PRIMERA PARTE:

"Dos extraños jugadores: Hopkins Matthew & Read Li Clow".

La Época comprendida entre 1638 y 1648 durante el siglo XVII, fue de gran inestabilidad y guerras (sobre todo políticas), en toda Europa. Pero Francia e Inglaterra fueron dos de los lugares donde más se resintió. La Francia, en esos momentos bajo el gobierno del cardenal Mazarino, sucesor de Juan du Plessis (cardenal de Richelieu) , enfrentaba a sus "silenciosos" protestantes, pues gran parte de la población quería ver muerto al cardenal y que Luis XIV tomará el poder, además de enfrentar una posible guerra con España; fue entonces cuando decidieron pedirle ayuda a Inglaterra. Sin embargo la situación de la Gran Bretaña no era mejor; La rebelión de Cromwell puso a temblar el trono de Carlos I, lo cual fue a parar a la Guerra Civil en 1642. Pero estos no eran sus únicos problemas; debido a la inestabilidad política del trono, la superstición y el miedo fue creciendo y se liberó en las terribles "Cacerías de Brujas"... Y es aquí donde empieza esta historia.

Las brujas o hechiceros eran humanos malditos, corrompidos por Satanás o que tenían pactos con él. Se mezclaban con la gente normal, por lo que era muy difícil reconocerlos, pero generalmente actuaban de forma diferente a los demás y eran acompañados por animales de negro pelaje. Por fuerza tenían que ser viejos y feos, de rostros arrugados y largas narices, aunque había veces en las que tomaban la apariencia de mujeres o hombres jóvenes e inclusive atractivos, por lo que la belleza física era motivo de sospechas. Las brujas durante la noche debían usar viejas y polvorientas ropas color negro, volar sobre una escoba y siempre atentar contra la vida de los niños; los hechiceros o magos eran menos comunes, pero sí existían, debían traer largas túnicas negras y sombreros puntiagudos... O por lo menos esas eran las creencias populares.

Mientras que en el resto de Europa a los acusados de brujas (os) eran sometidos a diversas torturas y después quemados en la hoguera; en Inglaterra (donde no estaba permitido el maltrato) eran llevadas ante un tribunal y juzgados, a los culpables los ahorcaban... Pero antes tenían que hacerlos confesar que sí eran brujas (os) y para ello eran sometidas a terribles interrogatorios donde la presión sicología y las privaciones de comida, agua y sol les hacían confesar, aunque fuera mentira... Poco tiempo después se dio a conocer un método mucho más rápido: amarraban las manos y los pies a las acusadas y las arrojaban a un lago, si salían a flote eran culpables, pues estaban recibiendo ayuda de Satanás o eran demasiado malvadas y el agua las arrojaba fuera de sus profundidades, si la mujer no salía a flote era inocente, pero ya era demasiado tarde porque tendría que ahogarse. Este método fue impuesto por el más célebre cazador de bujas: Matthew Hopkins.

Claro esta que sí había brujas y hechiceros pero jamás llevaron a la horca a alguno de ellos; eran demasiado asuntos cómo para dejarse atrapar. Además su apariencia y tipo de magia no corresponde a las ideas que los aldeanos de los pueblos tenían. Cada brujo en general vestía raro (según su rango, lugar de procedencia o Clan al que pertenecían) y usando un tipo de magia diferente; negra, blanca, astral o espiritual. La magia negra era la más común, no por malvada sino por ser de ataque; era responsabilidad de cada practicante hacia que camino dirigirla [el bien o el mal].

El más grande hechicero de la historia, que utilizaba todo tipo de magia, además de Occidental y Oriental, fue Clow Read Li, descendiente del Clan Li (Temidos por el potencial de sus miembros y la antigüedad de sus conjuros), se encontraba en esos momentos en su tierra natal Inglaterra y el destino le llevó a quedarse en Anglia del Este, mismo lugar donde estaba M. Hopkins...

*-*-*-*-*

Apenas salió el sol él ya estaba levantado, la verdad no tenía muchas ganas pero le prometió a Ella visitarla. Comenzó a vestirse conforme a la época, mientras meditaba un poco; ya había pasado casi un mes desde que regresó a Inglaterra, creyó que al volver a Anglia del Este encontraría un poco de paz y algo que llenara aquel extraño vacío, pero se equivocó. Había veces en las que odiaba ser tan diferente a la gente normal, porque ser diferente implica estar solo, y ya estaba harto de su soledad.

Frunció el ceño al mirarse al espejo, aquel sombrero negro con la hebilla dorada de un cinto no le gustaba, así que le dejó sobre la cama; recogió sus cabellos en una coleta (los llevaba un poco más abajo de los hombros), al ser lacios no le daban problemas, dio una última checada a su figura en el espejo, sonrió, tomó sus lentes y salió de la casa.

Cualquiera que lo hubiera visto caminar por aquellas calles sin pavimentar habría visto a un hombre fresco, vivo, encantador y divertido; quien lo tratara se encontraría frente a alguien que constantemente esta en el centro de atención, pero suficientemente equilibrado para que no se le suba a la cabeza; pero aquel que hablara con él y que [sobretodo] lo escuchara se daría cuanta de que es muy humano, con dudas y temores, y que se siente terriblemente solo y perdido... como todos los demás...

Detuvo su caminar frente a una gran casa, con paso lento se acercó y tocó la puerta. Momentos después esta se abrió y se asomó una rechoncha mujer de avanzada edad y piel negra, quien al ver a su visitante suspiró aliviada y le sonrió.

- Sr. Read, pase por favor le esta esperando la señorita West.-

El hombre le regresó la sonrisa al mismo tiempo que asintió. La señora abrió la puerta y le invitó a pasar. Le condujo hacia una habitación en el segundo piso; era como una pequeña sala de estar. Después la mujer tocó la puerta de la izquierda.

- Miss Anne, el joven Read Clow está aquí.-

- Hazle pasar.- Fue la respuesta casi inmediata de una jovial voz.

Una vez dentro Clow cerró la puerta. Dentro estaban dos mujeres; la una sentada en el suelo con un libro en las manos y la otra se encontraba sobre una silla mecedora. La primera, la más joven (de 17 años apenas cumplidos) se incorporó dejando en una pequeña mesita frente a la mecedora su libro. Miró a Clow con extrema alegría, el hechicero la saludo cortésmente un tanto sorprendido; la chica estaba bellamente maquillada, sus cabellos rubios estaban sujetados de tal forma que caían por su espalda desnuda en forma de cascada, traía puesto un vestido escotado con encajes blancos, de seda verde.

- Mi querida Anne West, ¿Por qué tan elegante?.- Dijo el hombre al momento de besar la mano envuelta en un guante de la dama.

- ¿Lo cree de verdad Sr. Read?.- Contesto ella con un leve sonrojo -... Me han invitado unos parientes de mi madre a una fiesta en Londres.-

- Ah!, La capital. Sin embargo hará por lo menos 3 horas en llegar.-

- Lo sé, por eso pienso salir cuanto antes... me preguntaba si usted... .- Terminó en voz baja mirando por unos segundos hacia atrás, a su compañera de cuarto.

- No se preocupe.- Agregó el mago adivinando sus pensamientos.- Yo he venido precisamente a cuidarla. Y por favor no me hable de usted, sólo dígame Clow.-

La otra mujer estaba sentada en una silla mecedora frente a un ventanal; aquella era a la que el hombre venía a ver, se llamaba Rebecca West. Era mayor que Anne por 6 años, pero una extraña enfermedad le hacía parecer mucho más grande; sus cabellos antes rubios ahora eran entre blancos y plateados, había adelgazado en sobremanera hasta quedar casi en los huesos, pero a pesar de esto, todavía conservaba su rostro de querubín. Sus ojos eran tan distantes y de un color indefinido (A veces grises, violentas o azules). Rebecca inspiraba una gran ternura a Clow.

- ¿Cómo has estado?.- Le preguntó, sabía que no obtendría respuesta; su enfermedad era algo parecido al autismo.

- "Luna" se encuentra bien... .-

Clow volteó a verla, pues la chica habló un poco golpeado, como si escupiera las palabras.

- Luna... .- Regresó la vista a la mujer . Ella era conocida en el pueblo como "Luna" por su aspecto y peculiar belleza.

Aquel día lo pasaría con Rebecca.

Por primera vez en tres semanas bostezó a sus anchas. Había estaba trabajando día y noche; matar brujas no era tarea fácil. En especial cuando él mismo tenía que preparar la evidencia en contra de sus acusados, para que el juez les declarará culpable. ¿Y qué esperaban? Las acusadas de brujas normalmente tenían enemigos en la comunidad y eran denunciados por estos. Aquella era una forma rápida y cómoda, pero algo cara, para deshacerse de las personas indeseables... Cierto que había quienes no merecían morir de esa forma tan vulgar, pero después de todo ¿Y a él que le importaba con tal de que la paga fuera buena? Tenía que admitir que la razón principal de su éxito era su crueldad.

¿Existían las brujas realmente? ¡Por supuesto que sí! ¡Él mismo, Matthew Hopkins, las había visto actuar una que otra vez! Lo más extraño era que siempre que intentaba agarrarlas simplemente se desaparecían.

Alzó la vista y vio a través del ventanal a la casa que tenía a un lado, a las hermanas West, se deleitaba observando a la más joven. Descubrió que hablaba animadamente con otra persona, parecía ser un hombre.... sí y creía saber quien era, pero luego se ocuparía de él. Dirigió sus ojos a Rebecca y frunció el ceño: algún día se desharía de aquel estorbo... ¡Solamente él podía desaparecer a todas las brujas, y Luna no era la excepción! ¡La mano divina le había uncido para aquella misión!...

Un carruaje se detuvo frente a la puerta de los West y distinguió la esbelta figura de Anne salir y encaramarse al transporte. Acto seguido la mitad del cuerpo de la joven se asomaba por la ventana despidiéndose energéticamente de las dos personas paradas en la puerta. Al momento que el carruaje avanzaba su mano se acercó a sus labios, y Anne lanzó un beso; Hopkins miró la escena intrigado y con una curiosidad creciente, estaba totalmente seguro que aquel beso iba dirigido al hombre parado junto a Hanna, ama de llaves de los West.

Clow se encogió de hombros con un visible sonrojo.

- Ni un comentario, por favor.- Le dijo a Hanna quien le miraba con una sonrisa pícara, y al escuchar aquel comentario sólo pudo reírse.

- Oh, vamos Sr. Read, la trae muerta.-

El mago no contestó y se dirigió al cuarto de "Luna". Recogió el libro que antes leyese Anne y se sentó en el suelo frente a Rebecca.

- Así que te estaban leyendo "La Cenicienta"... .-

Le sonrió con ternura mientras sacaba una baraja. A Rebecca parecía gustarle los juegos de cartas.

Comenzó a colocarlas sobre una pequeña mesa.

-¿Sabes una cosa?.- Dijo jugueteado con la "reina de corazones rojos".- Sería grandioso que dieras una orden y esta reina por poner un ejemplo saliera de la carta dispuesta a cumplirla... ¿No te parece?.-

A Clow le gustaba hablarle a Luna, sentía un gran alivio al hacerlo, pues aunque conocía a muchas personas en todo el mundo, no tenía más que un amigo: Ella. Rebecca era la única con quien compartía todo, era la única en Anglia del Este que conocía su secreto, que él practicaba la "brujería". Y estaba totalmente convencido que no lo traicionaría.

Sin darse cuenta pasó toda la mañana y la tarde con Rebecca; fue gracias a la interrupción de Hanna que se dio cuenta de que ya eran las diez de la noche Apenado se disculpó (en aquel tiempo era mal visto que un hombre se quedara tan tarde en una casa ajena, sobretodo en los aposentos de una dama), partió pues rumbo a su casa, aunque no tenía muchas ganas, después de todo, nadie lo esperaba, ni tan siquiera Danna, su ama de llaves.

Vagó por la pequeña ciudad, que más se asemejaba a un pueblo, hasta llegar al centro, donde vio a mucha gente reunida alrededor de un hombre, de castaños cabellos y piel cobriza, con un fino bigote y una escasa barba bien cuidada.

-"Escúchenme amigos míos"-Decía-"No podemos permitir que malditas criaturas, como lo son las brujas, anden entre nosotros. ¡Son adoradores de Satanás! Se revuelcan entre sus sábanas con él con tal de obtener sus poderes mágicos. ¿Qué pasaría si alguna de estas mujeres o (por que no?) hombres se nos acercan? ¡Seriamos contaminados y ya no podríamos entrar al paraíso prometido por Dios! Es por ello que debemos exterminarlos. Y nadie mejor que yo para lograrlo! Pues fui envestido por Dios para hacerlo!!.-

Y los aldeanos aplaudían. Clow movió la cabeza de un lado a otro, lentamente, en signo de gran decepción.

-"Ustedes, amigos, sólo tienen que decirme a quien creen bruja o hechicero, más una pequeña suma (para pagar mis honorarios), y yo les mostraré la verdadera identidad de aquella persona... Y nosotros, todo el pueblo, le daremos la justa muerte en la horca!".-

Nuevamente los aldeanos aplaudieron, algunos se acercaron a hablar con aquel hombre e inclusive le abrazaron: pero Clow vio con agrado como varios más se retiraban con cara asqueada.

"Bueno"-Pensó-"Por lo menos queda un poco de cordura por estos alrededores".-

Emprendió camino a casa otra vez, alejándose de aquel barullo.

- Espere!.- La misma voz que estuviese hablando en público hace unos momentos le llamó.- Sí, le hablo a usted, Sr. Read.-

Clow paró y volteó para tenerlo frente a frente.

-Disculpe, pero me parece que no tengo el honor de conocerlo.- Dijo con calma.

-Hopkins, Matthew Hopkins, Para servile.-

-Es un placer. Soy Read Li Clow.-

-Sí, lo se. El apellido de su familia es muy conocido... sobretodo por ser de los primeros que quemó la santa inquisición.-

El hechicero tardó en responder, tratando de averiguar que había tras aquellas palabras cargadas de veneno.

-¿Qué es lo que quiere?.-

-Nada. Pero me parece que no le simpatizo... .-

-No puede decir eso, acabamos de conocernos.-

-Ja!... Creo que no me di a entender; mi plática sobre las brujas no le agrado, ¿Verdad?.-

-Tal vez, pero no fui al único... además las brujas no existen.-

Dijo esto tratando de adoptar una actitud indiferente, para saber cómo reaccionaría el cazador.

-Oh! Un escéptico.- Sonrió maliciosamente dejando a relucir uno de sus colmillos (un poco más alargado que los de la gente normal) como si de un lobo se tratase.- Déjeme informarle que las brujas si existen y están más cerca de lo que piensa; un claro ejemplo es la señorita. West.-

- ¿Anne?.-

- No. Me refiero a Luna.-

-Por favor, Rebecca no es ninguna bruja.-

-Tal vez no, pero sí está maldita por una de esas criaturas. Luna ya es un estorbo para la linda Anne, y a los estorbos hay que eliminarlos... ¿No le parece Sr. Read?.-

Clow frunció el ceño; ¿Quién se creía aquel tipo? ¿Con que motivo lo detenía en la calle para sostener tan improductiva conversación? Y ¿ Por qué hablaba así de su Luna?

- No existe nadie más adecuado para deshacerse de ella que yo, así que no le sorprenda que un día llegue a la casa West y no la encuentre.-

- Dice eso como si usted realmente tuviera derecho de acabar con su vida.-

- Claro que sí... Yo decido quien debe vivir y quien muere.-

El hechicero no contestó, aquel cazador comenzaba a desagradarle.

-... ¿Sabe? Creo que tiene un problema.-

- Ah!.- Exclamó Hopkins con gran interés.- Y según usted Sr. Read, ¿Cuál?.-

-Me parece que se siente con la superioridad de un ser divino... creo que se le llama "Complejo de Dios".-

Hopkins se echó a reír.

-Oh por favor! Ja! Yo no me creo Dios... Yo SOY Dios.-

Clow parpadeó varias veces, la seguridad con la que Matthew había dicho aquellas palabras esa asombrosa; parecía que realmente se lo creía.

Estaba sentado sobre un sillón, su cuerpo ligeramente inclinado, apoyando el rostro en sus manos entrelazadas, sus codos sobre las rodillas; aquella postura la tomaba para pensar mejor o simplemente para poder observar el fuego de la chimenea. A su lado sobre una mesa una copa a medio llenar de ginebra.

La casa estaba terriblemente silenciosa, solamente podía escuchar su propia respiración y sus pensamientos hacían un espantoso eco.

Esa noche Danna no se encontraba en casa; bueno, ella realmente no vivía allí pero venía a cocinar y hacer los quehaceres. Vivía donde terminaba la pequeña ciudad antes de comenzar la pradera, por lo que tardaría unos 15 minutos a pie llegar a su casa una vez terminados sus deberes. Él le había insistido que se mudara a la casa pero ella se negó alegando que sería de mala suerte, era supersticiosa, de creencias paganas. No tenía idea de que a quién servía era en realidad un hechicero y aunque lo sospechaba aún así le era leal. Era una mujer que fácilmente pasaba los 40 años, un tanto huraña y de modales toscos, pero agradable una vez que la tratabas... a diferencia de ese cazador, quien ante la aristocracia se mostraba como un dulce conejo desamparado, pero en cuanto le dabas la espalda te mordía la yugular con sus dientes de lobo...

Era curioso como sus pensamientos cambiaban de rumbo.

Volteó hacía la ventana y vio a la luna llena en todo su esplendor; ¡Como le fascinaba la luna! La consideraba tan hermoso, mágica, aislada y callada, pero reina de la noche. A veces deseaba que existiera un ser parecido a ella; aunque estaba convencido que lo más cercano que encontraría sería Rebecca...

Tomó del vaso, dejando que la ginebra quemara su garganta. Se recostó sobre el sillón de terciopelo rojo, con los ojos cerradas, en un ademán reflexivo, mientras hacía girar el líquido en la copa.

"Rebecca..." murmuró.

Al abrir los ojos observó sobre la chimenea una baraja.

"¿Y si fuera posible?..."

Al momento se levantó y se dirigió a uno de los estantes del cuarto, que era una gran habitación y empujó un libro, acto seguido se movió aquel librero dejando a relucir una puerta. Dentro era una habitación amplia de ladrillo, con gruesos tomos apilados en casi todo el suelo, sobre las mesas y en unos estantes de la pared; En aquel lugar estaban TODOS sus libros de magia. Revisó un poco algunos títulos y eligió siete mientras despejaba una mesa de madera para acomodarse. Clow se sentó en una silla, se ajustó los lentes y comenzó a leer a la luz de unas velas durante toda la loche.

Una semana más tarde y después de haber estudiado cada noche decidió que ya era tiempo de practicar aquel hechizo; pensaba crear cartas mágicas con vida propia. En un cuarto casi vacío en su totalidad (con sólo una especie de mesa de piedra, sobre la cual había unos papeles, libros y una pluma de ganso con su respectivo tintero) preparó unas velas que en aquel tiempo clasificarían como "mágicas" en forma de círculo en el centro; él se paró frente a la mesa de piedra quitando su contenido y colocando unos pergaminos.

Para aquella ocasión se vistió con sus ropas de mago, las cuales consistían en; una bata blanca de seda que llegaba a sus pies, sostenida en la cintura por una cinta gruesa negra; sobre esto llevaba una especie de chaleco de manga larga color azul claro en cuyos bordes había grabados dorados y terminaban a la altura de los pies con curiosos cascabeles; sobre eso traía un gran capa negra de cuello grande y blanco, que parecía abrocharse por en frente, donde llevaba bordado con fino hilo dorado la mitad de un sol encerrado en un círculo a la derecha y la izquierda la mitad de una luna, igualmente encerrado en un círculo.

Una vez que se hubo acomodado sacó una pequeña llave, la cual extendió en la palma de su mano.

"Llave que guardas el poder de la oscuridad" Comenzó a decir con suave voz el conjuro en inglés "muestra tu verdadera forma ante Clow quien ha aceptado esta misión contigo. Libérate!"

Apenas terminó de decir la última palabra cuando la llave comenzó a crecer hasta tomar la forma de un báculo dorado con un sol en la punta.

Se concentró mientras recitaba un hechizo en una extraña mezcla de inglés con chino ; una columna de energía se desprendió de su cuerpo haciendo vibrar el cuarto y volando todos los papeles de su lugar, menos el pergamino el cual sostenía con una mano. Según lo que había leído él tenía que pensar en darle una forma a la carta y asignarle un elemento... En ese momento lo primero que se le ocurrió fue el fuego, trazó un rostro en su imaginación, lo pintó y lo perfeccionó, al cabo de unos segundos golpeó con su báculo el aire, justo frente el círculo de velas (apagando el fuego), toda la energía se acumuló en un solo punto, y tomó la forma de una carta... la cual se dirigió a sus manos.

Clow la miró sorprendido ¡Había sido tan fácil! No ocupó mucha de su magia; entonces se preguntó cómo era posible que contados magos solamente crearan ese tipo de cartas... pronto lo averiguaría.

Por el momento la pregunta más importante era: ¿Cómo utilizar la carta?.

Decidió intentar algo simple lanzó la carta al aire y la golpeó ligeramente con su báculo, repitiendo "Firey". Al instante un especie de fuego apareció y tomó la forma de una pequeña hada color rojo.

-Muy bien.- Dijo Clow, mientras le sonreía.- Probaremos tu poder, Enciende las velas.-

Sin embargo la carta lejos de obedecer creó un remolino de fuego que atacó al hechicero; este rápidamente formó un escudo mágico a su alrededor.

-¿Por qué hiciste eso?.- Preguntó a la pequeña criatura que sonrió imitando su gesto anterior, al momento de volver a atacarlo. Entonces el hechicero reunió todo su poder mágico en una palabra: "Alto".

A escasos centímetros de su báculo (el cual había levantado hacia ella) Firey se detuvo. Clow se dio cuenta que para controlar a una carta hacía falta mucho poder mágico. Sonrió con orgullo eso no representaba ningún problema.

En tres días creó 20 cartas, basándose primeramente en los elemento, para después seguir con cosas menos... comunes, prueba de ello eran la carta "dulce" (qué utilizaba para crear repostería, a Clow le encantaban los dulces) y "Movimiento" (cuya única función era mover pequeños objetos inanimados de un lugar a otro), esta carta la utilizaba más que nada en deberes domésticos .

En aquellos tres días estudió un viejo pergamino en latín, hablaba de un poderoso conjuro que casi nadie se atrevía a realizar; la creación de seres vivos a partir de la magia...

Pero bueno, cerró el pergamino y se puso en pie, rumbo a la puerta de la entrada. Impaciente tomó las cartas y las guardó en sus pantalones, ya quería mostrárselas a Luna. En el camino a la casa West se detuvo frente a una pared en la cual había un cartelón que decía así: "Circo hermanos Leach (bla, bla) pasen a ver a nuestros aterradores leones y a su atrevido domador (bla, bla)... "

-Leones... .- Murmuró, viendo atentamente a los felinos; uno de ellos tenía un color extraño, como el dorado del maíz y su melena era color bronce. Por unos segundos se lo imaginó sin melena.

-Read Li Clow!!!!.-

Hasta que una chica apareció aparentemente de la nada.

-Anne!.-

-... Ya extrañábamos su visita... .-

- Pero si solo fueron tres días.-

Anne se dio la vuelta murmurando un "a mi me pareció más tiempo". A veces la actitud de la chica parecía demasiado infantil.

- Ah!! Un circo!.- Sonrió como una chiquilla de siete años emocionada, al ver el cartel delante de ella.

- ¿Te gustan los circos?.-

- Bueno, la verdad no los conozco; ¿Usted a estado en uno?.-

- Un par de veces.-

- ¿Y son lindos?.-

- Pues, si.-

- ¿Qué le parece si nosotros dos vamos?!!.-

Clow la miró, no estaba sorprendido; las palabras "timidez" y "vergüenza" no se encontraban en el vocabulario de Anne, parecían haber sido sustituidas por "descaro" y "cortante sinceridad". Pero antes de que pudiera dar una respuesta la chica se agachó para recoger algo del suelo.

- Mira una carta- Dijo observándola, Clow la reconoció como suya.

- Ah! Me pertenece, pretendía llevárselas a tu hermana.-

-... Entonces tómala... .- Y se la ofreció, pero al momento de que el mago la tomara Anne la retiro - Mejor no.-

- ¿Eh?.-

- No Sr. Read, hasta que me de un SÍ por respuesta.-

-Si lo que deseas es un SÍ .- Dijo un hombre a sus espaldas tomando la carta de las manos de la chica - Yo puedo darte muchos.-

- Ah! Hopkins!.-

"Rayos" pensó Clow, cuando Hopkins jugueteó con la carta; además, ¿de donde conocía a Anne? ¿Por qué se hablaban con tanta famirialidad?.

- ¿Qué es esto?.- Preguntó el cazador de brujas.

- Es mía. Pertenece a un juego de barajas que llevaba para Rebecca. ... Buenos días Sr. Hopkins.-

- Buenos días Clow.- Dijo con aire desdeñoso.- Nunca había visto una carta tan rara... "Windy"; ¿Por qué va a decir una carta eso? ¿De que juego es?.-

- De uno Japonés.- Mintió.

- ¿Y viene en ingles?.. Bueno...- Dijo sin tomarle más importancia al asunto, y dirigiéndose a Anne : - Vámonos Señorita West, su padre la espera.-

- De acuerdo. Nos veremos después Sr. Read.- Dijo al momento de guiñarle un ojo.

Matthew Hopkins caminó detrás de ella, al cabo de unos cuantos pasos se regresó y entregó la carta al mago.

- Eso.- Dijo mirándolo sobre su hombro.- Nos veremos después.-

Dejó a relucir nuevamente su colmillo de lobo. A Clow le pareció que aquellas últimas palabras fueran una amenaza.

El sol de la mañana brillaba sobre su cabeza, intenso. Pensó en el pergamino y el los guardianes; definitivamente "hoy" sería el día en que ellos nacerían, o por lo menos uno. Después de todo, ya no tenía prisa de ir a la casa West; de las pocas personas a las que no soportaba se encontraba Matthew Hopkins y si él estaba en aquella casa no sentía deseos de ir. Lo lamentó un poco, tenía muchos deseos de ver a Rebecca, pero esto retrazaría su encuentro.

Ya a su casa se preparó para llevar a cabo aquel hechizo.

- Dos criaturas.- Pensó en voz alta frente al círculo con el pergamino en las manos- Dos guardianes, cuyo poder mágico este basado en el sol y la luna, la luz y la oscuridad, el ying y el yang... .-

Después de un momento comenzó con el hechizo. Un aura dorada lo rodeó y la energía se dispersó por toda la habitación, haciéndola vibrar. La intensidad del movimiento fue tanta que todos los cristales de las ventanas estallaron en mil pedazos, mientras las cortinas se incendiaban. Toda la magia se reunió sobre el círculo, creando una especie de pequeño sol, el cual empezó a tomar forma: cuatro extremidades cubiertas de un pelaje dorado; dos pequeñas alas en la espalda, doradas también; la cabeza era la de un felino, un joven león sin melena...

El mago cayó de rodillas respirando agitadamente; había ocupado casi por completo su magia. Pero al ver como la criatura tirada en el suelo, comenzaba a despertar, olvido su cansancio y se acercó a él.

- Bienvenido a la vida cachorro, mi nombre es Clow y yo te he regalado esta oportunidad.- Le sonrió con ternura, mientras el león lo miraba, con sus ojos dorados como si tratara de entender .

"Keroberos", ese fue el nombre del joven león, del guardián del sol. Le tomó al hechicero dos meses enseñarle lo básico; hablar, leer, comprender... le sorprendía su habilidad para comunicarse, era demasiado expresivo y extremadamente activo. Todos los días había que andar detrás de él vigilando que no se metiera en problemas... sobretodo a la hora de comer, le preocupaba que el guardián comiera tanto, después de todo "teóricamente" no necesitaba alimento más que la magia del mago para sobrevivir.

El hecho de que camine un león por las calles puede causar bastante pánico, sobretodo en la gente que no esta acostumbrada a verlos, pero la situación se resuelve fácilmente sin necesidad de recurrir a algún hechizo; sólo basta un poco de "poder de convencimiento". Keroberos observaba todo el lugar con verdadero interés, en sus dos meses de vida jamás había salido más allá del jardín de la casa, por lo que cuando veía en el pueblo le parecía maravilloso; aunque se sentía un tanto incómodo, la gente se le quedaba viendo, algunas veces con un rostro horrorizado.... y eso que ni tan siquiera tría sus alas.

- Amo.- Dijo en voz baja - ¿Quiénes son todos estos seres? ¿por qué me miran así?.-

- Son seres humanos, personas, y te miran así por que no están acostumbrados a ver a un león.-

- ¿Y ellos también tienen magia?.-

- No... no todos.-

- Me gustaría hablar con ellos... .-

- Pero no puedes.-

- ¿Por qué no?.-

Clow suspiró.

- Son diferentes. Nunca lo entenderían.- Alzó la vista y señalo con un discreto movimiento de cabeza a algunos niños que jugaban - Mira para allá Keroberos, ¿Los vez?.-

- Si, ¿Qué son? ¿Son humanos también? Se ven un poco más pequeños... .-

- Son niños. Si buscas en todo el planeta jamás encontraras ser más puro y más maduro que ellos; nunca discriminan ni mienten, confían en la gente sin necesidad de que les expliquen las razones que tienen para llevar a cabo las cosas... con ellos si puedes hablar.-

- Niños... ¿ Cuanto tiempo tienen?.-

- Tal vez unos 5 o 6 años... .-

-¿Puedo... puedo acercarme?.-

- Adelante. Pero se prudente.-

El guardián se acercó a los chiquillos mientras Clow se recargaba contra una pared, observándolo.

- Vaya, en un placer volver a verlo por el pueblo después de dos meses, en los que no aparecía ni su sombra.-

Por el tono tan cortante en que fue dicho esto, el mago reconoció en seguida de quien se trataba, no hubo necesidad de voltear a verlo.

- Y supongo que usted me habrá extrañado mucho ¿no?.-

Hopkins sonrió sarcásticamente.

- Puede que si y puede que no. Descúbrelo.-

Nuevamente el veneno, ¿A caso ese hombre no podía hacer otra cosa que no fuera escupirlo?. Se giró y al hacerlo se encontró con el rostro sonriente de Matthew, aquello no le agradó en lo más mínimo.

- Yo sé dos cosas que tu desconoces.- fueron sus únicas palabras.

- ¿Cuáles?.- Preguntó por inercia.

- Algo sucedió en la casa West.-

- ¿Qué?.-

El silencio y la sonrisa de Hopkins comenzaron a inquietarle.

- ¿Deseas saberlo? Oh, de acuerdo: por fin sucedió.-

- ¿Qué cosa?.-

- Je, je.-

Hopkins le dio una fuerte palmada en la espalda y comenzó a retirarse; dejando a un Clow totalmente sorprendido, quien solo atino a preguntar:

- ¿Y que es lo otro que sabes?.-

- El secreto de alguien.-

Y se retiró. Clow se quedó pensando y al cabo de unos momentos decidió hacerle una visita a Anne, para cerciorarse.

-Keroberos!! Ven, tenemos que irnos.-

El león dorado, que en esos momentos se encontraba boca arriba casi muerto de la risa (los niños le hacían cosquillas), se levantó y se acercó a su amo. Los niños le siguieron.

- ¿Es suyo señor?.- Preguntó una chiquilla.

- Sí lo es.-

- Es muy lindo!!.-

Keroberos hinchó en pecho, lleno de orgullo.

- ¿Cómo te llamas niña?.- Preguntó sonriéndole.

- Karen.-

- Bien Karen, ¿Sabes algo de la familia West? ¿Qué ha pasado en su casa?.-

- Mamá dice que alguien murió.-

Keroberos intentaba correr al mismo ritmo que su amo; era difícil, el hechicero avanzaba muy rápido. No comprendía nada de eso, de repente su amo salió corriendo sin decir nada y él tuvo que seguirlo. Se detuvieron en una casa; Clow entró por la puerta y él esperó afuera en el patio; no importaba que sucediera, su amo se lo diría, siempre lo hacía.

Entró en aquella habitación y se petrificó; no había nada allí. La mecedora, los estantes, el armario, todo estaba vacío. ¿Por qué?... No!, no!.

Escuchó unos débiles sollozos en el cuarto contiguo. Al abrir la puerta se encontró con Anne; su rostro estaba enrojecido y gruesas lágrimas surcaban sus mejillas.

- ¿Anne West?.-

- ¿ Sr. Read?.-

Al distinguirlo corrió hacia él y abrazó murmurando.

- Rebecca... Dios, esta muerta... ¿por qué?.-

Y comenzó a llorar de nuevo. El hechicero se quedó en shock, analizando las palabras.

- ¿Cuándo sucedió?.- Preguntó por fin.

- Ayer... la encontramos muerta en su habitación. El médico dice que fue muerte natural.-

Estaba sentado con la vista fija en un pequeño cofre, con las iniciales R. W.; sus ojos reflejaban tristeza. Abrió la tapa y vio dos juegos de aretes, pequeños, dorados, en cuyo centro había una piedra, en unos roja y en los otros violetas. El alhájelo había pertenecido a Luna, y Anne se lo había regalado, diciendo que hacía sería mejor y eso hubiera sido lo que su hermana quería...

Keroberos no fue capaz de formular ninguna pregunta. Nunca le había visto así, llevaba poco tiempo viviendo con él, pero por su forma de actuar podía deducir que siempre estaba contento, sin embargo al verlo ahora comenzaba a dudar. Se acercó a él y se echó a sus pies.

Pensó en Rebecca hasta muy entrada la noche, se culpaba el haberla dejado sola durante tanto tiempo; sí habían sido dos meses y tres días... Además Anne le informó que su padre había decidido, después de eso, viajar fuera del país, decía que aquella casa estaba embrujada... También perdería a Anne... No podía seguir pensando en ello, tenía que distraer su mente de alguna forma. Miró a Keroberos a sus pies; el guardián del sol. El sol, lo opuesto a la Luna... Se levantó de un salto. Ya era hora de que el otro guardián naciera.

Ataviado con sus vestimentas de hechicero se acercó al círculo de poder colocando las velas a su alrededor. Keroberos observaba todo, sin perder detalle. Aquella sería la primera (y tal vez única) vez que él viera semejante liberación de magia.

El conjuro comenzó, con distintas palabras. En lugar de rodearlo un fuego dorado, como sucedió con Keroberos, esta vez fue una luz plateada, muy brillante. Y sucedió lo mismo que en aquella primera ocasión: los cristales se partieron en miles de pedazos, el fuego de las velas se extinguió... bajo la asombrada mirada del guardián del Sol la luz blanca empezó a adoptar una forma... ¿femenina?....

Pero por alguna razón no pudo concentrarse en lo que hacía, el recuerdo de Rebecca estaba latente en su memoria, no podía dejar de pensar en otra cosa que no fuera en ella: en sus cabellos plateados, largos y sedosos; en su ojos de color indefinidos, fríos y distantes; en su esbelta figura de piel pálida... agitó la cabeza tratándose de concentrar en lo que sería el nuevo guardián de la Luna... La Luna...

Keroberos parpadeó varias veces intentándose asegurar de lo que había visto: la figura cambió de forma.

Cuando la luz se desvaneció, ambos (Keroberos y Clow) pudieron ver a un niño, de 12 años de edad más o menos: de piel blanca como nieve; dos enormes alas de delgadas plumas; su cabello plateado y a la altura de la cintura... dos ojos azules, no, grises... ¿ o eran violetas?...

- Yue... .- Fue lo único en lo que pudo decir Clow, bajo la mirada de aquel pequeño ángel blanco.

Sus caracteres eran diametralmente opuestos; Keroberos siempre se mostró alegre, en cambio Yue era apático y sin ánimos. Aunque aprendía mucho más rápido que el guardián del sol. Mientras Keroberos sabía el ingles y japonés, Yue ya manejaba cinco idiomas (Inglés, español, francés, japonés y chico). El sol jugaba, brincaba, reía y se divertía; la Luna era seria, calmada, melancólica y poco activa, prefería el mundo nocturno que el lleno de luz y vida...

Kero hablaba con Clow hasta que se le acababa el aliento, jugaban bromas y comían; Yue únicamente lo observaba, su mente era una esponja que todo adsorbía deseosa de saber más, veía a su maestro y aprendía de él, lo imitaba por que lo admiraba enormemente.

Sin embargo un nuevo sentimiento muy parecido creía en ambos... pero hacia diferentes personas.

Cuatro años después. 1645.

"Plac, plac ".Escuchaba el ruido monótono de la lluvia al golpear contra el cristal de la ventana. El viento soplaba fuerte y hacía chocar las ramas empapadas contra la madera con que estaba construida la casa, provocando un cansado ruido que al mezclarse con el "plac, plac" le hacían desesperante. Él apartó una cortina, de terciopelo rojo con hermosos bordados, para poder ver más allá de la lluvia. No había nada afuera.

- ¿Ves algo interesante, Yue?.-

La voz de su amo le hizo regresar la vista.

Clow estaba sentado en un sillón tapizado también con terciopelo rojo, atento a un libro; no había descuidado su lectura, incluso cuando le habló.

- Sólo lluvia y oscuridad.-

Contestó el ángel con su acostumbrada indiferencia.

Dejó la ventana con la cortina recorrida, mientras se acercaba a un rincón de la habitación. Se sentó recargado contra la pared y observó... no el fuego de la chimenea, ni los estantes llenos de libros, ni tampoco aquel hermoso cuadro que colgaba oscilante sobre el fogón. Observaba a su amo. Grababa en su mente cada gesto que él hacía, desde hace algunos años.... Sí desde hace tiempo él comenzaba a sentir algo extraño con referente a Clow; una sensación que no conocía y que no explicaba ninguno de sus libros. Al principio fue admiración, cariño fraternal por aquella persona que le había dado vida y enseñado tantas cosas; sin embargo con el tiempo ese cariño se convirtió en una emoción muy fuerte e incontrolable... tanto que muchas veces se asustaba.

Tomó el libro a su lado y comenzó a hojearlo. De vez en cuando alzaba la vista hacia el mago; le preocupaba, tenía varios días que no dormía bien, se la pasaba encerrado en esa habitación leyendo. Deseaba poder hacer algo para quitarle ese rostro tan cansado.

En una de sus manos sostenía una copa de cristal dorada que contenía un vino añejo, de vez en cuando tomaba de él. En su otra mano sostenía un libro chino al que leía con verdadero interés. Clow vio al chico a través del cristal de la copa; sus magnificas alas blancas recargadas contra la pared, el cabello plateado brillaba, cubriendo ligeramente el rostro inclinado, el fuego se reflejaba en su pálida piel y en su cuerpo vestido de inmaculado blanco, dándole un aspecto casi angelical... Ya había alcanzado su forma definitiva, claro era un poco más bajo que él pero... "Es guapo" concluyó, regresando a su lectura.

Pasando las hojas, Yue se detuvo en un pequeño párrafo. Y su corazón dio un vuelco: "A un ángel le pregunté, ¿Cuál es el peor castigo? Y el ángel me respondió: Querer... y no ser querido". ¿Acaso era eso? ¿Quería a Clow a tal grado de amarlo? ¿Y si su amo no lo amaba como él? Clow lo quería era cierto, pero ¿De la misma forma??. Volteo hacia él, sus ojos demostraban demasiabas emociones.

-Amo... ¿Usted.... estará conmigo siempre?.-

La verdadera pregunta era: ¿Usted me quiere?, pero no tuvo valor suficiente para formularla.

La pregunta fue inesperada. El mago levantó la vista, dirigiéndola hacia su guardián; al encontrarse con sus ojos descubrió preocupación. Eso le extrañó mucho. Dejó a un lado su copa junto al libro, que parecía haber olvidado por completo, para ponerse en pie.

- ¿Por qué me preguntas eso?.-

Yue apartó la vista; sus ojos siempre fríos e inexpresivos ahora dejaban ver melancolía y tristeza, tal vez hasta dolor... Clow no comprendió el por qué de aquella mirada.

La habitación quedó en silencio. Un relámpago cruzó el cielo seguido de cerca de un estruendo.

-Tengo miedo.- Habló por fin el guardián, pero tan bajo que parecía que hablaba para sí- De quedarme solo.-

Esas palabras, más su triste mirada le daban un aspecto extremadamente frágil. Una gran ternura invadió al mago y le dedicó una sonrisa comprensiva mientras se acercaba a él.

- No tienes de qué preocuparte.- dijo con su voz más fina al momento de colocar las manos en sus hombros, con suficiente cuidado para que el chico no se deshiciera bajo el toque.- Siempre me tendrás a tu lado, aunque no seas capaz de verme.-

Y beso su frente.

-Yo....- Murmuró Yue con un hilo de voz.

Un mundo se sensaciones se galoparon contra su pecho. Sin que él pudiera evitarlo dos pequeñas lágrimas, oro líquido, corrieron desde su ojos hasta su barbilla, donde desaparecieron. A esas dos le sobrevinieron más.

El mago lo acercó hacía el, rodeándolo con sus brazos, en un consolador abrazo; dejando que sus lágrimas empaparan la tela de su camisa. El desahogo era bueno: las lágrimas producen alivio.

Yue se aferró a él, clavando sus uñas en la espalda. Clow ahogó un sonido, podía sentir su carne viva bajo los dedos del guardián, pero no dijo nada. El chico lloraba en silencio. Los leves sollozos de Yue poco a poco se fueron apagando, hasta confundirse con el " plac, plac " de la lluvia contra la ventana. Ahora sólo estaba ahí de pie, abrazado a él, sintiendo como sus respiraciones se acoplaban a un mismo rito. Se dejó embriagar con el dulce, y a la vez agrio, olor a vino añejo de su amo.

Levantó la vista y sus ojos se encontraron. Clow le sonrió otra vez, " Ya todo pasó. ¿Te sientes mejor ", parecía decir aquel gesto.

Un trueno iluminó la habitación y al cabo de tres segundos se escuchó el estruendo. Seguía lloviendo allá afuera. El viento se agitó con más fuerza; era un aire helado. Comenzaba a hacer frío. Sin embargo el guardián no sentía frío en lo absoluto; al contrario un fuego intenso le devoraba por dentro. Aquella sensación en su estómago o lo que fuese, se hizo más intensa.

Entonces, acercó sus labios tímidamente y lo besó con dulzura infinita. Como si hubiera esperado una eternidad para hacer aquello.

Clow parpadeó varias veces, estupefacto. Había sido un beso corto, sobre sus labios, extremadamente tímido y dulce. Y por primera vez en su vida, no supo que decir, ni que pensar.

El ángel permaneció inmóvil, ocultando el rostro entre las telas de la camisa de su amo, esperando algo... lo que sea; algún reproche, una exclamación, un comentario... cualquier cosa!. Pero no hubo nada y comenzó a llorar de nuevo.

Aun así Clow no se dio cuanta (o no quiso darse cuenta) que aquel llanto y esa tristeza eran... el dolor de alguien que se acaba de dar cuenta de un amor imposible.

La escena fue vista desde fuera por un hombre envuelto en una capa negro; un relámpago dejó ver su rostro, que mostraba una sonrisa y nuevamente lo dejó en la penumbra.

Entre aquella oscuridad sus ojos, de un verde líquido, resaltaron con expresión cansada, como si tuviera muchos años de edad, casi siglos...

FIN De la primera parte.

CONTINUA EN:

JUGANDO A SER DIOS, 2da PARTE: "El concilio de hechiceros"

PEQUEÑA RESEÑA:

Un nuevo personaje entra en escena: Aristide Torchia, y con él una serie de extraños acontecimientos.

El congreso anual de hechiceros se llevará a cabo en Londres, Inglaterra. En esta fiesta se revelarán cosas inimaginables y muy peligrosas.

La creación de un misterio libro harán que Clow se meta en serios problemas. . . además Yue y Anne no pueden verse ni en pintura, Keroberos casi muere de una indigestión y Matthew Hopkins anda tras su cabeza...

El guardián de la luna comienza a sentir algo más intenso por su amo, y no puede evitar sentir celos cada vez que cierta personita se le acerca, lo que le lleva a actuar de una forma muy posesiva.

Aquí esta lo prometido es de darkness todo el credito es de ella eh??? Una historia muy buena

MELISSITA

Lean las de gravitation y ccs mias