El autor y propietario de Owari no Seraph es Takaya Kagami.

Yo soy meramente una fan que hace esto por diversión sin ningún fin de lucro.


Ahí estaba él, tan callado e inexpresivo como siempre. Solo observándola en completo silencio con esos ojos azules tan misteriosos. Bueno, a ella no le disgustaba, era su rutina diaria después de todo. Observarse el uno al otro por horas en la sala del trono.

¿Qué quién es él?

Pues su preciado perro claro está; aparte de sus títulos como tercera progenitora y reina, él es su más preciada posesión.

Solo eso, una posesión, una mera herramienta; el medio para alcanzar su objetivo. Solo eso y nada más...O por lo menos así solía ser.

Desde el principio había sido más que condescendiente con él, con un pobre niño desamparado que acababa de perderlo todo por culpa de un despreciable y asqueroso vampiro como "aquel"...De todos modos eso ya era agua pasada y no era de relevancia para ella.

La primera vez que lo vio, él yacía medio muerto en un gran charco de sangre en el suelo, mutilado y ahogándose en su propia sangre...Él, el único Serafín que quedaba en Sanguinem. Automáticamente, la existencia de ese niño humano se había vuelto tan valiosa para ella como el oro para los humanos durante la gran fiebre del siglo XIX; uno más del ganado pasó a ser del interés personal de la mismísima reina.

¿Qué hizo ella?

Muerto no le servía de nada, así que lo salvó. Aunque si le preguntaran a él, quizás diría que lo maldijo para la eternidad.

Le dio de beber su sangre para salvarlo. Era la primera vez que hacía algo tan vulgar y bajo como convertir a un humano, pero ese no era un humano cualquiera.

Ordenó que lo llevarán a la sala del trono y que le trajeran algo de beber para el recién convertido.

Desde su gran trono observó expectante las acciones del niño de doce años. Él se negaba a beber sangre porque eso lo convertiría en un monstruo. La cosa que más odiaba...en un vampiro.

Ella entendía el porque se reusaba, pero le parecía ridículo que tratara de negárselo a si mismo por más tiempo. A esas alturas ya debería haber comprendido que para él ya no había vuelta atrás, era un vampiro, no completamente, pero vampiro al fin y al cabo. Él ya no pertenecía con los humanos...Pero tampoco pertenecía a los vampiros. Ahora era de ella, solo de ella y de nadie más. Absolutamente ningún otro ser tendría poder sobre él.

En vista de que no bebería sangre humana; decidió ofrecerle la de ella en su lugar.

Él se negó, pero al final el deseo por consumir ese elixir carmesí fue más fuerte. Bebió directamente de su muñeca sangrante, sellando así un pacto que duraría para la eternidad.

Después de eso, ella le ofrecería su sangre regularmente para calmar su sed.

Con el tiempo descubrió que era realmente divertido y gratificante el adiestrar a una mascota, como ella lo llamaba; habían momentos cuando la desafiaba, pero siempre terminaba cediendo ante ella. Esa era la mejor parte, cuando se rendía sabiendo que no le quedaba más que obedecer a su dueña. Era lo que más disfrutaba.

Durante cuatro años, lo educó y le enseño a comportarse propiamente, y sobre todo, le dijo acerca de los horribles experimentos sostenidos por los ambiciosos humanos. Esto ocasionó que él odiara a los humanos con la misma intensidad que a los vampiros; lo convirtió en su sirviente de confianza, con quién compartió uno de sus más grandes secretos...el plan que guardaba con tanto recelo.

Él había dejado de ser un niño, ahora era un joven apuesto de dieciséis años. En su opinión personal, su mascota era un espécimen de gran calidad. Con suaves y dorados hilos adornando su cabeza, su fragancia tan exquisita como la sangre, ojos penetrantes y tan azules como el cielo, una hermosa piel blanquecina, su rostro con facciones finas, pero masculinas, y su contextura física que no estaba nada mal; el hecho de nunca haberlo forzado a convertirse por completo había válido la pena en más de un sentido.

Su preciado perro también tenía un aire de grandeza a su alrededor, sería lo que los humanos llamarían en sus relatos un príncipe o un adonis proviniente del cielo. Ciertamente un espécimen hermoso y digno de elogios. Como su dueña, se sentía muy complacida.

Lo único es que su hermoso perro no sonreía amenudo o escasamente lo hacía, siempre portaba una expresión parca. Ella pensó que era mayormente por el hecho de sentirse culpable por la muerte de los otros huérfanos a los que consideraba como familia en manos de "aquel", y sabía que en parte también era culpa de ella debido a que lo condenó a vivir entre los seres que más odiaba en el mundo.

¿Quizás también la odiaba?...Si lo hacía, no lo culpaba.

Pero aunque tengan diferencias, el perro y su ama tienen también cosas en común.

Una de ellas es que tanto él como ella sentían un gran y profundo desagrado hacía "aquel", un asqueroso vampiro peliplateado. Esa cosa era repugnante y detestable para ambos; lamentablemente, ella no podía deshacerse de esa asquerosidad sin resultar sospechosa para el consejo. Así que por ahora debería soportarlo, claro está que podía herirlo y atormentarlo cuando quisiera, ese era su único consuelo.

Le alegraba que su mascota compartiese su opinión en ese asunto. Y más sabiendo que ésto le aseguraba que él solo le era leal a ella y que obedecería todas sus órdenes sin objetar. Claro, a menos que éstas involucraran algo que perjudicara al hermano del muchacho.

Aah~...Ese es uno de los pocos defectos de su mascota...Su obsesión con ese chico humano al que llama hermano.

Pero bueno, ese muchacho pelinegro también era de interés para ella, es el otro Serafín después de todo, así que no era tan malo que su perro lo buscara tan desesperadamente. Lo dejaría manejar ese asunto a él.

Sinceramente, con el tiempo su hermoso perro se había vuelto muy especial para ella; seguía siendo una herramienta, sí, pero no solo eso, con el tiempo desarrolló un profundo afecto por él. Incluso, aunque no lo fuera a admitir, disfrutaba cuándo él bebía directamente de su cuerpo en sus momentos de desesperación por la sed; eran ambos, placenteros y gratificantes. Como adoraba esos momentos en los que lo sentía tan dependiente, devoto a ella, dónde podía confirmar que solo iría con ella cuando más lo necesitara.

¿Qué si era posesiva?

Por supuesto que sí. Él solo le pertenecía a ella.

¿Si le gustaba?

Mmm, quizás, no iba a negar que se sentía muy atraída a él, que lo adoraba tal y como era y que se preocupaba por su bienestar.

Sí. Podría decirse que le gustaba y mucho.

Si todo salía de acuerdo al plan y ambos sobrevivían, quizás podría vivir con su adorada mascota otra vez, pero no como ama y perro sino como rey y reina...mmm~, eso seria maravilloso.

La pregunta es, ¿qué pensará él sobre ella?