DISCLAIMER: Todos los personajes son obra de Masashi Kishimoto.

ASFIXIANTE SILENCIO

Sus labios estaban sellados, sus ojos apagados, los demonios hacían temblar su cuerpo como si fuese la última hoja que sobrevive a los primeros susurros del otoño. Y no tenían ni idea de qué narices le había ocurrido en aquellos tres meses en el país del arroz.

Había regresado una tarde soleada, tranquila, y no había hablado con nadie antes de llegar al despacho de la Hokage. Allí, la rubia mujer había leído su informe con atención, había escuchado sus palabras, y sin duda algo la había preocupado lo suficiente para tensar la dulce sonrisa de sus labios rosados. Tenten lo ignoró. Ya no le importaba nada. La misión estaba cumplida, cerrada, acabada, no volvería a hablar de ello, y tampoco volvería a ser ella misma. Todo había cambiado, todo seguía igual.

Abandonó el despacho de la mujer a la que tanto admiraba y recorrió las calles de la aldea como un alma en pena. Fue consciente de que la saludaron varias veces, de que muchos se quedaron mirándola, de que estaba ignorando a la gente que llevaba años contribuyendo a que su vida fuese completamente feliz y dichosa. Pero no sentía dolor o remordimiento. No sentía absolutamente nada.

Subió las escaleras hasta el segundo piso, abrió la puerta de su apartamento y respiró el aire frío y cargado que emanaba después de casi tres meses. Dejó el poco equipaje que había conseguido salvar sobre la mesa del salón, y en completo silencio se metió en el dormitorio. Ya sin ropa se vio reflejada en el espejo, su cuerpo esbelto de piel acanelada y curvas pronunciadas, su rostro dulce de ojos grandes, sus cabellos, ahora sueltos, largos y lacios, oscuros. Se odiaba. Ahora se odiaba. Todo por culpa de la maldita misión en el país del arroz.

Dejó que el agua la empapase durante horas, que el perfume del jabón eliminase el olor a sangre, a sudor, a maquillaje y a comida de banquete. La noche abrazó Konohagakure y ella seguía sumergida en la bañera, con el agua más fría que tibia, tratando de no pensar en la tormenta que cada vez se desataba con más fuerza entre sus sienes. Recordaba cómo el objetivo de la misión la había absorbido a niveles demasiado profundos como para mentarlos sin sonrojarse, cómo la muchacha a quien debía sustituir la había conquistado lo suficiente para darlo todo por ella. No se arrepentía de nada, aunque ya no pudiese ver el valor de las cosas. Se secó con desgana, se puso su tan añorado pijama y se rindió al abrazo de las sábanas. Y en la oscuridad de su dormitorio, inmersa en el recuerdo de los últimos acontecimientos, unos ojos de nácar hicieron acto de presencia en su mente, sacándole la primera de muchas lágimas.

- ¿Por qué demonios no pudiste ser tú? - Las mejillas empapadas estaban cada vez más coloradas. Su respiración irregular no ayudaba a su estado anímico, las lágrimas saladas empapaban lentamente la almohada, y no había nadie allí para abrazarla. Él no estaba allí - ¿Por qué no pudiste impedírmelo? ¿Por qué no has insistido cuando te he ignorado en la calle? ¡Joder, Hyûga! ¿Por qué te quedas tan tranquilo en tu cama cuando siento que me voy a morir?

Y lo maldijo, lo insultó, odió cada una de sus perfectas virtudes. Lo detestó de dentro hacia fuera y viceversa. Lo amaba profundamente, y lo había añorado tanto que le dolía pensar que no estaba preparada para continuar una vida a su lado.

¿Continuará?

¡Hola a todos! ¿Cómo va la vida? Bien, esta idea me asaltó el otro día, y necesitaba plasmarla. Espero que os guste, por breve y cutre que sea.

Un besín,

CR