-¿Quién es el?- pregunte con inocencia apenas te vi. Quien podría advertirme en ese entonces todos los acontecimientos que provocarían mi curiosidad. No importa que, aun ahora…no me arrepiento de nada. Haberte conocido, estar a tu lado tantos años… haberte amado… fue lo mejor que pudo pasarme en la vida.
-Camus, un prodigio originario de Francia…escuche que entreno largos años en las frías tierras de Siberia. Así como nosotros, es un aspirante a convertirse en el siguiente caballero dorado de esta generación- respondió el griego, mi compañero y rival, Aioria, quien entrenaba arduamente con la misiva de obtener la cloth dorada de leo y ser, al igual que su hermano, un poderoso protector de la Diosa Athena –Espera, ¡Milo… ¿A dónde vas?!-
-Ahora regreso, quiero verlo entrenar. Continúa sin mí- Murmure sin dirigirle la mirada. Cruce al otro extremo del coliseo solo para verte entrenar. A diferencia de todos los demás a nuestro alrededor que portábamos un aspecto sucio, vago y descuidado debido al duro entrenamiento y al desalmado sol…eras la completa excepción. Tu ropa estaba en las mejores condiciones y no había ni una sola gota de sudor perceptible en tu cuerpo, dándote una apariencia completamente fresca y serena.
Fue la primera vez que lo te vi combatir, unías tus manos en un rápido pero elegante movimiento para luego pronunciar con autoridad unas palabras que no llegue a comprender en ese momento. Fue entonces que tu contrincante fue envestido por lo que para mí fue un rayo helado dejándolo fuera de combate en el acto. Mi corazón latió de emoción, tu rostro permaneció serio de inicio a fin, lo cual fueron apenas segundos. Quise luchar contra ti.
Muchos se acercaron en auxilio del perdedor, quien enfurecido por su perdida bramo maldiciones contra ti…pero tú optaste por callar e ignorar. Me acerque a ti, como un niño al parque de diversiones. Todavía recuerdo tu mirada hacia mí, y desde entonces nunca en mi vida pude olvidar aquellos bellos ojos lavanda y esa perfecta melena azul turquesa…así como el pálido tono de tu piel. En ese momento, tenía muchas cosas que decirte, anhele conocerte… pero apenas te tuve frente a mí, no supe en su momento que me sucedió pero mi voz se enmudeció y mis ojos no quisieron más que contemplarte.
-¿Necesitas algo?- preguntaste fastidiado por mi constante mirada. Lo siguiente, siempre que lo recuerdo no puedo parar de reír. Por alguna razón… te dije tales palabras.
-Eres hermoso- susurre lo suficientemente audible para ti. Acto seguido, tu puño golpeo mi rostro. Es gracioso, el pensar que lo nuestro comenzó de esa manera, aunque claro, en ese entonces solo éramos dos mocosos con 7 años.
Mi primer recuerdo de ese día, fue que Aioria me mando volando lejos por una fuerte patada que me lanzo en el estómago. Me reincorpore levantando el rostro en vista al cielo en señal de súplica por un poco de agua.
Fue entonces que sentí el cosmos del griego acercarse, de solo pensarlo mi cuerpo gritaba -¡Dejémoslo por hoy, estoy muy cansado!- pronuncie volviendo a tirarme en el suelo de espaldas con los brazos abiertos, mi cuerpo entero se encontraba sucio y entumecido.
El griego sonrió fanfarronamente -Está bien, siempre y cuando admitas mi victoria-
Yo solo solté una carcajada -Sera mejor que no te acostumbres, Aioria-
Pateo la suela de mi sandalia de forma amistosa –Descansa. Nos veremos luego, iré a ver a mi hermano-
-Está bien, nos vemos- murmure con una sonrisa entre los labios y comencé a relajarme, mis ojos contemplaron el azul del cielo y el agradable aroma de la naturaleza… las facciones de mi rostro se relajaron y entonces, sin darme cuenta de ello, me quede dormido.
-Milo… Milo…- repetía una voz constantemente, podía escucharla, era algo familiar. Fue entonces que abrí los ojos con sobre exaltación. Vi rápidamente a mí alrededor y note que ya el sol había desfallecido. Mi vista era borrosa, me sentía extraño –Milo…- volvió a murmurar esa voz intentando obtener mi atención, pero entonces perdí el conocimiento.
Cuando desperté me encontraba en una pequeña habitación, similar a la mía, de las que permitían el hospedaje a aspirante como caballero durante su estadía en el santuario. Voltee el rostro con cuidado y fue entonces que te encontré ahí, observándome minuciosamente.
-¿Dónde estoy?- pronuncie sintiendo un ligero ardor en la garganta.
-Es mi habitación-
-¿Porque estoy aquí?-
-Te encontré durmiendo cerca de los campos, no lograbas recuperar el conocimiento por ti mismo y tenías una fiebre muy elevada. No sé dónde te hospedas así que te traje aquí- De la nada posaste tu mano sobre mi frente, estaba fría. Podía sentir como elevabas levemente tu cosmos y disminuías la temperatura de tus dedos. La sensación era muy agradable, me sentía tan bien.
Sonreí y recuerdo haberte visto con ternura -Eres muy amable, Camus- Quizás fue la fiebre, pero creo que en la comisura de tus labios se posó una breve sonrisa similar a la mía, una angelical y amorosa.
-Está bien. Sería una estupidez que alguien con la capacidad para ser un caballero muriera por una simple fiebre- Solté una carcajada gozoso de la atención que le dabas al calor de mi cuerpo.
-Tu maestro… ¿No te meterás en problemas por esto?- pregunte tocando con cuidado la mano que reposaba en mi frente, pero al sentir el contacto de inmediato te apartaste y esquivaste la mirada. Pude notar un ligero sonrojo adornar tus mejillas. Solo años después, entendería el porqué de tu reacción.
-Mi maestro es muy amable, esto es irrelevante como para causarle una cólera- Te mire con ingenuidad y comencé a reír, tú me observaste con curiosidad y sonreíste de lado.
Poco tiempo después te habías vuelto caballero dorado protegido por la constelación de Acuario y yo por la constelación de Escorpio. Nuestros compañeros, en su mayoría eran igual de jóvenes que nosotros. A mí para entonces solo me interesaba una cosa… estar junto a mi mejor amigo.
Mi amistad con Aioria se volvió inestable al enterarme de que su amado hermano intento asesinar a Athena, todo en lo que pensaba relacionado a él era… "¿Qué pasaría si la oscuridad también asecha su corazón? El patriarca comete un error en darle la cloth dorada de leo al hermano del traidor". Años después me enteraría de la verdad y lamentaría el haber sido tan cruel con Aioria. Éramos niños, teníamos siete años y aun así teníamos una gran responsabilidad sobre nuestros hombros.
Pese a tener muchas responsabilidades como caballero dorado, recuerdo muchas veces escabullirme y pasar por las casas de sagitario y capricornio solo para ir a verte. Los niños normales que vivían en la aldea a las afueras del santuario jugaban a las escondidas, nosotros a ver quién superaba primero la velocidad de la luz. Sin duda, éramos adorables. Pero el tiempo pasó, dejamos de ser unos simples mocosos. Decidiste que proteger a Athena era más importante. Recuerdo la sensación…quise llorar pero no lo hice, mi corazón se quebró al verte partir. Te pedí que no escribieras; eso me hubiera matado más rápido.
Con lentitud los años pasaron y siempre que me encontraba en el santuario me sentía solo sin ti, por lo que siempre trataba de encontrarme ocupado tomando cualquier misión que el patriarca designara. Sin embargo, de la nada…regresabas, eso me hacía feliz… aun si solo llegara a verte dos veces por año. Esa era la señal de que seguías con vida y que volverías a mi lado… y quizás, esta vez… te quedarías. Y todo volverá a ser como antes…
-¡Camus! ¡Camus de Acuario!- repetía lleno de emoción al entrar a tu templo.
-Señor, nuestro amo lo atenderá enseguida, le informaremos de su llegada así que espere aquí por favor- repetían las mujeres que servían al santuario para detenerme pero siempre las ignoraba y entraba a tus aposentos sin pudor alguno. Aún recuerdo esa vez, te vi y mi corazón latió con fuerza dentro de mi pecho. Ya no eras un niño, tenías diecisiete años. Poseías un cuerpo viril bien trabajado, con brazos fuertes así como tus largas piernas, un pecho inflado y visible abdomen marcado por tu ajustada camisa. Tu cabello estaba más largo y tu rostro era masculino y atractivo. Tus ojos lavanda jamás cambiaron, eran igual de bellos como la primera vez que los vi. Eras hermoso sin la ostentosa armadura que cubriera tu cuerpo.
-Camus…-
Te diste la vuelta y una pequeña sonrisa se asomó en tus labios –Milo…-
-Regresaste- pronuncie con alegría en lo que fue apenas un susurro.
-Solo por un tiempo, pronto tendré que irme otra vez-
La tristeza se reflejó en mi rostro -¿Irte? ¿Por qué?-
Tu rostro se mostró serio -Mis alumnos siguen entrenando en Siberia, no puedo dejarlos a su suerte por demasiado tiempo-
-¿Están solos sin ti?-
Tú sonreíste y dirigiste tú mirada en dirección al norte -No. Un antiguo alumno mío los guiara en mi ausencia-
Me acerque con cuidado a ti y tome tu mano, te apartaste y evadiste mi contacto físico como visual. Yo sonreí -Estoy feliz de que estés aquí-
Intente ver tu rostro, estabas ligeramente avergonzado -Gracias por pasar por sagitario y capricornio solo para darme la bienvenida-
-Acabas de llegar ¿Estás cansado?-
Volteaste a verme y me regalaste una cara afligida junto con una sonrisa avergonzada -Lo lamento-
Sonreí cálidamente–Duerme…-
-¿Eh? Pero tú… has venido hasta aquí y hace meses que no hemos sabido del otro-
-Está bien, ya habrá tiempo para hablar-
Fue de las pocas veces que me hiciste caso. Te recostaste con cuidado sobre la cama y yo me senté en el suelo junto a ti.
-¿Te quedaras?- preguntaste con los parpados rogando reposo.
-Quiero verte dormir- pronuncie con dulzura. No te negaste aunque seguramente pensaste, "Que infantil…"; al poco rato te quedaste dormido, prueba de la absoluta confianza que tenías en mí. Tome tu mano con cuidado evitando despertarte. La razón por la que siempre evitabas esa clase de contacto físico fue porque hiciste un juramento de castidad en Francia, tú país natal y considerabas esos pequeños gestos de cariño indebidos. Me lo dijiste al perder la apuesta de llegar a ser más alto que yo a los diez años.
Me incline sobre tu rostro y deposite un suave beso en tus labios. Me sentía un traidor, un blasfemo al acercarme a ti con dobles intenciones… siempre que pensaba en ti o estaba a tu lado el arrepentimiento amenazaba con apoderarse de mí. Mis labios rugían como león hambriento y mis manos sudaban de ansiedad por tomar la tentación ahí presente. Anhelaba decirte la verdad, contarte todo lo que mi corazón callaba sin ataduras o engaños… quería demostrarte el sincero cariño que sentía por ti; pero temía perderte otra vez y para siempre.
Tome un mechón de tus largos cabellos y lo bese al sentir lagrimas correr por mis mejillas -Athena… suplico tu perdón. Estoy locamente enamorado de él…-
