-Prólogo-

31 de Junio de 1996

Tenía que encontrar a Potter. No obedecer esa orden le costaría mucho más que la vida.

Flotando, en la soledad de su propio vacío mental, las palabras habían sido claras y concisas en sus exigencias. Hace ya muchos años que le devolvieron su existencia con un solo pensamiento; y ahora, si quisieran, podrían arrebátasela del mismo modo.

Pero no le importaba. Había sido una buena vida, bien vivida, de la que no tenía nada de lo que arrepentirse. Tampoco tenían nada con lo que presionarle a obedecer. La vida no le importaba, nadie le ataba y un alma que se pudiera torturar ya no sabía si tenía. Lo más probable es que la hubiera perdido hace mucho tiempo.

La violenta sacudida de su corazón propulsó la sangre por todas sus arterias devolviéndolo bruscamente a la realidad.

Nada había cambiado: las bailarinas realizaban su espectáculo a la zaga de unos billetes y las camareras seguían sirviendo copas de whisky y bourbon principalmente; pues la clientela de la noche se componía de inflados ricachones, de inflada lívido y, más aún, inflada cartera.

De un movimiento de varita envió un Imperius a la camarera. Stacy, tras impactarle el hechizo en la frente, se acercó presurosa a su orden.

― ¿Necesita algo señor White?― Ian, sin molestarse en alzar la vista, hizo su pedido mientras se arreglaba los puños de la camisa.

―Ponme otro.

Continuó bebiendo whisky ajeno al ambiente lascivo que lo rodeaba. La orden recibida lo había cambiado todo. Y, aunque sabía que podría negarse, no lo haría. No por deber, sino porque en realidad quería hacerlo. Era la oportunidad que necesitaba, la que había estado esperando, la señal de que no podía postergarlo más.

Tanto ellos como él sabían que, si quería, no tenía por qué obedecer. Pero estaba seguro de que sabían que lo haría, y de que sabían que él sabía que lo haría. Era algo absurdo. Al final todo se reducía a información e influencia. En ese sentido, tenían las de ganar.

Un tipo bien vestido, de unos años mayor que él, se sentó a su lado y en pocas frases cortas le ofreció su variada mercancía. Ian no lo miró. Odiaba los camellos. Eran ratas cuya labor no requía esfuerzo o talento. La mayoría del trabajo la hacían los componentes químicos causantes de la adicción. Esa mierda se vendía sola.

Todavía mirando al frente, le ofreció su respuesta con una voz peligrosa, cargada de su más profundo asco.

―Si no quieres morir, lárgate.― El camello no necesitó escucharlo dos veces.

Apuró el vaso de un trago, se colocó el abrigo negro, guardó su varita y se marchó. El sonido estridente de la música quedaba cada vez más y más lejano a medida que se aproximaba a la puerta.

Al llegar a la puerta el súbito aire frío golpeó en el rostro del joven mago despejándolo por completo. A pesar de ser inicios de verano la noche glacial en Noruega era perfecta. Mirando su reloj de pulsera, situó la hora en las 1:30 de la madrugada. Con una última mirada al cielo estrellado se apareció en Londres. Que le dieran al Rey de Noruega y a su escolta. La noche era perfecta y las órdenes eran claras: tenía que buscar a Potter.


Año 1972

La bruja dio otra calada al cigarrillo de ajenjo y aceptó el polvo de hada que el slytherin le ofrecía.

Era joven, nunca sabría cuando se presentaría otra ocasión de probarlo y sentía que ahora era el momento de empezar a vivir la vida que sus padres siempre le habían coartado en nombre de la reputación de la familia. Sabía que las drogas eran nocivas, pero se autoconvenció de que no tenía nada de malo aceptar, solo sería una vez. Era el final de curso de 1972, el momento de vivir nuevas experiencias.

Elieen recorrió el local con la mirada buscando a su amiga. A sus ojos los numerosos cuerpos se movían apretujados por todo el pequeño y mal iluminado local. Con la gran cantidad de gente, y la poca luz era imposible reconocer a nadie. Además, el reloj marcaba poco más de las 3:30 de la madrugada. Teniendo en cuenta que su amiga no quería venir, que prácticamente la había obligado, y que no le había gustado el ambiente, seguramente ya habría vuelto a casa.

- ¿A quién buscas? – la pregunta de su atractivo benefactor devolvió su atención hacia él.

El apuesto joven siempre le había atraído, pero nunca había coincidido con él fuera de Hogwarts. Ella pertenecía Hufflepuff, como toda su familia y el a Slytherin, como era tradición en la suya.

Por lo poco que lo conocía jamás hubiera creído que tuviera un perfil de chico malo. Era difícil de imaginar, teniendo en cuenta que él siempre se había mostrado igual de respetable que la familia a la que pertenecía. Pero ahora, la fachada de prefecto intachable se había desvanecido, y en su lugar se rebelaba cierto matiz peligroso que a ella le atraía todavía más.

― A mi amiga, pero creo que ya se ha ido. ―el joven le dedicó una sonrisa radiante

― Es una pena― por su tono Elieen supo que no le apenaba en absoluto―. Pero mejor. Más para ti y para mí ¿Vamos? ― desde unos pocos escalones superiores de la escalera que llevaba a la salida, Alphard le extendía la mano. Sin dudarlo un instante, ella la aceptó y juntos salieron por la puerta.

― Sí, Vamos ― le respondió radiante.

Aquella, fue la primera vez de Elieen Smith en muchos sentidos. No sería la primera vez que se tomaría polvo de hada, ni la primera vez que haría el amor.

Esa noche, mago y bruja concibieron juntos a Christopher Black Smith.

Un hecho lejano, ajeno y fortuito, fruto de la locura por una adultez recién estrenada trajo consigo la esperanza de paz, para el Elegido de la futura guerra.