A continuación, un fic algo raro. Se trata de una mezcla entre el espíritu de esta fecha (?) y de un pedido particular de Paulina que quería un CrashXNina.
Disclaimer: Crash Bandicoot y sus personajes pertenecen a Activision, desgraciadamente.
Capítulo 1
En busca de una venganza
Luego de que Neo Cortex saliera de la mente de su archienemigo Crash Bandicoot, con ayuda de máquinas creadas por N. Gin y Nefarious Tropy, lo que más quería en el mundo era una venganza. Permanecer en un lugar donde había infinidad de marsupiales bailarines fue una auténtica pesadilla de la que tardó días en librarse de esta. Por días pasaba día y noche planeando en cientos de represalias pero siempre buscaba aquella que fuera la más despiadada hasta que finalmente lo consiguió. Esta vez, trabajaría solo aunque pidió un poco de ayuda de sus compañeros del N Team.
Para su plan, primero le pidió, o más bien, le ordenó al cyborg del misil en la cabeza que mejorara su arma de rayo, principalmente en la función paralizar y que aguantara lo suficiente para varias víctimas, por si acaso. Después le pidió a Nitrus Brio que rearmara el rayo Evolvo y, al de los relojes, que construyera su Cortex Vortex. El amarillento no dio detalles suficientes, con lo que los científicos hicieron su parte pero con desconfianza. Por fin, todo estaba listo y sólo faltaba el invitado de honor.
A pocos minutos después del amanecer, el medio pelón junto con su sobrina fue hacia la isla N. Sanity haciendo el menor ruido posible hasta que pudo ver la casa de los Bandicoot. Escondido entre la maleza, él esperó pacientemente, como si no tuviera otra cosa qué hacer, hasta que se apareciera su víctima. Mientras tanto, Nina comenzaba a aburrirse, estaba con un humor de perros por haber madrugado y también estaba molesta por lo que hacía su tío.
—No puedo creer que estés haciendo esto después de que él te ayudara a acabar con los Gemelos Malvados —musitó ella mirándolo enfadada—. Esto no me parece que este bien.
—¿Quieres guardar silencio? Nos podrían descubrir. Además tú no pasaste por lo mismo.
La chica solo frunció su cara ya que no podía hacer más que eso. Si estaba en contra de su tío, él quizá la sacaría de la Academia de madame Amberley y así perdería a sus amigas. Cuando pensaba en esto con desánimo, la puerta de la casa de los marsupiales mutados se abrió para dejar ver a Crash con una canasta en la mano. Él se dirigía hacia las plantaciones de wumpas, así que se estaba acercando a la selva. Con sigilo tal como un animal al asecho, Neo fue el primero en acercarse a su enemigo y detrás le seguía la muchacha.
En el momento en que el anaranjado dejó por un rato su recolección bien temprano de frutas para admirar al sol tomando el mando después de la noche, el científico se puso de pie, sacó su arma y le disparó al chico; todo en menos de un segundo. El mutante cayó al suelo, en una pose muy rara, y completamente paralizado. Siguiendo con los pasos de fantasma, tío y sobrina tomaron como pudieron al de ojos verdes y se teletransportaron al Iceberg Lab, dejando en el suelo una canasta y un par de frutos desperdigados como evidencia de que algo raro pasó allí.
Una vez en el gran laboratorio cercano a la Antártida, los Cortex caminaban por los oscuros pasillos arrastrando consigo al muchacho paralizado por debajo de los brazos como si se tratara de un mueble. Con cada paso, el doctor se iba quejando porque su víctima pesaba mucho y se lamentaba por no haberlo previsto. Pero ya era tarde; ya hizo medio camino como para llamar a un asistente de laboratorio o a algún inútil secuaz que merodeara por ahí. Luego de tanto refunfuñar, el viejo y su sobrina llegaron al laboratorio en sí, que próximamente se llamaría "la sala de torturas".
Pero una vez allí dentro, Nefarious y Nitrus fueron a ayudar, una vez que el de extraño peinado les gritara. Difícilmente, entre todos colocaron a Crash a una camilla de frío metal y retrocedieron para que el cerebro del plan le diera otro disparo al pobre bicho para des-paralizarlo. El marsupial no pudo evitar golpearse fuerte cuando el rayo le produjo una especie de convulsiones y, cuando se calmó, la cabeza le daba vueltas. Apenas pudo reconocer a los científicos malvados quienes lo estaban inmovilizando con gruesos grilletes para que no pueda escaparse de lo que le esperaba.
—Bien, Crash —empezó a decir Neo con su mejor tono siniestro de voz, una vez que el prisionero estaba recuperado y bien atado—. ¿No habrás pensado en salirte con la tuya para siempre, eh? Despídete de tu voluntad porque a partir de ahora nos obedecerás.
El amarillento asintió dándole la señal para que el calvo bajara la palanca y así se activara el Evolvo-Ray. Lo decidieron así ya que consideraban que al mutante le faltaba evolucionar, porque no hablaba ni intentaba hacerlo después de tantos años. Las corrientes eléctricas eran insoportables y esto le hizo recordar al Bandicoot uno de sus peores momentos: el paso de ser un simple animal salvaje a un mutante que ya no parecía ser de su especie. Pero no todo era malo… pese a que su novia lo dejara, él también se había convertido en una especie de héroe, que salvó en varias ocasiones al mismísimo planeta Tierra.
Por su parte, Nina estaba a punto de derramar lágrimas al ver cómo Crash se retorcía del dolor y se acercó hacia él lentamente una vez que el rayo se detuvo. El anaranjado no había cambiado en nada y el sufrimiento que experimentaba lo llevó a desmayarse, pero Cortex no se veía conforme con una simple evolución. Por eso, él empezó a liberar al bichejo y, con un poco de ayuda de sus socios, lo acarreó al asiento del lava-cerebros, también conocido como el Cortex Vortex.
—¡Despierta, miserable marsupial! —gritó el científico barbón, dándole un coscorrón en la cabeza de paso por si el rugido no fuera suficiente.
El animalucho frunció su cara por el dolor y apenas tenía fuerzas para abrir sus ojos. En ese momento, el de la frente marcada activó la palanca para que la silla subiera y así la cabeza del chico quedó dentro de esa máquina. Esta vez no hubo mensaje titilante diciendo "rechazado", con lo que les llevó a pensar a los doctores y a la estudiante que el aparato pudo completar su proceso. El asiento volvió a su primera posición sólo para dejar ver a un evolucionado a medio desmayar, con que las personas allí presentes esperaron a que se despabilara y dijera algo coherente.
Nuevamente las cosas no salieron bien para el N Team porque el chico no respondía a ninguna pregunta formulada y sólo obedecía porque no tenía ánimos para rebelarse. Conclusión: ninguna de las dos máquinas surtió efecto por alguna extraña razón, con lo que los empujó a los hombres a discutir ferozmente, con varios insultos de por medio. Al principio, cada uno echó la culpa al otro y la única fémina del grupo comenzó a sentirse avergonzada cómo ellos no se hacían cargo como si se trataran de niños. Finalmente, el de los relojes confesó que no sabía cómo armar el alterador de la realidad y el de las pociones dijo que faltaba más energía a su máquina.
—¿Y por qué no me lo dijeron antes? —exclamó el amarilloso con ganas de ahorcar a todos.
Tanta era la furia de aquel hombre que empezaron sus berrinches, tal como sucedió la última vez en las cavernas de N. Sanity. Además de sus gruñidos y patadas al suelo, este tomó una de las fórmulas químicas al azar del pelón y se la arrojó a su eterno enemigo. Todo fue tan rápido que nadie pudo evitar que al mutante le cayera quien sabe qué en la cabeza, junto con los fragmentos de vidrio. El bombardeo con frascos iba a continuar de no ser porque ahora sí el creador de esas sustancias las defendió con uñas y dientes. Crash de nuevo al suelo completamente inconsciente, los doctores Tropy y Brio acarreaban a rastras a su colega en dirección al suelo cubierto de nieve para ver si el frío le sacaba su mal humor, y la chica cyborg se fue acercando a la víctima con una profunda tristeza.
—Lo siento —dijo ella en voz baja inclinándose y quitándole con delicadeza con una de sus manos de acero los trozos de vidrio—. No sé qué hacer para ayudarte.
Hasta que una idea le apareció de repente: lo llevaría de nuevo a su casa. Como ella no tenía ese objeto transportador, el viaje tendría que ser de manera manual, arrastrándolo hacia el bote turístico de los nativos. Trasladarlo hasta allá no era tarea fácil y temía ser descubierta. Aun así la azulada lo intentó, comenzando primero por sacarlo de esa habitación para adentrarse a los pasillos. Por suerte, ella lo había despertado un poco para que colaborara con la dificultosa caminata y todo parecía ir bien por ahora, hasta que encontraron el primer problema.
—¿Qué estás haciendo? —preguntó N. Gin mostrándose un poco sorprendido.
—¡Arruinaste mi plan! —respondió la estudiante enojada pero no alzando la voz, aunque no contestó a la pregunta—. Ahora seguramente se lo dirás a mi tío, ¿no es así?
—¿Qué le voy a decir si acabo de llegar? ¿Acaso los planes con el Bandicoot no funcionaron?
—Así es y creo que será mejor dejarlo ir porque ya sufrió bastante. ¿Me ayudas a llegar al bote? —pidió ella con una mirada tierna que sólo lo hacía para manipularlo—. Por favor.
Él odiaba hacer algo que no quería y, con el riesgo que había de por medio, aceptó a muy malas ganas. Ahora ellos avanzaban más aprisa, trasladando al anaranjado como si estuviera ebrio, pero otra vez la suerte no estaba de su lado cuando escucharon que el resto del N Team estaba viniendo hacia ellos. No sabían qué hacer; la traición estaba a segundos de ser descubierta, hasta que al cyborg se le ocurrió ocultarse detrás de la primera puerta que tenían a mano. El del misil se quedó a vigilar la puerta, asegurándose que sus colegas siguieran de largo, mientras que la de la n en la frente ayudó a sentar al Bandicoot en una de las sillas que estaban allí.
Los por ahora aliados del naranja se encontraban en el lavadero del Iceberg Lab, un lugar apenas iluminado por tubos fluorescentes que lo hacían ver frío y gris, por tantas máquinas que había. Sólo había una ventana pequeña, con lo que era imposible salir y escapar por ahí. Tenían que planear bien su ruta de escape. ¿Quién podría saber si al retomar la huida los doctores Tropy, Brio y Cortex estaban detrás de la puerta? El pelirrojo se mantenía pensativo tratando se saber cómo se las arreglaría si todo esto sale a la luz, pero era mejor idear alguna estrategia para ayudar a la adolescente y, por ende, al evolucionado.
—Piensa, Cortex, piensa —decía una y otra vez ella en voz baja, dándose golpecitos en la cabeza con una mano, y haciéndole sonreír apenas al del acorazado por recordarle al viejo.
—Bien. Cerré el laboratorio herméticamente —avisó él mientras utilizaba su teléfono móvil—. Ellos tratarán de abrirlo inútilmente. Ahora me fijaré en las cámaras de seguridad.
—¿Y? ¿Dónde está mi tío? —preguntó la azulada con entusiasmo, tanto que se aproximó para escuchar de cerca buenas noticias; quizá las cosas resulten bien después de todo.
—Está afuera, justo donde está la entrada principal —respondió mientras veía a Neo todavía con su pataleta por la pantalla del dispositivo—. Lo del bote se suspende.
—¡El teletransportador! —exclamó Nina de repente—. Podremos ir al acorazado.
—Pero… —comenzó diciendo para detenerse y pensar una excusa; realmente no quería al bicho en su barco después de que le robó un cristal, pero no podía negarse—. De acuerdo.
Se fijó de nuevo en las cámaras; el acceso estaba libre pero tarde o temprano, el maestro del tiempo y el de las pociones abandonarían su tarea de abrir la puerta del laboratorio. Tenían poco tiempo con lo que debían actuar cuanto antes. El chico de ojos verdes se recuperó un poco aunque todavía estaba más perdido que Crunch en una clase de ballet, con lo que caminó con ayuda de los cyborg. Con el corazón en la boca, los tres llegaron a su destino y, sin más rodeos, aparecieron en el gran barco que más parecía un arsenal.
Parece ser que el viajecito instantáneo por el espacio despertó a Crash, sin embargo, sus energías estaban por el piso. Luego de que el almirante bloqueara al teletransportador, los tres se fueron para la cocina. El Bandicoot andaba por sí mismo aunque no opuso resistencia al ir de la mano con la chica, para que esta la guiara. Mientras caminaban, la de piel azulada fue comentando con lujo de detalles lo que se perdió el del misil sobre la tortura del anaranjado, tanto que hasta la víctima se sorprendió horrorizado. Ante semejante relato, el propietario del barco gigante sugirió ir primero a la enfermería, pero ambos adolescentes protestaron, priorizando su necesidad de ir por algo para comer.
Nina, quien conocía bien dónde estaba cada cosa, fue la encargada de servir una taza con café y una rebanada de tarta de manzana a cada uno. El dulce fue una especie de remedio contra el miedo que se pegó el de ojos verdes al ver a la morsa cocinera con su cara de pocos amigos. Rusty Walrus se encargaba de cocinar para los quichicientos rinocerontes y, por tanto trabajo, obviamente que tenía un humor de mil demonios. Pero, como no estaba en riesgo de convertirse en parte del menú, el animalejo devoró su comida en paz mientras era observado por la de ojos azules. Debía agradecerle a ella por el escape: por arrastrar su cuerpo por un largo camino y por ponerse en contra de su familia. Pero no podía decírselo y eso le dolía mucho.
—¿Ocurre algo malo, Crash? —preguntó ella al notar la tristeza de este.
—N-N-N-Nina —soltó este sin siquiera darse cuenta; la mencionada abrió sus ojos como platos así como quien ocupaba el lugar de capitán del navío—. Gracias.
La morena y el pelirrojo no podían creer que chico hablara; para él también fue una sorpresa ya que se tapó la boca con ambas manos recién cuando se dio cuenta.
—Parece ser que el rayo Evolvo hizo su magia, después de todo —dedujo N. Gin.
Pero la chica estaba entusiasmada con el descubrimiento: le exigió al pobre marsupial que repitiera cuanta palabra saliera de sus labios entintados en negro. Al rato, el ex silencioso podía hablar fluidamente, como si nunca tuviera ese problema. Él estaba feliz por eso, y no podía esperar a decírselo a su hermanita y a todos los que integraban a su equipo. La armonía de aquel momento se quebró de repente luego de que el muchacho quería saber cuánto faltaba para llegar y que la alumna se levantara de su asiento completamente enojada para marcharse lejos de ahí. Quienes quedaron a la mesa se preguntaron algo como qué bicho le había picado y, al final, el mayor adivinó lo que pasaba.
—¿Vamos por ella? —pidió el joven de pelaje naranja entre suplicando y obligando.
—No, déjala. Tiene que pensar —respondió desviando la mirada al suelo; se sentía medio raro hablando con el tipo que cubrió y destruyó con pulpa de wumpas una de sus naves y sobre a donde iba la conversación—. Me parece que no quiere que te vayas tan pronto.
—¿Por qué?
—¿Por qué tienes que hacer preguntas tan tontas? —protestó el científico, preparándose para abandonar la cocina—. Tengo cosas qué hacer. Además, creo que ya debes saberlo.
—No, no lo sé —exclamó el de ojos verdes a punto de ponerse a llorar y agarrándole de un brazo para que el del misil no se escabullera.
—¿Acaso no tenías una novia hace un tiempo? —esa pregunta le hizo recordar sobre la vieja herida en su corazón llamada Tawna se fue con otro—. Creo que Nina te quiere.
Ante aquella respuesta inesperada, el adolescente soltó de su agarre al almirante y se quedó pensando.
