras ahora, algunas casi moradas que se extendían pos su mejillas.

—Me la darás ahora—demando, vocalizando cada palabra mientras la luz de la luna iluminaba brevemente sus colmillos—. Trae sus documentos si es que tiene.

La prostituta tembló. Hace algún tiempo—Y creyó haberlo soñado—aquella bastarda hizo una rabieta y fue golpeada con la vara de bambú, la mirada que esa niña dio fue peligrosa, casi inhumana... Muy similar a la que tenía ahora este ¿hombre?

—T-tus ojos—Su voz bajó media octava y levantó su dedo—. Son idénticos a los de ella cuando se enoja… S-se p-ponen rojos—Había escuchado historias, un antiguo cliente mencionaba de demonios que caminaron en la tierra y que abusaban de mujeres para dejar a sus vástagos y así repartir el mal en el mundo. —. D-demo…

—Obedece si no quieres que te mate. —Al instante la mujer saltó de su sitio y se arrastró para adentrarse a la casa de placer. Escuchó como entre lloriqueos la mujer rebuscaba papeles, volteó a ver a la niña, ésta seguía ignorando el mundo, tocando sus plumas y jugando a tan altas horas de la madrugada. Cuando salió la mujer tenía a dos personas atrás: dos hombres molestos y —que por su aspecto—excitados, ¿acaso creía que con compañía masculina podría salvarse? ¿Tuvo que interrumpirlos para protección? Patético.

—Toma, demonio, toma—Le aventó el acta de nacimiento. —. L-largo y v-vete ya—volvió a la casa y esta vez cerró la puerta de madera.

Sostuvo la hoja manchada de lodo y leyó el nombre. Resopló, ¿así de estúpido era el destino? Guardó el papel en el bolsillo interior de su abrigo y se dio vuelta.

—Kagura—Tuvo un salto en su pecho al pronunciarlo. La niña volteó curiosa—. Vámonos.

¿Qué estaba haciendo? Era algo retorcido, algo que ya había hecho hace quinientos años atrás: cuidar de una humana. Sólo que esta vez esta niña…

—¿Sesshomaru?—El aludido se detuvo en seco y se giró. La infante lo miraba fijamente, se acercó con pasos pequeños—. Tú te llamas Sesshomaru, ¿verdad?—Por un instante aquellos infantiles ojos marrones tuvieron un tinte carmesí.

Kagura, la extensión de Naraku, la doncella de los vientos, la demonio que murió sonriéndole mientras decía: "pude verte por última vez" había renacido en esta niña.

—…Me alegro verte de nuevo, Kagura.

Y la pequeña sonrió.


Hace algún tiempo había hecho un one-shot sobre esta pareja y me inspiré tanto que pensé ¿por qué no hacer un fic de este par? Creo que en verdad ellos tienen potencial...

Este fic está dedicado a Nuez, preciosa, gracias por inspirarme.

¿Algún review?

Firee fuera :D