Capítulo 1: "Forks"
BELLA´S POV:
Diez años.
Unos miserables…diez-MALDITOS-años, en lo que yo llamaría un paraíso a mi entorno. Odiaba tener que irme. Pero claro, algo como yo no podía quedarse en un lugar por más tiempo que el indicado, no sin levantar sospechas entre la gente.
Bufé y tecleé a velocidad inhumana en mi computadora, las teclas sonaban en protesta por la fuerza que ejercía sobre ellas. A este paso tendría que reemplazar la tercera laptop del mes, y ya no estaba para las jodidas coqueterías de los tíos de la tienda Apple.
"Vamos Bella, no te alteres, sabes cómo reaccionas cada vez que es la hora de partir. Solo cuenta hasta tres"
Hice lo que mi conciencia aconsejaba y suspiré tendidamente, sin la necesidad de antes llenar mis pulmones con aire. Me separé un poco de la pantalla y miré al vacío con aburrimiento.
Antes de sumirme en mis pensamientos, pensé que demonios, lo mejor sería presentarme al imaginario ser que me escucharía regodearme en la desdicha de mi penosa existencia. Reí amargamente. Estaba segura de que, si Dios fuera real, le encantaría presenciar mi tragedia, no por nada él había sido partícipe de la creación de mi especie.
Él, o el diablo. Bah, ¿a quién le importa? Al final el resultado de mi misteriosa procedencia sería el mismo.
Mi nombre es Isabella Marie Swan, y tengo diecisiete años, o más bien es la edad que aparentaba. Siendo precisos, tenía unos buenos cien años encima, pero una de las ventajas-o mejor dicho maldiciones-de ser como yo, es que aparento ser joven cuando no lo estoy y parezco una humana común y corriente, cuando en realidad no lo soy. Diablos, era lo último que podría describirme.
Pero mi aspecto no llamaba a sospechar lo contrario. Medía un promedio común de 1.67, mi cabello era largo y castaño, y mi tez pálida, al igual que los de mi tipo. Si podía mencionar algo fuera de lo común, sería el color especial de mis ojos, producto de mi estricta forma de vida.
A la vista humana puede que tuviera un aspecto un tanto…escandaloso. Muy pocas veces lograba pasar desapercibida en lugares públicos, bien sabía que cuando el ojo humano captaba algo fuera de lugar, su atención se detenía en ese algo. Y nosotros, los que usualmente éramos grandes distracciones, por esa misma razónhabíamos desarrollado la habilidad de ser escurridizos y precavidos.
O al menos la mayoría.
Resoplé al ver en mi destartalado librero la copia de Bran Stoker que había conseguido en algún paraje de mi vida. Era una manera muy interesante de representarnos, digo, el monstruo era un romántico, y a la vez un demonio vivo. Una pesadilla andante en las oscuras y solitarias calles de la antigüedad. Un solitario vampiro.
Y como la solitaria vampira que era, estaba aislada del mundo en una humilde casita de un piso, situada en Toronto, Canadá.
Mi escondite era pequeño, y podía llegar a ser asfixiantemente enano. Pero esto no significaba que fuera lo único que pudiera costear, la explicación era simple: lo ostentoso no era lo mío, prefería las cosas que fueran de bajo perfil.
Además, no es como si pudiera darme el lujo de tener una jodida mansión playboy en cada parte que viviera. Vampiro, ¿recuerdan?
Así que, sí. Me encontraba en la limitada sala de estar, en ese incómodo sofá de resortes saltados, buscando lugares en Estados Unidos con los requisitos que necesitaba para vivir, y las condiciones claro, que consistían en general:
Lugares donde no acostumbrase a salir el sol. Al solo vistazo de luz solar sobre mí, bien podrían utilizarme como una bola de discoteca. No, no era un chiste de mal gusto. Aunque si le veían el lado positivo, era mejor que desintegrarse hasta las cenizas.
También debía haber bosques frondosos con animales porque, ¡sorpresa, sorpresa! Esa era mi fuente de alimento ¿Irónico, no es así?
Después de una traumática experiencia en el primer año de mi nueva vida, busqué formas alternativas de alimentarme sin lastimar lo que alguna vez fui. La idea de los animales me surgió en la desesperación de la sed, una noche perdida en alguna parte de las montañas de Holanda.
Estaba revisando sitios cercanos a Washington cuando la tan maldita y conocida quemazón en la garganta volvía. Gruñí de aborrecimiento, porque mierda… estaba sedienta, tanto que podría beberme un zorrillo.
¡JA! ¡Diablos no! Luego de la última vez dudaba en volver a considerar a esas horrorosas bestias como alimento. Era un hecho, estaba eternamente marcada por esos animales. Tampoco es como si hubiera una manera de olvidarlo, nuestro cerebro estaba diseñado para recordar cada ínfimo detalle de la nueva existencia, hasta los más denigrantes.
"¡Esto es un asco!"
Me levanté pateando la alfombra desteñida en el proceso y salté por la ventana ignorando la puerta a un lado de ésta, muy concentrada refunfuñando por mis recuerdos como para utilizarla cual lo haría un humano. La verdad es que yo solo la cruzaba cuando necesitaba sentirme un poco normal.
Mi 'cena' consistió en unos pequeños venados que merodeaban cerca de la choza donde vivía, y media hora más tarde volví a plantar mi trasero en el jodido sofá. Debía encontrar hoy mi elección del próximo búnker donde viviría.
Una hora de búsqueda después, creí haber encontrado algo. El enunciado resaltaba entre todas las otras opciones, tenía que significar algo.
Finalmente, pensé con alivio.
El lugar se llamaba Forks, un pequeño pueblo de la península de Olympia, cerca de Seattle, con 3190 habitantes. Fui a las imágenes del satélite, y mostró un hermoso paisaje que no tenía nada qué envidiarle a Toronto.
Sonreí con satisfacción ¡Era justo lo que buscaba! en el fondo me extrañó no haber dado con ese sitio antes, después de todo era uno de los lugares más nublados del país. Y no era la primera vez que vivía en Norteamérica.
Pensé en la posibilidad de seguir buscando. Pero, qué diablos, el pequeño pueblo me dio una buena primera impresión.
Entonces está decidido, me dije a mí misma. No servía de nada darle vueltas al asunto, a estas alturas de mi existencia… No debí pensarlo dos veces.
Apagué mi laptop para tumbarme boca arriba en el sofá. Que cómodo, pensé sarcástica. Sí, el objeto para ser odiado por mí, ese día, era ese sofá salido del mismísimo basurero.
Cerré los ojos, repasando la cantidad de veces en las que he tenido que borrarme del mapa al cumplir los diez años en cada sitio, y volví a preguntarme, tal vez por millonésima vez ¿A dónde me llevaría todo esto? ¿Qué caso tiene? He estado siguiendo el mismo protocolo durante los últimos cien años, sobreviviendo, y a la vez esperando algún cambio interesante en mi vida. Si es que se le podría llamar vida a esto.
Mi aburrimiento era tal, que me pillaba considerando con frecuencia, y muy seriamente, enterrar mi cabeza bajo tierra. Sí, como los avestruces, en busca de algo entretenido allí abajo.
Bufé, reprochándome por mis ridiculeces. Enredé mis dedos en mi cabello y fruncí el ceño divisando las telarañas invisibles del candelabro que colgaba del techo contra todas las leyes de la gravedad. Joder, estos eran los momentos en los que me daba cuenta que vivía en una pocilga, tal vez debería buscar algo nuevo en Forks, un cambio no me vendría nada mal.
—Bueno… —Musité, buscando el lado positivo de todo esto—. No tengo nada que perder.
Suspiré y con mi rapidez inhumana me moví de mi lugar.
Y tal vez no debí haberlo hecho. Porque hoy, la gravedad tampoco se encontraba de mi lado.
—¡Ugh, mierda! —¡Genial! no habían pasado ni cuatro días desde mi última caída y como una torpe en todo el sentido de la palabra, tropiezo con la estúpida alfombra.
La parte más humillante fue volver a caer en el sofá, el cual se partió en dos.
Gruñí entre los escombros y resortes del susodicho, ¡¿por qué esto solo me sucedía a mí?! ¡Se suponía que los vampiros eran ágiles! pero claro, yo, Isabella Swan, no lograba ni siquiera ser buena en esto. Mamá siempre dijo "la mala hierba nunca muere" y con esa frase me refiero a la torpeza de mi vida humana haciéndose presente en esta otra vida.
De todos modos, odiaba ese mueble.
Volteé a ver el, o lo que quedaba de ese sillón y le saqué la lengua infantilmente.
"Bien Bella, es definitivo, tu locura y falta de vida social ha hecho que te burlaras de un objeto inanimado"
Necesitaba salir más, o en el peor de los casos hablar con alguien.
Suspiré, y decidiéndome por olvidar lo que había pasado segundos atrás, me levanté lo más dignamente posible para ir a recoger mis cosas, usando todo mi control para no tirar la alfombra fuera y bañarla en gasolina.
El estrés se había hecho un espacio importante en mi vida diaria. Ya de por si era el peor enemigo de una humana. Yo ya no encajaba en esa especie, pero seguía comportándome como una completa perra cuando el sentimiento se apoderaba de mí.
Con una sola maleta logré guardar todo lo que tenía de vestimenta. Mi ropa era escasa, tal vez porque nunca me gustó andar empaquetada de ella, ¿Qué vampiro lo vería necesario?
Antes de cerrar el bolso me vestí con una remera blanca de manga corta, sudadera verde oscuro, vaqueros ajustados y converses negras. Simple y de bajo perfil.
Terminé de empacar mi pasaporte y demás documentos esenciales, libros, reproductor de música, laptop. Y cuando tuve todo organizado por necesidad, acomodé mis pertenencias en mi tesoro más preciado:
Mi mini Cooper. Puede que sonara algo materialista, pero era un amor que iba más allá de mi control, y yo no era una obsesiva en cuanto al modelo de mi medio de transporte, si por mi fuera me iría corriendo a cualquier parte y llegaría cinco veces más rápido.
Pero cuando lo vi por primera vez me robó el aliento. Era tan único, tenía personalidad y además era pequeño y rápido. Una de las pocas cosas que aun lograban emocionarme era la adrenalina apoderándose libremente de mí cuando me exponía a altas velocidades detrás del volante.
Una razón más para intentar buscar algo nuevo con que divertirme este año, aunque ir a un pueblo aislado totalmente del mundo, con la intención de vivir allí, no era un buen comienzo.
Me senté en el asiento del conductor y memoricé el camino hacia Forks en un santiamén. Acomodé mis lentes de sol y calculé los galones que necesitaría, según lo pensado me esperaban cinco días de viaje. Era una locura si lo pensaba un humano, viajaría desde Canadá hacia el Norte de Estados unidos después de todo, lo que serían dos semanas de viaje en auto, sin contar las paradas para dormir, comer y satisfacer otras necesidades humanas.
Ayudaba en sobremanera el que algo como yo no durmiera ni un poco. No sería un problema. Decidí que haría pequeñas paradas para recargar el tanque y en casos de urgencia cazar algo ameno. Encendí el motor y miré sobre las gafas oscuras mis ojos dorados devolviéndome una mirada llena de expectación por lo que me esperaba en Forks.
—Muéstrame algo bueno, Washington.
