-No, no, no, no! – se escuchan los gritos de Percy desde el otro camarote, Annabeth ya sabia lo que sucedía pero igualmente fue a corroborarlo.

Percy tenía una pesadilla, y no de las pesadillas que tienen los niños, pesadillas del tártaro, uno de los efectos colaterales de caer allí, ella también las tenia por eso sabía lo horribles que son.

Annabeth entro sigilosamente al cuarto de Percy y lo despertó, él estaba con las sabanas revueltas y sudado –Hey Percy, es una pesadilla, tranquilo- lo consolaba ella mientras le acariciaba el cabello. Y luego sucedió algo que no pensó ver en Percy, el lloró, se abrazaron por minutos, horas, no sabría decirlo, hasta que Percy se calmo - perdón, no se que me pasó- dijo avergonzado. -todos tienen que llorar alguna vez, hay que llorar y dejar que te consuelen… si quieres puedes contarme la pesadilla… a veces es mejor- sugirió Annabeth. Percy se mostro un poco rehusado a contar pero accedió- éramos nosotros en la pelea con tártaro salvo que no termino como sucedió sino que … moríamos-contó Percy con lagrimas en los ojos-y yo quedaba solo para siempre en el oscuro tártaro sin amigos y sin el amor de mi vida- esta frase fue la gota que colmo el vaso para que Annabeth se pusiera a llorar y besara a Percy diciéndole que lo amaba y que estarían juntos siempre, en el tártaro, en el olimpo o en la tierra.

Así durmieron toda la noche, acurrucados en la cama de Percy, una de las primeras noches sin pesadillas, una de las mejores noches.