Monotonía
Monotonía, ésa era su vida. No hallaba qué hacer. La perfección la rodeaba, ¿qué es la vida sin problemas?, eso es lo que le da el sabor y sentido a la vida. Siempre hay algo que superar, algo que alcanzar, una meta por la que luchar. Pero eso para ella ya había acabado. Su patética vida como humana ya había terminado.
Siempre había sido algo torpe, despistada, pero sobre todo insegura. Y cuando conoció a Edward su vida dio un giro de ciento ochenta grados. Ya no es aquel ser mortal, que se asusta por todo. Ahora tiene a un hombre a su lado, tiene una hija que creció rápidamente, tiene a su mejor amigo, y de igual manera tiene toda la familia de su esposo que la apoya.
Se había pasado los años llamándole a Charlie por teléfono, inventándole excusas del por qué no podía verlo. Como buen padre creyó en su hija y la dejaba ser. Lo había estado engañando.
Suspiró profundamente una vez más. Estaba tan aburrida que se había puesto a analizar el fraude que era su vida. Había perdido todo: las salidas con sus amigos, los paseos escolares, el asistir a una universidad, el poder ver a su padre y madre. Resumiendo, había perdido todo por un capricho.
Sí, eso es lo que había sentido por Cullen. Se había quedado plasmada con su perfección, con el aura misteriosa que lo rodeaba, y cuando supo que era un vampiro, se deslumbró. Quería saber qué era lo que hacían, si eran ciertos todos esos rumores y supersticiones que los humanos contaban. ¿No fue más que chismes lo que quería saber? ¿No fue más que curiosidad del momento? Dijo que perdería su vida mortal por él, pero no lo decía enserio.
Ahora estaba en la sala de la mansión sentada en la mesa. Seguramente si fuese "la verdadera Bella" estaría llorando, comiendo helado para desahogar sus penas. Pero no, miraba a la nada meditando cosas que ya no podía remediar.
Su marido era sobre protector, tanto como cuando ella era mortal, como inmortal. Para él, ella era la razón por la cual vivir, y eso en un principio le gustó a Swan, pero ahora era algo tedioso. Ser siempre la niña consentida era aburrido.
Miró una vez más el amplio bosque que se apreciaba desde la gran ventana. Poco a poco habían sido talados los árboles.
Todas las noches era lo mismo. Hacían eso una y otra vez sin descanso hasta el amanecer. ¿Algún día la rutina cambiaría?
El crepúsculo se hacía presente en el cielo. Recordó que una vez Edward le había dicho que era lo más triste del día, el final de uno y el inició de otro.
Si pudiera llorar lo haría.
Sonrió melancólicamente. Su hija ya estaba grande y no necesitaba de ella. No había lugar al qué salir porque llamaba demasiado la atención, si lo hacía con Cullen se ponía celoso.
Golpeó con el dedo medio una bolita de papel que yacía en la mesa. Suspiró.
Alguien le había dicho que la vida era tan efímera que había que disfrutar cada instante por más pequeño que fuese, y lo tiró a loco.
Ella había optado por la vida eterna y moría de aburrimiento.
De vez en cuando le gustaba visitar la casa de Forks, pero era consciente que debido a su apariencia no podía dejarse ver a los habitantes; no había envejecido ni un ápice.
—Bella —llamaron. Volteó su cabeza hacia la dirección —, ¿lista para volver a casa?
—Sí.
Se levantó de la silla y pasó una mano por la madera; sabía que dentro de otros diez años la volvería a ver.
