Prólogo. Todo empezó, por supuesto, por un Pokémon.

Cuando el timbre del recreo sonó, Jake se despertó sobresaltado. Pidió en voz baja que el profesor Johnson no se hubiese dado cuenta de que se había dormido durante su clase mientras sus compañeros se levantaban de sus pupitres para dirigirse a la puerta del aula. Por supuesto, se había dado cuenta, pero antes de que pudiese empezar a gritarle corrió él también hacia el pasillo. Luego le caería una buena bronca, pero ahora había algo más importante que hacer.

Y tanto, su amigo Derek Hammill y él llevaban dos semanas coleccionando cromos de Pokémon, si bien en ese momento parecía que habían sido dos años, y hoy era el día en el que unos cuantos chicos de las clases de su curso se iban a reunir para intercambiarlos. En el patio había una zona, detrás del campo de fútbol, en el que las chicas no solían ir. Era el sitio perfecto para reunirse sin que les espiaran.

Derek y él se dirigieron corriendo hasta allí. Habían tenido muy buena suerte con los cromos que habían comprado y tenían una buena selección de Pokémon legendarios repes, además de tres Pikachus. Bueno, no será legendario, pero se vendería muy bien igualmente. El objetivo era un latios que había desaparecido misteriosamente del mazo de los amigos hace algunos días. Con un poco de suerte, alguno de sus compañeros tendría uno de sobra.

- Corred, he oído que los del grupo B han salido antes y han empezado ya- gritó Thomas Davies adelantándoles. Derek apresuró el paso sin mediar palabra. Se trataba de un niño especialmente alto para su edad. A diferencia de otros, su crecimiento acelerado le había sentado muy bien, y todas las chicas del curso estaban coladas por él. Jake, por su parte, era uno de los más bajos de su curso, pero a cambio era el más rápido y siempre era el que metía más goles cuando jugaban al futbol. Eso le había otorgado una fama, en opinión de Jake muy merecida, que le hacía igual de irresistible para las chicas, con el punto adicional que otorgaba la admiración del colegio de primaria al completo.

Pero no todo era perfecto, ese curso había aparecido un niño nuevo en su clase que había despertado la atención del colegio entero. Se decía que sus padres eran millonarios y que tenían negocios por todo el mundo. Los pocos afortunados que habían tenido la oportunidad de ir a su casa se habían pasado varios días contando cada detalle en el colegio. La amistad de Scorpius era, sin lugar a duda, lo más deseado por los compañeros de Jake y, como buen famoso, Scorpius no la daba fácilmente. Sea como sea, lo más importante por el momento es que los padres millonarios de Scorpius le habían comprado un mazo de cartas magistral, y ese era el objetivo.

- Tíos, llevamos como una vida esperando, sentaos de una vez y empecemos- Dijo Roger Taylor, un chico de la otra clase, cuando hubieron llegado.

- Nosotros queremos un latios- anunció de primeras Derek.

-Tío-dijo Jake en voz baja- ¡pero no les digas lo que queremos o nos costará más!

-Pues yo he visto que Scorpius tenía uno. -Ese era Charlie Wilson, uno de los afortunados amigos del niño nuevo- ¿Verdad Scorpius?

-Mmm pues si…pero no está en venta, me ha costado mucho conseguirlo.- dijo secamente.

-Eso es que no lo tienes-dijo Jake, intentado provocarle -tus padres pueden haberte comprado un montón de sobres que si no te sale, no te sale.

El intento de Jake consiguió el efecto esperado, y Scorpius comenzó a buscar el latios en su mazo. A Jake no le cabía ninguna duda de que lo tendría. Es decir, cuando llegó a Inglaterra, Scorpius parecía llegado de un mundo completamente diferente. ¡Nunca había oído hablar de los Pokémon! Y, hablando de cosas realmente serias, ¡ni siquiera sabía jugar al futbol! Y eso que en Francia el futbol gusta más que en Inglaterra…Pero había tardado muy poco en ponerse al día, y ahora sabía tanto de Pokémon y futbol como el que más, es decir, Jake. Que les hubiese suplicado a sus padres que le comprasen un cromo de cada Pokémon, parecía bastante razonable.

Cuando Scorpius encontró el latios, Derek ofreció la primera puja, pero nadie la oyó.

- ¡SERÁS IMBÉCIL! ESE ERA MI LATIOS, MALFOY-gritó indignado Jake.

Inmediatamente se lanzó contra Scorpius con la intención de partirle la cara, un poco como había visto que hacían en las películas. No terminó de darle la primera patada cuando Scorpius le empujó para la dirección contraria. Jake cayó dolorosamente contra el suelo, se dio un golpe en la cabeza y, aunque -estoy bien, enfermera Moore, se lo juro por lo que más quiera- acabó en la enfermería. La única parte buena es que, como él fue el peor parado, la bronca le cayó a Scorpius. Pero joder, eso significaba que el rubio del bote ese había podido con él. Y Jake siempre ganaba las peleas, tío, siempre.

Las cosas no mejoraron tras el recreo. El profesor Johnson castigó a Jake al día siguiente tras las clases y encima tuvo que aguantar como todos sus compañeros se interesasen por él y le preguntasen a cada segundo si estaba bien, poniendo en evidencia que le habían dado una paliza. En opinión de Jake, las cosas estaban yendo muy, muy mal, y la culpa era de ese Malfoy, que había alterado el orden natural de las cosas. En cuanto a Scorpius, ese día no volvió a clase.

...

- Te digo que era mi cromo, Derek, siempre marco los legendarios por atrás para identificarlos rápidamente- la voz de Jake sonaba algo preocupada en el camino de vuelta a casa. Derek y él eran vecinos, eran lo que los padres de Jake llamaban amigos íntimos por obligación. Los padres de ambos habían sido amigos desde jóvenes, se habían mudado en casas contiguas y habían tenido hijos únicos de la misma edad. Claro que luego nació la hermana de Derek, pero es solo un bebe, así que no es un problema, por ahora.

- ¿Me estás diciendo que no cabe una mínima posibilidad de que te estés equivocando? ¿No crees que a Malfoy le costaría menos que sus padres le comprasen cien cartas hasta que saliese el latios antes que robarte la tuya? Es decir, solo la llevamos una vez al cole, y pasaron días desde entonces cuando la perdiste…-Derek, alto, guapo, la voz de la cordura.

-Mira, lo de la carta fue raro. ¿Pero qué me dices del empujón?

-Pues que te empujó, tío, te empujó.

-Ni siquiera llegó a tocarme. Malfoy no es como tú. Él es de los que huyen cuando vas a pegarles. No solo no tiene fuerza para empujarme como lo hizo, sino que no tiene las agallas. - Jake sabía que lo que estaba diciendo era imposible, pero realmente sentía que había sido así. No recordaba que Malfoy llegase a tocarle, simplemente salió disparado hacia el lado contrario.

- ¿Podemos dejar de hablar de Malfoy ya? Nos empezamos a parecer a la gente de clase…

A Jake le pareció extraño que su amigo dejase pasar una oportunidad tan jugosa de poner verde a su enemigo número uno, pero cambió de tema a las posibilidades de Inglaterra de seleccionarse para la Eurocopa de ese año. Lo extraño del día, sin embargo, no se le olvidó, y nada más terminó de comer subió corriendo a su cuarto a buscar la carta desaparecida. No que no lo hubiese hecho ya, pero esta vez decidió tomar medidas más drásticas y mover todos los muebles. Ni rastro de ella.

...

Jake no había caído en ello hasta que fue demasiado tarde.

El profesor Johnson le había castigado, por supuesto, y al día siguiente tras el final de las clases se dirigió a la sala de castigo comiéndose apuradamente el bocadillo que su madre, muy enfadada, le había hecho a toda prisa esa misma mañana al enterarse de que -Sí, mama, me han vuelto a castigar por quedarme dormido en clase- y de que– No, mama, no me quedo dormido porque no duerma bien en el colchón nuevo, me quedo dormido porque me aburro soberaaanamente en clase.

Al entrar en la sala de castigo, Jake cayó en la cuenta, finalmente, de que si pegas a un compañero, te castigan. Y ahí estaba Malfoy, sentado ridículamente recto, y recibiendo las miradas indiscretas de dos chicas de un curso por debajo de Jake. Esas miradas deberían de ser suyas, joder.

Al cabo de media hora de un aburrimiento infernal, cinco batallas entre romanos y alienígenas dibujadas en su cuaderno de estudio e innumerables miradas de profundo odio hacia el pupitre de Scorpius, Jake decidió mandarle la nota más enigmática que se le pudo ocurrir. "Se que el Latios era el mío, cabrón malnacido hijo de puta. No sé cómo lo has hecho pero era mío, imbécil de mierda".

Scorpius no se inmutó, siguió concentrado en el problema de matemáticas con el que llevaba la media hora. Poco antes de que la hora finalizase, le dedicó una mirada seria y descarada antes de guardar el libro y el cuaderno en la mochila y salir el primero de la clase. Quizás eran imaginaciones suyas, pero también había algo de curiosidad en aquella mirada.

...

Resultó ser que varios días después de aquella sesión de estudio obligado, Maia, la madre de Jake, encontró la ya celebérrima carta toda mojada y rota en el fondo de la lavadora. Y tras una bronca acerca de por qué hay que revisar los bolsillos de la ropa cuando la metes en la lavadora, se acabó el misterio. Por entonces, junio ya estaba acabando, y pronto no habría más clases aburridas ni insoportables niños de pelo hiper rubio rondando por los alrededores de Jake. La perfección.

Con el correo de ese día llegó la revista semanal, Game Boy!, a la que Jake estaba subscrito, y eso le pareció razón suficiente para salir un rato a la casa de Derek a mirar juntos los videojuegos que saldrían aquél verano. Apenas había cien metros entre las dos casas, una distancia perfecta para correr durante veinte segundos y llegar sin estar todavía cansado a la puerta de su amigo.

La familia de Derek, los Hammill, tenían visita ese día. Una pareja de apariencia bastante agradable estaba sentada en el sofá de la sala de estar, mientras que el señor Hammill les ofrecía pastas y la señora Hammill ponía una elegante música jazz en el reproductor de audio. Derek se encontraba en la sala de al lado, sentado enfrente del televisor jugando al Mario Paper con un niño de aparentemente unos diez años y otro un poco más mayor, de doce o trece. Sesión de juegos sin Jake, la mañana empezaba bien. Y no es que no le molestase no conocer ni siquiera a esos dos niños, que parecían tan amigos de Derek, sino que encima parecían imbéciles. El mayor tenía cogido el mando del revés. Santo cielo. Y el pequeño apretaba los botones todos juntos, como si pensase que así pasarían más cosas.

Estaba cabreado con Derek sí, pero la bronca le llegaría más tarde, primero había que analizar a esos dos idiotas. Su amigo le había ofrecido algo incómodo un sitio junto a él en el sofá. "Pues que se incomode lo que quiera" pensó Jake "eso por no haberme invitado".

-Estos son James y Albus Potter, amigos de mis padres. Quiero decir… que sus padres son amigos de mis padres. -El juego estaba en pausa, y los hermanos Potter se habían levantado para saludarle, aunque no sabían muy bien si tenderle la mano o no. "Como lo hagan se las reviento". Lo más raro de todo es que parecían curiosos cuando le miraban, como si fuese una especie en extinción o algo.

A lo largo de las dos partidas que echaron antes de que los hermanos desistiesen definitivamente, Jake no dejó de acordarse en todo momento de Scorpius. Había algo parecido en ellos. Como si fuesen de otro mundo. Es decir, ¿qué niño de diez años que se precie no sabe jugar a videojuegos? Se apostaría a su madre a que Malfoy tampoco sabía.

A media mañana, a la hora de la merienda, cuando Jake le comentó a Derek que la carta desaparecida por fin había aparecido, los hermanos Potter preguntaron educadamente que qué era eso de los Pokémon. Bueno, se lo preguntaron a Derek, no a Jake. Su amigo empezó a contar torpemente lo que eran. ¡Cómo resumir en una frase lo que son los Pokémon! Y fue entonces cuando Jake no pudo resistir más.

-Derek, deberías presentarles a tus amigos a Malfoy, son aún más raritos que él. -Y si le han oído, que le oigan. Ya bastante tiene con preocuparse de lo que piensen de él los niños normales como para empezar a preocuparse por los raritos.

-¿Te refieres a Scorpius Malfoy?- Preguntó James de repente muy interesado.

Derek intentó tomar nerviosamente el mando de la conversación y les dijo a los Potter, en voz de advertencia, que – seguramente se trata de OTRO Malfoy porque el Malfoy que nosotros conocemos se acaba de mudar a Londres.

Jake, que conocía a su amigo desde que nació, se dio cuenta que ahí pasaba algo, y decidió seguir con la conversación, costase lo que costase. Al fin y al cabo, ¿cuantos Scorpius existirían en Inglaterra?

-Sí, ese mismo. Es un niño super rubio, sus padres son millonarios y si te descuidas te miran con cara de asco, los muy idiotas. ¿Entonces le conocéis no?

Pero la conversación se acabó allí, porque los padres de Derek irrumpieron en la sala bastante agobiados, como si les fuese la vida en acabar con esa conversación, y pusieron excusas poco convincentes sobre por qué era hora de que Jake se volviese a casa.

...

-Jake, por lo que más quieras, no me lo paso mejor con ellos que contigo. Nuestros padres son muy amigos, y cuando vienen de visita me toca quedarme con ellos. Vamos, ¿es que no les has visto? Más paletos y no nacen…- Eso último animó bastante a Jake. Eran unos paletos, definitivamente. Hoy mismo la familia Potter se había hecho acompañar por los padres de Derek para visitar los museos más importantes de la ciudad. Parecían especialmente interesados en las obras "egipciológicas" del British Museum, como el propio Albus las había llamado.

-De acuerdo, te creo. Pero es que me dio la sensación de que les conoces mejor de lo que quieres que yo crea, tío. -Se encontraban tirados en el césped de la casa de Derek, aprovechando que estaban solos. Hacía ya una semana desde que los Potter se habían instalado en Londres, donde tenían su segunda residencia. Desde entonces, era normal encontrarlos pululando por la casa de los Hammill, siempre atentos a los movimientos de Jake, como si su mera presencia les pusiese nerviosos.

-Mira, lo que pasó el otro día fue raro. Es mucha casualidad que conozcan a los Malfoy, y más teniendo en cuenta que se acaban de trasladar desde Francia, pero es solo una casualidad, te lo juro. -Derek, siempre tan sereno, parecía sincero. Jake le creyó, posiblemente porque, entre todas las personas cercanas a él, Derek era el único en el que siempre había podido confiar. Ciegamente.

En ese mismo instante la puerta de entrada de la casa se cerró, y los Hammill y los Potter entraron en la vivienda charlando animadamente.

-Nunca antes habíamos visto un museo muggle. Supusimos que, si a los críos no les interesan los mágicos, no les interesarían estos.- Las palabras de la señora Potter se interrumpieron ante el codazo que le dio su marido. Habían visto a Jake y Derek caminar hacia ellos para recibirlos.

-Quizás es mejor que nos vayamos- dijo apresuradamente el señor Potter. Nos vemos mañana para… bueno, ya sabéis.- Y sin más, cogieron de la mano a sus hijos, a Albus y a Lily, la pequeña, pues James solo se había quedado en Londres dos días, y salieron de la casa.

El ambiente se volvió de lo más incómodo. Jake lo había oído, y mientras lo escuchaba, había sentido muchísima confusión. Estaba claro que hablaban de un tema que él no controlaba, como cuando sus padres comentaban el telediario sin explicarle absolutamente nada. Que existiesen museos mágicos, es decir, museos de magia, parecía razonable, y luego estaba esa palabra que no había entendido, muggle, que desarticulaba cualquier teoría que él pudiese formar acerca del significado oculto de aquel comentario. Lo que realmente le pareció a Jake raro fue el comportamiento de esas dos familias al conocer que les había escuchado. Todo eso lo pensó tranquilamente en su habitación cuando hubo vuelto, porque en aquel momento, solo tuvo pensamientos para salir lo más rápido que pudo de esa casa. Esa gente, y su propio mejor amigo incluido, escondían algo.