Esta demás decir que Anatomía de Gray no me pertenece, pertenece enterita a la mente retorcida y sádica de Shonda Rhimes.

Cuidado: Spoilers del capítulo final de la novena temporada.

Este fic responde al promp sobrevivientes de la Tabla: Universal, de la comunidad de LJ 30vicios.

Ahora sí, después de tanto palabreo pasemos a la historia.


La vida de los cirujanos suele ser muy parecida a la vida dentro de una manada. Los miembros del grupo se cuidan los unos a los otros, se muestran el camino a seguir y hasta algunas veces, encuentran algo que los pueda entretener.

Sin embargo junto con la protección también llega la competición. Los miembros dominantes, luchan unos contra otros para obtener el poder sobre los más débiles. Ser parte de una manada implica luchar, pelear por lo que uno cree, batallar para obtener una identidad propia. Y junto a la disputa llegan también las heridas, porque en medio de una lucha, ni vencedor ni vencido salen ilesos.


Quizá se trataba tan sólo de un mal día, o mejor dicho, una mala semana. Aquella línea plana, que siempre iba unida a un pitido agudo que a veces parecía romper los tímpanos, se presentó en los monitores cardio respiratorios del ala de pediatría, más de una vez en el transcurso de aquellos siete agotadores días. Aquella línea que todos los cirujanos odiaban, aquel pitido que siempre era sinónimo de muerte.

Una última cirugía y el día habría terminado, y quizá, junto a aquel día también se fuera aquella mala racha, aquella racha que había cobrado la vida de ocho pequeños niños.

Los pasillos de la UCI de pediatría se encontraban inusualmente silenciosos; las habitaciones blancas y estériles intentaban, sin conseguirlo, dar un toque de ánimo con algunos decorados infantiles. Los padres, miraban a sus pequeños entre asustados y esperanzados, cualquier cambio en los monitores, podría significar la diferencia entre la vida y la muerte.

Las sabanas blancas de la habitación ciento seis, contrastaban con la tez oscura de la niña tendida en ella; los ojitos curiosos de un tono muy parecido al chocolate negro, observaban uno a uno a los médicos hacinados en su habitación; mientras su madre trataba de infundirle confianza con una sonrisa tímida, mientras apretaba, un poco más fuerte la pequeña manita oscura entre las suyas, blancas como la nieve.

La voz profesional y monocorde de Heather al hacer la presentación del caso, rompió el sonido cargante del pitido del monitor.

—Emily Roeder, cuatro años. Sufre una miocardiopatía restrictiva, causada por hemocromatosis; se le han realizado flebotomías, las cuales no han ayudado significativamente y actualmente se le está administrando deferoxamina. El último electrocardiograma mostró congestión en el miocardio.

Con cada palabra pronunciada, la expresión de preocupación de la madre parecía acrecentarse, sin embargo, la pequeña había decidido que mucho más interesante que todas aquellas palabras técnicas era el rostro de Cristina.

— ¡Pero si eres igualita a Mulan! —dijo la niña, llena de inocencia e ilusión. Señalándola con un dedito regordete a pesar de su enfermedad.

—Perdón, ¿a quién?

— A Mulan, la chica que con ayuda de Mushu y sus amigos, salvó a China. ¿Acaso no conoces a las princesas y sus amigas? —aclaró, llena de seriedad.

—Oh, a ella. —Cristina asintió, fingiendo entender mientras le regalaba a la niña una de sus sonrisas fingidas. —No se preocupe Sra. Roeder Emily está en buenas manos, por ahora se encuentra estable, no creemos que su condición empeore, pero la mantendremos en observación mientras la preparamos para la cirugía. —Continuó en tono profesional Cristina, antes de cerrar la historia clínica de la pequeña paciente y salir de la habitación, dispuesta a obtener una dosis de cafeína, seguida de los internos que escondían divertidos sus sonrisas.

El único que lugar que parecía lejano a lo que sucedía dentro del hospital, era la cafetería. Las mesas siempre ocupadas con internos, residentes o familiares de pacientes que intentaban, cada uno a su modo, aislarse de la fría y aséptica realidad del hospital.

Aquel lugar con sus colores disimuladamente alegres y sus diversos aromas, siempre había sido un lugar cargado de charlas; algunas veces intrascendentes otras veces cargadas de importancia. Un lugar donde las sonrisas tentativas, los coqueteos silenciosos y las disputas abiertas, marcaban la diferencia entre tensión y relajación.

— ¿En serio? , Mulan.

Las sonrisas y la conversación sostenida por las doctoras captaron la atención de Karev, quien se acercó decidido a la mesa de sus compañeras.

—Así que nuestra misántropa y competitiva Cristina Yang fue comparada con un personaje de Disney por una paciente. ¿Alguien más nota la ironía? — preguntó Karev con su tono mordaz característico, al mismo tiempo que mordía una manzana.

—Ves, es justo por eso que no me gustan los niños. —Respondió Cristina, mientras apuntaba alternativamente con el tenedor a los pechos de Alex y Meredith. —Convierten a los adultos en tontos con sus comentarios sin sentido y hacen que un simple balbuceo suene espectacular a oídos de los padres.

—Oh vamos Cristina, tampoco fue tan malo. —Intervino Meredith —Te encontró parecido con una chica guerrera que salvó a su país. Pudo haber sido peor, te imaginas siendo comparada a Blancanieves. —Continuó Meredith, sonriendo abiertamente.

—O cenicienta —Acotó Alex Karev, alzándose de hombros fingiendo inocencia.

—Además no creo que los balbuceos de Bailey sean espectaculares, Derek y yo sólo los consideramos inusualmente tiernos. — Terminó diciendo Meredith, con una mirada cargada de ternura, antes de atacar su ensalada.

— ¿Tan tiernos como los balbuceos que se oirán en aquella mesa? —Preguntó Alex, cambiando de posición su silla, para obtener una mejor vista del altercado que amenazaba con ocurrir a sólo unas mesas de distancia.


Las heridas son pruebas de batallas consumadas. No importa si quien las ostenta ha ganado o perdido, lo que importa es que ha luchado. Las cicatrices demuestran experiencia y aprendizaje, un animal que ha sido herido, difícilmente, vuelve a colocarse en una situación de peligro similar a menos que este seguro de salir ileso.

Cuando un paciente llega a nosotros, sin duda terminará mostrando alguna cicatriz; algunas serán casi imperceptibles, otras se apreciaran a simple vista. Pero cada línea en la piel, cada huella dejada por las suturas, demuestran la lucha del paciente por sobrevivir.

Una pérdida, una caída, un error cometido durante nuestra existencia, también suelen dejar marcas y está en nosotros, mostrar con orgullo aquellas señales de lucha y aprender de ellas o volver a caer y fracasar de nuevo.


La mesa ubicada en la esquina más lejana de la cafetería del hospital era la única casi vacía, una fuente con algunas frutas y una botella de agua, descansaban olvidadas, mientras su dueña parecía perder el apetito con cada minuto que pasaba a medida que unos pasos conocidos se acercaban a ella.

—Ahora no Callie, he perdido a demasiados pacientes esta semana. —Pronunció con voz cansada Arizona, al levantar la vista y ver a su esposa de pie junto a ella.

Otro altercado con su mujer era lo último que necesitaba en aquellos momentos. Un mes de huir de ella, treinta días intentando calmar las cosas y evitar entrar en conflicto, estaban dejando mella en la cirujana pediátrica.

— ¿Y cuándo crees tú que será el momento adecuado? ¿Cuándo los niños, milagrosamente, dejen de enfermar y morir? ¿O simplemente, cuando te empiece a importar lo que está sucediendo con nosotras? —le preguntó Callie, con los ojos enrojecidos a causa de las lagrimas que se agolpaban en ellos.

— ¡Eso es lo que crees!, que no me importa nuestro matrimonio. ¡Crees que estoy bien con todo lo que ha pasado!... ¡Dios!, en un año he perdido más cosas de las que creí perder en toda mi vida. ¡Y si! Cometí un error, ¡me acosté con ella! Y sé que en estos momentos te estoy perdiendo. ¡Perdí una parte de mí, Callie! ¿Lo entiendes? ¡Una parte de mí! —dijo, antes de ponerse de pie balanceando peligrosamente la mesa y olvidándose por unos segundos de las miradas, algunas curiosas y otras asombradas de sus colegas.

—Claro, ya no podrás andar con patines por el hospital, gritando ¡yupi! —Gritó la traumatóloga, levantando los brazos y fingiendo una enorme sonrisa. —Y a partir de ahora será mucho más incomodo usar tacones, ¿verdad? —culminó, con tono hiriente.

Arizona ni siquiera respondió, la mirada de decepción en los ojos de su esposa, fue suficiente para entender que no comprendería, una vez más, su perdida. Era cierto Callie, había perdido a su mejor amigo y padre su hija, pero ella había perdido mucho más que una simple extremidad en aquel maldito accidente.

—Mierda, Emily Roeder acaba de colapsar. — Terminó diciendo la pediatra, antes de salir a toda prisa rumbo a la UCI de pediatría.