Capítulo [1]
Al igual que tú, desde pequeña no me perdía para nada la grandiosa serie de Xena. De lo contrario, ¿por qué otra razón andarías en busca de fanfics sobre ella? ;) Y a pesar de los años, no le olvidamos. Grandioso, ¿no? Motivo por el cual realicé este fic de ella y también sobre su eterno acosador Ares. ¡Awww, es que su enfermizo e inestable amor siempre me fue sumamente atrayente!^-^' Por lo que este primer fanfic se lo dediqué a ellos dos. Sólo espero que sea de su agrado. Aceptaré críticas buenas como cargadas con tomates. Cualquier review será de suma importancia para mí.
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DISCLAIMER:
La serie de Xena: Warrior Princess o como comúnmente le oíamos mencionar en nuestra lengua castellana, Xena: La Princesa Guerrera, fue creada para el año 1995 por los ingeniosos directores y productores Robert Tapert y John Schulian, con el respaldo de los igualmente productores Sam Raimi y R.J. Stewart. Por lo que no se necesita comentar que tal memorable producción, junto con todos los personajes que presentó en su trama, no han de pertenecerme. Que yo en este fanfic sólo les tomo para la elaboración de una secuela sin fines de lucro.
~Eterna Obsesión~
~o~
De vuelta a sus manos
La mañana estaba en toda su plenitud y ella en toda confianza en sí misma y en el medio que le rodeaba. Caminaba con seguros pasos sobre un suelo rocoso con escasos matorrales que la conducían a una pendiente inclinada. Ahí debía de realizar numerosas escaladas si quería llegar a donde se había propuesto. Antes rondaba por aquellos peligrosos riscos en compañía de su mejor amiga. Pero la vida de una amazona siempre implicaba mortales riesgos en las continuas batallas que se realizaban. Por lo que muerta la que por muchos años vio como la hermana que nunca tuvo, no le quedaba de otra que rondar por la vida acompañada de la soledad. Porque aunque en cada llegada a su clan sus otras compañeras le recibieran alegremente, ella siempre se sentía completamente sola. Creyendo que así sería hasta el día de su muerte.
En dos ocasiones le habían propuesto que fuera la líder de su tribu y las dos veces se había rehusado. Decía que siempre estaría dispuesta a servir a su hermandad tanto en la paz como en la guerra pero que su lugar no era el de una reina, sino el de una propia guerrera. Todas le decían que eso siempre sería una amazona, una guerrera. Y ella comentaba que sí, pero que ella era una guerrera que siempre estaría al servicio de su pueblo pero desde una posición baja y desapercibida. Claramente, lo menos que pudo lograr es que fuese ignorada o dada como una más pues sus talentos en la espada era símbolo de admiración.
Las razones por las que andaba por aquellos terrenos riscosos eran las mismas que las de años atrás. Ella era la única que conocía a la perfección aquellas montañosas y frías zonas a parte de su fallecida amiga. Y la única que se desenvolvía en las escaladas. Cada vez que acudía a ese lugar en busca de unas potentes hierbas medicinales, la recordaba como si la tuviese a su lado. Ya habían transcurrido unos dos años desde que la perdió en una guerra. De haber estado ella ahí, seguramente su amiga estaría con vida aunque hubiese tenido que dar la suya a cambio. Pero ya no se podía hacer nada al respecto. Mucho menos intervenir en el pasado. Cuando la guerra se dio, ella se encontraba muy lejos como para acudir a ésta, así que de nada valía reprocharse. Nada más le quedaba luchar con el recuerdo de ésa que vio como una hermana hasta que llegase el día en que ambas se encontrasen en el plano espiritual en donde arribaban todas las amazonas muertas.
Años atrás, prefería demorar su llegada a la tribu para pasar unos días con ella, su amiga del alma, e instruirla en las técnicas de combate y caza. Diciéndole su querida compañera que a veces se sorprendía que ella hiciera cosas no comunes de una amazona y no perdía ocasión para recordárselo. Ella le sonreía diciendo que qué se le iba a hacer y la otra le contestaba que por eso la había elegido como su mejor amiga, por lo especial que era entre las otras. Ante todos, su muerte la había superado. Sus compañeras pensaban que el gran coraje con el que siempre batallaba era producto de esa superación interna y que lo hacía en el nombre de la que una vez vio como una hermana de sangre. Fueron numerosas batallas las que dirigió y ganó desde entonces. Muchos pueblos la reconocían como una reina amazónica pero al finar de cada combate ella se encargaba de negarlo diciendo que sólo era una servidora de su clan y de su verdadera reina.
¿Qué más daba pensar en esas cosas ahora? Lo que realmente debía hacer era despejarse porque lo más probable es que cuando llegase a casa le esperase la noticia de una nueva batalla. En donde ella entonces descargaría la furia que sentía contra la vida misma y contra los dioses por haberle arrebatado al único ser que había amado en la tierra. Y lo peor de todo es que sentía que su pérdida era doble. Que en vez de irse una amiga, se le habían ido dos. Tal confusión se la explicaba pensando que debía ser porque siempre la valoró como una hermana.
Continuando con su paso, y alcanzada al fin la altura donde nacían las hierbas, se dedicó a llenar un bolso de cuero con toda la cantidad de estas plantas medicinales que se le fuese posible llevar. Ya estaba dispuesta a emprender la marcha teniendo en mente que pocas horas de sueño tendría por alejarse lo más rápido posible de aquellas montañas y del propio recuerdo de su amiga; cuando algo le hizo levantar la alerta.
Escuchó un movimiento entre las hierbas y se sorprendió al ver a un joven que probablemente no sobrepasaba la edad de unos quince o dieciséis años. Desenvainó su espada al instante y le amenazó con el carácter de una amazona. Nunca antes se había topado con alguien en aquellas montañas y mucho menos en el pico en donde crecían las hierbas curativas que su clan tanto valoraba. Por tradición solamente dos amazonas sabiamente elegidas debían de encargarse de recolectar las hierbas ya que éstas habían sido cedidas por la diosa Artemisa. Quién acordó con las primeras amazonas que únicamente les permitiría la obtención de las hierbas si dos amigas unidas como hermanas venían por ellas. Y que si una de ellas quedaba sola por la muerte o desaparición de su compañera, ésta debía de continuar con su tarea hasta que se eligieran a una nueva pareja a la que se le designaría esa labor. Pero antes, la restante se encargaría de acompañarlas en su primer viaje para mostrarle el camino, y luego no volvería a pisar el terreno sagrado pues la labor ya no le correspondía.
Lo menos que se esperaba ese día es que se topara con alguien completamente desconocido. Lo único que había deseado era cumplir con su deber para siempre y luego prepararse para su regreso teniendo en cuenta que era la última vez que subiría a aquellas montañas como una buscadora de hierbas, y la penúltima que lo haría como una amazona. Pues después de dos años, al fin fueron elegidas las dos compañeras que ella instruiría en su última visita a ese escarpado monte. Ahora, en cambio… ¿Qué importaba lo que tenía o no planeado? Si la presencia de aquel joven le hizo sacar todo su espíritu guerrero y atacarlo en cuanto éste pretendiera hacer lo mismo con ella.
En otras circunstancias le hubiera dado muerte inmediata. El mero hecho de ser un hombre le condenaba. Pero ella no se encontraba en medio de una batalla, ni tampoco el joven se encontraba en territorio de las amazonas por lo que no realizó movimiento alguno en su contra. Esperó a que fuese el muchacho el que le indicara la manera en la que ella debía de actuar y así tener una justificación de sus actos. Pues aunque se lo negase a su persona, cada vez que asesinaba en nombre de su clan, una parte de ella se reprochaba pues sabía que una vez se corrigió a sí misma. ¿Una vez? ¿A qué tiempo se refería? Si toda su vida siempre fue una amazona. Nació de una amazona que a su vez nació de otra. Se crió como una amazona y peleaba como tal. Lo mejor sería abandonar esas montañas cuanto antes pues pensaba que las alturas comenzaban a volverse en su contra.
―Sígame ―le pidió el joven tendiéndole una mano para que subiera con él por lo que quedaba de escalar. Ella sabía que tras llegar a la cima solo se toparían con una punta limitada en la que apenas podrían mantenerse ambos de pie así que se quedó extrañada. Aunque no más que aquél joven se le dirigiera a sabiendas de lo que ella era, una amazona. La única manera de excusarlo es que fuera de tierras más allá del mar o de unas montañas que cruzaban de norte a sur demarcando fronteras impenetrables siglos tras siglos―. Ahora ―habló con tono más de una orden que de petición.
―¿Quién eres y por qué de hacerlo? ―preguntó casi en un rugido la amazona pues ningún hombre, y mucho menos un niño, le daba órdenes a una guerra como ella.
―No soy yo quién debe contestarte tus preguntas, amazona. Solo sigo órdenes de mi señor y por eso te insisto en que me sigas hasta la cima.
―Pues lamento decirte que me niego a acompañarte muchachito ―le dejó saber la referida con una sonrisa cortada pues le sorprendía la insensata insistencia de aquel completo desconocido―. Además, no hay nada en la cima más que un puntiagudo pico en el que seguro te matarás si subes, facilitándome así mi trabajo si me sigues fastidiando ―añadió la guerrera pensando en que si mataba aquel joven podía desatar la furia de Artemisa por manchar unas tierras consagradas a ella con sangre humana.
―Y yo lamento ser la causa de la siguiente furia que tendrás, mujer.
―¿Siguiente furia? No sabes ni lo que dices, mocoso. ¿Por qué no mejor te me desvaneces de mi vista y… ―No llegó a terminar sus palabras ya que sin que pudiera explicarse cómo, aquel joven saltó desde las rocas a su frente, le arrebató el bolso de hierbas que aún tenia sobre el suelo y salió en la huída con éste montaña arriba.
―¡Maldito escuincle! De esta no te salvas ―aseguró con esa predicha furia mientras le seguía el paso escalada tras escalada―. Tienes que estar completamente demente para presentarte ante una amazona totalmente desarmado y mucho más para atreverte a robarle de la manera tan estúpida como la que has hecho. ¡No tendrás escapatoria! Ya te dije que no hay a donde ir allá arriba. Pero considérate con suerte muchacho, no seré yo quien te mate, sino las filosas rocas que te esperen abajo ―le aseguró teniendo en mente que lo empujaría montaña abajo por su gran atrevimiento.
Lo que no supo es que aquel lugar no estaría como ella le recordaba años atrás cuando era casi una niña. Seguramente al quedarse perpleja con lo visto, es que la volvieron a tomar por desprevenida. Terminando de escalar, sí se había topado con el pico que siempre recordaba, pero también con un suelo completamente plano con esculpidas figuras mitológicas, columnas griegas de mármol, y lo más extraño, un templo perfectamente edificado. Parpadeó jurando que estaba soñando y que todo era producto de la altura. Ahí apenas los rayos del sol llegaban por lo que todo se mantenía entre nieblas con unos tonos grisáceos y violáceos acompañados de uno naranja que se apoderaba del cielo. Pensó que lo más probable era que se había caído en medio de la escalada y que ahora se encontraba viendo al Olimpo una vez muerta.
―No intentes nada o entonces sí que pasarás a dar un paseo por el Olimpo y luego por el inframundo de Hades por segunda vez en tu existencia ―se le dirigió una voz de un segundo desconocido que ahora resultaba ser un hombre que también le acababa de tomar por sorpresa.
«¿Segunda vez?», pensó en sus adentros las palabras de su opresor sin comprender mientras éste la sujetaba por uno de sus brazos a tiempo que con la otra mano se dedicaba a hincarle una daga en su descubierto cuello.
―Es un verdadero placer verte de nuevo, Xena.
Ante su nombramiento, la amazona no lograba entender de dónde demonios había salido tan extraño sujeto y mucho menos por qué la nombraba con un nombre que no le correspondía. O al menos eso ella pensaba.
―¡SUÉLTAME MALDITO BASTARDO! ―gritó con la furia más reveladora que le fue posible tener al intentar soltarse de su recién aparecido enemigo―. No sé quién diablos eres y ni por qué me confundes. ―Sin medir las consecuencias se atrevió a agredir al hombre pese que éste le ganaba en posición ya que se encontraba agachado al borde del risco con un arma en la mano y ella se encontraba colgando en las alturas y con sus dos manos fuertemente agarradas de las piedras como para no poder hacer uso de su espada.
―Siempre tan agresiva, Xena ―le describió entre risas el que ahora se mostraba como un oponente mortal que si quería, podía patearla desde donde se encontraba para brindarle una muerte segura―. Esa es una de las características que siempre me fascinó de ti, tu furia, tu calor en la batalla, tu seductora imagen e inteligencia, y sobre todo, tu indomabilidad ―le habló como si en el pasado ya le conociese―. Nunca fuiste de nadie, tú solo fuiste la ama de ti misma. ¡Libre como un águila en el cielo!
Si algo no había logrado comprender en su vida lo eran las palabras de aquel recién aparecido enemigo a quien tomó como un sendo maniático que pronto le mataría si no se apresuraba hacerlo ella primero. Por eso hizo acoplo de todas su fuerzas en su brazo derecho para mantenerse sujetada de unas rocas en aquel risco, y con el izquierdo desenvainó la espada que colgaba de su cinto. Mientras aquel hombre lanzaba enloquecidas carcajadas al rojizo cielo que a ambos les cubría, levantó la filosa hoja de dicha espada y la movió en contra de su oponente con el fin de herirle gravemente en una de sus piernas. Para su sorpresa, el hombre fue sumamente más rápido que ella ya que en menos de un segundo logró agacharse ante su presencia y poner su antebrazo entre su cuerpo y el filo cortante. Los azules ojos de la amazona se abrieron como un mar de claras aguas ante la imagen que tenía de frente. Pues sin que pudiese explicárselo, aquel hombre había parado el ataque con su propia carne sin que esta sufriera la menor laceración al respecto. Era como si fuese de piedra.
―Me parece que por el momento no te encuentras en condiciones de captar una sola palabra de lo que pueda decirte, querida. Esperando que después de esto, recuerdes el dios que era ―le dijo con una elegancia no propia del siguiente acto que tuvo con ella pero si a la par con su maliciosa sonrisa. Tomándola tortuosamente por sus oscuros cabellos para elevarla en los aires haciendo uso de un sólo brazo a tiempo que ella no podía hacer otra cosa que patalear para intentar zafarse. Disfrutando su poder, le dio unas sacudidas lanzándola contra una pared de piedra yaciente en aquel rocoso suelo que la amazona había jurado nunca haber visto después del pico del la montaña que para su desgracia ese día había escalado.
Tirada el en áspero suelo y sintiendo como la sangre chorreaba por su frente, la amazona intentó ponerse de pie pero apenas pudo mantener los ojos abiertos. Las pisadas de su agresor llegaron hasta su golpeado cuerpo, y cuando estas se hubieron detenido, se sintió morir allí mismo. Sin honor y deshonrando por completo a su clan de amazonas. Ninguna de sus compañeras así lo vería, pero ella creía que la auto dureza te garantizaba un poco más de vida. Allí en el suelo, comprendió que en cierto sentido, se había equivocado.
…
Tendida en un frío y pulido piso con lozas de mármol, la inconsciente amazona se encontraba siendo el único punto de atención de dos oliváceos ojos que vorazmente lograban penetrarle hasta el alma. Y una vez allí, la mente de su portador se maldecía una y otra vez porque pese a ser quién era, jamás había logrado poseer como hubiese deseado tal tesoro invaluable que para él y muchos otros representaba. Él observaba con total deleite la respiración de aquella guerrera, contemplando cada subida y baja de su plano vientre y su cubierto y algo apretados pechos. Posando su mirada en esta característica región femenina, se sonreía una y otra vez al felicitarse a sí mismo por todo lo que hasta el momento había logrado. En donde para volver a tener frente a su presencia aquella deseada mujer, prácticamente había tenido que vender su inmortalidad y divinidad al mismísimo Hades. Si no hubiese manejado bien las cartas sobre la mesa, habría perdido un juego que le costaba como consecuencia el destierro definitivo del Olimpo y la convivencia con los hombres hasta el fín de sus días. Y todo y gracias por haber amado como nuca a una mortal que una y otra vez se atrevió a rechazarle e írsele en contra.
Con el alma y el cuerpo de su reconocida Xena a apenas unos escasos pies de distancia, se sentía triunfante pues tras un arduo trabajo, ya casi tenía en sus manos la gloria eterna. Nada parecía haber salido mal. Ni siquiera la misma Xena que tenía delante. Durante la primera vida de ésta siempre se les estuvo presentando e interviniendo lo más frecuente posible. Ahora en la segunda, había entendido que abstenerse a un tercer plano en el que sólo podía observar y esperar con suerte que a quienes hubo de manipular, sus órdenes cumplieran. Quería que la Xena que él una vez conoció, jamás dejase de existir. Por eso logró que resurgiera tras un nuevo nacimiento. En todo momento estuvo al lado de la que algún día llegaría a ser la forjada guerrera que amó, odió y volvió amar en una inestabilidad que les llegó a sorprender a ambos. Y gracias a él, la Xena que todos conocieron y que luego dieron por muerta, ahora se encontraba en su posesión.
Sin apartar aun sus ojos del pecho de la mujer, volvió a soltar una maliciosa sonrisa pensando en lo que hubiera pasado si él no interviniera un día en el que apenas aquella mujer era una recién nacida por segunda vez. Por lo general, muchas de las amazonas que se restringían únicamente al campo de la guerra, como las arqueras y espadistas, tenían un seno quemado o cortado. Y es que al nacer, sus madres o criadoras les quemaban siempre el pezón derecho con el fín de que se interrumpiera su crecimiento y se desarrollara mayor fuerza en el propio brazo derecho. Si ya estaban adultas a estas se les podía quemar de igual modo o cortar con el mismo fín. De este modo tendrían mayor facilidad en el manejo del arco y en los movimientos de la espada. Una antigua tradición ya raramente practicada desde hacían algunos dos siglos atrás, pero que en la últimas décadas había sido traída de regreso en ciertas infantes seleccionadas. Por lo que ante tal tradición del pasado, siempre se mantuvo alerta pues jamás permitiría que mutilaran el cuerpo que más deseaba tener en toda su inmortalidad.
Por eso se reía, porque de no haber enviado una engañosa señal ante la que hizo el papel de madre de su amada guerrera, a esas alturas ésta se encontraría sin un pecho y sabrán los otros dioses del Olimpo qué otra cosa más. No era que le iba a despreciar por que estuviese mutilada. En parte le desagradaba la idea de que así las cosas se dieran. Pero en realidad lo que le desagradaba era que su guerrera quedara marcada como una amazona. Cuando él mismo sabía que nunca lo había sido y que jamás lo sería.
Un moviendo de sus piernas le demostró que pronto se despertaría pues la incomodidad del duro suelo le haría buscar un mayor acomodo que el gustosamente estaría dispuesto a ofrecer. Le daría todo lo que estuviese a su alcance o lo que no lo estuviera también se lo daría. Después de todo, él era un dios y quería hacer de ella su diosa reina. La utilizaría para sus más anhelados y gloriosos propósitos y la presentaría antes otros dioses como el regalo ignorado, rechazado o temido que sólo él se había atrevido a aceptar. Estaba ansioso por vestirla con las más finas telas tejidas por la mismísima Aracné, convertida en araña por la diosa Atenea quién en su majestuoso trabajo soberbia hubo de ver.
Aunque por otro lado, no se podía negar así mismo que le fascinaba verla con su típica vestimenta de cuero. La cual estuvo compuesta por una falda de tal material de oscuro tono en hilachas para facilitar las corridas, y una especie de corsé de medias mangas del mismo dicho material cubierto por una delicada armadura que amordeaba su cintura y sus pechos. Si algo le excitaba más que nada era verla con esa vestimenta que dejaban en libertad sus largas y fuertes piernas tonificadas en cuyos pies siempre calzó unas altas botas de mencionado cuero.
Recordando como ésta cabalgaba salvajemente por los prados y bosques de los mortales, no pudo contenerse en acercarse desde su asiento al cuerpo de la guerrera y aproximar su mano a una de las piernas levantadas de ésta.
―Amo, el santuario está listo ―le informó su mortal sirviente justamente cuando éste comenzaba a adentrarse en su divino mundo en el que solamente se encontraba él y su adorada guerrera.
―¿Y el cielo? ―preguntó hastiado por lo oportuno de su sirviente.
―Gris como las cenizas de un pueblo después de la guerra, mi señor.
―Perfecto ―sonrió con total gozo pensando en lo que eso significaba.
Unos quejidos de la mujer que tirada en el piso tenía, le hicieron volver a concentrar su mirada en ella con una emoción interna por ver como ésta volvía a reaccionar ante su prepotente presencia.
―¿La matará o le dejará con vida, mi señor? ―se preocupó su sirviente teniendo como respuesta una sonrisa maliciosa de su amo.
―Parece que se me fue la mano contigo, querida ―le dijo el inmortal captor a la adolorida guerrera que al abrir los ojos no supo distinguir otra cosa que unas antorchas en lo alto de un muro―. He olvidado que pese a que eres la misma de años atrás, el mismo cuerpo, la misma alma y la misma furia, tu estadía con esas salvajes amazonas te debilitó tu potencia al amaestrarte como a una fiera. Y eso me encandece por dentro pues tú siempre fuiste tan indomable como las sirenas del mar, las quimeras de los barrancos o cualquier otra bestia que yazca en el inframundo de Hades. Claro, excepto por dos seres, una maldita mortal que te llevó a tú final desgracia ―contó con ira manteniendo su puño apretado―, y desde luego, un inmortal como yo ―se enorgulleció al saberse consciente de ello.
Allí en el piso, la amazona le escuchaba completamente desconcertada. Miraba a todos lados concluyendo que se encontraba en el interior del templo visto cuando subió hasta el pico de la montaña. Creía estar soñando pero el dolor producido por el golpe en su cabeza le era demasiado tortuoso como para no ser real. Reconoció al muchacho que la había llevado hasta las garras de aquel maldito hombre que no dejaba de mirarle como una fiera lo hace con su presa. Percatándose de que nada la apresaba. De que no se encontraba encadenada o atada de pies y manos. O eso pensaba.
Intentó en vanamente ponerse de pie dispuesta a atacar aunque fuese con las uñas a aquél que se reía gustosamente de ella. No haciendo más que elevar su torso con los brazos y sintió su cuerpo tan pesado que las fuerzas no le dieron para sostenerse y tuvo que tumbarse nuevamente al frío piso de grisáceo mármol. Era como si una fuerza tirara de ella, impidiéndole que tuviese voluntad sobre sí misma. Las risas de su captor comenzaban a ponerle algo nerviosa pues comprendía que se encontraba a merced de su suerte nuevamente. Tirada boca abajo hizo un esfuerzo por volver a levantarse pudiendo ver apenas que se encontraba en medio de un círculo dibujado con símbolos divinos y malditos causantes de producir una magia ejercedora de la involuntad en la que se encontraba.
―¿Quién creería que la guerrera de un siglo atrás sería aprisionada de la forma en la que se encuentra? ―preguntó para sí aquel inmortal hombre teniendo la atención de unos espantados ojos azules que les miraban incomprensiblemente―. ¡No me mires así, querida! ―le gritó de repente al tirarle por una de sus botas de piel y acercarla más hacia él―. Debido a la neblina que cubre tu mente no has de entender nada de lo que digo. Pero no te preocupes. Más pronto que temprano recordarás absolutamente todo y entonces se podrá decir que estaremos a la par uno al otro. Sin embargo ―añadió regresando aquella cínica sonrisa que ya le fastidiaba a la guerrera―, déjame disfrutar ese miedo que se encuentra en tu interior en estos momentos. Jamás tuve la oportunidad de provocártelo como lo he hecho ahora y creo que me merezco probar de tu sufrimiento, hermosa. ―Y dicho esto, se bajó de su asiento para compartir el frío piso con la mortal más hermosa que sus ojos jamás hubiesen visto. Tendió una de sus manos y la sobrepasó por las descubiertas piernas de la amazona sin tocarle aún. Siguió así hasta que al pasar por la rodilla decidió posar su mano en esa región. Un movimiento de rechazo por parte de la guerrera le excitó más de la cuenta pues sus deducciones de temor habían aceptado.
―¡No me toques, rata mugrienta! ―gritó alejando sus piernas del contacto de aquel cínico descarado que lo único que quería era envolverla en el terror para luego presentársele como su único salvador.
―Me parece, una vez más, que no podré complacerte, querida ―se lamentó falsamente de antemano mientras volvía a hacer lo que se le había prohibido. Esta vez corrió con su mano toda la pierna de la mujer, quien no se explicaba cómo era que ya no la podía mover, hasta la parte lateral de sus desnudos muslos. En esa región masajeó con aspereza la piel como si se tratase de la última mujer que tocase en su inmortal vida.
―¡Te dije que dejaras de tocarme, maldito infeliz! ―le reprimió sintiéndose tan impotente con su cuerpo tirado en el piso y él agachado sobre sus extremidades inferiores.
―Y ya yo te dije, querida, que se me es completamente imposible dejar de hacerlo. Si vemos bien, tú eres la única culpable por poseer tan infinita belleza acompañada de una fortaleza que tú misma te sorprenderás de que posees.
―¡Estás demente!
―Si querida, y tú de eso también eres culpable ―le acusó mientras regresaba a su labor. Esta vez quiso ir más allá y luego de recorrer de nuevo una de las esbeltas piernas de su amada, se detuvo en la parte media de los muslos en donde se fue adentrando bajo la falda. Una pieza de dos tachones en forma de picos unidos con una costura en las caderas y quedados sueltos de ahí en adelante para facilitar la movilidad―. Tu calidez representa una relajación total para mi mente y cuerpo, Xena.
―¡QUE NO SOY XENA! Lysia es mi nombre y… ¡No! ¡No te atrevas! ―se le reveló sintiendo las intenciones de su poseedor que ignoró su súplica disfrazada con un tono de orden y produjo su caricia en aquella zona encargada de demarcar la feminidad de una mujer. Allí hundió su mano hasta donde el cuero de la ropa bajo la falda de piel le hubo de permitir. Con sus dedos intentó adentrarse en nuevos caminos pero al encontrarse sumamente concentrado en la deidad hecha mortal que tenía bajo de sí, se le olvidó mantener la potencia del campo que limitaba sus fuerzas. Por lo que tan pronto como se percató de ello, la amazona le lanzó una fuerte patada mandándolo a los pies de su sirviente parado a unos cuatro metros de ella.
Sin perder más tiempo, la apresada se puso de pie queriendo encaminarse hacia lo que pensaba que era una salida cercana. Pero en cuanto dio las primeras zancadas, la fuerza anterior la detuvo dejándola pretificada en medio del templo. El dios se acercó a ella con el brazo de igual forma extendido y la mano articulada siendo él el productor de dicha fuerza que apresaba a la guerrera que masoquistamente amaba.
―¡Tienes que haberte vuelto completamente loca si piensas que puedes escaparte de un dios como yo, querida! ―le masculló con los dientes apretados en cuanto le dio alcance y la trajo hacia su pecho halándole por los alborotados cabellos.
Una vez la tuvo retenida e inmovilizada, le pareció que no tenía gracia si continuaba usando su poder divino con una mortal como aquella. Así que desvaneció la fuerza mental y sólo hizo uso de la física de su materializado cuerpo. Sintiendo que podía moverse, la guerrera luchó para zafarse del fuerte lazo que le amarraba pero solamente ganó quedarse sin aire por unos momentos a causa de la gran compresión que los brazos de su captor hacían contra su abdomen y pecho.
―¿Qué quieres de mí, abominación? ―preguntó dándose por vencida de una escapada ante tal prisión corporal.
―Lo que una vez estuviste dispuesta a darme. Lo que casi toqué con las yemas de mis dedos. Pero al final elegiste otro camino dejándome atrás como si yo hubiese sido uno más entre todos los mortales que te temían o aclamaban.
Sin escuchar nada más que la respiración de la mujer que retenía contra su cuerpo, usó una de sus manos para apartarle el cabello cortado de la frente, una pollina que siempre ocultaba la expresión de sus cejas confundiendo a quienes le mirasen. Después apartó el de sus hombros y cuello para comenzar a besar con pasión estas áreas descubiertas. A su paso solo dejaba una piel sonrojada acompañada de algunas mordidas causantes de dolor y maldiciones por parte de la guerrera. Inconforme con la única parte que había probado, el dios prosiguió con la piel oculta bajo el camisón de teñida tela. Allí introdujo sus manos acariciando la espalda en un par de ocasiones y luego despidiéndose de la zona con unos largos arañazos. Lo mismo pasó a hacer en el abdomen hasta apoderarse del seno derecho de su amada.
―Me debes esta parte de tu cuerpo querida ―le susurró―. Sin mi intervención serías como ellas, como una amazona ―reprimió a tiempo que amasaba el pecho bajo la tela, cubriéndolo con toda su mano. Desesperado, la volteó a su frente y viendo la mirada de odio que ésta le expresaba, la besó salvajemente recibiendo una mordida por parte de la fiera que creía haber domado―. Con eso sólo has logrado que te desee más, cariño ―gruñó. Tras esto, pasó a besar nuevamente su cuello mientras le tiraba de la cabeza hacia atrás por sus cabellos y evitaba que se le escapase apretando la cintura de ella contra su abdomen por medio de su otro brazo restante.
Queriendo descubrir más terrenos, le soltó los cabellos para tener esa mano libre y usarla contra aquel maldito ropaje de pieles que le impedían acariciar la blanca piel de aquella mujer como realmente quería. Descubriéndola de las prendas su cuerpo. Rasgando telas para al fin dejar al descubierto los perfectos y erectos pechos producto de los escalofríos que él tenía sobre ella. Sin perder tiempo aproximó su rostro entre éstos, depositando varios besos en el área del esternón para darle rápidamente una lamida a uno de ellos. Deseando cubrirlo con su boca cuando su sirviente le sacó de sus fantasías.
―Mi señor de la guerra, tiene que vestirla para el santuario pues pronto empezará la lluvia de purificación ―avisó tendiéndole al dios un vestido de telas blancas y claras. Él inmortal tuvo que contenerse en sus adentros y aceptar que su mortal sirviente tenía razón―. Permítame prepararla en la recámara asignada por usted. Allí podremos ataviarla para lo que le ha reservado, amo ―habló con tono apagado aquel joven que no soportaba los intensos ojos azules de aquella mujer sobre los suyos.
―¡No dices que no hay tiempo! Vístela aquí mismo ―le ordenó mientras le lanzaba el cuerpo de la mujer a su frente y éste que le sujeta sin remedio alguno―. No podrá resistirse así que no tienes excusa muchacho ―dijo sonriente mientras él mismo le bajaba la falda a la guerrera y posicionaba las manos del mortal en el abierto camisón para que este hiciese lo mismo―. Sabe que soy un dios y que como tal puedo hacer muchas cosas. Ahora por ejemplo mientras la abrazaba, le transmití unas terribles imágenes de cómo unas de sus compañeras amazonas se retorcían repentinamente en el enlodado suelo tan solo por yo pensar en ellas. Y por lo visto, ha entendido que si continúa resistiéndose, la próxima vez seré menos misericordioso y acabaré con sus vidas con el mero hecho de pronunciar sus nombres. Por lo que a ti respecta ―le continuó diciendo― considérate afortunado por este privilegio que has recibido porque no muchos hombres lograron tenerlo, ni en la primera ni segunda vida de esta mujer forjada en la batalla. Yo por mi parte deseo esperar a tenerla como una verdadera reina. ―Se abstuvo acariciando un brazo de la aterrada amazona y llenando su mente con pensamientos oscuros de total deseo.
…
El santuario no era otra cosa que cuatro columnas griegas que bordeaban un piso comprendido por un cuadrado de unos tres metros de largo y de ancho. Tal infraestructura quedaba al margen de un risco del que con el más mínimo descuido, te podías caer a su vacío. Para su acceso, nada más se subían unos escalones de mármol y ya lograbas posicionarte en su centro. La amazona fue llevada por un camino entre estatuas cuyos ojos parecían que te seguían en cada paso. En compañía del joven muchacho, no podía hacer otra cosa que seguirle los pasos sin saber lo que en medio de aquellas altas cuatro columnas le esperaba. Si se sentía adolorida por el golpe en su cabeza y otras agresiones por parte de su captor, pronto desearía tener aquellas molestias como meras caricias después de que sintiera el verdadero dolor de los dioses.
Los alrededores eran completamente como les vio cuando a ese maldito lugar llegó tras escalar por la montaña. La única diferencia lo era el cenizo cielo que ahora arropaba todo lo que la vista alcanzaba a ver. Entonces los relámpagos seguidos de los truenos comenzaron a dar sus más estruendosas presentaciones indicando así que se avecinaba una tormenta. Unas gotas de lluvia comenzaron a caer y al sentirlas contra su piel, pudo haber jurado que en vez de agua, lo que le había caído eran unas agujas. El sirviente debía de haber sentido lo mismo pues apresuró su paso y el de ella hasta el pequeño santuario. Allí le pidió que subiera por las escaleras pero en cuanto ésta presenció a unas cadenas de pura plata, optó que lo mejor era escapar de la torpeza de aquel escuincle. En una distracción de éste, la amazona le empujó fuertemente contra los escalones teniendo la esperanza de que sus veloces piernas la llevarían de vuelta al pico de la montaña por donde había subido y que aún veía desde donde se encontraba. Corrió y corrió creyendo cada vez más que pronto escaparía de aquel maldito lugar y de su perverso dios. Cuando tocó el pico sobresaliente soltó una sonrisa de victoria, mas al disponerse a bajar por él y dejar atrás aquel mundo ajeno al de los mortales, un fuerte golpe en su pecho le lanzó por los aires alejándola de su punto de escape.
―Sabía que no te atemorizarías con sólo amenazas, Xena ―se le dirigió la voz del dios del que no parecía poder escapársele―. Si nunca nada te intimidó en tu primera vida, ¿por qué existiría algo que lo hiciese en una segunda?
―Ya me están cansando tus palabras incompletas ―salió con hastío después de escupir un buche de sangre que le había llegado desde el pecho hasta la boca―.Y que me nombres como Xena cuando mi verdadero nombre es Lysia. ¡¿Por qué no me dices de una vez quién diablo eres o qué demonios quieres de mí?!
―Porque espero a que te acuerdes tú misma, querida. ―Y con esto, el dios que le patea midiendo un poco sus fuerzas pues sabía que se trataba de una mortal, aunque no por eso se iba a ablandar. Ni así la amara más de lo que siempre le amó.
―¿Acordarme de qué rayos? ―preguntó tratando de contener el dolor palpitante en su abdomen y vientre provocado por el repentino golpe―. Para mí no eres más que un mismísimo demonio que como tan pronto pueda, te mandaré de regreso al infernal abismo del que saliste.
―No me digas, Xena ―se le burló sonriente arrodillándose a su lado―. ¿Tú y cuántos más? ―quiso saber halándole hacia atrás los oscuros cabellos para verle la cara―. ¡CONTESTA! ―gritó con desespero al notar el silencio de ésta.
―¡PRIMERO TÚ DIME QUIÉN ERES Y POR QUÉ HABLAS COMO SI ME CONOCIERAS!
Cada vez que se le resistió en el pasado, más le aumentaron las ganas de poseerla y tenerla como su reina diosa liberadora de todas sus fuerzas sobre la tierra. No podía negar que se encolerizara viendo como ésta se le levantaba siendo la mortal que era, y sin cargar ni una gota de miedo. Había jurado que al presentársele de nuevo sin que recordara nada, se lo provocó de inmediato. Pero ya veía claramente que no. Que su guerrera jamás le temería ni a él ni a la mismísima muerte. A menos, que no se tratase de la de un ser que ella misma amase. Un ser como el de una gran amiga. Ese temor ya lo hubo de ver años atrás en su tribu amazona. Vio como ella le temió y como cayó en cuerpo y alma por éste. Pues sin su compañera, deseó que se la tragase el mismísimo infierno. Tal y como le sucedió en su pasado con otras personas. Con una misma y más grande primera amiga, y con allegados familiares.
―Ya te dije, querida, que preferiría que tú recordases todo por ti misma ―le repitió tras sonreír de esquina a esquina por la valentía de su fiera cautiva―. Pero como noto que te me estás impacientando, al igual que yo por tu insensata rebeldía, te situaré en tiempos y lugares. Comencemos por ejemplo cuando pasaste a ser reconocida por el terror que causabas tras tus invasiones y batallas. Arrasabas con poblados enteros y no tenías piedad con nadie ni nada que se te interpusiera. Tú y tu espada se convertían en una sola al momento de la guerra ―le describió mientras le colocaba rudamente la palma de la mano en su sudorosa y ensangrentada frente―. Yo vi en ti una potencia inigualable y antes de que otro dios se enriqueciera contigo, me adentré en tus mortales murallas y logré que aceptaras guiar mis batallones por toda tierra que se presentara a tus pasos ―prosiguió relatándole mientras hacía más presión en su frente enviándole unas descargas que despertaban hasta la parte mas dormida de su subconsciente―. Pero cometí el único error de dejarte ser una mortal con un corazón débil que aun guardaba algo de amor, bondad y sobretodo, compasión y piedad.
Al escuchar las palabras del dios que tenía delante, la guerrera se sintió caer en un mar oscuro donde las aguas la batían de un sitio para otro. Sintió como la respiración se le cortaba y como el agua penetraba su garganta para ahogarle. Después sintió también un cambio, ahora no se ahogaba, sino que se asfixiaba a causa de un pesado humentil que le cegaba los ojos y le impedía obtener aliento. Entonces algo volvió a cambiar y se percató que no era ella quién se asfixiaba, sino docenas de personas en un poblado que ella cruelmente había atacado con su ejército. Veía como las casas de los poblados se venían abajo repletas de llamas. Sentía el dolor de cada campesino siendo atravesado por las espadas de sus hombres, y por los de ella misma. Montada en su caballo era inalcanzable para cualquier hombre de la tierra que no usara unas armas más que para la caza. Destruía familias enteras, separaba a niños de sus padres al arrebatárselos en una oleada de sangre. Dejándolos huérfanos a merced del hambre o de esclavistas que seguían sus pasos sabiendo lo que después se encontrarían.
Las imágenes cambiaron a unas embarcaciones luego de recordar el suelo repleto de sangre de inocentes o de rebeldes que se atrevían a írsele en contra. Ahora se hallaba comandando un navío sobre los mares. Ella y su tripulación celebraban la captura del emperador romano Julio César. Lo que nunca contó es que tal romano jamás aceptaría una humillación como aquella y ella no tardó en terminar siendo derrotada por él y todo un ejército que tomó a sus hombres de sorpresa en medio de los mares. Llevada a la costa, todos los hombres que lideraba en ese viaje fueron crucificados junto a ella. Sin casi aliento que le sustentara la existencia, despojada de todas sus riquezas y de su habitual elegante vestimenta, la que seguían como su líder en un barco pirata ahora no era más que un cuerpo que solo esperaba la muerte en una cruz.
Julio César fue a verle en toda su perdición y desgracia y desquitándose por la humillación que ella una vez le causó, ordenó a uno de sus hombres que le rompiera las piernas con el martillo que cargaba. Se dice que el grito despedido por la guerrera cruzó toda montaña alrededor de la costa y para los que le conocían fue la señal suficiente para que le dieran por perdida y abandonasen sus servicios a merced de las olas.
Una joven gala entrada en su adolescencia de nombre M'Lila fue la que impidió que la muerte llegase a sus pies. Esa muchacha de tez morena y cabello marrón caracoleado, no fue otra cosa que una de las propias rehenes que tuvo mientras navegaba por los mares tras haber invadido su barco como un polisón. Notó que aquella criatura tenía una grandiosa habilidad, la de desactivar el pulso nervioso en determinados puntos del cuerpo pudiendo ocasionar hasta la muerte de la víctima si no se corregía a tiempo la falla. Puede que fue por eso que la conservó en uno de sus aposentos, pues al ver que la chica la superaba en esa destreza, quería aprender de ella lo más que le fuese posible. O al menos esa era la excusa que daba a sus seguidores al mantenerla con vida frente a éstos y defenderla de sus ataques. Sucediendo que muy en el fondo, ella acababa de comenzar a sentir la piedad.
Desprendiéndola de la cruz de madera donde la habían crucificado, la joven igual que ella, la cargó sobre su espalda hasta internarse en la forestación de la costa. La guerrera no supo más de su vida hasta que despertó en una choza bajo los cuidados de su salvadora y de un curandero de nombre Nicklio que al parecer la chica conocía. Ambos, conocientes de la medicina, le habían reparado las piernas colocando los huesos patelares, fibulares y tibiales en su lugar. También le habían untado ungüentos para evitar las hemorragias internas, la hinchazón y los moretones. De cada rato le daban de beber tés que amenguaban su dolor y le calmaban los ánimos. Resultaba que la joven esclava gala, pues así había terminado en aquellos tiempos de poderío romano, había visto en la guerrera un vestigio de bondad que algún día sería despertado.
"Tienes un destino, Xena", le dijo la gala. Quien guardaba la esperanza de que algún día la mercenaria que tenía a su frente reencaminara sus pasos por un mejor futuro. "Pero debes escogerlo", le aconsejó con todo el corazón luego. A lo que con suma tristeza Xena le contestó: "¡Lo escogí!" Invadida de gran pena y posible arrepentimiento. Por la persona en la que se había convertido. "Escogí el mal", le aseguró a su morena amiga. Lo que era una verdad entre verdades. Pero no un impedimento para cambiar. Sino todo lo contrario, era un error del que se aprendería y el que siempre te acompañaría para indicarte que no le repitieses. Contestándole la gala lo siguiente: "Ahora que conoces el mal, fuiste el mal, puedes combatirlo. Cuando los vivos piensan en los muertos, los muertos pueden oír sus pensamientos."
M'Lila pudo haber comprobado en vida lo que sus palabras pudieron causar sobre una dura guerrera sino fuese porque unos romanos entraron a atacar su choza. Todo ocurrió tan rápido que apenas unos celajes de imágenes pudo ver en sus recuerdos. Como quiera recordó como un arquero entraba a la vieja casa y se disponía a lanzarle una flecha a su pecho mientras ella apenas se había levantado de la cama en la que se encontraba postrada. De no ser porque M'Lila se hubiese interpuesto, a estas alturas la guerrera no estuviese recordando nada. Viendo como la joven gala se despedía de ella con una leve sonrisa, una ira interna invadió su cuerpo y sin arma alguna, arrasó con aquellos romanos que se atrevieron a asesinar a quién una vez ella la vida le había perdonado y quién la suya había salvado por segunda vez.
Una nueva Xena nació desde ese entonces. Y no precisamente una que quería redimirse como deseó M'Lila. La Xena que nació acabaría de emparentarse con el mismo mal más de lo que ya estaba. Ese golpe que le había dado César de traicionarla y crucificarla después de que se hubiesen vuelto amantes, y luego provocar la muerte de la única amiga que hasta en esos momentos había tenido, fue algo que despertó su total ira interior. Ira que usaría en contra de todos los que osasen en meterse en su camino. Ahora se dedicaría a luchar hasta contra la propia vida que tantas injusticias con ella había cometido.
―Creo que esto fue más que suficiente, querida ―le sacó de sus recuerdos la voz del dios que había contribuido a tenerlos―. Al menos por el momento. Me encantaría continuar con la charla pero no puedo seguir deteniendo la llegada de la lluvia o mi Deméter podría enfadarse conmigo. Más si sabe lo que le he hecho al agua esta noche. No quiero que vaya a buscarme pidiendo una explicación al respecto, y al encontrarme, sepa que te tengo en mi poder y corra muy chismosa donde mi padre Zeus que no es otro que su hermano. Como debes de saber, ¿verdad? ―preguntó sonriente ante una aturdida mujer que no hacía otra cosa que aguantar puños de tierra en sus manos, soltar lágrimas, y brotar sus ojos azules como si se los estuviese ofreciendo a los mismos cuervos.
El dios encadenó a la guerrera en el santuario y se fue. La lluvia se intensificó y comenzó a derramarse por todo el lugar. La mujer, en medio de un trauma, no se inmutaba a cubrirse de las gotas que le caían encima. No hasta que sintió como éstas como que le lastimaba. Pensó que solo era el contacto frío contra el calor de su cuerpo y se conformó con voltearse boca abajo encogida totalmente. Se hubiese quedado en esa posición permanentemente de no ser que cada contacto con el agua de lluvia le producía un dolor intenso. Era como hincadas o rasguños en la piel. Sin entender se puso de pie tratando de escapar de la ya engrandecida lluvia, para darse cuenta que sus brazos sangraban.
Sin comprenderlo, se quedó inmóvil hasta que una siguiente gota de agua cayó sobre uno de los nudillos de sus manos produciéndole una hincada que dejó escapar sangre. No tuvo que ver ni sentir nada más para entender que el agua la hería por todas partes. Trató de soltarse de las cadenas de plata pero solo malgastaba las pocas fuerzas que le quedaban. Se pegó a unas de las columnas como un niño a la falda de su madre pero no podía cubrirse de la lluvia que venía en todas direcciones. Cada vez se fue poniendo más y más fuerte. Cantazos de agua le rompieron todo el vestido con cada contacto, dejando rasguños y cortaduras supurantes del rojo líquido de la sangre. Los gritos de ella podían escucharse hasta en el Olimpo mismo, pero si alguien le oyó mientras sufría, no tuvo la molestia de acudir en su ayuda.
Cansada de moverse de un lado para otro, terminó tumbándose en el piso del santuario y quedarse a rogar porque la lluvia cesara. Tenía heridas en sus brazos y piernas, rostro, abdomen y espalda. En fin, en todo su cuerpo. Entre sollozos y gritos, llegó a pedir piedad y perdón por lo que la había llevado hasta allí. Trajo a su mente los recuerdos de su vida pasada, y le pidió perdón a quienes según sus recuerdos, había desgraciado. Entonces se arrodilló aunque la lluvia continuase lastimándola y le gritó a la muerte que acudiese por ella para no continuar sufriendo.
…
Si la muerte había llegado o no a su vida, eso no lo sabría hasta que volviese a despertar. Y cuando lo hizo comprendió que aún su vida conservaba. Atontada, pero conciente de tener su cuerpo adolorido, observó a sus alrededores enterándose de que se encontraba en la cama de una recámara iluminada por velas y antorchas. Rápidamente se sentó causando que la manta que le cubría se corriera por su torso y revelara la desnudez en la que se encontraba. Taparse fue una segunda prioridad pues al ver las heridas por toda su piel, como sarpazos de una fiera, recordó el martirio por el que había pasado. El abrir de una puerta la sacó de sus dolorosos recuerdos y viendo de quién se trataba, levantó las mantas para cubrirse.
―No tienes nada que ya no haya visto, mujer ―le habló la potente voz del dios que acababa de entrar a la habitación a tiempo que le señalaba con la mirada el vestido ensangrentado que ésta tenía puesto, indicándole que él mismo se lo había quitado.
―¡Si me vas a matar, hazlo ya y déjate de juegos! ―exclamó sufrida en su interior, pero no por sus heridas, sino por sus recuerdos.
―No están en mis planes matarte, querida ―le dejó saber mientras llenaba una bandeja con agua y la colocaba sobre una mesa―. Siento lo de la lluvia, pero era necesario para mantenerte con vida aquí. Te encuentras en un lugar divino y la presencia de un mortal siempre se ve alterada con el paso de los días. Por eso debías de purificarte, con un pago de sangre.
―Lo que esto tiene de divino yo lo tengo de diosa ―comparó sarcásticamente la guerrera manteniendo las sábanas fruncidas contra su cuerpo. No supo por qué, pero sus palabras en vez de molestar a aquel dios, hicieron todo lo contrario. Parecieron que le animaron al instante porque le sonrió con una avaricia vista ya antes.
―Se que mi presencia te ha atemorizado y…
―Te equivocas, solo me ha servido para ver lo poco hombre que eres.
―Es que yo no soy un hombre, querida. Sino un dios.
―¡Como sea! No eres más que un cobarde. Si querías herirme de la manera en la que ahora me encuentro, ¿por qué no tomaste tú mismo una cuchilla y me la pasabas por todo el cuerpo? Pero no, tuviste que pedirle a una lluvia maldita que hiciera el trabajo por ti.
―Me estás tratando cruelmente, Xena. ¿O no te has fijado lo que hago? ―inquirió mostrándole un agua tibia y paños húmedos con los que limpiaría las heridas de su cuerpo―. Te voy a sanar y a dejarte la piel más hermosa que la de la misma Afrodita.
―¿No te atrevas a tocarme de nuevo?
―Te aseguró que no solo te tocaré, sino que también dejaré mi esencia impregnada en tu cuerpo. La cual es necesaria para completar tu purificación. Mi sangre divina prácticamente te bendecirá y permitirá que tu cuerpo sea aceptado en estas alturas del Éter.
―¿Qué dices? ―se preocupó teniendo como contestación a un dios que transfiguraba en una de sus manos la anterior daga con la que le hubo de amenazar cuando subía la montaña. Usándola para cortarse uno de sus brazos escurriendo la sangre en la bandeja de tibia agua.
―La sangre divina de un dios solo se presencia si éste así lo permite. Ante los mortales, este hecho se supone que sea una humillación, así que espero que sepas valorar mi sacrificio. Pues sólo así, sobre tu cuerpo no quedará cicatriz alguna, y sólo así también, podré adentrarte en lo divino ―explicó al acercársele, descubrirle una pierna entre las sábanas y disponerse a pasarle aquella agua enrojecida.
―¡Sólo muerta me contaminarás con tu maldita esencia! ―le gritó tumbándole la bandeja de agua ensangrentada al piso tras una patada por parte suya.
El dios entrecerró ojos y puños. Aquello fue la gota que colmó el vaso.
―Si hay algo que nunca se le acaba a un dios es su sangre divina, mujer mortal. Pero si hay algo que siempre se le agota es su paciencia. Y tú ya secaste hasta la última gota que me queda en este día.
REVIEWS
¿Quién será ese dios que asegura que Xena es esa amazona que ha capturado? ¿Alguna suposición? Desde luego. Creo que ya se ha de imaginar fácilmente quién podrá ser. Ahora, ¿recordará Xena tanto su persona como la de ella misma? Ya tuvo sus primeras oleadas de su pasado. Pero, ¿lo aceptará como propio de ella? Veremos qué pasa en el siguiente capítulo.
