En Ruinas
(Tercera Crónica de Equestria Fragmentada)
1
La vida es algo precioso. Algo hermoso y valioso que sobre toda las cosas se debe atesorar. Todoponi en todo el mundo sabe eso. Todoponi lo entiende, porque es un instinto inherente que nos mueve a sobrevivir.
Pero si vives, pasas o te pierdes en los parajes malditos de Equestria Fragmentada tal vez llegues a cambiar de opinión respecto a eso. Tal vez llegues a pensar, conforme te internes en el Yermo de Everfree, conforme te adentres en el Pantano Escalonado, conforme escales el escarpado Pico del Rayo, que la vida pierde su sentido, en que se vuelve sufrimiento y locura, y que la muerte se convierte, poco a poco, en un descanso… en algo no tan malo, en algo deseable incluso.
Y es que desde la primera vez que veas con tus ojos la Frontera, aquel infinito muro de fuego que se extiende desde el centro de la tierra hasta las insondables profundidades del cielo a todo lo ancho del mundo, delimitando el fin de la existencia y el comienzo del Olvido, jamás volverás a ver la vida con ese brillo dulce y hermoso. Entenderás que esos sueños maravillosos que tuviste en que un sol gentil se alzaba en el horizonte, movido por la magia benévola de una generosa Princesa, son solo eso, sueños infantiles y nada más.
Entenderás que aquellas locas fantasías en que una preciosa luna se levantaba en el firmamento lleno de primorosas estrellas, y la apacible noche era velada por una hermosa Princesa ya no son más, ni serán nunca, como si jamás hubiesen sido. Son una mentira, una alucinación, una ridícula visión grabada en la memoria genética colectiva de todo el género poni, como el recuerdo pálido de un tiempo en que la vida de verdad era hermosa, en que la vida valía ser vivida.
Porque cualquier cosa, incluso la muerte, es mejor que el Olvido…
De hecho, la abrumadora y tenebrosa idea de la muerte parecía bastante tentadora en esos momentos para cierto poni en particular, que usaba lo último que le quedaba de sus fuerzas para escalar con dificultad por la escabrosa cuesta del Pico del Rayo, lleno de rebordes y afiladas salientes.
Esta siniestra montaña, había sido en otro tiempo, según contaba un viejo cuento de ponis, parte de una pequeña cadena montañosa en la que descansaba una hermosa ciudad de ensueño. La Blanca y Dorada Canterlot, la joya y corazón del Reino Bendecido de Equestria, hogar de las primorosas Princesas del Sol y la Luna. Se decía también, que cuando la Cascara del Mundo se rompió y el paraíso de Equestria se convirtió en el infierno de Equestria Fragmentada, la mayor parte de la cadena montañosa se perdió tragada por el Olvido, y con ella, la distante y magnifica Canterlot desapareció del mundo para siempre.
Algunos cazatesoros, cuentan acerca de la remota posibilidad de que al momento del temblor que significó la Muerte del Cielo y el comienzo del sufrimiento infinito para el genero poni, puede que alguna de las torres de Canterlot, la Blanca y Dorada Canterlot, se pudo haber desprendido, cayendo sobre el Pico del Rayo, que afilado y estéril, fue el único remanente, el único testimonio físico de que, en otro tiempo, había habido una montaña en que había habido una ciudad, en que habían vivido dos maravillosas Princesas.
Si eso fuera cierto… si aquella torre derribada existiera, un solo puñado de las riquezas que contendría serian más valiosas y más abundantes que el mayor tesoro jamás antes visto en cualquier lugar del Mundo Roto. Eso sin mencionar… que tal vez el universo hubiera sido tan fabulosamente absurdo… como que en aquella torre sobreviviese uno de los Legendarios Elementos de la Armonía.
Suponiendo que la ridícula leyenda de su existencia fuera cierta.
A pesar de lo tentador de la oferta, pocos ponis han estado lo suficientemente desequilibrados como para aventurarse en aquellos sitios con la motivación de encontrar lo que bien pudiera ser una simple e insulsa fantasía. Pocos ponis son los que sobreviven a el ambiente inhóspito de los Yermos de Everfree… menos ponis son los que sobreviven a las oleadas interminables de aberraciones que son escupidas por el Olvido y que emergen de la Frontera a cada instante… casi ningún poni ha enfrentado al Blazedigo y vivido para contarlo… porque cuando se posan en ti los ojos del Infierno Galopante, mucho antes de que su calor abrazador te toque y calcine toda tu piel y tus huesos volviéndote cenizas… la luz asesina de sus ojos insensatos ya habrá consumido tu mente y dejado nada en su lugar… perdida para siempre en un universo de rabia y maldad más allá de lo posible…
¡Despierta, chico! No pienses más en eso… él podría escucharte…
Este poni del que te hablo, aquel que sin esperanzas ni fuerzas se encontraba escalando la empinada y baldía cuesta del Pico del Rayo, había sobrevivido a todo eso: a la inclemencia de Everfree, a los feroces apéndices indefinibles de las aberraciones, e incluso había contemplado de lejos la gloria destructora del portentoso Blazedigo.
Todo esto lo había sobrevivido… y se encontraba deseando ya la muerte, pues sus piernas le dolían y sus cascos no soportaban más la infernal caminata a la que habían sido sometidos… pero un deseo ardiente de su corazón lo seguía impulsando a continuar.
Evening Flash, ese era su nombre y estaba convencido de que encontraría, en la cima afilada del Pico del Rayo, la Torre Derribada, y en ella, su corazón daría un vuelco al contemplar la hermosura del mas poderoso de los objetos mágicos jamás relatados en un cuento de ponis: La Diadema incrustada con el Diamante Purpura… el Elemento de la Magia.
Su pelaje morado estaba manchada de polvo y ceniza. Su melena color aguamarina estaba hecha un lio y quemada casi por completo. Sus ojos color azul profundo estaban por cerrarse permanentemente, cuando, casi por reflejo, sus abatidos cascos lo dejaron caer sobre la dura roca, y al mirar arriba, se dio cuenta de que había llegado a la cima.
¡La cima del Pico del Rayo!
Evening Flash miró a un lado y al otro, y la esperanza lo abandonó al momento que no encontró aquella pieza de leyenda que estaba esperando encontrar, la mítica Torre Derribada de la Sobrecogedora Canterlot…
Sintiéndose finalmente derrotado, el poni de tierra se dejó caer, sin fuerzas, sobre la cima de la escarpada montaña. Medio inconsciente, le pareció escuchar unos crujidos profundos y distantes, que sonaban como si provinieran del centro de la tierra.
¡Crack!
Antes de que pudiera siquiera preguntarse por la naturaleza del ruido, la dura piedra sobre la que estaba parado, se desplomó hacia abajo. Evening no supo nada más de si mismo, sino que el vértigo, el cansancio o sus heridas finalmente lo vencieron haciéndolo perder el conocimiento.
En su etapa de inconciencia, le parecía que se veía, como en sueños, rodeado de una densa y terrible oscuridad… y como en la oscuridad se abría una puerta, amplia y ominosa, por la que entraba una luz segadora, pura y blanca, ardiente y terrible en un esplendor que le enceguecía aun con los ojos cerrados.
Podía ver en sus sueños, emerger de la puerta a una procesión de figuras misteriosas, semejantes a jóvenes yeguas… pero cuyo interior relumbraba como si estuviesen llenas por dentro con el fuego de un horno. Las desconocidas salieron del umbral luminoso, adentrándose en aquel mundo de oscuridad insondable y haciendo uso de sus fulgurantes cuerpos, levantaron el bulto inerte en que había quedado convertido el inconsciente Evening Flash.
Eran cuatro, y se movían con una dulzura y un encanto casi sobrenatural. Aun en su estado de parcial inconciencia, de sueño casi lucido, a Flash le pareció reconocer un cuerno en la frente de dos de ellas, del mismo material ardiente y relumbrante del que estaban hechos sus cuerpos.
El inmóvil e indefenso poni fue movido por las cuatro espectrales yeguas hasta llegar al dintel de la resplandeciente puerta, donde, con inmenso terror, Evening casi reconoció la portentosa figura de un poni alado, que lo esperaba en el marco del portal…
Entonces todo se volvió negro. Todo fue oscuridad y silencio. Todo fue un viaje por parajes descoloridos y nebulosos, un paseo de ciegos y mudos donde el mundo se disolvía en nubes turbias de sensaciones difusas que iban y venían en un baile sin ritmo ni armonía.
Entonces, poco a poco algunas imágenes comenzaron a cobrar nitidez y algunos sonidos comenzaron a volverse comprensibles. El rugir de aquel mar desconocido de ruidos inteligibles se transformó de pronto en una voz profunda y clara, agradable que declamaba relatos y misterios como si los leyera de un libro.
—Cuan hermosa es Equestria Inmaculada, su brillo, su esplendor, su inocencia y su inherente pureza. Cuan rara en medio del omniverso que en su mayor parte yace corrompido, mutilado, devorado por un poder anómalo, una falla en la secuencia, una sombra que nació de un punto aleatorio y creció hasta convertirse en la muerte de todo, en la destrucción total, en la Máxima Entropía… ¡Oh, dulce y pura Equestria, como quisiera tomarte y llevarte conmigo, salvarte de la Destrucción que Todo lo Consume, de la Muerte que Todo lo Devora, del fin infame que sin duda espera por ti, Mas Allá de la Cascara del Mundo…!
Los ojos oscuros y azules de Evening Flash comenzaron a abrirse y la luz entró por ellos por vez primera en mucho tiempo. Sus parpados le parecieron rígidos entonces y ante él se dibujo de pronto la imagen de una habitación pequeña aunque ricamente decorada, iluminada por la luz mortecina de una vela:
Las manchadas y antiguas paredes, adornadas por cenefas en bellos patrones y adosadas por delgadas columnas talladas en una sola pieza, sostenían un alto techo abovedado. Por aquí y por allá, en todas partes por la habitación, había muebles viejos y destartalados, cómodas medio rotas, mesitas desvencijadas, sillas con forros roídos y una que otra caja de madera mohosa. Debía tratarse de una bodega, pero la mente del confuso poni de tierra tardó un rato en comprender que rayos estaba haciendo y como había hecho para llegar ahí.
Estando tendido en una cama sencilla, pegada a la pared en uno de los extremos del cuarto, la mirada confusa del poni fue a posarse, después de dar varias vueltas en la fuente de la acompasada voz que lo había estado acompañando en su ausencia comatosa, y aun dentro de la aterradora anormalidad y completa falta de familiaridad con el sitio donde estaba, lo que más asustó a Evening fue la figura majestuosa y elegante porte de su anfitrión.
Se trataba de un pegaso, alto y atlético. Hermoso en todo sentido y en la flor de su juventud. Su pelaje de un purísimo blanco, parecía platinado a la luz fluctuante del fuego de la vela, mientras que su crin, larga y ondulada, parecía moverse por obra de un viento gentil, pintada de por lo menos seis bellos tonos de azul, morado y violeta. Estaba sentado en un banco y leía de un libro viejo y polvoriento que sostenía entre sus rodillas traseras.
Tan pronto como notó que la mirada del poni de tierra lo tenía enfocado, el pegaso cerró el volumen encuadernado en madera y hierro y lo colocó en una de las viejas repisas.
—Por fin despertaste —dijo, con aquella voz clara y agradable —comenzaba a temer que de verdad te hubieses hecho daño. Me pregunto si estarás en condiciones de caminar o deberé pedir que te ayuden…
—No hace falta —respondió sin comedimiento alguno el poni de tierra disponiéndose a levantarse de la cama —¿Quién eres tu…? Y ¿Qué es este lugar?
—Mi nombre es ChromeStrike y estas en mi palacio. Espero que mi hospitalidad y compasión sea bien vista y recibida de tu parte. Si no es así, eres libre de irte cuando quieras. —con aire ofendido, dada la rudeza de su huésped, el pegaso blanco se dio la vuelta.
Evening Flash hizo un esfuerzo por levantarse, pero era obvio que su magullado cuerpo no estaba repuesto aun, y fue a parar sin mas hasta el piso de bruces al intentar salir de la cama.
Las alas de ChromeStrike se abrieron en señal de preocupación al tiempo que mirando al poni en el suelo intentando levantarse sobre sus patas delanteras dijo:
—No estas repuesto aun. Pediré ayuda.
—¡No! —Lo interrumpió Flash —Yo puedo solo.
El poni casi se había puesto sobre sus cascos, pero era obvio que la más lastimada de sus piernas era la delantera derecha y sin ese apoyo, levantarse le fue muy difícil y caminar le seria toda una tortura.
Por su parte, el pegaso levantó su mirada observando el esmero que ponía Evening en ponerse de pie por si mismo, y reconociendo la entereza y voluntad del poni, le concedió una posibilidad de moverse por si mismo de manera menos incomoda:
—Usa esto —tomando una pequeña muleta, como un bastón corto y acolchado en la parte superior, se la alcanzó a Evening quien tomándola, se la colocó en la delantera derecha, apoyando la rodilla sobre el bastón de manera que no tenia que posar su casco en el piso ni hacer presión sobre su lastimado menudillo al momento de caminar.
Usando el anticuado instrumento, el poni de tierra comprobó que podía caminar aunque sea de manera lenta y torpe, pero le era posible desplazarse.
Viendo que su huésped se habituaba a su nueva forma de andar, el pegaso se irguió elegante y dijo sumamente cortes:
—Parece que podrás caminar por ti mismo después de todo. Si bien te parece y tienes apetito puedes acompañarme a cenar, en el comedor principal, subiendo hasta el pasillo, tras las puertas dobles al final del corredor. —informó con precisión
—Gracias, de hecho, ahora que lo mencionas, muero de hambre. —se dio cuenta Evening Flash y comenzando a sentir simpatía por su anfitrión agregó —Agradezco mucho tu hospitalidad. ¿Debo subir ahora? ¿Ya es hora de cenar?
—Aún falta poco más de dos horas, pero será mejor que te pongas en camino: Es una larga subida hasta el pasillo y con eso en tu pata subir la escalera será todo un suplicio. —concluyó el pegaso, y pasando por la puerta desapareció al ritmo que el sonido de sus cascos se perdía subiendo por la escalinata.
