Cuando dijo que iba a irse con nosotros casi me da un infarto. Se los juro. Para mi suerte ─creo que es suerte, aunque no estoy tan seguro─ las últimas palabras que salieron de la boca del italiano me calmaron un poco.

─Te veo en dos semanas ─dijo, sonriendo ampliamente. Nosotros, ¿cómo quedábamos? No tenía la menor idea, ciertamente habíamos hecho… Bueno, ustedes ya entienden, pero luego de eso no hay mucho que comentar.

─Seguro, te estaré esperando ─le dije, sus ojos apaciguaban mi inquietud, mis ganas de salir corriendo, de decirle que estaba loco y que no sabía qué pasaría con nosotros─. Estoy seguro que en Alemania la pasaremos muy bien ─seguía hablando como un idiota, ¿qué planeaba? Realmente ese chico me confundía.

Mi mamá se colocó una pequeña chaqueta, me hizo gestos con la mano, eso significaba entran en el taxi y no hacer más preguntas. Me quedé con mi hermano en el taxi mientras mi madre hablaba con la madre de Feliciano, una extraña angustia apareció en mi corazón.

─¿Qué sucede, brüder? ¿El bonito italiano te ha dejado confundido?

Esa pregunta no era demasiado oportuna, quería desaparecer.

─No es nada de lo que piensas, Gilbert. Espero que mamá se dé prisa, extraño mi habitación, mis libros y las cosas que hacemos en casa.

─Las cosas se pondrán interesantes cuando madre e hijo italianos vayan a nuestra casa ─dijo mi hermano mientras buscaba el móvil en su bolsillo.

─¿Qué te hace pensar que se quedarán con nosotros? ─dije, debí sonar como un imbécil.

─¡No seas así, ellos nos recibieron en su casa! Eres muy ingrato, así Feliciano nunca se enamorará de ti.

Esas palabras me ponían la piel de gallina.

El taxi arrancó en cuanto mamá subió, se veía bastante contenta, aunque con su semblante serio no lo expresaba completamente. Llegamos a la estación de trenes, donde volveríamos a Alemania. Suspiré, esas dos semanas pasarían más rápido de lo que me gustaba.