Había sido un día largo y duro, en especial para Morello. Al fin parecía haber aceptado el hecho de que Christopher no la quería, lo cual era un gran paso.

Nikki la contempló tumbarse hecha una bolita y poner la cabeza en su regazo. Sonrío y acarició su pelo. Era como una muñequita, pequeña y bonita, siempre sonriente. Le gustaba más de lo que llegaría a admitir. Una parte de sí misma se rebelaba contra ese hecho, ella era Nikki Nichols, no le rendía cuentas a nadie. Pero luego Lorna la miraba con aquellos ojos negros y dulces, llenos de vida, y la desmontaba. Tenía esa forma única de ver el mundo a través de los ojos de un niño que la hacía sentir ternura, y eso no lo había sentido antes. Lorna sin querer había cazado a la rompecorazones de Lychfield.

Lorna se acomodó en el regazo de Nikki. Al final resultaba que Christopher lo decía en serio. No quería saber nada de ella. Pero Nikki había dicho que la tenía a ella. Y era verdad. Desde que había entrado en la cárcel, la había ayudado y enseñado como vivir. O sobrevivir, mejor dicho. Era buena con ella. Y aunque había sido dura con ella, ahí estaba, después de todo. Quizá si la quería, después de todo. Le encantaba pasar tiempo a su lado. Y siempre la hacía reír. A veces buscaba involuntariamente entre la multitud los desordenados rizos ámbar de Nikki y se sentía más segura al encontrarlos. Porque Nikki estaba ahí, y cuidaría de ella.

-¿Nikki?- llamó sin levantar la cabeza de su regazo.

-¿Mmm?

-Te quiero- susurró antes de dormirse.