Clarisse miró con desconfianza el campamento que se extendía bajo sus pies. Quiron le sonrió animándola a bajar, pero ella parecía estar clavada en aquel lugar junto al enorme pino. Escuchó a su madre suspirar a la vez que se secaba las lágrimas.

Clarisse odió en ese momento a Quiron, quien se creía que era para interrumpir en su vida diciéndole que su padre era un Dios del Olimpo. Su vida había sido siempre perfecta.

Vale que era disléxica y padecía THDA (trastorno hiperactivo por déficit de atención), vale que siempre le habían pasado cosas raras, vale que siempre se metía en peleas, vale que la habían echado de todas las escuelas al cabo de unos meses hasta que su madre decidió que estudiase en caso, quitando esos pequeños inconvenientes no había anda especial en ella.

Nada que la hiciera diferente.

Solo era ella.

Pero todos los demás creían que era especial, así que siguió al Quiron rezando por que esto solo fuera una broma, pero después de la presentación del señor D y la película de orientación eso parecía más y más imposible.

Pero no acabó de creérselo hasta llegar a la cabaña numero 11, la de Hermes, llena de chicos que iban y venían. Un chico se planto delante de ella, era alto y debía ir a la universidad tenia las cejas arqueadas, la nariz afilada y la sonrisa maliciosa, que como aprendería al cabo de un tiempo, eran las cualidades más comunes de los hijos de Hermes.

-Hola, soy Sebastian, el encargado de la cabaña 11, ¿Cómo te llamas, chaval?

-Clarisse La Rue. –Contestó de forma mecánica y tal como le habían enseñado en las academias militares, sin mostrar molestia alguna ante la equivocación de Sebastian. Al llevar el pelo corto y ser mucho más fuerte que las demás chicas, estaba acostumbrada a que la confundiese.

-Bueno, Clarisse, como eres una por determinar puedes quedarte con ese rincón de allí, junto a los gemelos castaños y la chica con el pelo negro, luego te avisare para la cena y te explicare nuestro horario. Voy a robarte un saco, vete poniendo cómoda. –Teniendo en cuenta de que Hermes era el dios de los ladrones, Clarisse no estuvo muy segura de si había sido una forma de hablar o realmente alguien iba a perder su saco, pero sin una palabra más se dirigió al rincón que le habían indicado.

La chica la miró de arriba abajo con expresión crítica.

-¿Eres un chico o una chica? –le preguntó sin disimulo.

-¡Silena! –le reprendió un chico más mayor con aspecto afroamericano. Se giró hacia Clarisse y le tendió la mano. –Beckendorf.

-Riss.

-Yo soy Travis y el es Connor –Se presentó uno de los gemelos.

-¡Alto! –Le respondió el otro. –Yo soy Travis y el es Connor. –Y se sumieron en una lucha verbal para ver quién era Travis y quien Connor.

El ultimo chico se acercó a ella y se sentó a su lado.

-Bienvenida al campamento Mestizo. Yo soy Chris. –El chico tendría su edad, pese a ser más bajito que ella y tenía una fuerte apariencia latina, con el pelo castaño, la piel oscura y los ojos de un brillante color azul. -¿Estás aquí de forma fija o por determinar?

-Por determinar. –Respondió secamente.

-Esto… - Chris vaciló ante la sequedad de Clarisse. – Todos nosotros también estamos por determinar. Estaria guay que fuésemos hermanos ¿No crees? –La mirada de Clarisse fue más que clara.

-Chris cállate. Necesita pensar. – Clarisse le mandó una mirada de agradecimiento a Beckendorf. -¿Te han enseñado ya el campamento? –Clarisse negó. -¿Quieres que te lo enseñe? –Clarisse se puso de pie, saliendo corriendo por la puerta. Beckford la pillo cuando ella ya se encontraba a unos metros de las cabañas. –No te gusta mucho estar con gente, ¿No?

-No. Parece que nunca consigo caerle bien a nadie. Pero no me importa. –Beckendorf rió, pero su risa se paró de golpe al ver que unos chicos se ponían delante de ellos.

-Pero mira que tenemos aquí. Un novato. Vamos a ver qué tal se las arregla.

-John, por favor, déjanos pasar. –Clarisse le echó una mirada a Beckendorf, viendo algo de miedo, y se volvió otra vez al grandullón. Fuerte y fiero. Sería fácil.

Antes de que nadie tuviese tiempo de reaccionar Clarisse se lanzó contra John, y con llave el grandullón se encontraba en el suelo, sin poderse mover. Pero este en cambio de ponerse a gritar, tratar de escapar o cualquier cosa que uno se pudiese esperar, se puso a reír.

-Sabes niño, ya te voy a ir reservando una litera en la cabaña cinco. –Clarisse le cogió del cuello.

-Primero soy, una chica. Riss La Rue, no lo olvides. Segundo, me importa una mierda tu cabaña, se la que sea, pero ni se te ocurra acercarte a mi otra vez. –Jonh se alegó riéndose con sus amigotes.

-La verdad, con ese movimiento, no me extrañarías que acabes en la cabaña cinco. La de Ares. Allí suelen ir los mestizos más fuertes y los mejores luchadores.

-A mi me da igual quien sea mi padre, no me pienso quedar aquí mucho. –respondió tozuda.

-Por desgracia Riss, eso no depende de ti.