Un joven de cabello castaño caminaba tranquilamente por una calle desierta hasta un edificio. Sus ojos castaños recorrieron la estructura desde sus cimientos hasta la parte alta. Era un edificio de oficinas totalmente blanco de cinco pisos, era más ancho que alto y se sabía que era una agencia del gobierno. Decorada con ventanas de vidrio opaco para que no se pudiera apreciar el interior, este edificio daba un aspecto muerto y sin vida. El joven italiano caminó hacia la entrada preguntándose cómo había aceptado trabajar en un lugar así. Sabía que necesitaba el dinero pero, apenas era su primer día y ya quería salir corriendo. La puerta de entrada tenía tres escalones y para acceder a ella se debía pasar entre los guardias que cuidaban la entrada. Eran cuatro, dos apostados a cada lado de la puerta, fuertemente armados. Esos hombres le inspiraban un miedo terrible pero aun así, tomó valor para pasar entre ellos y entrar a la oficina.

Frente a él se encontraba una mujer de corto cabello rubio y ojos verdes, vestía un traje negro. Su blusa blanca resaltaba sobre el negro al igual que la diadema blanca que traía sujetando su cabello. Una pequeña placa metálica reposaba sobre su escritorio impecable haciéndole compañía a un teléfono, una computadora portátil y una pila de documentos. El nombre "Emma Vanderhoeven" se encontraba grabado en esa placa.

El italiano se acercó a pedir información acerca de su nuevo empleo. Con una suave sonrisa, la chica le indicó que esperara mientras ella hacía una llamada telefónica. Le preguntó su nombre, a lo que él respondió con una suave sonrisa. La persona al otro lado de la línea le dijo a Emma que lo guiara hacia una oficina. La rubia se puso de pie y le pidió al chico que la siguiera. Caminaron hacia una puerta que se encontraba en la pared detrás del escritorio de la chica que tenía un letrero que indicaba que era un armario de conserje. Feliciano se asomó por encima del hombro de la ojiverde esperando ver un pequeño cuartito con escobas y trapeadores. Grande fue su sorpresa al ver un largo pasillo que llevaba a varias oficinas. Una exclamación muy peculiar salió de su boca mientras caminaba por los largos pasillos muy sorprendido.

La belga lo guió por los pasillos donde había muchos empleados trabajando y haciendo llamadas en pequeños cubículos acomodados en filas, hasta una oficina privada. La rubia tocó la elegante puerta de madera en tres ocasiones antes de que ésta se abriera. En la puerta apareció un hombre de estatura promedio de corto cabello negro. Vestía un traje gris con una corbata azul. Hizo una pequeña reverencia frente al italiano delatando su origen oriental. Feliciano se apresuró a devolverle la reverencia. Emma se despidió con una suave risa por su acción mientras el asiático lo dejaba entrar a su oficina.

La oficina era pequeña pero muy acogedora, tenía varios libreros pegados a las paredes y en el centro de ésta se encontraba un escritorio de madera bastante elegante con una silla detrás de él y dos enfrente. El japonés le indicó que tomara asiento. El italiano se sentó sin dejar de mirar a su alrededor. Detrás del asiento del pelinegro había dos ventanas cubiertas por unas hermosas cortinas rojas. Había un cuadro japonés entre dos de los libreros de la pared, tenía escrito algo pero el castaño no entendió nada porque no sabía japonés.

-Bienvenido al Centro de Inteligencia Internacional, mi nombre es Kiku Honda-dijo su interlocutor rompiendo el silencio mientras checaba el currículo- Somos la agencia de espionaje líder en el mundo con los mejores agentes que cada país puede ofrecer. Le llamamos porque estamos reclutando nuevos agentes, personas dispuestas a dar todo por salvaguardar la seguridad internacional. Para poder entrar en una organización tan exclusiva como lo es la CII, es necesario que pase una serie de pruebas físicas y mentales. ¿Está seguro que quiere aceptar esta misión? Una vez que lo haga, ya no hay vuelta atrás.

El castaño asintió soltando un ligero ve~. El pelinegro lo felicitó por su decisión y ambos salieron de la oficina rumbo al elevador. Los empleados los miraban al pasar. Kiku apretó el botón del elevador para subir al 3er piso y las puertas se abrieron mostrando un amplio elevador. En el interior se encontraba un hombre de traje negro y lentes oscuros. Parecía ser un guardaespaldas, su cabello rubio se levantaba en picos y su aspecto era intimidante.

-Buen día, agente 104-lo saludó el japonés amablemente- ¿Cómo va todo?

El rubio se limitó a mover su mano con desdén mientras el elevador comenzaba a subir. Feliciano estaba emocionado ante la idea de ser un agente. Cuando las puertas se abrieron de nuevo, lo primero que vio el castaño fue un largo pasillo que dividía, de un lado un gimnasio y del otro una gran habitación que parecía un campo de gotcha.

Kiku salió del elevador seguido por el italiano hacia el campo de gotcha. En el centro de éste se encontraba un hombre alto y fornido vestido con una playera negra sin mangas, unos pantalones militares y unas botas negras, su cabello rubio se encontraba peinado hacia atrás mientras sus ojos azules examinaban a los candidatos que se encontraban en una fila delante de él. Eran cinco, todos hombres, las estaturas variaban igual que las complexiones. Todos debían de tener entre 19 y 22 años. Kiku saludó al rubio llamándolo "Agente 64" y le presentó a Feliciano antes de decirle que se integrara a la fila. Estaba muy nervioso ya que él se encontraba de traje mientras que los reclutas estaban vestidos de manera deportiva.

-Mi nombre es Ludwig Beilschmidt y yo seré quien dirija sus pruebas- dijo fríamente- Debo decirles que aquí no hay favoritismos, si alguno de ustedes es hijo de un multimillonario, no me interesa saberlo. Todos al piso y hagan 20 lagartijas.

Los cinco aspirantes se acostaron rápidamente en el suelo y comenzaron a hacer lo que les habían ordenado. Feliciano llamó tímidamente al alemán diciéndole que no traía ropa adecuada, pero sólo se ganó cinco lagartijas más que los demás por no haber obedecido en el acto.

-Deben obedecer las órdenes que les de su superior justo en el momento en que se las dé, eso podría determinar si viven o mueren en una misión-dijo el ojiazul viéndolos trabajar- Cuando terminen quiero 20 sentadillas, rápido que no tenemos todo el día.

Uno a uno, los candidatos comenzaron a levantarse para hacer las sentadillas, cuando Feli terminó sus lagartijas, el resto habían terminado el otro ejercicio. Ludwig les dio armas de gotcha para probar sus reflejos y sus estrategias. El que sobreviviera, iba a tener el puntaje más alto de la prueba.

Mientras los demás practicaban, el alemán se quedó con el castaño supervisando que terminara las sentadillas. El italiano se sentía completamente agotado, las piernas le quemaban, gotas de sudor resbalaban por su frente y su respiración era muy entrecortada. Una vez que éste terminó, recibió un arma y entró al campo.

El resto de los candidatos pensaron que sería una presa fácil por lo que lo rodearon sigilosamente. Feli estaba tan cansado que no podía correr. Se quedó de pie en un pasillo tratando de normalizar su respiración. Varias armas se levantaron a la vez y le apuntaron. Los dedos índices se dirigieron a los gatillos y de pronto…

Se escucharon varios disparos simultáneos, sin embargo ninguna bolita de pintora tocó al italiano porque éste se había agachado a recoger una flor que se encontraba en el pasto. Uno de los aspirantes recibió la bala en la cabeza, su compañero en el pecho y uno más en el abdomen. El alemán los descalificó. Un castaño tomó le apuntó a Feliciano y tiró del gatillo pero se había quedado sin balas por la última descarga pro lo que tuvo que salir del juego. Solo quedaba uno

El italiano tenía hambre, quería ver la hora pero no traía reloj por lo que buscó a su último rival para preguntar la hora. Su oponente se movía entre los obstáculos buscándolo cuando de pronto lo escuchó preguntarle la hora de improviso por lo que gritó. Feliciano se asustó y le disparó en la cabeza en varias ocasiones.

Todos miraron sorprendidos al castaño que fue el último sobreviviente.


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