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¿Cómo te atreves a volver?

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No eres quién para exigir derechos. Me hiciste daño pero sigo vivo.

Ella arruga el ceño y su mirada tiene una pizca de atrevimiento, burla tal vez. Él no puede descifrarla, pero quisiera tal vez empujarla hasta el precipicio y hacerla desaparecer de su vida. Pero es pacifista, hoy no puede.

— Me has dicho suficiente Melenudo, ya has dicho todo.

Arnold aprieta los dientes y cierra los puños mientras al mismo tiempo intenta fingir que no pasa nada, seguro no lo está logrando. Todos los demás en la mesa se miran con una sensación incómoda, él nota que no saben qué decir. Y se siente el tonto del cuento por decir todo tan frontal, ahí frente a los demás. Pero no se lo puede esconder ni a él ni a ella. Se levanta y coloca unos dólares en la mesa, hace un gesto amable ya perfeccionado con los años y se retira con el silencio sepulcral de la cafetería.

— ¿Vas a huir?

Shortman se muerde el labio. Le da la espalda, no caerá de nuevo en sus provocaciones.

— Helga déjalo, considera su situación.

Escucha la voz de la otra mujer, chasquea la lengua y se reprende porque esa maña la copió de ella y ahora lo que menos quiere es que note lo mucho que lo influenció. Sigue su camino e intenta no escuchar nada más, ya no quiere. Avanza normal, sin embargo apenas sale de la enorme plaza su caminar se acelera, su coche está a unas cuadras solo tiene que llegar ahí para volver a su vida normal, a lo de todos los días. Y podrá seguirse mintiendo, podrá olvidar que hoy la volvió a ver. Las lágrimas las siente atoradas en la garganta y se imagina en esas películas donde sabe que al final, por mucho que luche, se quedará con la protagonista.

Ve su auto, saca las llaves y quita la alarma, está a dos pasos de la puerta cuando siente el escalofrío en su espalda, el toque de su mano en su brazo y se limita a ignorarla.

— De verdad huiste Shortman ¡No lo puedo creer!

Él guarda silencio, abre la puerta sin voltear y es entonces que siente la fuerza de la mujer, lo gira y aunque sorprendido tampoco puede decirse que no lo vio venir. Así mira sus ojos azules con la intensidad con la que lo hizo años atrás. Y ve en la comisura de sus ojos las líneas de expresión, el vértigo lo invade. Él quería pasar los años junto a ella y notar como aparecían en su rostro, ahora es imposible.

— Estoy siendo sincera Arnold, no lo tengo fácil. Lo sé, pero quiero que lo sepas, lo necesito.

— Entonces es solo tu egoísmo Helga. No es por mí, es por ti y tu sentimiento de culpa.

Ella chasquea la lengua y él vuelve a sentir el estómago revolvérsele y las piernas temblarle sin control, se sostiene del marco de la puerta de su auto, espera y reza que no sea perceptible que tiene el corazón a punto del colapso.

— ¿Tú no tienes remordimientos?

— No me perdono, pero hasta mis remordimientos tuvieron fecha de expiración.

Helga baja la mirada, sus ojos azules salen del campo visual de Arnold, quien mira perdido su cabello color oro. Aprieta los puños, va a darse la vuelta y desaparecer para siempre ¡Já! Claro, si ella era la misma chica que lo asesinó en vida, entonces sería la misma mujer insistente, acosadora e intensa que lo volvió loco años atrás.

— Eres como un cazador, uno que tiene la puerta de su alma cerrada.

El dolor en su corazón le hace pensar que eso ya es algo médico, no amoroso. ¿Los ligamentos del corazón? Piensa para sí como si el asunto fuera una nimiedad. Las palabras que Helga pronuncia siempre son canto para su ser, son el arrullo y la daga de la bestia.

Su bestia.

Y reprime el pensamiento, y se odia por sentir y se enorgullece por seguir en el fondo fiel a sus palabras, esas frases que ya no serán pronunciadas. No quiere más poemas, no quiere más recitales apasionadas a la luz de la luna, ni tampoco arrullos en las noches en vela.

Y la extraña

Y la odia.

Y la abraza en sus sueños.

Se inclina hacia atrás, la aparta sin tocarla y ella vuelve a mirarlo. Debe decirle pero no puede, debe pero no quiere. La soledad lo trató con dulzura, una dulzura asesina de la que solo una mujer pudo rescatarlo y esa persona, la más importante, pronto se convertirá en su pareja ante Dios.

— ¿Cómo te atreves a volver?

Es el primer reclamo, el primero de muchos que vendrán con los días, con las sensaciones nuevas y las olvidadas…

Y esa frase dice todo, le explica todo. Lo suyo pasó, fue y se fue como polvo en el viento. Pero la ve y comprende que ella entiende, y aun así se muestra frágil, aun así parece que la está rompiendo.

— Volví por los restos de sueños varados, los intentos fallidos de fuga y los viejos deseos heridos.

La poeta, hoy es la poeta. Piensa, porque sus pensamientos están inundados de ella. Pero solo por hoy, mañana volverá a ser el que era, el que fue, el que es hoy y no el que estuvo con ella. Ese murió.

No te atrevas a convertir estas cenizas en fuego Helga G Pataki.

Sube a su auto, la noche terminó.