Los personajes de la película "El Origen de los Guardianes" no me pertenecen, son propiedad de DreamWorks, el resto pertenece a mi imaginación.
Nunca en su vida pensó en viajar en el avión, y mucho menos en Estados Unidos.
¿Estaba emocionada? Si.
¿Se siente culpable? Un poco.
¿Cómo y cómo no iba a hacerlo? La última vez que vio el frente fue para el nacimiento de ella y su hermano mellizo, desde entonces sólo se han publicado por teléfono y por medio de fotos a través de correos electrónicos. Sin embargo, a pesar de que el viaje pronosticaba ser sólo una reunión familiar, Andrea mantiene la esperanza de que pueda conocer nuevos lugares.
―¿Cuánto falta para disneyland? ―Preguntó diego.
Pero tampoco tenía ilusiones grandes como su hermanito.
Ella decidió no decir nada y solo sonreírle, con burla por ser tan ingenioso y con pena por estar tan cerca como la vez tan lejos de Disneyland. Con tristeza abrazó a Diego, quiénes se han convertido en sus brazos para golpear a Andrés. Él, a diferencia de Andrea, soltó una risotada que llamó la atención de varios pasajeros.
―Juras, juras que vamos a ir.
―¡Papá dijo que sí!
―Diego, cuando aprenderás que papá está loco. ―Dijo Andrea, soltando a su hermanito para que le diera un mensaje al idioma de Andrés.
Luego del avión tomaron un autobús hacia Burgess. Esta vez sus hermanos iban en silencio. Ellos tenían la dicha de dormir dónde mar, y ella, para su desgracia, tenía la maldición de no conciliar el sueño en los vehículos. Podía estar viajando dos días seguidos, y esos dos días no conseguiría dormir.
Con pesar apoyó la cabeza en la ventana, pensando en esa familia que apenas conocemos. Su papá solía contarles, al igual que los hermanos de su mamá. Por supuesto que ellos creían que era una exageración, pero al mismo tiempo vimos cómo se eliminaba entre sueños ... tal vez no era el favorito de sus abuelos maternos.
Horas después, la canada de sentir como su padre ha sido removida y la tediosa película que mostraban, decidieron por despertarlo. Tal vez puedan conversar hasta llegar a su destino.
-¿Que Paso? ―Dijo, desorientado.
―Desde que dormiste has tenido pesadillas. ―Miró los asientos al otro lado del pasillo, su madre dormía junto a Diego, y en el asiendo de adelante Andrés dormía con los audífonos puestos. Rihanna se escuchaba― ¿Qué soñabas? ―preguntó luego de asegurarse que nadie los espiaba.
―Nada importante. ―dijo, ahogando un bostezo con su mano izquierda.
―¡Vamos! Aún nos queda viaje y si no hablas me moriré de aburrimiento.
―Escucha música.
―Me duelen los oídos de tanto escuchar… ¡no sé como el otro no se queda sordo!
Su padre rió.
―Un día que pase así no le hará nada.
Andrea suspiró.
―¿Soñaste con tus suegritos?
―No.
―¿Seguro?
―¿Sabes? Sí podría resultar entretenido ver a los viejos.
Iba a replicar, fue notorio el cambio de tema, pero su padre le señaló con una sonrisa la ventana y ella volteó. Su sorpresa fue genuina, dejó caer la mandíbula e inconscientemente se acercó hasta pegar su frente y manos a la ventana.
―¿Eso es…?
―Sí. Nieve.
Hubiera babeado y poco le importaría. Andrea jamás había visto la nieve de cerca, lo máximo que se le acercaba era el hielo del refrigerador. Emocionada despertó a sus hermanos, y ellos, incrédulos, al igual que ella se pegaron a la ventana, y a Andrés poco le importó incomodar al pasajero que tenía a su lado.
Su madre luego de pedirle a su hijo mayor que se comportara, comenzó a relatarles historias, principalmente de su infancia. Ella junto a sus hermanos crecieron con las nevadas, sabía lo que era una guerra de nieve y un paseo en el trineo. Andrea, en cambio, nació en un lugar seco y caluroso, lejos del mar, lejos de la nieve.
Pronto los árboles dieron paso a edificaciones. Si fuera posible, su madre sonrió aun más. Y su padre arregló el cuello de su camisa con nerviosismo.
Habían llegado a Burgess.
En el terminal de los buses tuvieron que recoger su equipaje e ir a tomar un taxi. Tuvieron que esperar varios minutos hasta encontrar uno en que pudieran viajar los cinco.
Cuando se encontraban instalados en el vehículo y este se paseaba por las calles de la desconocida ciudad, los tres hermanos miraron con asombro su alrededor y, en un arrebato, Andrea abrió la ventana. La brisa fría pronto acarició su piel e inundó el interior del auto. Amaba profundamente esa sensación, y pronto sacó un poco más su cabeza para horror de sus padres.
―¡Andrea, ciérrala!
Ella rio ante la réplica de su madre.
―¡Es como volar!
¿Así sentían las aves al suecas los cielos? ¿Así se sentía la libertad?
―¡A ver, yo quiero! ―La empujó su hermano.
―¡Basta los dos!
―¡Mami, yo también quiero!
―¡No, Diego! ―Y sujetó a su hijo para que no hiciera una locura― ¡Andrea, Andrés, se van a golpear con algo!
―Ay, mamá, ni que fuéramos tan… ―Y se golpeó la cabeza contra Andrea― ¡Pero quítate!
―¡Quítate tú!
En diez minutos más el taxi de detuvo. Los hermanos miraron a su alrededor, luego a su madre.
―¿Llegamos? ―preguntaron los tres a la vez.
Su madre feliz asintió.
Bajaron el taxi y su padre pronto llamó a Andrés para que le ayudara a bajar el equipaje. Andrea le hizo burla y se apresuró a alejarse antes de que su padre la llamara a ayudar. No le interesaba hacerlo, frente a ella había todo un jardín repleto de nieve. Quería tocarla, sentir el frío, saber si era blanda, a que sabía, ¡todo!... Maldición, ¡parecía una pendeja! Poco le faltaba para estar como Diego, tirado en el suelo haciendo un ángel de nieve.
―¿Cómo es? ―Le preguntó Andrea, agachándose a su lado. Inmediatamente notó que la ropa de su hermanito se estaba mojando, entonces miró sus zapatos, ya estaba comenzando a extrañarse porque los notaba tan fríos… ―Ups.
―¡Diego levántate! Te estás mojando. ―dijo su madre, levantando a su hijo y sacudiendo la nieve.
―Pero si tiene una casaca… ¿cómo…?
―Porque no es de nieve, tonta. ―dijo Andrés, y la empujó.
Su trasero estaba frío y empapado. Y no le importó. Quiso hacer como Diego, crear un ángel de nieve, quiso hacer una bola y tirársela en toda la cara a Andrés, pero nada de eso pudo hacer. La puerta de la casa se abrió y por ella aparecieron dos ancianos.
Andrea se levantó y se ubicó al lado de Andrés, el susodicho le pasó una maleta.
―¿Y esos quiénes son? ―susurró la chica.
―Parece que nuestros abuelos. ―le respondió en un susurro su hermano.
―No sabía que tenía sangre rubia corriendo por mis venas.
―Todos aquí deben ser rubios.
―No parece que tengamos sangre gringa.
―Parecemos adoptados.
Su padre detrás de ellos los golpeó en la nuca.
―Hablen en inglés… ―Y caminando se alejó de ambos, luego de volteó― Y claro que son sus abuelos. ―dijo en español por última vez.
Su madre abrazaba a sus abuelos mientras estos no paraban de repetir "Abby". Su padre se había acercado, y los hijos mayores no aguantaron la carcajada cuando los ancianos ignoraron a su padre para enfocar toda la atención en Diego. El niño estaba confundido y desconfiado, pero apenas la mujer lo mimo y lo halagó, llamándolo guapo y bien portado, su hermanito pronto sonrió.
―Y aquí están mis hijos mayores ―dijo Abigail― Andrés y Andrea.
―Ah, Andys. ―dijo la mujer con una risa. Extrañados la repitieron sus nietos, sin encontrarle la gracia― Hace tiempo que no los veía.
―Deben tener frío, ¡pasen, pasen! ―Los invitó el hombre, tomando los bolsos que traían sus nietos.
―¿Cómo has estado Emilio? ―preguntó la abuela a su padre― Pensé que no vendrías.
Emilio sonrió sólo para ser cordial.
Andrea entonces vio que sus dos padres estaban distraídos, milagrosamente su papá hablaba con su suegra, y su madre seguramente aprovechaba de pasar el tiempo con su padre. Sonriendo se alejó de su familia e hizo lo que tanto deseó hacer desde que llegó: se arrodilló en la nieve. Sus jeans al instante se mojaron, sintió un escalofrío, pero poco le importó. Lentamente con sus dedos tocó la nieve, era fría, y dura. Frunció el ceño, en las películas parecía ser blanda.
—¡AUCH!
Furiosa se dio la vuelta.
―¡Me dolió! ―dijo acariciándose la cabeza. Diego le sonrió con inocencia.
―¿Guerra de nieve?
―Contigo no. ―Se dio la vuelta a pesar de que en su interior si quería. En las películas se veía divertido, pero también pensaba que la nieve era blanda y, si aún lo dudaba, el golpe en su cabeza se lo seguía recordando.
―¡Vaaamos! ―canturreó Diego, acercándose a ella y abrazándola― ¡Por favooor! ¡No seas maaaalaaa!
―¡Que no, pesado! ―Y lo empujó.
Dignamente se puso de pie y se alejó. Lo que hubiera sido un momento feliz de vio arruinado por el niño.
Entonces siente un golpe en su espalda.
Se detiene, y gira para ver a Diego. Tenía los ojos abiertos de par en par.
―¡Diego, te dije que no!
―¡Pero si yo no fui!
―Eres el único que está aquí, no me vengas con…
―¡Yo no lo hice!
Lo señaló con el dedo índice, Diego seguía quejándose, alegando su inocencia. Andrea no quiso perder más el tiempo, pero apenas se dio la vuelta vuelve a sentir un golpe.
―Me aburriste.
―¡Te juro que yo no lo hice! ¡Salió de la nada! ―exclamó Diego, huyendo de su hermana.
―¿Quieres guerra? ―dijo Andrea, agachándose y recogiendo toda la nieve que le era posible― ¡Guerra tendrás! ―Y le lanzó la bola de nieve a la cara, sólo que ni de pizca alcanzó su objetivo. Furiosa lo intentó de nuevo y, esta vez, persiguió a Diego por todo el jardín.
No supo cómo, pero entre que Diego le lanzaba nieve y ella le respondía de la misma forma, ambos recibieron una bola de nieve en la cara y, en vez de enfadarse o quejarse, ambos comenzaron a reír.
Andrea ya no se sentía enojada, es más, lo único que quería era divertirse.
―¡Vuelve aquí ingrato!
―¡Déjame fea!
Los dos no paraban de reír, aunque de vez en cuando Andrea sentía que alguien más tiraba bolas de nieve. Muchas veces cuando recogía nieve era impactada por una bola, y al mirar a Diego él yacía en el suelo, tirado por una bola de nieve que no le pertenecía a ella.
Pero debía ser cosa del niño, o cosa suya.
Un par de minutos después Andrés salió de la casa. Se apoyó en el marco de la puerta y miraba a sus dos hermanos jugar, se divertía, sobre todo cuando Diego comenzó a ganarle al la batalla a su hermana.
―¡Sin compasión!
―¡No le des ideas!
Andrea estaba algo molesta porque perdería, pero eso no significaba que dejaría a Diego vencerla tan fácilmente. En un descuido del niño le quitó la nieve acumulada en su mano al lanzarle una bola de nieve, y cuando se preparaba para lanzarle otra la vio.
Sin poder creérselo sus ojos vieron el momento exacto en que una bola de nieve de la nada golpeaba a su hermanito. El niño cayó muerto de la risa, pero ella aún estaba estupefacta, seguía observando el punto de dónde salió el proyectil.
No había nadie, no podía ser ningún vecino ni Andrés. Pero había algo allí, algo que no veía.
Con la mirada perdida trató de buscar alguna explicación, pero lo que ella no sabía era que si creyera, aunque sea un poco, sus ojos podrían ver al responsable.
Jack Frost.
El chico se percató de que Andrea lo miraba. Por su mente traviesa pasó la idea de tirarle una bola de nieve, directo en la cara ¡la derribaría fácilmente! Pero… no sucedió. Sus miradas se encontraron, y una extraña sensación lo invadió.
Acaso… ¿Acaso ella lo veía?
Nervioso comenzó a reírse, y cuando surgió en un acercarse no como Andrea mejoró observando el mismo punto. Terminó por acercarse, la chica se estremeció pero no quitó la mirada. Pasar una mano frente a sus ojos y, con frustración, comprendiendo que no lo he visto a él.
―Pensé que serías igual a ella. ―Susurró Jack.
