Serie de historias cortas Helsa y Kristanna, intercaladas y basadas en los prompts de la Tabla Ilusoria de la comunidad 30 vicios.
Disclaimer: Ni Frozen ni sus respectivos personajes me pertenecen, pero mientras a Mickey no le importe que se los tome prestados para hacer de las mías, me seguirán viendo en esta y otras de mis locuras. :P
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Un viaje inofensivo puede terminar de muchas maneras, a excepción de que te dirijas hasta la ciudad del pecado. Y para cierta rubia y cierto pelirrojo, los problemas estaban a punto de comenzar después de una noche de borrachera y unas cuantas palabras que en realidad no querían pronunciar... ¿o sí?
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Historia I
Prompt: Palabras prestadas
Género: Comedia/Romance
Palabras: 3,270
Rating: T (vocabulario fuerte y situaciones sugerentes, más no explícitas).
Palabras prestadas
Un molesto rayo de sol se coló por la ventana molestándole a través de sus párpados cerrados. Con un quejido, Elsa se removió entre las sábanas. La cabeza le martilleaba y se sentía como si un camión le hubiera pasado por encima la noche anterior. ¿Qué había sucedido como para que amaneciera así?
Con esfuerzo, sus grandes ojos azules se abrieron para encontrarse en la amplia cama king-size de la suite de ese lujoso hotel de Las Vegas, donde recordó, habían llegado el día anterior para hospedarse junto con su hermana, su novio y el molesto mejor amigo de este último. Sus pupilas vagaron a lo largo de su figura semi-cubierta por las sábanas y se abrieron con espanto al reconocerse desnuda.
Junto a ella, completamente tapada por los cobertores, otra persona dormitaba profundamente. El corazón le dio un vuelco.
"Oh Dios mío, por favor no", rogó para sus adentros al tiempo que destapaba a su acompañante de un tirón y empalidecía bruscamente al reconocerlo. Cabello rojo como el fuego, rostro moteado por pecas y un cuerpo perfectamente torneado que se hallaba en el mismo estado de desnudez que ella.
Su palidez se transformó en un bochornoso rubor en cuanto sus ojos viajaron como por inercia al sur de su anatomía…
—¡Maldita sea!—gritó con horror, provocando que el pelirrojo se despertara con violencia y se incorporara sobresaltado.
Su expresión consternada se transformó en una molesta al verla y después, en una tan asustada como la suya al darse cuenta de la situación.
—Oh, maldita sea—musitó lívido.
—¡Yo lo dije primero!—espetó Elsa y entonces ambos intercambiaron miradas de odio.
Ni cortos ni perezosos se apresuraron a salir de la cama, envolviéndose con sendas sábanas para tapar su desnudez y avanzar a trompicones por el dormitorio en busca de su ropa, la cual no lograron encontrar.
—¡¿Qué demonios pasó aquí?!—bramó Hans—¡¿Qué carajo pasó?!
La rubia, viendo que su acompañante se encontraba tan amnésico como ella, entornó los ojos y abrió las puertas de la habitación de par en par.
—¡Anna!—gritó, dirigiéndose a la espaciosa sala de estar que había afuera.
En el lujoso sofá de cuero de la estancia, una muchacha pelirroja dormitaba boca abajo, con sus piernas encima del acolchado mueble y medio cuerpo en el suelo. Sus ronquidos impactaban contra la alfombra y el corto vestido verde oscuro que portaba la noche anterior estaba todo torcido.
—¡Anna!—exclamó la blonda poniéndose de pie junto al colorado justo detrás del sofá—¡Despiértate, condenada ebria!
La aludida soltó un chillido y terminó por caerse al suelo completamente, desde donde se volvió a verlos. Un montón de collares de cuentas de colores colgaban de su cuello y su cabello, que hasta hacía algunas horas lucía un perfecto alisado, estaba en todas direcciones. Su maquillaje se había corrido y mostraba dos manchones oscuros en sus ojos.
—¡¿Dónde estoy?!—preguntó desorientada.
—¡Estamos en la suite! ¡Y ahora mismo me vas a explicar que fue lo que sucedió anoche y porque desperté con este animal—su hermana señaló a Hans con desaire—en la misma cama!
—¡Esta mañana tampoco está siendo un lecho de rosas para mí, estúpida!—repuso él con el mismo tono de voz.
—¡No me hables, imbécil!
—Oh chicos, lucen terribles—comentó Anna observándolos con ojos desorbitados.
Ambos tenían unas tremendas caras de resaca y el pelo desordenado, además de que el maquillaje de Elsa se hallaba tan corrido como el suyo. Definitivamente había sido una buena noche.
—¡¿Qué pasó anoche?!—exigió saber la albina con fuego en los ojos.
Anna se puso de pie y se llevó una mano a la barbilla, pensativa. Entonces recordó…
El grupo de jóvenes había viajado hasta la capital del pecado para relajarse y pasarla bien. Cualquier capilla de Las Vegas además, le parecía propicia a la pelirroja para unirse de una vez por todas con su novio, tras tres intensos años de relación. Ninguno de los dos quería una boda ostentosa, de modo que aquello les venía bien.
Por eso y a pesar de que Elsa no se había mostrado muy convencida con la idea, había apartado boletos de avión para el primer vuelo hacia Nevada y una lujosa suite en un hotel de cinco estrellas.
La generosa cuenta de ahorros que le había concedido su padre podía permitírselo.
Poco después la entusiasmada colorada abordaba el avión junto su hermana, Kristoff y el mejor amigo de este con rumbo a Las Vegas. La rubia y el pelirrojo serían sus testigos, aunque había convenido con su novio que lo mejor sería mantenerlos bajo control debido a lo mucho que se odiaban.
La ciudad en medio del desierto, con sus flamantes casinos y sus luces despampanantes, lucía como el paraíso la tarde en que arribaron. Casi de inmediato todos concordaron en visitar uno de los clubes nocturnos más populares de la zona.
O casi todos.
—Ese lugar va a estar reventar de gente—atajó Elsa—y para que lo sepan, todavía no me parece la idea de que se casen en una vulgar capilla de por aquí. ¿Qué clase de persona hace eso?
—¿Y qué es lo que propone Su Majestad entonces?—inquirió Hans con velado desdén.
La muchacha lo fulminó con los ojos.
—Eres tan remilgada—le espetó el cobrizo—, no te divertirías ni aunque te estuvieran apuntando con una maldita pistola. ¡Aflójate un poco, reina de hielo!
—¡Tú no sabes lo que podría o no podría hacer! ¡Y en cualquier caso ni siquiera te estaba hablando a ti!
—Oigan, no peleen aquí—les pidió Anna tratando de calmar la situación, en tanto el rubio a su lado ponía los ojos en blanco—, ¡vamos a divertirnos! ¡Anímate hermana!
Elsa le dirigió a Hans una última mirada de desprecio antes de que se pusieran en marcha. ¡Le demostraría a ese idiota que estaba equivocado! Esa noche iba a olvidarse de sus escrupulosas costumbres y a pasarla bien, costara lo que le costara.
La música y la algarabía inundaban cada rincón del club a donde los cuatro ingresaron. Los muchachos pidieron un par de botellas de licor y la celebración no tardo en arrancar.
Tanto la albina como el colorado no paraban de echar chispas por los ojos cada vez que sus miradas se cruzaban, ajenos a los cariños que se hacían sus acompañantes. Media hora y un par de copas después, ya se habían soltado unos cuantos comentarios ácidos el uno al otro.
Una hora y media botella de licor más tarde estaban enfrascados en una acalorada discusión. Para cuando la botella se había terminado pasado otro largo rato, los dos se besaban apasionadamente, olvidando cualquier rencilla pasada y todo atisbo de decencia.
Kristoff observó tan pasmado como su novia, la manera en la que su amigo devoraba los labios de su cuñada, sentada sobre su regazo. Había tanto apuro en sus movimientos, que juraría que faltaba poco para que tumbara a la joven allí mismo en la mesa y comenzara a desvestirla.
—Viejo, ustedes definitivamente tienen la relación más disfuncional y enfermiza que he visto entre dos personas—habló, desconcertado e igualmente ebrio—. ¡Qué demonios!—depositó su vaso de alcohol de un golpe en la mesa—¡Ustedes son quienes deberían de casarse! ¡Son el uno para el otro!
Anna festejó sus palabras con un chillido emocionado y dando aplausos con las manos.
¡Una boda entre su adorada hermana y Hans! En aquel instante, esa parecía la conclusión más lógica y razonable de todas. Su novio tenía ideas tan brillantes. ¿Qué más daba que les cedieran sus lugares a ellos, si eso significaba hacerlos felices? Bien podían esperar un poco más pero aquella misión, en el nombre del amor y de todo lo sagrado, no.
Tanto Elsa como su nuevo amante se mostraron repentinamente encantados con la propuesta, ya el alcohol en sus venas haciéndoles más efecto que nunca.
Muy risueños, los cuatro amigos salieron del lugar arrastrándose los unos a los otros, decididos a comenzar con los preparativos del inesperado enlace. No transcurrió demasiado tiempo antes de que localizaran una capilla para tal propósito.
El juez Weselton, encargado de oficiar las bodas exprés en aquel pequeño lugar, se encontraba a punto de retirarse cuando le anunciaron la llegada de otra pareja. Acababa de casar a un par de gays y quería marcharse cuanto antes a su apartamento a terminarse la última botella de vodka que guardaba para noches movidas como esa, en las que se preguntaba como una persona respetable como él había terminado oficiando ceremonias de una forma tan patética en ese tugurio de Las Vegas.
Pero al parecer eso tendría que esperar.
Con talante serio, el anciano volvió a ingresar a la capilla y observó al finísimo grupo de personas que tenía enfrente.
Un rubio alto y grandote, con el saco desarreglado y que llevaba de la mano a una jovencita de cabello rojizo despeinado, bastante risueña y tan pasada de copas como él. A su lado, un pelirrojo que no se encontraba en mejor estado sostenía por la cintura a una chica de pelo platinado ataviada con un ajustado vestido color perla, que parecía a punto de caerse por la cantidad de alcohol ingerido y aun así sonreía de oreja a oreja.
—¿Quién de ustedes va a casarse?—interrogó el viejecito, observando con cierta reprobación a los jóvenes.
No que no estuviera acostumbrado a ver escenas así, pero es que de verdad quería largarse cuanto antes.
—¡Nosotros!—exclamó el colorado con la voz quebrada por la borrachera—¡Adoro a esta mujer! ¡Voy a cuidarla, voy a mantenerla y voy a hacerle tantas cosas sucias esta noche que no se podrá sentar en una semana!
—Awwww—la aludida soltó un sonido enternecido ante tan apasionada y poco ortodoxa confesión, y rápidamente envolvió el cuello de Hans con sus delgados brazos para que ambos juntaran sus labios atropelladamente.
Weselton enarcó una ceja.
—Claro—masculló con sarcasmo—, ¿y quién de ustedes va a pagar?
Anna levantó su mano y buscó torpemente en su bolso, de donde sacó unos cuantos billetes de considerable denominación. Los ojos del enjuto anciano brillaron al vislumbrar el dinero y de inmediato su rostro mutó a uno más amable.
—¡Estupendo!—exclamó de manera alegre—¿Qué estamos esperando entonces? ¡Pasen por aquí!
Mientras la colorada le colocaba a su hermana un pequeño velo falso que tenían en el lugar, Kristoff comenzó a tararear desafinadamente lo que pretendía ser una marcha nupcial.
En menos de un minuto, la desalineada y feliz pareja se ubicó en sus lugares para intercambiar sus votos. Las palabras de aceptación fueron pronunciadas por su improvisado casamentero y las firmas de sus testigos puestas en los documentos de rigor. Los novios todavía reían cuando les llegó el turno el firmar.
—Por el poder que me conceden el estado de Nevada y esta capilla de poca monta, yo los declaro marido y mujer—decretó Weselton—. Puedes besar a la novia.
Los aplausos y vítores borrachos de sus amigos no se hicieron de esperar cuando el cobrizo se inclinó para abrazar a Elsa y besarla, de una manera muy poco apropiada para estar en público, pero a ninguno pareció importarle.
El anciano se retiró satisfecho por otra hora de trabajo productiva y listo para hacer su propia fiesta en casa, mientras los recién casados y su séquito salían contentos.
La noche aún era joven y todavía quedaba espacio en sus organismos para seguir embriagándose.
—Ohhhh, de modo que por eso tengo este tatuaje en el brazo—Anna miró la escandalosa frase de doble sentido que decoraba su antebrazo—. ¿Será permanente?
Las frías manos de su hermana agarraron bruscamente los collares de fantasía que llevaba al cuello, acercándola a ella para mirarla a los ojos con expresión asesina.
—¿Dejaste que me casara con este infeliz y no moviste un dedo para impedirlo?—preguntó Elsa amenazadoramente.
La colorada balbuceó intimidada por la fría actitud de la mayor.
Hans miró la alianza que reposaba en el dedo anular de su mano izquierda y sintió un escalofrío recorrerle la columna vertebral.
—Oh Dios mío—murmuró y luego miró a Anna, con sus ojos verdes abiertos de par en par—. Me cago en ti—la cobriza hizo una mueca—, ¡me cago en ti y me cago en toda esta maldita ciudad con sus casinos y sus capillas de porquería!—bramó.
—¡Anna, ¿cómo pudiste permitir que hiciéramos esto?! ¡Tú eres quien iba a casarse! ¡Tú!—la blonda la sacudió exasperadamente.
—Pero… p-pero…
—¡Nos jodiste la vida!—le reclamó Hans, tan furioso como su hermana.
—Oh vamos chicos, no desesperen, esto no es tan malo—Anna sonrió nerviosamente—. Después de todo, ustedes ya eran como un matrimonio, con toda esa tensión sexual y sus discusiones. Ahora ya pueden decir que es oficial, jejejeje…
Su risita nerviosa disminuyó cuando dos pares de ojos azules y verdes la fulminaron.
Elsa la soltó y se volvió para encarar a su flamante marido.
—¡¿Y ahora cómo vamos a hacer para arreglar esto?! ¡Estúpido!
—¡En eso debiste pensar antes de firmar por toda esta mierda!
—¡Yo no firmé sola esa maldita acta de matrimonio, imbécil!
—¡Tienes razón!—Hans escaneó con su mirada toda la habitación—¿Dónde está el hijo de puta que comenzó todo esto?
Como si de una invocación se tratara, la puerta de la otra habitación se abrió revelando a un joven de cabellos rubios revueltos, vestido solo con su bóxer, su camisa mal abotonada y unos graciosos calcetines de renos en los pies. A su rostro desvelado solo le faltaba la palabra "resaca" expuesta en todo su esplendor.
—¿Alguno de ustedes ha visto mis pantalones?—preguntó Kristoff, ignorando las miradas rabiosas de sus amigos y la asustada que lucía su novia.
Anna volteó hacia un rincón y señaló con su índice una enorme pecera que descansaba allí. En el interior y encima del castillo de coral falso que habían puesto para los peces, se podía distinguir la prenda por la que preguntaba su pareja.
¿Cómo habían llegado los jeans del blondo allí adentro? Era un misterio que probablemente jamás conseguirían resolver, ni era importante en ese instante.
—Maldición, eran mis favoritos—murmuró Kristoff antes de que una mano le hiciera darse la vuelta bruscamente.
—¡Infeliz, todo esto es tu culpa!—profirió Hans.
El rubio se deshizo de su agarre y lo empujó. No hacía falta preguntar a que se estaba refiriendo; su laguna mental de la noche pasada no era tan grande. De hecho recordaba detalles muy interesantes de la improvisada boda.
—¿Quiénes eran quienes decían anoche que se amarían para toda la vida y envejecerían el uno al lado del otro?—preguntó de manera cruel y socarrona.
—¡Nosotros no pudimos decir esas cosas!—exclamó Elsa—¡Esas palabras jamás saldrían de nuestras bocas! ¡Nos odiamos!
—Pues no era lo que parecía ayer—replicó Kristoff cortantemente y con una sonrisa torcida en el rostro—. Y ni si les ocurra culparnos por esta mierda, porque nadie les puso una pistola en la cabeza para firmar esa ridícula acta de matrimonio. Ustedes tortolitos, dijeron "sí acepto" delante del juez y su patético peluquín. Así que no me vengan con sus cosas ahora.
La blonda se llevó las manos a la cabeza con desesperación, sin recordar nada de aquello. Al menos no con claridad. Lo único de lo que podía acordarse era de las manos grandes e insistentes de Hans en torno a su cuerpo y los besos furiosos que ella le devolvía, mientras caminaban enredados por la suite y se abrían paso hasta la habitación. Solo hacer memoria hacía que se sintiera ruborizada y que experimentara un extraño y placentero calor en su vientre, algo que definitivamente no podía ser.
Así como tampoco podían ser los votos que torpemente habían pronunciado en el altar de aquella capilla de quinta, ni las borrachas declaraciones de amor que habían compartido a lo largo de la noche. No, ese tipo de discursos no saldrían de ellos y mucho menos para dedicarlos al otro. Eran palabras que habían pedido prestadas tan solo por un momento irracional y que realmente no les pertenecían.
—¡¿Y qué se supone que vamos a hacer ahora?—inquirió el pelirrojo bruscamente, tan alterado como ella y sin dirigirse a nadie en especial.
Eso. ¿Qué iban a hacer? No podían jugar a los recién casados cuando la verdad era que se odiaban, ¿o no? Aquello era cosa seria y Elsa no estaba lista ni quería compartir su vida con un tipo como él… no quería, ¿verdad?
—¡Esto es tu culpa, idiota!—exclamó, buscando desquitar toda esa confusión que sentía.
—¡¿Mi culpa?!—los ojos verdes la miraron con furia contenida.
—¡Sí! ¡Por insistir en ir a embriagarnos a ese antro de mala muerte! ¿Sabes lo que eres? ¡Un maldito estúpido y un vividor! ¡Eso es lo que eres!
Hans la miró con la sangre hirviendo. ¡Cómo le gustaba esa mujer cuando estaba enojada! La pálida piel de sus mejillas se encendía de una manera adorable y tal y como estaba en ese momento, con sus orbes azules brillando de enfado, el pelo completamente revuelto y la sábana envuelta alrededor de su esbelto cuerpo, se veía condenadamente sensual. Además de que por alguna extraña y enferma razón, en el fondo le encantaba cuando le hablaba sin ningún respeto; era la única chica que se atrevía a hacerlo.
¡Qué ganas tenía de ponerla en su lugar y darle lo que se merecía en la cama! Teniendo esto en mente, se aproximó hasta ella, sigiloso como un león a punto de atacar a una gacela indefensa y le habló desafiante, a muy pocos centímetros de su delicado rostro.
—¿Por qué no vuelves a esa maldita habitación y arreglamos este asunto como se debe?
La estaba desafiando. Elsa se sintió estremecer y adoptó un semblante peligroso. Ese sujeto se iba a enterar de lo que era capaz.
Airada, anduvo hasta el dormitorio con él pisándole los talones y lo último que vieron sus acompañantes, fue la puerta cerrándose de un portazo antes de que algunos gritos resonaran desde adentro. Se escuchó un golpe contra la pared, pero estaban seguros de que no era porque se estuviesen agrediendo, sino por una situación distinta. Y muy íntima.
—Creo que esta vez sí metimos la pata—murmuró Anna, jugueteando con un mechón despeinado de su cabello y una expresión nerviosa.
—Y una mierda. Esos dos ya se traían ganas desde antes, van a estar bien—le aseguró su novio.
—¿Tú crees?
—Por supuesto, tanto como que conozco a ese par mejor que la palma de mi mano—afirmó él—. Se gritarán un poco, se acostarán y pelearán un poco más antes de aceptar la realidad. Pero créeme, no van a recurrir al divorcio exprés ni aunque se les pase por la cabeza. Nop, esos dos se van a quedar casados para el resto de sus absurdas vidas. Aunque vivan peleando como perros y gatos.
—Oh, ya veo—los ojos de la pelirroja brillaron y junto sus manos con emoción—, entonces hicimos algo bueno, ¿verdad, Kristoff?
—Yo no sé si sea bueno exactamente, pero supongo que era inevitable—dijo el aludido encogiéndose de hombros—. Ahora dejemos a la feliz pareja y vayamos a vaciar el buffet. Esta resaca me está dando hambre.
—¡Quiero waffles!
Ambos salieron de la habitación una vez que la colorada se hubo lavado el rostro y el muchacho puesto unos pantalones, haciendo como que no escuchaban los nada discretos gemidos que provenían de la habitación de la suite, junto con el inconfundible sonido del bamboleo del colchón.
Definitivamente ese viaje no había salido como esperaban, ¿pero qué cosa lo hacía?
Nota de autor:
Hola. Bienvenidos a otra nueva producción de Frozen Fan & Co., donde todas sus perversas fantasías se hacen realidad. En esta ocasión he decidido tomar como inspiración la tabla Ilusoria de la comunidad 30 vicios para realizar esta nueva sección; algo que ya habían hecho Anielha y Butterfly Comte (extraño a esa chica) con nuestro querido ship de Iceburns y otras tablas. Normalmente uno se inscribe en ese sitio, pero creo que no les molestará que tome prestados algunos cuantos prompts para inspirarme sin hacer tantos trámites. xD
Como ven, el primer tema era el de "palabras prestadas" y bueno, surgió esta pequeña historia para justificarlo, supongo que se entendió bien. Como me gusta cuando los queridos Helsa se ponen en ese plan así todo sensual, ¿a ustedes no? :3
Ya tenía ganas de estrenar esta sección porque se me han ocurrido algunas ideas; ya saben, escribir realmente me relaja en mi tiempo libre, es una gran terapia para mí. Las historias que encontrarán aquí serán cortas, (alrededor de 5,000 palabras, creo), ya que no quiero saturarme tanto. Tampoco sé con que frecuencia vaya a actualizar, pero tengan por seguro que pienso cumplir los 30 prompts de la tabla.
La siguiente historia será un Kristanna, aunque todavía tengo que pensarla bien. Mientras tanto, espero que hayan disfrutado con esta primera entrega.
¡Nos leemos prontito, manténganse geniales! ;D
