No me engañes
otra vez


En la puerta del club, los dos hombres se despidieron. Eran las dos de la tarde. El señor Mac Dowall apretó la mano del doctor Diecisiete y, con su sonrisa de hombre satisfecho de la vida, repitió por tercera vez:

—Recuerde, doctor Diecisiete, lo esperamos hoy a comer.

—Haré lo posible por asistir. Ya sabe usted que no siempre dependo de mí. El doctor Gero está cada día más acabado y sus clientes aumentan aún más mi trabajo.

—Comprendo. Pero le ruego que haga lo posible por acudir.

Lapis Diecisiete afirmó con un breve movimiento de cabeza. Era un hombre de no muy alta estatura. No hubiera llamado la atención en aquella ciudad japonesa perdida entre montañas de no ser por su físico. Tenía el pelo negro, largo hasta los hombros, los ojos de expresión penetrante, fríos sin duda, de un tono azul claro, aunque no era fácil precisar el tono exacto de sus ojos, dado que cambiaba según su estado de ánimo. La frente ancha, partida en dos profundas arrugas y las cejas, casi unidas una contra otra, ofrecían en su rostro de cuadrado mentón una dureza extrema. La boca pequeña, con el labio inferior un poco caído y los dientes de una simetría un tanto provocativa.

Vestía ropa deportiva, con un pants azul, camisa negra y tenis azules con cintas blancas.

El regordete financiero insistió:

—Por favor, no falte usted.

Una sonrisa irónica entreabrió los labios de Lapis. Se diría que aquel señor cargado de dinero y libre de prejuicios lo alegraba.

—Haré lo posible por no faltar.

Se despidieron al fin. El señor Mac Dowall subió a su coche fabuloso y Lapis Diecisiete se alejó a pie.


Oyó el ruido de la puerta al ser empujada. No obstante, Son Pan continuó de pie ante el archivo, lo ojeaba hoja por hoja.

—Buenos días.

No se movió.

—Buenos.

Lapis Diecisiete se quedó parado en mitad del despacho, mirando a su enfermera, pues Pan no se movió al sentirlo llegar.

—¿Qué haces?

La joven se volteó en ese instante. Tenía apenas 24 años. No muy alta, pero sí de una gran esbeltez. Tenía el pelo y ojos de color negro. Vestía la bata blanca sobre la ropa de calle (un pantalón levis con una blusa roja) y sus dedos, sosteniendo la hoja que encontró en aquel momento, apenas si se movieron.

—¿Qué es eso?

—Es la ficha del señor Newley. ¿Sabes a qué me refiero?

—Sí, posiblemente —se dejó caer en un sillón—. ¿Qué pasa?

—Hace más de quince días que recibes diariamente a este hombre. ¿Sabes lo que quiero decir?

—No —rió Lapis indiferente—. Ven aquí. Deja eso donde estaba. No seas sentimental… Pan —rezongó súbitamente serio—, ¿quieres dejar de hacer averiguaciones? —y con crueldad, añadió—, aquí eres una enfermera, ¿entendido? Estas obligada a hacer lo que te manden y no revolver el archivo. No es ése tu cometido.

La joven apretó los labios hasta sacarse sangre. Ya sabía que allí era sólo una enfermera. Pero una enfermera honrada, además de ser íntima amiga de él. Aquella intimidad nacida no sabía cómo. Ella nunca pudo darse una razón a sí misma.

Lapis debió comprender lo mucho que la había herido porque, sonriendo de ese modo en él peculiar, manifestó tranquilizador:

—Deja eso. No nos hemos visto desde anoche. ¿Cómo estás?

¿Cómo estaba? Deshecha.

—Mira esto —insistió sin responder—. Este hombre no padece gastritis alguna. ¿Por qué? Y la ficha del señor Vadin demuestra que jamás ha sufrido nefritis y hace más de dos meses que lo tienes en tratamiento. Tú mismo haces los análisis… ¿Te das cuenta?

Lapis se puso en pie perezosamente. Ella ya lo conocía. Más de un año conviviendo con él, sufriendo sus irritaciones, pero, desgraciadamente, nunca lo conocería lo bastante.

Lapis fue hacia ella y le quitó la ficha de la mano. Con mucha calma lo colocó en su sitio, cerró el archivo y de nuevo se acercó a ella. Esta vez la miró de cerca y la atrajo bruscamente.

—¿Qué te pasa? —susurró en voz baja, aquella voz tan suya que la desarmaba—. ¿Por qué te pones así? No seas tontita. Un médico se equivoca alguna vez, ¿no?

—Tú no te equivocas.

Le asió la barbilla con el dedo y la besó en plena boca.

—Vamos gatita —rió sobre su boca—. Deja al señor "X" con su reuma y al señor "D" con su apoplejía. ¿Qué te importa a ti eso?

La enajenaba en aquellos instantes y luego, a solas consigo misma, los odiaba. Tenía para ella como un imán maldito, como una ceguera oculta, como un poderío que la anulaba.

No respondió. Lapis la dominaba una vez más. Así empezó todo. Así se dio cuenta de que no volvería a ser la independiente Pan.


Con información:
En la edición especial de Dragon Ball Full Color, Akira Toriyama reveló que el nombre humano de Androide Número 17 es "Lapis", y que junto con el nombre humano de su hermana Número 18, "Lázuli", forman "Lapislázuli", el nombre de una piedra preciosa.

Mi fanfic es una pequeña adaptación.
Disclaimer: Historia original de Corín Tellado. Inolvidables historias de amor.