Capítulo I : Nosotros.

Aún no había salido el sol, aunque en el Valle de Godric raramente brillaba con intensidad.

Mariam revisaba los libros de segundo de James, aquél año sería difícil de verdad, el Ministerio de Magia le había concedido el beneplácito de estudiar segundo y tercero a la vez, debido a las altas calificaciones de primero.

Sobre la mesa de la cocina de los Black, en Grimauld Place, reposaba un sobre de Hogwarts, dirigido a Isis Elisabeth Black, la niña acababa de cumplir nueve años, y el ingreso en la prestigiosa escuela de magia no se producía hasta los once años de edad.

Walburga miraba el sobre estupefacta, la mujer de lacios cabellos castaños y una hermosura inalcanzable, no daba crédito a sus ojos. Acababa de recoger el sobre de la pata del fénix de Dumbledore, imaginando que sería una clara advertencia para el degenerado de su primogénito Sirius Orion Black. De sus tres hijos, el mayor le había salido rana, entrando por su rebeldía en la casa de Gryffindor, el chico del medio, portador excelente de su noble apellido, había ingresado el curso anterior a la magnífica casa Slytherin, pero el sobre iba dirigido a la niña de la casa, su pequeño diablillo de grandes ojos azules, carita redondeada y melenita rubia, genética de los Malfoy.

La señora de la casa exigió a su elfo doméstico Kracher que le sirviera el desayuno en la cama a su marido, dejando ella misma el sobre, sobre la bandeja de plata.

Subió elegantemente las escaleras de la mansión oculta a la vista de los asquerosos muggles y abrió la puerta del cuarto de matrimonio sigilosamente. Apenas eran las siete de la mañana, pero como buena señora de su casa se levantaba a las cinco para dar las órdenes a sus criados, se arreglaba en el baño durante cuarenta y cinco minutos mientras los elfos disponían la mesa del salón para el desayuno de la familia Black, y por último ordenaba el despertar de sus hijos, concediéndoles apenas diez minutos para arreglarse y bajar impecables a la primera comida del día.

-¡Ese niño se la va a ganar!- encolerizó Orion al verse el sobre de Hogwarts.

- Cariño- dijo la señora con voz melosa- aunque no quiera contradecirte, pues seguro que Sirius hace algo, el sobre es para la pequeña damisela.

- ¿Qué?, ¿No quería ir a Bauxbatons?- apenas se acababa de despertar, su cerebro no conectaba bien la información- Walburga, Isis tiene nueve años.

- Sí amor- en plan hipócrita- pero este año el Ministerio está dando beneplácito a los sangre pura, ya era hora de que admitiesen que somos superiores a esos malditos muggles y a los mestizos, es una gran acontecimiento.

Su esposo no pudo más que sonreír, aunque su mujer hubiese sido reacia en un principio a ese pensamiento, inculcado por sus padres desde su nacimiento, lo había asimilado a lo largo de sus veinte años de matrimonio.

James se revolvió en la cama, su pelo, como siempre desordenado le daba un atractivo inimaginable. El chico se revolvió entre las sábanas, tenía la extraña sensación de que alguien tenía los ojos clavados en su cabeza. Abrió sus almendrados ojos lentamente y se encontró con el gesto sulfurado de su hermana pequeña.

-Hola Mariam- la saludó con una maravillosa sonrisa- ¿Has vuelto a tener pesadillas?.

La niña negó con la cabeza, cada noche había tenido horribles pesadillas sobre un mago tenebroso que mataba a su familia, a toda su familia.

- No lo entiendo- dijo señalando el libro abierto en sus manos de segundo- lo he practicado más de cien veces y no ocurre nada.

James le quitó el libro del regazo e intentó enfocar la vista, pero sus gafas estaban en la mesita de noche. Las agarró de un manotazo y se las puso. Su cara empalideció, con miedo demostrado en el rostro preguntó:

- ¿Con quién has practicado?

No quería conocer la respuesta, su cerebro era brillante salvo cuando se empecinaba en algo.

- Contigo, aunque no veo el resultado.

James se puso de pie de un salto y Mariam lo escaneó de arriba abajo, no llevaba ropa, el chico tiró de la sábana y se tapó pudorosamente, aquellas partes se las reservaba para su club de fans, no para su hermana.

-¿Y tus pantalones?- preguntó Mariam sobresaltada.

-¿Mis pantalones?¡Tú deberías saberlo! ¡Cien veces!- gritó el chico.

Henry Potter, asustado por los gritos de su nieto James entró en el cuarto a todo trapo.

-¿Qué pasa aquí?- preguntó al descubrir la típica pelea entre los dos hermanos, pero por favor, eran las siete de la mañana.

-¡Pregúntaselo a ella!- dijo de manera acusadora señalando histérico a su hermana con el dedo índice en su brazo extendido.

Su abuelo miró de reojo el libro que estaba encima de la cama y apuntando a James dijo: "Finite encantatem".

James notó de nuevo la tela de sus pantalones sobre su fina piel y respiró tranquilo. Para él su abuelo era y había sido siempre su salvador.

- Gracias abuelo- dijo soltando la sábana.

-Mariam- dijo Henry autoritariamente- no vuelvas a hacerlo.

A lo que la niña asintió con la cabeza, cogió el libro de la cama y se fue a preparar el equipaje para el próximo 1 de Septiembre.

La familia Black estaba reunida en la mesa del comedor. Sirius y Regulus se morían de sueño, ni en vacaciones se podía dormir descansar en aquella casa.¡Si tan solo eran las siete y media de la mañana!. Nadie decía nada, ni siquiera habían empezado a desayunar. El señor Orion Black se masajeaba las sienes fuertemente, Isis lo miraba expectante, dispuesta a saltarle a la yugular de nuevo si se le ocurría darle a sus hermanos la penosa noticia.

-Bueno, ¿Qué pasa?- preguntó el primogénito.

-¡Insolente!- le espetó su madre mientras le cruzaba la cara con una sonora bofetada.

Los ojos grises del chico se entrecerraron, pero no volvió a abrir la boca, Regulus iba a preguntar lo mismo, pero viendo la reacción de su madre cerró la boca.

Isis dio un respingo en su asiento pero Sirius le acarició la mano por debajo de la mesa dándole a entender que no le dolía.

Ella apartó la mano despacio, había tenido bastante aquella mañana con su madre como para tener que defenderse del cariño de su hermano mayor ante ella. Su madre renegaba de hijo desde que había quedado en Gryffindor, y lo llamaba asiduamente traidor a la sangre.

El señor Black levantó la mirada y con voz solemne hizo el comunicado.

- Ya que lo preguntas hijo, he de comunicaros que vuestra querida hermana empezará este curso primero en Howgarts.

-Pero…-empezó Regulus.

-Sí, le faltan dos años, pero como buena sangre limpia podrá así demostrar que es superior a los asquerosos muggles, los iracundos mestizos, y muy superior a cualquier traidor a la sangre. Estoy seguro que entrará siguiendo los pasos de su hermano favorito en Slytherin y dejará el listón de esta familia bien alto.

-¡Pero yo no quiero ir a Hogwarts!- gritó la niña de melena dorada.

- Lo se pequeña, pero sabes que no es tu decisión, igual que tampoco elegirás esposo- repuso su padre de manera autoritaria.

-Si me enviáis a Hogwarts este año- amenazó la niña- no defenderé vuestra causa, no seré la perfecta damisela, no me casaré con nadie al que propongáis y me haré amiga de los defensores a los muggles.

Sirius sabía que su hermana era impetuosa, pero no conocía esa rebeldía, por un momento se sintió orgulloso de la pequeña arpía.

Walburga la miró con el ceño fruncido.

-¡Cállate!- le espetó a escasos centímetros de su oreja.

La niña ni siquiera se inmutó, giró la cabeza hacia su madre sosteniéndole la mirada, desafiándola, para en un momento sonreír y espetar de forma tranquila, fingida.

- Me dijiste que podría elegir, que tenía derecho al ser sangre limpia, que si yo quería me enviarían a Bauxbatons, pero deben reconocer que son unos mentirosos y ojala Tom Riddle fracase en su intento como tantos otros magos tenebrosos lo hicieron en el pasado, estaría dispuesta a unirme a sus filas con tal de desbarajustarle sus planes.

Sirius y Regulus apenas respiraban, aquél comportamiento no era propio de un astuto Slytherin, no era propio de un inteligente Rawenclaw, no era propio de un conformista Huffelpuf, aquel comportamiento desafiante era el mismo que había mantenido Sirius desde su mas tierna infancia, un seguro Gryffindor, valiente y leal a sus ideas, inconformista y alocado, peligroso en cuanto a sus acciones y arrogante.

-Levántate de la mesa y sube a tu cuarto- espetó Walburga- no mereces estar sentada en la misma mesa que tu padre y tu hermano.

- No se preocupe, madre, tampoco es de mi agrado compartir mesa con tal calaña.

El señor Black apretaba los puños con fuerza, se levantó impulsivo derribando la silla en la que momentos antes había estado sentado, cogió a su hija del brazo con rudeza y la arrastró escaleras arriba hacia su cuarto. Se oyó el portazo y no se oyó nada más.