DISCLAIMER: Ninguno de los personajes que aparecen en esta historia tienen un vínculo intelectual (aunque sí emocional) conmigo. Pertenecen a sus respectivos creadores (aquellos grandes olvidados), a sus recopiladores/versionadores (Hermanos Grimm/Perrault/Andersen varios) y, últimamente, a los creadores de "Once Upon a Time". No existe ánimo de lucro alguno al publicar esta historia. Sólo el deseo de compartir con los demás fans de la serie un pedacito de dolor y esperanza. L&S dixit.


I

Levantarse... o no, ésa era la cuestión. Como fuera, la taza seguía allí, justo donde su choque contra la pared la había dejado hecha añicos. Nada había ocurrido desde ese momento, pero Bella ya sentía que el tiempo pesaba. ¿Es que nadie iba a venir a recoger la dichosa taza, ya no desportillada, sino enteramente destrozada? ¿Acaso las enfermeras no trabajaban en ese hospital? Se sentía muy incómoda. Después de la noche que había pasado, no entendía cómo todavía no había empezado a quedarse calva. Ni siquiera había sido capaz de respirar profundamente.

El médico —¿Dr. Whale, verdad?— la había estado examinando antes de la visita del hombre de la taza —no recordaba su nombre—, y le había dicho que sólo tendría que estar unas horas en observación. «¿Horas?¡Pero si tengo la sensación de llevar días aquí!». Las horas pasaban, sí, pero lentamente. Como decía, el tiempo pesaba.

Miró hacia la puerta, y acto seguido clavó sus ojos en la taza. Se mordió el labio y volvió a mirar la puerta. Quizás podría... Empezó a incorporarse despacio, sin retirar la mirada de los fragmentos de porcelana, y ya había sacado de debajo de las mantas uno de sus delicados piececitos cuando la puerta se abrió de golpe y dio paso a una enfermera corpulenta de pelo blanco y uniforme blanquísimo que tenía aspecto de generala del ejército. Nada más entrar, comentó con voz grave pero maternal, como de gallina clueca:

—Pasaba a ver qué tal seguías, cielo. ¡Oh, vaya! —la taza rota llamó por entero su atención—. No sabía que se te había roto algo. No te preocupes... Mandaré enseguida que lo recojan.

Y salió sin dejar que Bella replicase nada. Iban a tirarla... al fin, pero... esa taza... era importante para el hombre. ¿Debía dejar que se deshicieran de ella sin más? Bueno, él ni siquiera se había preocupado de recolectar los pedazos y llevárselos. ¡O podría haberla reconstruido ahí mismo! ¿No sabía hacer magia? ¿No hablaba de castillos y cuentos de hadas? Pues no le preocuparía mucho la taza desportillada si allí la había dejado. «Pero yo sé que eso no es cierto... o no del todo, al menos. Cuando se fue, él parecía tan destrozado como la taza... ¿Valoraría en verdad recuperarla?».

Un enfermero con escoba y recogedor, muy guapo y muy pelirrojo, entró en la habitación en ese momento, dedicándole a Bella una sonrisa.

—¿Es éste el lugar del desastre? —preguntó con humor, acercándose a la extensión de añicos blancos y azules, mirándolos con la lástima que da a algunos ver a un animal que se ha lastimado una pata. ¡Como si las tazas pudieran sufrir...!

—Sí, sí, es aquí, pero espera... Hmm... ¿Podría... podría pedirte un favor? —preguntó Bella, titubeante.

—Sí, claro. Dime.

—Verás, es que esa taza... es bastante... importante, y me gustaría conservar los pedazos. ¿Podrías guardarlos en algún sitio y dármelos cuando abandone el hospital?

—Conque importante, ¿eh? —preguntó con ironía el enfermero guapo, mirando a la chica con una ceja enarcada—. Está bien, princesa... Cuenta con que conservaré tu taza a buen recaudo hasta que dejes esta habitación.

Terminó de recoger los fragmentos de la taza, hizo una exagerada reverencia, y se los llevó en el recogedor, no sin antes guiñarle un ojo a la chica mientras cerraba la puerta con su talón. La joven se quedó sola de nuevo y pudo volver a concentrarse en sus pensamientos, que flotaban a la deriva dentro de las paredes rocosas de su cabeza. Estaba aturdida, mareada... Con un profundo suspiró, se dejó caer pesadamente sobre las almohadas. Cerró los ojos muy despacio, tomando aire hasta hinchar su diafragma y soltándolo como quien paladea el humo de un cigarro escapándose por entre sus labios. ¿Qué había pasado en las últimas horas? ¿Quién era toda esa gente? ¿Y el hombre del bastón empeñado en llamarla por un nombre que no era el suyo? Se sentía desfallecer por el agotamiento. Le dolía todo el cuerpo, a pesar de no tener ya herida alguna. Anhelaba el sueño, pero ¿quién podría dormir en su situación? La cabeza le iba a estallar. Los recuerdos de toda la noche se chocaban tormentosamente contra su cráneo con saña, provocándole una horrible jaqueca. Apretó los párpados, mordiéndose el labio de abajo con fuerza. ¿Por qué no podía desmayarse? Lo deseaba tanto...

El sonido de la puerta la sacó de la tempestad de su mente abotagada, haciéndola dudar por un momento de si se habría dormido finalmente.

—¡Hola, Bella!

Era Mary Margaret, la mujer que se había hecho responsable de ella cuando empezó todo. Intentaba parecer alegre y despreocupada, pero lo estaba demasiado como para resultar creíble.

—¿Cómo te sientes?

—Un... un poco confundida —admitió Bella con tono huraño, tentada de preguntar por qué les había dado a todos por llamarla así.

—Bueno, supongo que es normal después de... —había empezado a responder con fingida jovialidad, pero se interrumpió de golpe antes de mencionar "la línea del olvido".

Un silencio incómodo se instaló en la habitación. Mary Margaret cruzó los brazos sobre su pecho, echando un vistazo general a su alrededor.

—¿Voy a poder salir pronto de aquí? —se lanzó a preguntar Bella, en vista de que su interlocutora parecía haberse olvidado de que ella seguía en el cuarto.

—Pues acabo de encontrarme con el Dr. Whale —contestó Mary Margaret volviendo a centrar su atención en la joven de la cama, repentinamente seria, con los ojos muy abiertos y señalando con una mano la puerta a su espalda—, y me ha dicho que iba a firmar tu parte de alta. En cuanto lo traiga, nos iremos a casa.

Bella la miró con el ceño fruncido y expresión suspicaz.

—Espera... ¿nos iremos... a casa?

Tal vez estuviera confundida, pero si de algo estaba segura era de que Mary Margaret y ella no era compañeras de piso. Ella vivía sola al lado de la biblioteca del pueblo, que era donde trabajaba.

—Claro. Te vienes a casa con nosotros —la encubierta princesa la miró como si hubiera preguntado una obviedad.

Bella sintió que una llama de indignación prendía su pecho. ¿Y eso cuándo se había decidido? ¿Alguien se había tomado la molestia de preguntarle a ella qué quería hacer? ¡Tal vez hubiera sufrido una experiencia traumática... o no, ya no sabía que pensar con ese maldito dolor de cabeza... pero si de algo estaba segura era de su suficiente capacidad para tomar decisiones por sí misma! ¿Y qué era lo que pasaba siempre? ¡Que todo el mundo se empeñaba en dirigir su vida! ¡Pero era ella quien mandaba, ella era la dueña de su vida! ¡ELLA!

—No pretendo ofenderte... Mary Margaret, ¿no?, pero... preferiría irme a la mía.

—¡Ah!, bueno... —Blancanieves parecía descolocada, pero se recuperó rápidamente—. Claro, si eso es lo que quieres... Me refería a que Ruby nos estará esperando en mi casa. Apuesto a que tiene muchas ganas de verte.

Ruby... ¿y quién diantres era Ruby? ¿Otra persona a la que conocía y repentinamente había olvidado? ¿Otra como Mary Margaret, como el Dr. Whale o como el hombre del bastón? Empezaba a pensar que todos se habían puesto de acuerdo para tomarle el pelo y hacerla pasar por loca. Y eso la ponía de mucho peor humor.

El Dr. Whale entró en ese instante en la habitación, refrenando con su venida el enfado en ciernes de Bella. Al menos, traía con él una buena noticia: por fin iba a poder librarse de ese apestosamente aséptico olor que ya se le había pegado a la piel como la roña gracias a ese aséptico camisón que llevaba puesto, a esa aséptica cama sobre la que permanecía sentada y a esa aséptica habitación que la mantenía presa. No podía más... Necesitaba salir... ¡volar libre!

—Hola a las dos —saludó con la cabeza inclinada y sonrisilla de suficiencia el médico. Llevaba unos papeles en la mano—. Bueno, Bella... —su atención se centró exclusivamente en la joven hospitalizada—. He estado revisando las pruebas que te hemos hecho y no he visto nada que deba preocuparnos, así que aquí traigo tu parte de alta. Podrás... —intercambió una mirada cómplice con la señora Charming— irte en cuanto te vistas. Estoy seguro de que Mary Margaret te ayudará en lo que necesites, y si hubiera algún problema...

—Sí, lo entiendo, doctor —lo cortó con una sonrisa forzada—. Estaré bien.

Odiaba que la tratasen como a una inválida. Su indignación aumentó cuando Whale le entregó los papeles de su ingreso y alta a la chica que permanecía de pie, y estuvo a punto de extender el brazo para pedir que se los diera en ese instante, pero se contuvo. Tampoco quería ser desagradable... por el momento. Cuando el médico salió de la habitación, Blancanieves se giró hacia ella con una nueva sonrisa.

—Bueno, voy a salir para que puedas vestirte —con cuidado, como si le hubiera leído el pensamiento, dejó los papeles sobre una mesa pequeña que había al lado del armario—. Te espero fuera —comentó antes de desaparecer, cerrando la puerta a su espalda.

Bella volvió a quedarse sola una vez más, pero ahora sí se puso en pie de un salto. La idea de marcharse por fin mejoraba un tanto su humor. Ciertamente, agradecía el gesto que acababa de tener Mary Margaret. ¿Tal ira se habría reflejado en sus ojos que había intimidado a la joven, o simplemente se había tratado de una casualidad? En cualquier caso, se lo agradecía de veras.

Tomó sus ropas del armario donde estaban y se vistió presurosa. No quería pasar allí ni un minuto más de lo necesario. Fue al baño un momento a preocuparse por su pelo, y algo la detuvo frente al espejo. No era muy grande, y tampoco estaba muy limpio, pero había algo en su reflejo que la inquietaba. Se miró a los ojos durante unos instantes eternos, para salir segundos después como alma que lleva el diablo.

Al abrir la puerta, observó que Mary Margaret estaba esperándola apoyada en la pared de enfrente. Cuando la vio, su expresión se tornó jovial de nuevo —a Bella no se le escapaba que el ceño fruncido que tenía antes de verla no era precisamente de relajación.

—¿Ya estás lista? ¿Nos vamos?

Bella asintió sin decir palabra, y ambas se encaminaron hacia la salida. Era agradable... el olor a libertad. Lo era, mucho, muy agradable, pero... Seguía sintiendo un cosquilleo molesto en la nuca. ¿Por qué no había podido reconocerse en el reflejo que le había devuelto el espejo del baño unos minutos antes? ¿Acaso ella no era ella? Pero si ella era... era...

—¡Eh, princesa! —ya se veían las puertas de salida a la calle, pero la llamada detuvo a las dos compañeras.

El guapo enfermero pelirrojo del cepillo y el recogedor se acercó corriendo a donde estaban, llevando en la mano una bolsa de plástico transparente y tintineante.

—Te olvidas esto —le dijo con una sonrisa pícara, levantando la bolsa hasta ponerla a la altura de sus ojos—, y después del cuidado que he puesto en guardarlos para ti, no creo que sea un gesto muy gentil por tu parte dejarlos aquí.

Bella no pudo contener una pequeña sonrisa, y alargó el brazo para coger la bolsa, pero el chico la apartó antes de que la rozase siquiera.

—Ha-ha-ha —canturreó, dejando ver un poco más sus dientes blancos—, antes necesito algo.

—¿Gracias? —respondió Bella con una ceja enarcada, todavía sonriendo.

Mary Margaret, mientras, observaba la escena con expresión sorprendida. El enfermero rió entre dientes.

—Me refería a un nombre, princesa.

La joven se lo pensó un momento, pero acabó por contestar:

—Bella... me llamo Bella.

«Al menos, por ahora», reflexionó, suspirando interiormente, intrigada por el gran interés que parecía haber despertando en un chico tan guapo.

—Nunca vi nombre tan acorde con la realidad. Para ti, pues, bella princesa —dijo, galante, ofreciéndole la bolsa con una nueva reverencia.

Ella la tomó con delicadeza.

—Gracias por el favor, hmm...

—Boots... John Boots, siempre a tu servicio —contestó con complacencia, inclinándose de nuevo—. Si necesitas a alguien que te salve de cualquier peligro, que te ayude en las más terribles dificultades... silba, y apareceré —terminó con tono teatrero, obviamente divertido por la situación.

Bella no pudo evitar reírse. ¿De verdad había gente tan extravagante por el mundo? Le dio las gracias de nuevo por los restos del cadáver de porcelana y se despidió de él, volviéndose a Mary Margaret, que la miraba con los ojos muy abiertos, parpadeando a gran velocidad, y con gesto de no haber procesado todavía lo que acababa de ocurrir.

—¿Nos vamos? —preguntó Bella, sorprendida ella misma por su repentino buen humor.

—Sí, sí, claro, pero... ¿qué es lo que acaba de pasar aquí? —preguntó Blancanieves con incredulidad, dejando escapar una risa ahogada—. ¿Y qué es eso? —hizo un elocuente gesto con la cabeza, señalando la bolsa.

—Es... algo importante —respondió Bella, variando el rumbo de lo que iba a decir antes de que saliera por sus labios y tratando de sonar lo más convincente posible.

Mary Margaret se encogió de hombros y no insistió más, para su gran alivio. Echaron a andar de nuevo y, esta vez sí, atravesaron el umbral que daba paso a la calle.


La puerta del apartamento se abrió, y Ruby, que había empezado a morderse las uñas por la impaciencia, se puso en pie de un salto. Bella la vio mirarla con los ojos tremendamente abiertos, a la par que tremendamente felices. Apenas pudo reaccionar cuando la chica corrió hacia ella y la abrazó con fuerza. No le importó demasiado, sin embargo. Había algo de cálida familiaridad en aquellos brazos, aunque nunca habría dicho que conocía a quien la apretujaba con tanto énfasis.

—¿Cómo estás? —le preguntó al liberarla, dejando sus manos apoyadas cariñosamente sobre sus brazos.

—Algo confundida —respondió ella, imitando la respuesta que le había dado a Mary Margaret horas antes, sin saber qué otra cosa decir, realmente.

La chica llamada Ruby frunció ligeramente los labios, durante un momento, de un modo casi imperceptible, y miró a Mary Margaret, que permanecía detrás de ellas, con un rayo de tristeza repicando los pigmentos más oscuros de sus intensos iris verdes.

—Bueno, ya verás como todo vuelve a la normalidad en cuanto pase un poco de tiempo. No te preocupes.

Ahí estaba otra vez la misma cantinela... ¿Qué normalidad? Ella estaba perfectamente normal. Tal vez no recordara su nombre... ni a ninguno de ellos, pero... eso había de deberse al shock sufrido esa misma noche. ¿Qué otra explicación podía existir?

—Sí...

Viendo que se iba a producir otro silencio como el de la habitación del hospital, Mary Margaret decidió intervenir, tratando a la vez de traer al ambiente tintes de cotidianidad:

—¿Sabes qué, Ruby? Aquí, la señorita —mientras decía esto, conducía a Bella hacia uno de los sillones, sujetándola por los hombros— ha ligado en el hospital.

—¿En serio? —preguntó Caperucita muy sorprendida, mirando a una y a otra.

—Tal cual te lo cuento —concluyó la princesa con tono chistoso.

Bella enrojeció antes de poder decir nada.

—¿Y quién es el galán?

—Se llama John Boots —contestó la hija de Maurice con poca voz, bajando la mirada.

—¿¡Boots!?

Miró a Mary Margaret con gesto escandalizado, y la señora Charming le devolvió una mirada de lo más elocuente.

—Sí, él... Pero no hemos ligado —objetó, mirando a Mary Margaret con reproche—. Solamente le agradecía un favor que me había hecho.

—Os acabáis de conocer... ¿y ya tienes favores que agradecerle? —repuso Ruby con picardía, soltando una carcajada.

Las mejillas de Bella rozaron lo escarlata.

—Ruby, no seas mala —se metió Mary Margaret, tratando de aliviar el apuro de Bella a la vez que contenía su propia risa.

—¿Mala? ¡Pero si ella misma lo ha dicho!

Era muy curioso... A pesar del embarazo que sentía por la situación —¿desde cuándo se consideraba ligar tener un trato cordial con alguien del sexo opuesto?—, no podía negar que era agradable estar con las dos mujeres de su edad en una situación de tal despreocupación. Levantó la cabeza, conteniendo la amplia sonrisa que aporreaba las puertas de sus labios. Ya no le dolía la cabeza. Abandonar el hospital había resultado un remedio milagroso.

—Así que Boots... Ten cuidado con ése, amiga mía. A los... hombres como él les gustan todas.

—No le hagas caso, Bella. Ruby tiene algo personal con él desde siempre —dijo Mary Margaret, tratando de consolar a la joven.

—"Diferencias esenciales", me gusta llamarlo —especificó la aludida con gesto digno, cruzándose de brazos.

—Lo que viene a significar que nunca le ha hecho la más mínima gracia —terminó aclarando la princesa.

—Ninguna. ¿Y sabéis a quién tampoco va a hacerle ninguna gracia cuando se entere? Pues a... —un gesto de Mary Margaret hizo que Ruby se interrumpiera bruscamente, dándose cuenta de que se había despreocupado tanto de lo que decía, que había estado a punto de hablar de más.

Bella miró a la nieta de la Abuelita con los ojos entrecerrados, y enseguida hizo lo mismo con Blancanieves.

—¿A quién más no le va a hacer gracia esto? —preguntó, pasando sus ojos entrecerrados de la una a la otra.

Ruby se mordió el labio mientras Mary Margaret desviaba la mirada en diagonal hacia el suelo. El ambiente relajado que habían conseguido a base de bromas se había tensado de nuevo. Bella retorció el borde de la bolsa de plástico que todavía sostenía entre sus dedos, aquella que albergaba los restos de la malograda taza desportillada, decidida a no darse por vencida hasta averiguar qué demonios estaba pasando. Alguien la había tomado por tonta en esa historia y no estaba dispuesta a que así fuera.

—¿Ruby? ¿Mary Margaret?

Como ninguna de las dos se daba por aludida, volvió a preguntar:

—¿A quién os referís? ¿Por qué no queréis decírmelo?

—No es eso, Bella —Ruby parecía sentirse realmente culpable por su metedura de pata.

Miró a Mary Margaret, buscando su ayuda.

—Es algo complicado, Bella —se metió la princesa.

—Claro... Se trata de algo tan complicado que sería imposible que alguien como yo lo entendiera, ¿es eso?

—No, no se trata de eso, de verdad, Bella —la chica-lobo deseaba fervientemente contar lo que ocurría, pero por algún extraño motivo se contenía con todas sus fuerzas.

—Pues, entonces, decídmelo —concluyó con sencillez la joven, su rostro ciertamente ensombrecido por la sospecha.

—Si he dicho eso, ha sido por...

—Lo que Ruby quiere decir es que... —Mary Margaret cogió aire antes de continuar— había, o hay, una persona para la que eres muy importante —siguió diciendo con una seriedad que imponía, cruzada de brazos, adulta como una verdadera reina—, pero a la que no recuerdas.

Bella se quedó paralizada. ¿Alguien... para quien era... importante? Pero, ¿de qué hablaban esas dos? ¿Iba a tener ella a alguien así y no lo iba a recordar? Y eso, ¿a qué iba a deberse?

—No entiendo...

—Ya te hemos dicho que es complicado, pero no te preocupes... Conseguiremos que...

—¿Está aquí? —preguntó, interrumpiendo el discurso en ciernes de la princesa, ignorando que su repentina intervención pudiera resulta descortés—. Esa persona... ¿está en Storybrooke?

Mary Margaret y Ruby intercambiaron una nueva mirada.

—¿Por qué lo preguntas?

—Porque, quizás, si la viera... tal vez podría decir si...

—No, eso no va a funcionar —contestó Mary Margaret con tono de triste derrota.

—¿Y cómo lo sabes?

—Porque ya os habéis encontrado.

Bella notó que la boca se le secaba, que la lengua se le convertía en un trapo sudoroso y le impedía hablar. Ya se habían encontrado... ¿Cómo era eso posible? Si las chicas no mentían, y por su gesto serio bien parecía que así era, ¿por qué no recordaba a nadie de todos a los que había visto con especial interés? Bueno, aunque quizás eso no fuera del todo cierto...

—De todas formas, él no está en el pueblo. Se fue hace como dos horas.

—¿Finalmente se ha ido? —preguntó Ruby.

—Sí... Emma se fue con él.

—¿Y Henry?

—También.

—Un momento, un momento, ¿quiénes son Emma y Henry? —inquirió Bella, notando que tantos nombres de golpe la mareaban, todavía sin haber procesado del todo que había visto a alguien para quien supuestamente era importante, y no lo había reconocido.

—Emma es mi hija y Henry, mi nieto.

«¿¡Qué!?», notó Bella que gritaba su entendimiento, incapaz de digerir lo que la joven —¡jovencísima!— mujer acababa de decir. Sin darse cuenta, se quedó sumida en sus pensamientos, olvidada de que había gente a su alrededor.

—Estás agotada —oyó que decía Mary Margaret, sacándola de su ensimismamiento—. Lo mejor será que vayas a casa, te des una buena ducha y te metas en la cama. Te sentará estupendamente, ya lo verás.

—Yo te acompaño —se ofreció Ruby, contenta de poder abandonar el clima de malestar que se había instalado en el apartamento.

—Gracias —fue lo único que Bella acertó a decir.


Dejó las llaves en el mueblecito de la entrada nada más abrir la puerta, oyendo que Ruby entraba y cerraba a su espalda. No había dicho nada en todo el camino, ni ella tampoco. Tenía demasiado en lo que pensar, demasiadas preguntas... pero éstas no seguían ningún concierto, así que no sabía ni cómo empezar a formularlas.

Dejó el abrigo en el perchero e invitó a Ruby a que hiciera lo mismo, pero la joven negó con la cabeza, dedicándole una sonrisa melancólica.

—Sólo he venido a acompañarte y a asegurarme de que no necesitaras nada. Tengo que volver a Granny's para ayudar a la Abuelita.

Bella asintió, tratando de esbozar una leve sonrisa.

—Siento lo de antes, Bella —se disculpó de improviso—. No pretendía confundirte más. Sólo es que... esto también es extraño para mí.

—No te preocupes. Dentro de esta situación que no entiendo... entiendo que para vosotros también pueda ser complicado.

Ruby sonrió, el peso de la culpa aligerado por la comprensiva respuesta de su amiga.

—¿Seguro que estás bien? ¿No necesitas nada?

—Como ha dicho Mary Margaret, sólo necesito descansar. Me daré una ducha, tal vez comeré algo y me meteré en la cama.

—¿Tienes comida que pueda prepararse rápido? ¿Te mando algo de Granny's?

—Pues voy a echar un vistazo a la nevera, y te digo...

Con una sonrisa, entró en el pequeño salón con paso decidido. Ruby prefirió esperarla en la entrada, y le sorprendió que las pisadas de Bella se detuvieran mucho antes de llegar a la cocina. El silencio de la casa la inquietó, así que entró también en el salón tras las huellas de su amiga. La vio parada frente a una de las estanterías. Había dejado la bolsa con los fragmentos de porcelana que no había soltado ni por un instante en casa de los Charming encima de la mesa, y sostenía en sus manos un marco. Lo miraba de una manera extraña.

—Bella, ¿qué ocurre?

La joven tardó en reaccionar, pero por fin miró a Ruby, con un gesto de extrañeza cubriendo sus facciones.

—Iba a la cocina a comprobar lo que te había dicho cuando he visto... esto —respondió, mostrándoselo.

Era una fotografía de ella y el señor Gold... Rumpelstiltskin. Él miraba a la cámara con la sonrisa más sincera que Ruby hubiera visto nunca, mientras Bella lo miraba a él con una expresión de absoluta adoración. Estaban prácticamente abrazados, pero ligeramente girados hacia quien les tirase la foto. El hombre sujetaba su cintura con un brazo —el otro permanecía apoyado en su bastón, fiel compañero. Bella, por su parte, apoyaba una de las manos en el brazo de Rumpelstiltskin y la otra en su pecho, regalándole tenues caricias imperceptibles por encima de la tela de su chaqueta, como así demostraba que sus dedos se viesen borrosos. La sonrisa de ambos parecía una sola, tal era la manera en que se prolongaba a través de sus cuerpos. Ruby estaba acostumbrada a los cuentos de hadas, a ver el amor y vivirlo en primera persona, pero no pudo evitar que aquello la sobrecogiera. Nadie podría negar, viendo esa foto, que lo que su amiga y el Señor Oscuro tenían era amor verdadero. Pocas veces había visto una mirada tan claramente enamorada como la de Bella. Ella lo amaba... y él la amaba a ella. Y ahora todo se había desvanecido.

—¿Qué significa esto? —preguntó Bella, más confusa de lo que había estado en todo el día.

Ruby tardó en contestar, debatiéndose entre si debía decírselo finalmente o no. Con un suspiró, y mirando a su amiga a los ojos, dijo:

—Él es a quien Mary Margaret y yo nos referíamos... Aquél para quien tú eres tan importante.

—Pero... —Bella no podía entenderlo—. Pero si éste es el hombre del bastón... El que me curó con magia en la carretera. El que vino a verme con una taza desportillada en las manos y cien mil historias increíbles... No le conozco de nada —empezaba a exaltarse.

—Pues la foto no miente —repuso Ruby—, tú misma la estás viendo. Eso que no recuerdas era real, Bella... Para él es real todavía. Por eso se ha marchado.

Bella notó que se le encogía el corazón al escuchar a su amiga. ¿No le estaba mintiendo? No... ¿por qué iba a hacer eso? Pero entonces, ¿por qué no lo recordaba? ¿Por qué podía mirar esa foto como si se tratase de otra persona? ¿Qué estaba pasando?

—No puede ser... No entiendo qué clase de broma es ésta, pero no me hace ninguna gracia —su tono se había elevado, y respiraba con agitación—. Yo no conozco a este hombre, no lo he visto en mi vida. ¡A ninguno de vosotros! Y todos me tratáis como si fuerais parte de mi mundo, como si la culpa de no recordaros la tuviera yo... Si estáis intentando volverme loca, vais por muy buen camino.

—No es ninguna broma, Bella —respondió Ruby, que parecía confundida—, y no estamos intentando volverte loca, pero todo ha pasado tan deprisa...

—¿Qué "todo"? ¿A qué te refieres? No ha pasado nada. Hubo un accidente, y yo estaba en el sitio equivocado en el momento equivocado...

—¿Que no ha pasado nada? ¿Acaso te parece normal no recordar a nadie del pueblo donde vives? ¿Es ésa tu normalidad, Bella? —Ruby había alzado el tono sin darse cuenta, y hablaba con dureza.

—Eso... eso... —se sentía perdida. Ruby tenía razón.

Al ver titubear a Bella, la nieta de la Abuelita cogió aire, tratando de serenarse. Tampoco iba a ayudar demasiado que se pusiese a darle voces.

—Mira, Bella... Todo esto ha ocurrido en menos de veinticuatro horas. Te prometo que vamos a responder a todas las preguntas que nos hagas, vamos a ayudarte a recordar o, por lo menos, a entender lo que ha pasado... —hizo una pausa—. Pero ahora estás agotada, y lo que menos necesitas es que te bombardeemos con información que te va a costar un gran esfuerzo procesar. Haz lo que hemos dicho: cena algo, dúchate y vete a dormir. Por la mañana verás las cosas de otra forma, y entonces estarás lista para que podamos hablar.

Se calló, esperando algún tipo de reacción por parte de su amiga. Ella misma estaba sorprendida de sus palabras. Vivir con la Abuelita daba sus frutos, sin duda.

—¿Vale? —insistió, empezando a sonreír y zarandeando suavemente a Bella del brazo.

—Sí, tienes razón. Perdona la escena, Ruby. Estoy nerviosa y agotada. No suelo comportarme así.

—Lo sé —asintió la joven, ampliando su sonrisa.

Se acercó para darle un abrazo de despedida, que Bella correspondió, todavía con la foto en la mano.

—Gracias por todo.

—No tienes por qué dármelas. Mañana pasaré a ver cómo estás, ¿de acuerdo?

La hija de Maurice asintió con la cabeza, y Ruby volvió sobre sus pasos hacia la entrada. Antes de que llegara a la puerta, Bella había aparecido por detrás.

—Oye, Ruby...

La aludida se dio la vuelta con gesto sorprendido. Bella levantó el marco, que continuaba en su mano, para dejar claro a qué se refería antes de hacer la pregunta.

—¿Cómo se llama? El hombre de la foto, el del bastón...

Ruby suspiró con tristeza, pero intentó sonreír.

—Es el señor Gold.

—¿Señor Gold? —repuso con extrañeza—. ¿Así es como yo lo llamaba, "señor Gold"? —volvió a repetir.

—No, tú... —Ruby se mordió el labio—. Tú lo... —suspiró de nuevo, desviando la mirada hacia un lado. No tardó en devolverla a Bella—. Rumpelstiltskin —dijo como si estuviese soltando un peso enorme—. Rumpelstiltskin, así es como tú lo llamabas.

«¿Rumpelqué?», se preguntó la joven con voz de conciencia chillona, pensando que prefería por infinita mayoría la denominación de "señor Gold". ¿Ese nombre de verdad existía? Iba a pedirle a Ruby que se lo repitiera, pero le dio vergüenza hacerlo al ver que su amiga abría la puerta sin añadir nada más. Bella tampoco dijo nada y la joven del abrigo rojo se marchó. La hija de Maurice se quedó sola por última vez ese día.


Y aquí estoy de nuevo. Antes de nada, dejad que lo celebre con vosotros también... ¡Libre, soy libre! *aquí debería ir un "¡Mecachis!", lo sé* Por fin he terminado los exámenes de este cuatrimestre. Por fin puedo dedicar tiempo a OUAT. ¡Soy feliz!

A diferencia del anterior fic, éste -que también iba a ser un one-shot- va a tener dos (como máximo, tres) capítulos. Espero que os haya gustado el primero, y que os haya dejado con ganas de más. Sé que Bella ha estado al borde de un ataque de nervios durante todo el capítulo, pero entendedla... Y la foto con Rumpels ya ha sido la gota que ha colmado el vaso. Me alegro de que haya sido Ruby quien la haya acompañado hasta casa, y quien le haya dicho que se trataba de su amor verdadero.
A los que me habéis dejado un comentario en "El mago", muchas gracias. Intentaré iros contestando a todos ahora que -¡Síiiiiii!- soy libre, como decía. Y agradeceré también todas vuestras opiniones en éste (opiniones/sugerencias/ruegos/preguntas/amenazas de muerte/zapatillas de cuadros y suelas de goma a la cabeza... Ya me entendéis).

Trataré de actualizar en brevis, pero no prometo nada, que luego me pillo los dedos.

L&S