Mi historia comienza hace muchos años. En un bosque al lado del pequeño pueblo de Bihar, unos ancianos, durante su paseo matutino, encontraron un montículo de mantas del que salían unos sonoros llantos, bajo un árbol. Cuando descubrieron lo que había bajo las mantas, no podían creer lo que veían sus ojos: un bebé, desnudo, con los ojos de un color rojo sangre, con un rayo azul platino en el pecho, orejas de elfo y pelo de un color entre el dorado y el plateado. Aparte de éste, sólo había una nota garabateada: Amnox. Los ancianos supusieron que era mi nombre, así que me llamaron así. Amnox...

Gregory y Emma (así se llamaban los ancianos) me cuidaron muy bien: crecí en un pueblo agradable, con gente simpática, y me educaron bien. Aprendí lo que es el trabajo duro. 20 años de mi vida pasé en ese pueblo, mi infancia prácticamente.

Recuerdo que la primera vez que usé la magia fue cuando tenía unos 6 o 7 años: era invierno, y no había forma de encender el fuego, se había acabado la yesca. Recuerdo a Gregory y a Emma tiritando. Entonces extendí mi mano sobre los leños, y éstos empezaron a arder. Pa y Ma (así es como los llamo) no salían de su asombro: me miraban, miraban al fuego, me volvían a mirar... Aunque pronto se acostumbraron.

Pronto desarrollé también la telequinesia, es decir, poder hacer flotar y mover objetos a mi voluntad. Me era muy útil en el campo: podía recoger toda la paja de una vez. Pa y Ma estaban muy contentos conmigo.

Tenía un par de amigos en el pueblo, aunque no me hablaba mucho con ellos. Nunca he sido muy sociable. Prefería ir al bosque, explorar, poner a prueba mis poderes levantando piedras... Más tarde empecé a desarrollar una extraña capacidad de teletransportarme. Era muy útil para hacer travesuras. Además, no podía dormir; cada vez que lo hacía, un extraño mundo se aparecía en mi mente, con seres mágicos, más gente como yo... Ahora sé que esas son las Tierras de las Hadas, pero en esos momentos me asustaba mucho.

Cuando Pa y Ma se hicieron ya demasiado mayores para poder trabajar en el campo, y puesto que yo no podía hacer el trabajo solo, decidí que podía realizar espectáculos de magia para los habitantes del pueblo, para así conseguir el dinero que necesitábamos. Pa y Ma estaban encantados. Y así lo hice: de vez en cuando hacía espectáculos de magia, trucos de cartas, desapariciones, espectáculos con fuego, hacer levitar a algún atrevido voluntario... Desde ahí todos nos fue para mejor.

Pero, por supuesto, lo bueno no dura para siempre. El día que se cumplieron 20 años desde que me encontraron en el bosque, Pa y Ma murieron. Ambos a la vez, juntos. Es evidente que se querían mucho. Antes de morir, Pa me dijo que en Bihar no tenía nada que hacer, y que ir a la ciudad sería lo mejor para mí. Me dijo que debería ir a la capital del reino, Orbis. Allí podrían contratarme en un teatro, y así podría ganarme la vida. Después me dio una llave, la llave de su caja de los ahorros. Le di las gracias, y murió. Ma sonrió todo el rato, mirando a Pa.

Su funeral fue uno de los días más tristes de mi vida y, para colmo, llovió. Todo el pueblo estuvo allí. Pa y Ma eran muy apreciados en el pueblo, así que no era de extrañar. Aproveché que estaban todos reunidos para comunicarles que iba a dejar el pueblo: a un primer "¡Oooh!" le siguieron varios "Te deseo suerte", "¡Suerte!", etc. Al cabo de una semana, y tras reunir todo el dinero que pude haciendo un gran espectáculo final de despedida, cogí mis posesiones, más bien escasas, monté en mi caballo y me dirigí a las montañas. Miré por última vez hacia atrás para ver mi pueblo cubierto por una niebla de tranquilidad, bajo un apacible amanecer.