Disclaimer: nada de esto es mío.

Nota de la Autora: no me creo que esté haciendo esto. En serio. No me lo puedo creer. No sólo he vuelto a (que ya de por sí es algo digno de mención), sino que lo hago con algo que tiene pinta de three-shots o algo por el estilo. Y que es het. Y que es (redoble de tambores, por favor) Dramione. (¿Por qué todos me salen tan apocalípticos, ya que estamos?) En fin, que ahí lo tenemos. Aplausos, flames y reviews acusándome de locura en el botoncico de abajo, gracias.


Draco Dormiens

When all is said and done

Respira hondo, se arma de valor. Entra en la habitación con una sonrisa en la cara, el pelo recogido, una excusa preparada. Y nada más verle le tiemblan las manos, los labios, la convicción, se le tambalean las ideas y el recuerdo de otros besos -hace mucho, hace años, cuando todavía lo significaban todo en el mundo, cuando querían decir algo- vuelve de golpe, la deja sin aire. ¿Qué tal el trabajo?, pregunta él; Hermione se encoge de hombros. Bien, como siempre, responde.

De verdad que lo siento.


Para él es más fácil. Para él sólo hace falta un portazo, y Astoria entiende. ¿Otra vez?, pregunta; él resopla. Qué esperabas, le dice. Nunca te prometí nada, y sabe que no tiene por qué decirlo, no tiene por qué excusarse porque no va a cambiar nada. Pero lo hace. Lo hace porque se siente algo mejor, aunque sea poco, aunque no arregle el mundo ni esa mierda de matrimonio. Deja caer el maletín al suelo, se quita los zapatos; entra en la habitación.

Su mujer suspira, se suelta el pelo. ¿Cuándo quieres que firme?, le pregunta; usa ese mismo tono de voz, monótono, de otras veces, el que adopta después de cada discusión, cada pelea. Lleva viendo venir esto mucho tiempo. Demasiado. No es una niña; puede aceptarlo.

Sabes que ella no va a hacer lo mismo, ¿verdad?, le pregunta. No conoce a Hermione Weasley -no de cerca, no más allá del personaje público y las fotos de después de la Guerra-, pero no lo necesita. Sabe qué perfume se pone, se ha aprendido el color de su pelo, la marca de pintalabios que utiliza de lunes a viernes, la de los fines de semana. Una mujer así no lo deja todo, piensa, para irse con un hombre.

Una parte de ella disfruta sabiendo eso.

Draco se encoge de hombros. No lo hago por ella, miente entre dientes, sin mucho entusiasmo. No lo hago por esa sangre sucia -sigue utilizando el insulto, aunque ya ha perdido fuerza, aunque casi va dirigido a él mismo, ahora, y no a ella-; lo hago por mí, Astoria. No aguanto más.

Ella asiente. Se levanta de la cama. He encontrado un buen abogado, le dice. No cobra mucho, pero está bien. Si nos ponemos de acuerdo no habrá muchos problemas, ¿no te parece?

Él traga saliva, se encoge de hombros. La cama chirría un poco cuando se deja caer encima. ¿Podré ver a Scorpius?, pregunta, y algo dentro de Astoria grita que no, hijo de perra, no vas a ver a mi niño nunca más, después de esto.

Asiente, sin embargo. Claro, dice. Podemos tener custodia compartida, y sabe que está siendo buena, sabe que está siendo mejor de lo que él merece, después de tantos años. Después de intentar engañarla y de decirle que la quería, que la sigue queriendo. No te preocupes, añade; se sienta en la cama, a su lado. Ya nos las apañaremos.


Ron no sospecha nada; eso lo sabe. Ron no sospecha nada porque se resiste a hacerlo, se resiste a recelar y a preguntarle dónde va los viernes por la noche, cuando no vuelve a casa. Ron no sospecha nada porque, Hermione lo tiene claro, hace todo lo posible por no sospechar.

Ginny es distinta. Sigue siendo su hermano.

Le lanza pullas, de vez en cuando. Cuando se pierde una comida familiar, por ejemplo -hay muchas y es imposible ir a todas, se defiende Hermione, pero es una excusa débil, patética, y ambas lo saben-, o cuando se marcha todo un fin de semana en un viaje de trabajo. Puede que eso llame la atención de Harry, también, pero él nunca habla. Hermione se lo agradece; no sabría cómo explicarlo. No es que no lo quiera -salvo porque no le quiere, ya no-, no es que se haya acabado. No es que ese otro hombre, Draco, le dé algo que Ron no pueda darle. O eso cree, eso quiere creer. Una parte de ella querría seguir enamorada de ese chico de diecisiete años, pero Ronald Weasley también ha cambiado.

¿Te vas?, pregunta Ginny. Es casi de noche, y Hermione está cansada de todo esto -de estar todos juntos, Harry y Ginny y George y Angie y Ron y ella-, quiere escapar. Asiente con la cabeza, coge el abrigo. Lo siento, murmura. Ron, cariño, nos vemos mañana. Me toca entrar temprano, y su marido sabe que es mentira, tiene que saberlo, por favor. Tienes que darte cuenta de algo, pero es su hermana pequeña la que habla otra vez.

¿En serio? Pensaba que tenías turno de tarde esta semana, suelta; Hermione hace un gesto que podría decir cualquier cosa, que podría no decir nada. Hay mucho trabajo, protesta. Y estoy cansada.

No está mintiendo. No del todo, por lo menos. Se despide con una sonrisa de Ginny, de George, de Angelina; le da un beso en la mejilla a Harry, y cree que podría hacer lo mismo con Ron. Tendría más sentido.

Le besa en los labios. Se los sabe de memoria, se le ocurre. Son muchos años.

Se le saltan un poco las lágrimas cuando abre la puerta. Nos vemos, dice, pide; cierra de un portazo. Y se apoya contra la pared porque no se cree capaz de seguir andando. Se le doblan las rodillas; saca el móvil del bolsillo. Dichosos aparatitos muggles, piensa sin fuerzas; marca un número.

Draco, soy yo, dice. ¿Tienes un rato?


Rose Weasley tiene dieciséis años, y no es tonta. Puede que no sea el cerebrito de la familia -puede que unos y otros se empeñen en recordárselo-, pero no está ciega, y no es imbécil, y sabe perfectamente lo que está pasando. Más o menos.

Son vacaciones de Navidad, y Albus se pasa el día pegado al teléfono. Si alguien se preguntara con quién habla, a estas alturas, ver a Lily intentando escuchar, ponerse aunque sea un segundo, se lo dejaría muy claro. No es que a Rose le haga gracia, desde luego, eso de que su prima esté obsesionada, literalmente obsesionada, con Scorpius Malfoy. Ni con ningún otro.

La vida en la Madriguera es aburrida, en su opinión. Hugo, en cambio, se lo pasa de miedo, pero es que Hugo no es ella, por suerte para él, y todavía tiene edad para llevarse bien con el resto de primos. Mejor que Rose, al menos, aunque eso no tenga mucho mérito.

Se deja caer en un sofá, justo al lado de Victoire y de Teddy -y ese es uno de los grandes problemas de la Madriguera, que uno no puede dejarse caer en un sofá y no estar al lado de nadie-, se pone los cascos. El mp4 es regalo de sus abuelos muggles, uno de los mejores que le han hecho en la vida, y su salvavidas cuando las vacaciones se vuelven insoportables, que es casi siempre. Rose Weasley no odia a su familia, de momento; es sólo que no los aguanta demasiado.

Albus se sienta en el brazo del sofá unos segundos más tarde, suspira dramáticamente, se estira. A ella se le escapa una sonrisa; es su primo favorito precisamente por eso. Le hace reír.

Apaga el mp4, se quita los cascos. ¿Qué ha pasado ahora?, pregunta; Albus se acerca más a ella, hasta que sus frentes se rozan, hasta que el pelo del chico le hace cosquillas en la cara.

No te lo vas a creer, le dice. No se han matado ni nada. Y hace un gesto ominoso, como si fuera una de las señales del fin del mundo. Scorp está alucinando, añade. Rose se ve obligada a intervenir.

Es lógico, Al. Cuando la gente se separa no tiene por qué incluir arañazos ni tirones de pelo, explica. Su primo se ríe.

Ya lo sé. Pero Scorp estaba preocupado. Y yo también, qué quieres que te diga. Cosas de mejores amigos, ya sabes.

Claro, ya lo sé, y lo cierto es que es mentira. El mejor amigo que tiene Rose, si se le puede llamar así, es su primo Albus Severus. Ni siquiera es cuestión de carácter, o de edad; es sólo que Al parece ser el único tipo en todo el Universo que está dispuesto a escucharla, o a hablar con ella como una persona normal.

Ser amiga de Albus, por supuesto, incluye a Scorp en el paquete.

En opinión de Rose, no es mala persona. No es tan creído como dicen algunos, ni tan imbécil. Puede que tenga un poco de cara, de vez en cuando, puede que se aproveche de su talento natural para el quidditch -porque lo tiene, el muchacho; eso no puede negarse- y que tenga cierta tendencia a meterse con miembros de la familia Weasley. No es nada que Rose no entienda, e incluso aprecie, de vez en cuando. No, el único problema de Malfoy, desde su punto de vista, es el apellido.

Hay quien hereda casas, fortunas. Hay quien hereda enfermedades, según los científicos muggles. Scorpius Malfoy ha heredado los errores de sus abuelos y de su padre.

Rose lo entiende. En cierta medida, claro. Sus primos y ella están viviendo justo lo contrario.


Astoria Greengrass. Hacía mucho que no usaba ese apellido, claro. Hacía años, y es como ponerse un traje viejo, uno que se ha quedado algo pequeño y no le sienta tan bien como recordaba. Sigue siendo mucho mejor que Astoria Malfoy, por supuesto, sobre todo ahora. Sonríe frente al espejo. Tiene algunas arrugas nuevas.

¿Astoria?, pregunta alguien al otro lado de la puerta. Ella se termina de vestir, sale del baño. Daphne está sentada en uno de los sillones viejos de papá, en el salón. Le saluda con un movimiento de cabeza. ¿Estás bien? Me tenías preocupada, dice. Ella se encoge de hombros, asiente, niega.

No lo tengo muy claro, responde.

Su hermana sonríe. Ya. Normal. Acabas de firmar, no te preocupes. Es lo mejor.

Y Astoria espera que lo sea. De verdad. Es sólo que no es fácil creérselo del todo.

Las niñas de la casa Greengrass sólo tenían que casarse. Era lo que papá quería, lo que mamá apoyaba, lo que les enseñaron y les hicieron repetir una y otra vez. Un buen marido, alguien con dinero y algo de cabeza y que os trate bien, como señoritas, como reinas. Alguien que os merezca.

Daphne visitó a su prometido doce años en Azkaban. Astoria acabó trabajando de oficinista.

No es la vida que papá imaginó para ellas, tiempo atrás. No es el mundo en que pensaban que vivirían.

Theo dice que puedes quedarte el tiempo que quieras, y eso Astoria ya lo sabía. Theo diría que sí a cualquier cosa que diga su hermana. Salta a la calle desde la ventana, podría decir, y él confiaría en ella, diría si eso te hace feliz.

A veces, Astoria piensa que es eso lo que faltaba en su matrimonio. Ese amor ciego, la pasión que creía que tenían y que no era más que una sombra, un reflejo pobre, un sucedáneo. El quererse sin que importe nada más, levantarse una mañana y decidir que la persona con la que te acuestas es lo mejor que te ha pasado en la vida. A Astoria le han pasado muchas otras cosas, casi todas mejores que Draco.

Una parte de ella no está de acuerdo.

Está bien, murmura; se sienta en el sillón de enfrente. Scorpius..., empieza; Daphne sacude la cabeza.

Dice que quiere irse a casa de un amigo. Le he dado permiso. Volverá a la hora de cenar.

Astoria asiente con la cabeza, cierra los ojos. No sé cómo tendría que sentirme, dice. Libre. Dolida. Orgullosa. No lo sé.

Se muerde los labios. Las mujeres Greengrass no lloran.


Danny