Hola a tod s, hoy traigo una adaptación de una historia que me parece muy dulce.

ADVERTENCIA: Es una adaptación bastante libre y si han leído esta historia antes esperen cambios drásticos hacia el final.

Lexa Woods iba silbando mientras subía la colina.

Se encontraba en la cima del mundo y no se hubiera cambiado por nadie más. Flame, su perro border collie, se volvió para ver si lo requería, pero Lexa estaba de descanso, relajándose del extenuante ritmo de vida. Flame echó a correr, una veloz figura en blanco y negro que contrastaba con la roca gris y la escasa hierba, atraído por un rastro de zorra que serpenteaba por la ladera.

Lexa sonrió cuando miró al perro. Flame era el mejor collie que había tenido, un amigo inteligente, estable y sensible de seis años de edad. Lexa conocía bien a su perro y el perro conocía a su ama. Aunque estuvieran descansando, Flame se mantenía alerta; volteaba constantemente a ver a Lexa y se aseguraba de no perderla de vista nunca.

Lexa se sentó a comer el almuerzo sobre una roca redonda. Era una mujer fuerte, de piel curtida por el viento que soplaba sin cesar en las colinas. El cabello color miel se prolongaba hasta la mitad de su espalda. Los ojos verdes eran más expresivos que el resto de su rostro y, con frecuencia, delataban sus sentimientos, aunque sus palabras rara vez los revelaran.

Ahora veía hacia abajo con satisfacción. La dehesa más grande de su granja estaba llena de ovejas con sus corderos. Varias tenían trillizos, y habían más mellizos que nunca. Y ninguna de sus ovejas había perdido corderos este año.

Miró en dirección de su cabaña, protegida del viento por la ladera. Esa cabaña había sido parte de High Hollows, la granja de su padre, pero Gustus Woods la regaló a su hija junto con la mitad de sus tierras. Gustus quería tomar la vida más tranquilamente, aunque nunca dejaría por completo de trabajar en su propiedad. Había nacido y crecido en una granja y moriría en un establo, como decía algunas veces con su risa fuerte y espontánea.

Era una vida agradable.

En toda la montaña crecían árboles oscuros que se extendían hasta el lago, donde la arena brillaba como plata bajo la luz del sol, y el agua azul formaba un arroyo hacia el mar. A lo lejos se veía una isla, ensombrecida por las nubes, con la ruinas de un viejo castillo recortadas contra el horizonte. Corrían historias terribles sobre aquella isla, de hombres que salían en la oscuridad en sus barcos para atacar la tierra firme, dejando tras de sí leyendas de destrucción y cuentos donde los fantasmas lanzaban alaridos y lamentos por las noches.

Las nubes pasaban con rapidez, seguidas por un viento estrepitoso. No había rastro de las lóbregas historias en las piedras que brillaban a lo lejos. Lexa hubiera querido saber pintar, poder registrar los cambiantes colores de la tierra, ponerlos en tela para poder mirarlos en las oscuras noches de invierno, que caían tan rápido y lo dejaban encerrado entre cuatro paredes, añorando los espacios abiertos.

Volvió a mirar a sus campos. Los corderos retozaban, sus cuerpos eran pequeños y musculosos, duros como la roca, rebosantes de salud. Se perseguían y saltaban, jugaban a morderse el rabo y, de pronto, recordaban que eran bebés y que mamá no estaba cerca. Entonces corrían en círculos, balando, y sus madres respondían a las agudas voces con notas más graves. Lexa no se cansaba de contemplar los reencuentros, de ver cómo cada madre reconocía a los suyos. Los corderos se prendían de la ubres plenas de leche y movían alegremente sus pequeñas colas.

La primavera era lo más importante para Lexa. Nunca podría trabajar en un escritorio, ni participar en ocupación alguna que no implicara el nacimiento de una vida nueva. Además, era buena en lo que hacía, su granja no envidiaba a ninguna otra de la región.

Flame regresó, exhausto y jadeante, y se echó a los pies de Lexa. Levantó la cabeza, con las orejas agachadas en señal de sumisión, pidiendo una caricia. Lexa le dio una palmadita. El perro estaba en su mejor momento: su abrigo era nuevo porque acababa de mudar pelo -el negro brillante, y el blanco, tan limpio como el vellocino de un cordero recién nacido- ; tenía las orejas levantadas y alertas, y los ojos de brillaban de avidez.

Flame ya era campeón por derecho propio. Lexa lo había entrenado para pruebas nacionales e internacionales, y juntos ganaron el Trofeo de los Granjeros. Recientemente, Lexa incluso había tenido el honor de ser invitada a un programa de televisión de perros extraordinarios. Lexa pensaba que tenían buenas oportunidades de ganar el trofeo de la televisión que dicho programa otorgaba.

Aquel sería un año memorable. Costia Rivers, la prometida de Lexa, regresaría del extranjero en otoño. Los planes para la boda estaban avanzados. Ya tenían un día y hora, y habían hecho la lista de invitados, y Maddie, la madre de Lexa, trabajaba en el vestido para Costia que era digno de una reina. Sólo había un pequeño problema. La madre de Lexa no se sentía del todo bien, aunque nadie sabía exactamente por qué. Pero todos los planes le ayudaban a olvidar su mala salud.

Costia era morena, menuda y elegante; su cabellos negro rizado le coronaba el rostro como una nube oscura, y sus ojos negros nunca dejaban de sonreír. Era hija de un granjero, pero daba clases en la escuela local, y este año le habían ofrecido ir en intercambio a una escuela en del otro lado del Atlántico. La boda había sido planeada para la primavera, pero era una oportunidad demasiado buena para dejarla pasar. Lexa insistió en que fuera, y la ceremonia se pospuso algunos meses para dar a Costia esa oportunidad única en su vida.

Lexa llevaba en el bolsillo la última carta de Costia. El leerla hizo que la recordara vivamente. La cabaña de Lexa, conocida por el nombre de The Nunneries por haber sido construida sobre el terreno de un antiguo convento de monjas, casi estaba lista para recibirla. Lexa y su padre trabajaron en ella todo el año, en sus ratos libres y con ayuda de los empleados de la granja. A la vieja construcción original de piedra, con dos habitaciones arriba y dos abajo, le agregaron, dos cuartos, un baño y un dormitorio. Hicieron un corredor que llevaba a la gran lechería, que transformaron en una cocina moderna. Convirtieron el viejo granero en estancia larga y baja, con ventanas que dominaba las colinas. en las tardes podrían sentarse ahí a disfrutar del atardecer y de las nubes doradas sobre las montañas, mientras el sol se ocultaba tras las Islas Hébridas entre franjas brillantes de colores. Al caer la noche verían la tenebrosa neblina que ocultaba el castillo y escucharían el canto de las lechuzas.

De pronto, Flame se mostró impaciente, se levantó y empezó a mover la cola, porque sabía que era hora de volver a la granja. Lexa se levantó también, a regañadientes. Silbó al perro para que lo siguiera de cerca y caminó colina abajo.

Cuando llegó a la casa, el teléfono estaba sonando. Levantó el auricular y escuchó la voz de su madre.

¿Lexa? Discúlpame, querida; no me siento muy bien. Papá está en la subasta para el ganado y le prometí recoger de la carnicería la carne para descongelar. Pero no tengo ánimos para conducir. ¿Tendrías tiempo de recogerla por mí?

Lexa no tenía tiempo, pero dijo que sí. Podría ver a los corderos más tarde. Siempre había uno con ramos de espino y puntas de zarza enredadas en el pelaje por tratar de atravesar o saltar arbustos. Era como si criara Houdinis en miniatura. Necesitaba tener ojos en la nuca, pero Flame compensaba dicha carencia.

Al salir se detuvo un momento en la verja a conversar con Raven Reyes, la mecánico del pueblo. Raven paseaba una cachorrita golden retriever. Era juguetona como todos los cachorros y trató de morder la cola de Flame; éste, por dignidad, se puso fuera de su alcance.

¿Qué piensas de ella? - preguntó Raven, deseosa de que Lexa la elogiara, aunque ya sabía lo que iba a decir.

Lexa dio a la perrita una suave palmada y sonrió.

Deberías conseguirte un perro de verdad -dijo-. Ya sabes, a mí me gustan los collie. Nada se les aproxima. No aceptaría ningún otro perro como regalo.

Cada quien tiene sus gustos. No tiene caso tratar de convencerte. Siempre fuiste testaruda. Por cierto, te compro a Flame al precio que quieras. - dijo de manera divertida, sabiendo bien la respuesta.

Nadie podría pagarme lo que vale - respondió Lexa. Hizo una señal a Flame y éste, sabiendo que tenía que cuidar la casa, se fue a echar al peldaño de la puerta.

Raven siguió su camino con la cachorra retriever bailoteando a su lado. Lexa los miró y sacudió la cabeza. Raven no aprendería jamás a manejar un perro. Nunca lograba que la obedecieran. Siempre se le revelaban.

Subió a su vieja y pesada camioneta, un modelo clásico, que le servía para traer y llevar las cosas de la granja. Se dirigió colina abajo, consciente de que Flame la veía marcharse. No le gustaba quedarse en casa.

Lexa conducía con mucho cuidado, previniendo problema, siempre atenta para anticipar los movimientos de los demás. Se concentraba en el camino, sin dejar que nada la distrajera. Cuando llegó a su destino la carne ya estaba lista, y el carnicero le ayudó a acomodar la carne en la parte posterior del vehículo.

La miró subir.

Estás muy orgullosa de tu camioneta, ¿verdad? Es toda una veterana.

Claro que sí. Pero ya debería cambiarla. El otro día tuve problemas con los frenos, pero Raven Reyes la revisó y no encontró ninguna falla grave. Me da algo así como mala espina, es todo. Nos vemos.

Puso en primera velocidad la transmisión y arrancó el vehículo. Los niños estaban saliendo de la escuela y corrían jugueteando por la calle del pueblo. Redujo la velocidad para dar la vuelta y bajar por la pendiente frente a la escuela. Un auto salió del patio escolar y Lexa piso el freno.

No sucedió nada.

Tomó el freno de mano y tiró de él con fuerza, pero la pendiente era demasiado pronunciada y la camioneta no se detuvo. Vio los rostros de los niños por la ventana del pequeño automóvil que tenía delante. Vio la mueca de terror de la conductora que trataba de acelerar, pero Lexa supo que ella no alcanzaría a librar su camioneta.

Dio un giro al volante.

Sin frenos, la camioneta patinó fuera de control y acabó por estrellarse contra una pared, con un estruendo que recorrió toda la calle. La joven madre se cubrió la cara, temblando.

Lo último que Lexa escuchó fue el grito de un niño.

Después todo fue oscuridad.