N/A: Algo que llevaba queriendo hacer desde hace mucho tiempo, un Klainofsky. Tres capítulos y tres visiones.
Primer capítulo: Blaine/Dave. Situado en el primer día del tercer curso, 3x01.
Palabras: 2,005
Rating: T/M
Summary general: Dave Karofsky ya no es lo que era; Kurt Hummel está cumpliendo sus sueños uno tras otro; Blaine Anderson está repitiendo su propia historia. Y la unión no siempre hace la fuerza.
Son cientos de colores. Son tantos y tan variados, tan ligados a recuerdos que aún le escuecen al simple roce, tan difíciles de ignorar, que siente cómo se le eriza el vello de la nuca y la cabeza comienza a darle vueltas. Consigue llegar a duras penas hasta su taquilla, donde apoya el hombro y la sien y cierra los ojos un segundo. No tienes nada más que perder, ya no te queda nada, se repite a sí mismo una y otra vez, reprimiendo con la voluntad que el dolor le confiere unas lágrimas que solo saben a vergüenza.
Abre los ojos nuevamente, llenando sus pulmones del aire tóxico que McKinley High le proporciona como regalo de bienvenida. Huele a sudor, a libros recién comprados y a dulce maldad adolescente. Un grupo de animadoras, ya vistiendo su poco recatado uniforme, pasan junto a él, murmurándose cosas al oído y dirigiéndose risitas de complicidad. Una de ellas, de melena castaña y ojos oscuros, le sonríe ampliamente, una expresión perfecta y francamente irresistible. Dave se permite corresponder a su sonrisa, admirando esa belleza que probablemente poco tenga de inocente. Te pareces a Santana, casi podría besarte si presionaras un poco, reflexiona con un tono que es incluso demasiado melancólico para alguien como él.
Con un suspiro resignado, abre la taquilla y saca cuadernos y libros de la mochila, quedándose con el material necesario para inglés y matemáticas avanzadas. Retoma la marcha con reticencia, sin nadie a su lado, sin la mano de Az sobre el hombro, sin su risa estridente y a menudo inapropiada. Esa sensación retorcida sigue haciéndose hueco en su estómago, pero intenta mantener la cabeza alta, como alguien me enseñó, y olvidarse de la torpeza con que se mueve en su propio cuerpo. Todo parece nuevo, ajeno. Como si hubiera vuelto a empezar a miles de kilómetros de distancia, pero con la misma mierda rodeándole. Los mismos hipócritas y las mismas zorras, los mismos perdedores y el mismo profesorado incompetente. Todo parece nuevo pero nada ha cambiado. Y las miradas se posan sobre él, aunque las evita todas. Miradas que no tienen nada de extraño, que le observan con la misma indiferencia que hace dos meses.
Ve a algunos jugadores de su antiguo equipo de hockey, y la sola visión del grupo de deportistas uniformados casi le hace volver a marearse, y el hecho de reconocerse a sí mismo lo mucho que echa de menos ser uno de ellos le hace sentirse jodidamente débil. Conforme se acerca advierte que probablemente no están solos; forman un círculo alrededor de alguien. Entre un tipo cuyo nombre tal vez fuera Spock o Spork y otra silueta que Dave no logra reconocer se distingue algo de pelo con demasiada gomina para ser un jugador de McKinley. Una idea fugaz le cruza la mente, y antes de darse tiempo a reaccionar y pensar sobre los movimientos que su cuerpo parece estar tomando por cuenta propia, agiliza el paso e intenta colarse entre las camisetas rojas.
Blaine tiene esa mirada de rabia y superioridad que Dave conoce bien, porque es la misma que le empujó hace unos meses para defender la dignidad de Kurt o alguna otra causa honorable que ni puede ni quiere recordar. Alguien pone una mano en el hombro de Dave y una voz a su lado hace algún comentario –algo que suena como antinatural–, que le hace fruncir el ceño con asco. Blaine se gira en su dirección, pero un flamante granizado azul le recibe a medio camino antes de encontrarse con los ojos de él. Su pelo queda completamente empapado, el azul impregnando casi todo su cuerpo y goteando hacia el suelo, una cruel sátira que Dave bien podría apuntar pero que se le atasca justo donde antes tenía el nudo en que se había convertido su estómago.
Me cago en la puta. Me cago en la puta. ¡Maricones de mierda, siempre atrayendo los problemas!
Y a pesar de todo el odio y las advertencias no dichas que van acumulándose, Dave se zafa de la mano que se apoya sobre su hombro como si no pasara nada. Como si él fuera un viejo amigo con el que reírse durante una película mala que les trae buenos recuerdos. Como si no estuviera sintiendo sus órganos explotar uno a uno por no estamparle la cara contra el metal de las taquillas. Usa ambas manos para abrirse paso a empujones, o tal vez para coger impulso o algo de esa valentía de la que el humillado chico que tiene delante tanto habla, y le hunde los dedos en el brazo, casi arrastrándole para sacarle de entre los espectadores que su poca suerte ha convocado.
Se distancia del grupo y se dirige corriendo hacia las escaleras, sin mirar atrás, escuchando gritos, risas y otros sonidos que su mente no se esfuerza en interpretar en un intento desesperado por proteger lo inevitable. Blaine es solo una presencia molesta y circunstancial en todo lo que está pasando. Continúa su carrera frenética y casi se olvida del agarre que aún mantiene en el delgado brazo, llegando atropelladamente al baño de profesores de la segunda planta. Justo antes de entrar, Blaine se sujeta a su muñeca con la mano que le queda libre y logra captar su atención.
— ¡Dave! ¡Dave! —Él le mira como si por fin se hubiera percatado de su presencia—. ¿Qué estás haciendo?
—Ayudarte —responde encogiéndose de hombros.
—Entonces suéltame, por favor.
Dave mira hacia abajo y ve su propia mano enroscada en torno al antebrazo de Blaine, los nudillos blancos y las yemas hundidas en el jersey. Relaja la tensión de sus dedos y le sigue guiando hacia dentro, donde le suelta y le mira a los ojos, la frente perlada de sudor y las cejas fruncidas.
—Esto no es tu estúpido colegio para hadas y ruiseñores, Anderson —le espeta con sequedad—. Aquí pasan cosas jodidas. Deberías guardar reservas de gomina en tu taquilla. Esto va a seguir pasando durante un tiempo.
—Eres todo un experto en consolar a la gente, ¿eh? —dice mientras sonríe y le caen gotas azuladas sobre el labio inferior. Se limpia con la punta de la lengua. Mira alrededor buscando algo, y finalmente se dirige hacia el expendedor de papel—. Podría haber salido de allí por mí mismo, ¿sabes? Yo también sé entrar en un cuarto de baño sin necesidad de que casi me partan el brazo. Y por cierto, mi nombre es Blaine.
—Quizá yo no sea bueno acunándote para que llores, pero tú tampoco eres mucho mejor mostrándote agradecido—replica Dave.
Y sinceramente, no espera que le dé las gracias. No espera una disculpa ni la repetición de esa brillante sonrisa ni unas palabras de aliento que mejoren su día de toda la puta mierda con que ha empezado. No espera nada, porque no tiene derecho a esperarlo. El niño pijo no le debe absolutamente nada y Dave no está en posición de exigir. ¿Por qué cojones he tenido que hacer todo esto? ¿Qué magnificente espíritu gay me ha poseído, por Dios?
Le rodea y comienza a sacar papel, mucho más del que él ha cogido. Cómo se nota que nunca te han dado los buenos días con un granizado, señorita, piensa mientras se acerca a él. Levanta una mano y la expresión de Blaine cambia, una mezcla entre perplejidad y miedo que le hacen dar un paso atrás.
— ¿De verdad crees que voy a hacerte daño, gilipollas? —dice Dave alzando la voz. Se siente estúpido y fuera de lugar, y aprieta el puño en torno al papel desviando la mirada de él para que no note la humedad que comienza a aparecer en sus ojos.
—No es éso. —Deshace el paso que los ha alejado y se acerca un poco más, cogiéndole la muñeca y llevándola hacia su cara—. Hazlo.
Dave vuelve a centrar sus ojos en él y la expresión que le recibe le golpea directamente en el nudo. El nudo de dolor y nerviosismo, el mismo que le hace sentir rabia y que lo ha instado a protegerle. Blaine frunce el ceño y Dave no sabe qué ha visto en él para provocar esa reacción. Pero su expresión vuelve rápidamente a su estado natural, ese semblante insolente y con un aire de cine clásico que probablemente sea lo que tiene loco a Kurt. Qué coño estás pensando, Dave. Zona de peligro. ¡Salte, sal ya!
Acorta la distancia entre su mano y la mejilla llena de granizado y desliza el papel por su rostro, tratando de eliminar las mayores manchas de líquido azul. Blaine no se mueve ni le suelta. Continúa con el cuello, la camiseta y los brazos, y cuando ha terminado le dirige hacia el lavabo. Apoya los dedos sobre su nuca y suavemente le inclina la cabeza hasta que está a una distancia adecuada para limpiarle con agua. Hace un pequeño cuenco con la otra mano y comienza a retirar los últimos restos, teniendo cuidado con sus ojos. Sus pestañas están perladas por trocitos de hielo. Dave pasa un dedo tembloroso por ellas y los párpados se agitan levemente.
—Levántate —le pide casi en un susurro—. Voy a secarte los ojos, y cuando te lo diga ábrelos despacio. Te aviso: escuece mucho. —Casi tanto como el tacto de tus pestañas—. Ya, mírame.
Dave es idiota. Es un caso perdido, no sólo dentro del armario sino en su propia vida. En su día a día. En el instituto, en casa, en el equipo al que ya no pertenece. Está en terreno enemigo incluso en su propia mente. No tiene lugar seguro. No tiene margen para decepcionar a nadie, cuanto menos a sí mismo. Nadie le ha enseñado a querer sin herir. Nadie le ha explicado por qué besó a Kurt y por qué Kurt no le correspondió. Nadie le preparó para sentir el vacío y la pérdida que estrangulan sus sueños y le obligan a enterrar sus emociones.
Nadie le dijo que existían personas como Blaine, ni que él debía proteger al más débil.
Y el chico que tiene ante él abre los ojos, rojizos y doloridos. Los vuelve a cerrar fuertemente y Dave no no sabe qué puta zona de su cerebro usar para detenerse. Con torpeza pone las manos a ambos lados de su cara y Blaine vuelve a mirarle. Relaja el rostro y sonríe, llenando las palmas de Dave con sus mejillas. Y no tiene tiempo, no es capaz de encontrar en su interior un instante de reticencia que le permita alejarse del cuerpo que se inclina hacia él, que le rodea la cintura con los brazos y aprieta esos labios, aún demasiado fríos, sobre los suyos. Gira la cabeza a un lado, y si aún le quedara coherencia notaría que su piel no está fría, sino helada, pero cuando Blaine abre la boca, ofreciéndose, tomando el control, toda sensación más allá de esa humedad y calidez desaparece. Dave desliza una mano hasta su espalda y le levanta, apoyándole sobre el mármol del lavabo. Y Blaine entrelaza las piernas a su cuerpo, y Dave no recuerda cómo llegó esa mano ahí, o cómo su lengua hace eso, o cuándo aprendió a hacer gruñir a niños pijos en baños de profesores al besar justo debajo de la mandíbula.
Dave para. Blaine sigue recorriendo su cuello, enredando los dedos en el pelo ligeramente rizado de su nuca. Se da cuenta de la rigidez que el cuerpo de Dave ha adoptado, y le apoya la nariz en la sien, aspirando con suavidad. No le mira, no se preocupa por la repentina falta de interés. Alza los brazos y le rodea los hombros. Le abraza con fuerza, llevándole hacia él, uniéndolos hasta que solo les separa ropa.
Blaine no hace intento de aflojar los brazos ni de apartarse. Y los minutos parecen cubrir dieciséis años de soledad.
—Estoy orgulloso de ti —murmura en su oído.
Esta vez, Dave no llora.
N/A: Lo siento. Con Blaine y Dave el Hurt/Comfort me tienta demasiado.
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