Que mi alma recorra a su antojo la tuya y que escuche hasta el más oscuro de los secretos que guarda.
Que conozca su luz y su oscuridad y que se hunda en tus ojos y caiga en aquel vacío sin fondo dueños de una luz cegadora e incontenible.
Que descubra tu cuerpo hasta el más íntimo de los rincones, hasta la más prohibida de todas sus partes...y que lo moral no le imponga límites en la agradable labor de descubrirte y explorarte...
Que mi alma guarde en su memoria la armonía de tu rostro, armonía nunca antes vista en la faz de la tierra, nunca antes lograda en las anteriores creaciones.
Que mi alma penetre en tu cuerpo, que sea solo una con tu alma, que respire contigo, que este muy dentro tuyo y se una a tu corazón en un solo latir.
Que vuele junto a ti más allá del firmamento…
Que por una mísera noche tenga paz al dormir y que viva contigo sus últimos momentos...
…Sin romper la promesa...
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Capítulo I: A tu lado, siempre.
- Inuyasha.
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Sentado
se encontraba un hombre de exótica y larga cabellera plateada con la
mirada fija en el suelo de azulejos que cubría gran parte de los
corredores del moderno establecimiento. Su demacrada figura
aparentaba a un hombre de unos cincuenta años de edad, sin embargo
solo tenia veintinueve. Las ojeras parecían querer consumir el
contorno de sus ojos dorados ocultos tras el flequillo de su pelo
desaliñado y reseco. Su barba indicaba que hace días no se
afeitaba.
-
Inuyasha. - El peculiar timbre de voz de la doctora Ikeda sonó por
el desolado y frío pasillo del hospital. Él pareció despertar de
su letargo y volteo lentamente el rostro para verla caminar hacia él.
Una imagen bastante familiar.
Cerró los ojos y dejo escapar el aire de sus pulmones contaminados por el constante habito de fumar. Se había convertido en un amante del tabaco, en un fumador compulsivo que se negaba a dejar su vicio desde hacía varios años atrás.
Siete, para ser exactos.
A juzgar por la expresión pasiva en el rostro de la señora de pequeña estatura que se le acercaba pudo dilucidar que su llamado significaría tener que escuchar la misma respuesta que le oprimía el pecho todos los meses. La misma mirada de lástima. Con el tiempo se aprendió de memoria el discurso de la mujer, que, entre palabras optimistas y llenas de profunda compasión recitaba lentamente que su condición seguía siendo estable y que no había de que preocuparse.
Si.
"¿Pero hasta cuándo?" Solían pasar por su mente esa y muchas preguntas más que no se atrevía a verbalizar. En varias ocasiones creyó sentir que la doctora sabía de aquellas dudas existentes en su interior, mas, estaba a la misma vez consciente de que ni ella misma se atrevía a formularlas.
Quizás porque tampoco podría contestárselas.
La doctora Kaede Ikeda tenía una expresión afable. Era una de esas personas capaces de dar un toque de alegría y optimismo a todo, tremendamente generosa y de una cordialidad increíble. Trabajaba en el reconocido hospital de Tokio llamado Shikon no Tama hacía ya unos doce años, y hace unos siete que estaba al mando de la UCI en el lugar, cuyos dueños eran la prestigiosa familia Higurashi.
Negándose al hecho de escuchar las palabras típicas, presionó las palmas de sus manos contra las rodillas y luego de soltar un nuevo suspiro desalentado se levantó de súbito.
- Inu…yasha… - Repitió la doctora al ver que éste no pretendía quedarse para hablar con ella. Su voz sonaba como un eco sin vida a lo largo del pasillo y cuando la luz del exterior proveniente del enorme ventanal silueteó la figura del hombre resuelta a alejarse, sintió como un amargo sabor a impotencia se apoderaba de sus entrañas.
La mujer dejó de caminar y resignada observo como aquel joven de lívido rostro doblaba a la derecha perdiéndose de vista. Hizo un gesto negativo con la cabeza. Pero entendía su reacción. Con el correr de los años la relación de ella con Inuyasha se había solidificado al punto de considerarlo casi como a un hijo. Le había agarrado tanto cariño a aquel chico hasta llegar incluso a prometerle una e incansables veces que jamás dejaría que ella agravara su condición.
¿Pero cuanto tiempo más podría seguir manteniendo aquella promesa en pie?
A menudo él solía actuar de esa manera, darle la espalda sin siquiera decirle adiós y desaparecer de ahí como si con eso pudiese alivianar el peso de la cruda realidad con la que tenía que subsistir todos los días, y es que, se había imaginado tantas veces lo difícil que debía ser para alguien tan joven como él, el respirar atado a un modo de vivir en el que un día se vio estancado sin tener el valor suficiente para dejar atrás. Aunque con el tiempo logro comprender que no era esclavo de un deber, sino de un sentimiento tan profundo que no desaparecería de su corazón aunque pasaran siete años más. Aquella vez, el mes anterior, se lo había dejado en claro. Inuyasha aún era fiel al amor incondicional que profesaba por la preciosa mujer que dormía durante varias horas, meses y años en la habitación quinientos doce.
- Kaede… - Hacía años que el referirse a ella como doctora había quedado en el olvido.-…Quiero que entiendas que no me rendiré… - aseguró con una voz que a pesar de notarse cansada sonaba sobrecogedoramente terminante. - …yo, solo el día en que tenga que partir, aprenderé a vivir de nuevo… Pero no dejaré de amarla ¿entiendes? viviré por ella… - Fue en ese momento en que pudo ser testigo de como una dolorosa lágrima caía hasta desaparecer en la comisura de sus labios. La primera y última que pudo ver en él. - …Hasta que pueda morir e irme a su lado.
La voz se le quebró, y tras esto Kaede olvidó por completo el protocolo y lo abrazó con la ternura propia de una madre. Él le sonrió agradecido ante el gesto mirándola con sus ojos marchitados por el mal sueño y las preocupaciones que lo invadían y que se notaba… acabarían pronto con una parte importante de su juventud.
- ¡Doctora Ikeda! – La mujer despertó abruptamente de sus pensamientos al oír el inusual grito de una voz femenina a lo lejos. Tan estridente chillido la alertó de inmediato y caminando deprisa se acercó hasta donde provenía el llamado.
Se encontró con una de sus auxiliares en la puerta de la que anteriormente había salido con una expresión que reflejaba espanto y emoción a la vez. Kaede frunció el ceño turbada ante esto.
- ¿Qué pasa Rin? – Inquirió preocupada.
Mas la auxiliar no dijo nada, se corrió de la entrada dejándole despejada la vista a la cama de aquella habitación. Desde ahí, vio como la mirada perdida de unos intensos ojos marrones observaban perplejos el lugar.
Kaede se llevó ambas manos a la boca. – "Oh Dios mío…"
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Esta dicho, nos casaremos en Mayo… - Le había susurrado al oído
aquella vez, mientras sentado en la banquita de madera observaba por
el balcón de su departamento el azul cielo de un resplandeciente día
de primavera.
- ¿En el templo?
- Claro – Le sonrió, acariciando sus níveos y suaves brazos que lo abrazaban por el cuello. La muchacha tras él dejó escapar un prolongado suspiró de júbilo.
-…Y de paso buscaremos un lugar mas tranquilo para vivir ¿qué tal una casita en el campo? – dijo Inuyasha con una traviesa sonrisa en el rostro.
- No lo dices en serio. – La mujer apoyo sus brazos en la cabeza de él y soltó una risita.
- ¿Por qué no? – Rió el joven, volteándose a verla y agarrándola por la cintura la sentó en sus piernas.
- Mmm… - Ella lo miraba a los ojos con detenimiento. – No creo que un señor tan ocupado como usted Sr. Taisho se mudase al campo.
- ¿Ah, no? – Ella negó mientras jugueteaba con un mechón de su cabello. – ¿y qué sabes tú, eh?
- Se… - dijo ella sin apartar sus enormes ojos de los de él. - …Que sabes hacer el amor perfectamente… - Rió y ante el repentino cambio de conversación Inuyasha se quedó perdido en los labios de su prometida.
- Haría cualquier cosa por ti, me iría a vivir con gusto al campo si tú me lo pidieras algún día…. – dijo, sin apartar la vista. – Haría cualquier cosa que me dijeras…
- ¿Si? – Interrogó picara.- ¿y si te pidiera que me hicieras el amor ahora mismo?
No hubo más que hablar, ese tono seductor en su voz le provocaba enormemente y la petición era una a la que sin duda jamás se negaría.
- "Nuestro matrimonio nunca llegó"– Pensó Inuyasha. Caminaba a paso cansino por las áreas verdes a las afueras del hospital.-
Sentía el peso de la culpa martillarle el cerebro ante los recuerdos, todo parecía tan dolorosamente difícil de aceptar, desde el hecho de no poder volver a discutir con ella hasta la idea de no poder besarla y hacerla suya cada vez que quisiera. Además, no dejaba de dar vueltas a la idea de haber adelantado el matrimonio ¿Qué importaba tanto preparativo? ¿Qué importaba la maldita fiesta? si tal vez ella podría estar ahí en esos instantes, junto a él, saliendo de un lugar que no fuese precisamente un lúgubre hospital, sonriéndole, arrastrándole por el parque como si todavía tuviesen dieciséis.
Suspiró frotándose la frente con los dedos y dirigió su pausado caminar hasta la enorme raíz de un árbol y se sentó. Hacía meses uno de sus mejores amigos; Koga, le había preguntado el porqué no intentaba recomenzar con su vida.
- ¿No lo has pensado? – Insistió con cautela tratando de que sus palabras no ofendieran al joven enfrente. – Quizás debieras darte una nueva oportunidad ¿no lo crees?
- No lo creo. – Contestó secamente cambiando de mala gana la televisión que ni siquiera estaba interesado en mirar.
Koga resopló inquieto. - ¿Es que no entiendes que estamos todos preocupados por ti?
- ¿Que no entiendo? – La mirada de Inuyasha de pronto lanzaba chispas de rabia. Alzo una ceja con expresión sarcástica. - ¿y se puede saber quién demonios me entiende a mí? – Vociferó de pronto azotando el control remoto contra el suelo.
El otro lo miró con lástima. – Todos entendemos como debes sentirte…
- ¡Claro que no entienden! – Estalló levantándose del sofá. – Nadie lo entiende, nadie lo sabe…
- ¡Si te entendemos Inuyasha!
- ¡Basta! - Lo empujo violentamente haciendo que Koga se golpeara contra la pared. El chico de ojos celestes lo miró con asombro y algo de miedo.
- Creen saberlo, pero no tienen ni la menor idea… ni tú, ni Sango, ni Miroku, ni Ayame…- tomó aire y afirmándose la cabeza con ambas manos se sentó nuevamente en el diván.- No saben lo que se siente, no saben lo que es tener viva y a la misma vez muerta a la persona que amo… – Suspiró amainando la rabia que sentía pero dirigiéndole a Koga una mirada inyectada en rencor. - …Y tampoco entienden cuando digo que no daré un solo paso atrás, porque es lo que siento, lo que quiero… Seguir así, frustrado por la vida o como ustedes prefieran llamarlo…
…Pero a su lado…
…siempre.
Porque a pesar del tiempo que llevaba en esa condición deplorable seguía amándola como antes, seguía sintiendo el nudo en el pecho, las cosquillas, el deseo cada vez que recordaba como era pasar una noche junto a ella… y el amor, junto con la obstinación característica de su manera de ser le impedía darse por vencido hasta que la vida misma decidiera la hora y el día en que la despacharía al cielo.
Dejó que el viento le acariciara las masculinas y atractivas facciones de su rostro en el que las irremediables líneas de expresión eran el vestigio de la agonía latente en su corazón. Su pelo jugueteó con la brisa primaveral y respiró el aroma a rosas, geranios, claveles y jazmines que adornaban y daban un toque de alegría al contorno del edificio.
- Papa me ha dicho que jamás le gustó la idea de que comenzara a convivir con un hombre sin haberme casado antes…- Había dicho una mañana de otoño, acostada entre las suaves sabanas de satín mientras recibía la bandeja con el desayuno, cortesía del joven a su lado.
- ¿Y qué le dijiste? – Inquirió él un poco incómodo ante la inesperada noticia.
- Que cocinabas exquisito. – Sonrió mirando los pastelillos y tostadas con ansias.
Inuyasha parpadeó perplejo mientras sentía una enorme gota de sudor descender por su sien.- ¿Eso le respondiste? – La joven asintió llevándose una tostada a la boca.- ¿de verdad? – La joven volvió a asentir con inocencia. Él alzó una ceja y la miró desconcertado.- ¿Y qué te dijo?
- Que entonces estaba bien. – Se encogió de hombros. – Desde ahí que no me volvió a hablar sobre el tema y no dejó de darme la razón al decir que eras un gran hombre.- rió – En fin, tú sabes que mi papa esta algo chiflado…
Inuyasha solo la observó, hipnotizado por el hermoso y delicado sonido de su voz. - …y solo a una loca como tú se le ocurre darle semejante respuesta. – Soltó una sonora carcajada. - …Viene de familia parece, los Higurashi están todos chiflados.
- Si, y para preservar la especie debemos casarnos con gente tan desquiciada como nosotros. – Notificó ella levantando graciosamente su dedo índice.
Inuyasha tomó el último pastelillo de chocolate que quedaba en el plato justo antes de que ella lo hiciera y se lo echo a la boca ante su infantil mueca de desconcierto.- Me parece bastante lógico.
Se quedó ensimismado ante el recuerdo deleitándose con la visión de su cuerpo tras aquel fino pijama de algodón, haciendo pucheros como una niña. Al pasar los años nunca había perdido esa frescura que la caracterizaba, esa alegría que se reflejaba en sus ojos que hacían que la vida volviese a tener sentido cada mañana en la que estresado se levantaba para ir a trabajar. Esos ojos con los cuales a menudo se quedaba extasiado.
Le fascinaba también la manera en era capaz de tomar su aliento y fundirlo con el de ella cada vez que lo besaba. La manera en que era capaz de amarlo y entregarse a él sin reservas. El modo en que sonreía. La manera en que lo sorprendía ante sus respuestas tan incoherentes y a la vez tan significativas. La manera en que le hablaba y movía sus labios para reprocharle algo.
Todo. Absolutamente todo en ella lo cautivaba.
- No veo el sentido de ponerse celoso con algo tan poco importante. – Espetó una chica de larga cabellera azabache repleta de rebeldes bucles. Vestía falda verde y camisa blanca. El uniforme de las alumnas del colegio Santa Midorico.
- No estoy celoso… - Masculló sin mirarla, la verdad era que si lo estaba pero el orgullo le negaba admitirlo. Estaban en el patio del colegio durante el receso, alejado del resto de sus amigos que reían sonoramente persiguiéndose uno al otro.
- ¿Entonces por qué…?
- Es que no entiendo porqué permites que el idiota de Miroku llegue y te tome en brazos sabiendo lo pervertido que es. Además, creo que hace rato que te tiene ganas…- Escupió con rabia el muchacho vestido con la misma camisa y pantalones grises.
Ella abrió los ojos asombrada. – No sabes lo que dices…
- ¡Feh! ¿no me crees? ve y pregúntaselo. No podrá negarte que siempre anda mirándote de manera depravada y… - Recibió una gran cachetada que le impidió seguir arrojando veneno, y ahí lo comprendió. ¿Qué estupideces decía? ¡Miroku era su mejor amigo!
- Te amo… - dijo la chica con voz temblorosa- … pero eres un imbécil, Inuyasha.- y se alejo de él.
Inuyasha la observó hasta que se perdió de vista dolido ante sus palabras. Suspiró derrotado. – "Se que me amas" - pensó tras admitir para sí que realmente los celos le habían nublado el raciocinio. - "...y se que soy un imbécil…"
Su voz acongojada fue como espinas que le atravesaron el pecho y la garganta. Odiaba cuando ésta transmitía miedo, tristeza o decepción, sobretodo si él era el causante de eso. Por suerte, esa vez lograron arreglar sus diferencias el mismo día, dos horas después cuando por fin la hora anunciaba el término de las clases. Aún sentía el alivio que lo embargó una vez que ella lo perdonó.
Sonrió.
Observó como un mechón de cabello resbalaba tras su oreja y caía en su cara tapándole la visión. Estaba mal cuidado, opaco, seco. Jamás se preocupó por cuidárselo durante toda su vida sino hasta después de una de las primeras citas que tuvieron…
- Te pagarían bastante bien por ese pelo si un día decidieras cortártelo y venderlo.
- ¿Huh? – En ese entonces no estaba tan acostumbrado a los repentinos cambios de conversación en ella y el comentario le había sorprendido. Sintió como su rostro se arrebolaba ante la insistente mirada que ésta le dirigía a su cabello atado en una coleta baja.- ¿por qué lo dices?
- Porque es realmente hermoso – Sonrió la joven mirándolo con una amplia y brillante sonrisa.
Inuyasha se sonrojó por completo y desvío su mirada. – ¡Feh! Me has dado una gran idea, quizás algún día me falte algo de plata y me lo corte, estaría bueno.
- ¿Estas loco?! no te atrevas a hacerlo...– Bueno ¿para que daba ese tipo de información si no? Lo vio sobresaltarse. – Amo tu pelo… - dijo y este notó con gracia como el fulgor subía a sus mejillas haciéndola ver hermosa bajo las tenues luces del restaurante.
-
¿Solo mi pelo? – Preguntó con algo de valor a pesar de estar más
rojo que una amapola.
-
Y al dueño, claro. – Ella estaba tan o más avergonzada.
Desde
aquella vez que intentaba cepillárselo a diario y preocuparse más
por el.
A
veces solía mirarse al espejo con algo de espanto al verse
cepillando sus largos cabellos como una chica, asustado ante la idea
de que Miroku o sus otros amigos en la escuela lo vieran en tan
"amanerada tarea"
- "Sin duda estas enamorado de esa niña…" – Solía decirse y resignado seguía con dicha labor.
Sonrió mirando irónicamente el mechón de cabello que aun descansaba frente a sus ojos sin querer darse la molestia de quitarlo. ¿De qué servía ahora mantenerlo decente? La verdad es que poco le interesaba hacerlo si ella ya no estaba ahí para tenerlo entre sus pequeñas manos y acariciarlo como solía hacerlo antes.
- ¡Inuyasha! – Un gritó lo sacó de su ensimismamiento y dirigió su vista rápidamente en su dirección. Era Kaede, que venía corriendo tan rápido como sus pies se lo permitían. De inmediato abrió desmesuradamente los ojos y se levantó asustado.
- ¿Qué sucede?! – Inquirió corriendo la poca distancia que los separaba.
- Inuyasha… - la mujer tenía los ojos llorosos y sentía que el corazón se le saldría del pecho ante la carrera. Sumado a eso, la emoción apenas la dejaba hablar. – E-Ella… Oh, Dios…Ella…
Inuyasha sintió que la sangre se le helaba de pronto temiendo lo peor.
- Ella…
- ¿Ella qué? ¡Dios mío Kaede, habla de una vez! – Vociferó, histérico.
- Inuyasha…
Tomo aire por última vez:
- …Kagome ha despertado...
-
Fin Capítulo I .-
