ONE-SHOT – CLANNAD

Agarré la mano de mi esposa aún con más fuerza. Odiaba verla así. Su cara marcada por muecas de dolor, sufrimiento, y sudada entera, envuelta en lágrimas. Su respiración, agitada.

Una imagen que nunca más en mi vida quiero volver a rememorar.

Se quedará grabada en mi mente, en ese rincón del desván cuya llave nunca hallaré.

Comenzaban las contracciones y seguía aullando de dolor.

No sufras más. No, mi bebé.

Trataba de mostrar fortaleza y seguridad en mí mismo, a pesar de que era incapaz. Mi conciencia me decía que la apoyara en todo momento.

¡Resiste Nagisa! ¡Resiste Ushio!

Desde el momento en que se nos anunció la noticia, había experimentado diferentes sentimientos; algunos de ellos, nuevos para mí.

Mi amor y cariño hacia Nagisa se habían consolidado fuertemente y, al mirarnos a los ojos, sentíamos nuestra unión y afecto.

Durante los nueve meses de gestación de nuestra hija, no podría haber sido más feliz.

El nombre fue decisión de Nagisa, un nombre que nos acercaba a nuestro lugar maravilloso: el mar, Ushio.

Pasaron los meses acudiendo a cursos de información, leyendo libros sobre la infancia, los primeros años, el nacimiento,…

Así, con ilusión y alegría preparábamos la venida de nuestra hija, programada para días fríos de invierno.

Llegó otro anunció aún más peligroso. Mi queridísima esposa quería dar a luz según la tradición, en casa.

Al principio, reaccioné teniendo en cuenta su delicada salud y endeble constitución, y lo rechacé.

A pesar de aquello, sucumbí a sus dulces palabras y me preparé para lo peor.

Y aquí estoy de nuevo, tendiéndole la mano, temeroso de perderla en el intento.

La quiero más que a nada. No quiero perderla.

En estos momentos recuerdo esa promesa, la promesa que nos habíamos hecho al empezar a vivir juntos. Nos habíamos repetido en nuestra pequeña ceremonia nupcial.

Siempre estaremos juntos, ¿no es cierto?

Miro de nuevo a mi esposa y,… y, ¡ya no puedo soportarlo! Mis lágrimas corren lentamente por mis mejillas manifestando mi alegría y, a la vez, tristeza.

Algo me saca de aquel estado. Otro llanto. Más fuerte y sonoro, que me hace sonreír y observar a la comadrona. Tiene en sus brazos una pequeña criatura, mi hija, mi pequeña hija.

A pesar de esto, mi vista se vuelve a desviar hacia mi mujer. Está cerrando los ojos lentamente, agotada por el largo embarazo y el parto.

De alguna forma siento que debo dejarla descansar pero a la vez estoy preocupado pro lo que pudiera ocurrirle si lo hace.

Al acariciar y besar su mano, mis dudas se disipan, y, mientras sostengo a mi querida primogénita y admiro su belleza y lindura, los párpados de Nagisa se vuelven pesados. No es capza de mantenerlos abiertos y caen lentamente como la persiana de una ventana.

Buenas noches-me susurra mientras se queda plácidamente dormida.

Que duermas bien, cariño- es mi respuesta, besándola suavemente en la frente y arropándola con fuerza.

Ahora solo deseo estar a su lado.

Y, así, ambos cogidos suavemente de la mano, comenzamos nuestro viaje al mundo de Morfeo.