Capítulo 1
¡Oh, al mundo de Seuss, nuevamente seas bienvenido, extraño!
¿Acaso te has preguntado lo ocurrido luego de aquel suceso extraño?
Te he de contar lo que ha pasado ya,
Pues la jungla de Nool destruida se encuentra, no más.
Te preguntarás qué es lo que ha pasado.
Más sólo el ser humano, tu incógnita, es capaz de dispersarlo.
Ahora, no te retengo más, no señor,
Presta atención a esta historia que viene a continuación…
10 años después…
- ¡Buenos días, Horton! ¿Cómo has pasado la noche?
El elefante conocido como Horton resopló con gusto ante el amable saludo, y más alegre estuvo cuando una cubeta llena de hierbas le era colocado al frente. El paquidermo comenzó a comer con gusto, mientras su cuidadora lo acariciaba con regocijo.
- ¡Hola, Sam!
- ¡Hola, Robin!
- ¿Cómo se encuentra ésta mañana la cuidadora de animales más hermosa de todas?
- Muy bien. ¡Y no! – cortando al joven – No lograrás conseguir una cita conmigo con palabras tan melosas.
- No son palabras melosas, son la verdad.
- Si, claro. La misma verdad con la que te expresabas con Cindy.
- ¡Oh, vamos Sam! ¡Cindy no era nada especial! Sólo una chica más.
- Así pensarás de todas – sonriéndole.
- Pero contigo es diferente – tomándole la nariz juguetonamente. - ¿Y cómo esta tu amado Horton?
- Más bello no podría estar.
- Si. Por lo menos, Rudy está creciendo bastante bien, y Canguro está algo más cariñosa conmigo… O eso creo…
- ¡Ha, ha, ha! ¡Pobre Robin Royer! ¡No puede conseguir el amor de un canguro!
- ¡Oye! ¡No te pases!
- Es broma, pichón.
- Odio que me digas así.
Samantha Griffith, conocida también como una gran futura Bióloga y cuidadora de animales. Era una joven de dieciocho años, y muy entregada a lo que se dedicaba. Su piel era blanca como la nieve, su cabello largo y sedoso de un castaño de las nueces más oscuras, y unos ojos que bordeaban los rayos del sol, pintadas con unos toques de la luz del cielo. Trabajaba en el zoológico 'Mañana Mejor' en alguna parte del mundo, en donde cuidaba con dedicación de nuestro ya conocido Horton, el elefante. Canguro y su hijo Rudy también se encontraban allí, siendo cuidados por el Veterinario Robin Royer, de veintidós años, cabellos rubios, ojos claros, mujeriego, y desdichado, pero sobre todo, poseía una gran admiración por la joven Sam. Ahora, ustedes se preguntarán cómo fue que Horton y los demás llegaron allá. Pues, no desesperen, que se los voy a contar.
Hace exactamente ocho años, algo terrible ocurrió en la jungla de Nool. Como ya algo sabrán del mundo audaz, el hombre se ha apoderado de todo, sin más y ya. Decidiendo deforestar la jungla nomás, varios amantes de la vida decidieron intervenir, entre ellos la agradable Samantha Griffith.
Ella, junto con otros miles, trató de salvar la jungla, pero no pudieron lograrlo. Más sin embargo, lograron rescatar a la mayoría de los animales exóticos que allí habitaban, creando un refugio, convirtiéndose más tarde en el zoológico 'Mañana Mejor'.
A cada persona se le había asignado un animal para su cuidado, y a Sam bien había querido a Horton desde temprano. Lo alimentó, le cuidó, y lo amó, hasta este momento, en que todo cambió.
La selva de Nool no se pudo salvar, pero Horton había logrado rescatar lo más vital.
Luego de que Sam y Robin habían dado de comer a sus animales, se fueron por un momento, ha dedicar su siguiente labor.
- ¡Oh, no puede ser! ¡Ya estoy harta de comer estas cosas todas las mañanas! – decía Canguro amargada, zarandeando en el aire una zanahoria anaranjada.
- ¡Oh, vamos, Canguro! Por lo menos tienes algo que comer, y no está nada mal – le había respondido Horton, dando otro bocado de su deliciosa hierba.
- Horton, ¿no me digas que ya te has encariñado con la humana?
- Bueno… Ella nos salvó, ¿no es así?
- Mamá, Horton tiene razón. Y Robin nos cuida muy bien. – le había hablado Rudy, el ya muy crecido cangurito.
- ¿¡Acaso están ciegos!? ¡Los humanos han destruido la jungla de Nool, nos han arrebatado nuestro hogar! ¡Quién quita que no nos vayan a matar!
- Creo que exageras, Canguro.
- ¿Qué tanto crees?
- Bueno… Sam me quiere mucho. Lo sé, lo dice todo el tiempo. Y Robin los quiere a ustedes. Sé que ellos cuidarán bien de nosotros.
- Son humanos, Horton. Algún día aprenderás lo malos que son.
- Por algo lo dirás, Canguro – había dicho una cotorra de plumaje rosado.
- Los humanos me han quitado a mi familia cuando era joven – al decir esto, Canguro bajó el rostro, manteniendo una expresión triste. Fue cuando sintió una trompa sobre su pata delantera.
- No te preocupes, Canguro. Estoy seguro de que Sam y Robin, y todos los demás humanos de aquí no son como los que te apartaron de tu familia, o los que destruyeron la jungla de Nool.
Canguro alzó el rostro, y notó como el enorme paquidermo le sonreía con amabilidad, y ella, confiada desde hacía mucho tiempo en aquel extraño amigo, sonrió en respuesta.
Horas más tarde, Sam había terminado de pulir los colmillos de Horton, y ya casi anocheciendo, le dio su última comida del día, y con un beso de profundo cariño, se iba despidiendo de su gran amigo.
- Horton, eres como un gran amigo para mí, aunque quizás no puedas entenderme ni yo a ti. – le decía, abrazándolo.
Pero Horton sí le entendía. Con gran cuidado, la abrazó con su trompa, dándole un apretón de seguridad, disfrutando de aquel momento. Sam se separó un poco, viendo al paquidermo a los ojos.
- Siento que hallan destruido tu hogar. No pude hacer nada. – Horton dio un pequeño mugido en señal de comprensión y consuelo – Aún así, quiero que tengas por seguro que siempre, siempre cuidaré de ti, y te protegeré – abrazándolo de nuevo.
- Gracias, Sam – le respondió en silencio el elefante. La humana comenzó a separarse de él lentamente, sonriéndole.
- Te quiero, Horton. Muchísimo. – tomándole la punta de la trompa.
- Y yo a ti, Sam.
S am se alejó, tomando sus cosas y yendo a su casa, luego de aquel largo día de trabajo.
Samantha Griffith llegó a su hogar, el cual compartía con su padre, Darius Griffith, un gran científico reconocido por los alrededores. El doctor Griffith se hallaba creando una especie de Rayo Encogedor, con el cual planeaba encoger los alimentos del lugar, y así poder obtener mayor almacenaje, y por ende, mayor capacidad de transportarlos a cualquier lugar.
- ¡Oh, Sammy! ¡Volviste!
- Hola, papá.
- ¿Cómo está tu querido ornitorrinco, Lorto? – la joven se rió.
- No es Lorto, papá, es Horton. Y es un elefante.
- ¡Oh, verdad, verdad!
- Está muy bien. Me alegra haberlo salvado de la jungla de Nool.
- Si, muy bueno, pero sabes que aún no está a salvo querida.
- ¿Cómo dices? – se volteó a ver a su padre, sin entender a qué se refería. Pero al darse cuenta, su padre comenzó a balbucear, y a murmurar palabras sin sentido.
- Ah… ¡Bueno, tú sabes! La jungla de Nool no pudo ser salvada.
- Pero si los animales…
- Si, pero aún así, es muy peligroso el mundo exterior, en especial para los animales. – se había callado de golpe. El doctor Griffith se dio cuenta de que tal vez, sólo tal vez, había hablado un poco de más.
- ¿Qué es lo que quieres decir, papá? ¿A dónde quieres llegar? - el doctor se volteó a verla con cariño, reaccionando con su forma alocada.
- ¡Bah! ¡Tonterías de este pobre anciano! ¡Vete a dormir, vamos, que mañana te toca otro largo día! - y Sam se había ido a descansar, mientras el doctor Griffith se quedaba mirándola, dando un largo suspiro – Si… Un día muy largo… Mi pobre Sam… - y retomó su trabajo.
Muy entrada la noche, en el zoológico 'Mañana Mejor'.
Rudy se había alejado un poco de su madre durmiente, acercándose al cerco contrario. Allí, pudo notar a su amigo elefante recostado en el suelo, y con sus orejas tapando la mayor parte de su rostro. Rudy lograba oír uno que otro murmullo, más no sabía identificar de qué se trataban.
- ¡Pssst! ¡Horton! – susurró. El paquidermo alzó la mirada, y sonrió. Levantándose de su lugar, se acerco a la cerca donde se encontraba el cangurito, y se recostó allí a su lado.
- ¿Te cuesta conciliar el sueño, Rudy?
- Sólo un poco. Mamá ronca bastante – ambos rieron por lo bajo - ¿Qué estabas haciendo allá?
Horton alzó un poco su trompa, mostrando una hermosa flor amarilla, con sus pétalos grandes y abiertos, y un centro marrón claro. Rudy sonrió.
- ¡El girasol…! - exclamó maravillado. Pero luego, miró al elefante sorprendido - ¿Cómo lo conseguiste?
- Pues… antes de que esos monstruos mecánicos y ruidosos lograrán llegar al pico de la montaña de Nool, yo logré subir, y pude rescatar el girasol. Luego, apareció Sam y los demás sacándome del lugar.
- Pero, ¿por qué no nos habías dicho que los habías rescatado?
- Prefiero mantenerlo en secreto, Rudy. Ellos ya han sufrido demasiado, y a tu madre no les agrada. Me gustaría que guardaras el secreto, como amigos que somos. – el cangurito le asintió en señal de seguridad.
- ¿Alguien más lo sabe?
- Si… Sam lo sabe.
- ¿¡Sam!? Pero, ¿cómo?
- Bueno, no sabe el verdadero valor de la flor, pero si sabe que me importa demasiado. Yo creo que eso es suficiente para ella, para saber que es algo muy importante para mí.
- La quieres, ¿verdad?
- Ella me salvó y me cuidó, Rudy. Claro que la quiero, y ella a mí. Incluso ha estado dándole un poco de agua al girasol para que éste no se dañase.
- Qué buena es. Robin también me agrada. Me encanta como frota mis orejas cuando nos baña.
- Si, sé lo que se siente. Sam siempre lo hace conmigo.
De repente, un haz de luz roja se hizo presente. Ambos se quedaron en silencio sorprendidos. Horton se levantó de golpe, y se quedó mirando en la oscuridad esperando, y esperando, y esperando… Sus oídos captaban voces…. "Pero, ¿voces de qué tipo?" Agudizó su sentido del oído, hasta que sus ojos se abrieron de sorpresa "¡Humanos!" Pero algo más le molestaba: un olor peculiar, atractivo, pero a la vez molesto, hasta que logró reconocerlo, aún más sorprendido todavía. "¡Fuego!"
- Horton, ¿qué sucede? – el elefante se le había acercado.
- Rudy, despierta a tu madre y quédate cerca de ella.
- Pero, ¿por qué…?
- ¡Sólo hazlo!
El cangurito corrió hacia su madre, y comenzó a zarandearla tratando de despertarla. Mientras, Horton fue hacia la parte más profunda de su cerca, dejando el girasol en un lugar oculto.
- No se preocupen, no les pasará nada. Estoy seguro de que Sam los encontrará. – se comenzó a ir, cuando escuchó una pequeña vocecita, la última vez que la oiría – Lo siento mucho… - y salió del lugar.
Horton podía sentir más de cerca las voces y el aroma a humo, mientras que Canguro despertaba amargadamente, reclamándole a su hijo. Horton, por su parte, decidió no perder más tiempo. Llenando sus pulmones de todo el aire que pudo, soltó un trompetazo estruendoso, logrando despertar a todos los animales del refugio. Los gritos de los humanos, más fuertes ahora, se mezclaron con los chillidos, graznidos y rugidos de los demás animales del lugar.
- Horton, ¿qué sucede? – Canguro le preguntó malhumorada, colocando a su hijo en la bolsa.
- Canguro, estamos en peligro.
- ¿De qué hablas? – el elefante se la quedó mirando serio.
- Tenías razón. Los humanos vienen a matarnos.
- ¿Cómo lo sabes?
Fue cuando dichos humanos dieron presencia. Llevaban en sus manos antorchas con fuego, una especie de lanzas, ganchos, cuchillos, redes, y otros utensilios. Los animales del refugio, al ver de qué se trataba todo aquel escándalo, comenzaron a agitarse y a correr a todas partes.
- Oh, no… - suspiró Canguro. Horton se hizo oír entre todo aquel estruendo.
- ¡¡Todos traten de huir del refugio!! ¡¡Vamos!!
Los animales hicieron caso, pero ya era muy tarde. Los humanos habían colocado una especie de jaula gigantesca por todo el zoológico, impidiendo el escape de los animales en su interior.
- ¡Estamos perdidos!
- ¡Vamos a morir!
Poco a poco, los animales eran despellejados y maltratados. Cuando su madre fue asesinada, Rudy se halló a sí mismo sobre el lomo de Horton, quien luchaba con todas sus fuerzas, destrozando a los humanos con sus patas, trompa y colmillos. Pero no contaba con las trampas. Unos cuatro humanos habían sacado unas cuerdas de metal y las habían pasado por encima del elefante, haciendo que éste cayese al suelo con ríos de sangre en su lomo. Su trompa había sido sujeta por un palo, y un hombre sobre su cabeza lo mantenía algo inmóvil. Un lloriqueo le llamó sorprendentemente la atención.
- ¡¡Horton, ayúdame!!
- ¡¡Rudy, no!!
- ¡¡Horton!!
El elefante observó con ojos estupefactos como aquellos crueles seres amarraban del cuello al pobre cangurito. Horton quedó pasmado, y un ardor en sus ojos le nubló la vista. Sentía dolor dentro de sí, y ya no tenía ganas de luchar.
- No puede ser…
No podía creerlo. No quería creerlo. Aquellos humanos les habían salvado la vida a todos esos animales, y ahora, los estaban matando. Horton no entendía por qué, pero sabía que su querida Sam no tenía idea de lo que en ese momento estaba ocurriendo. Fue cuando notó como los humanos se reían, burlándose de él.
- Vaya, Horton, eres duro de pelear. – el elefante levantó el rostro sorprendido al oír aquella voz tan conocida que poco a poco se acercaba – Pero aún así, pude contigo.
Aquel humano hablando se hizo a la vista. Horton no podía creer lo que veía. Robin Royer se encontraba allí parado frente a él, con una sonrisa maléfica plasmada en su rostro.
- Diste una buena lucha, paquidermo. Pero no la necesaria…
Tomando un cuchillo, se acercó al cangurito que agonizaba de miedo en el suelo. Se colocó sobre él, posando el cuchillo en su cuello.
- Maldito cangurito… - Rudy lloriqueaba y se movía tratando de librarse, pero estaba muerto de miedo para huir del todo. Horton miraba asustado.
- No lo hagas, Robin…
Pero los animales no eran comprendidos por los humanos, ni ahora, ni nunca, y fue como la cruel mano de Robin Royer atravesaba de lado a lado el tierno cuello del cangurito. Horton no podía creerlo. El agua se le acumulaba en los ojos, y en el pecho, su ardor aumentó.
- No… Rudy….
El humano sonreía con satisfacción. Se acercó sigilosamente al elefante.
- Son las reglas de la jungla, Horton. Sólo el más fuerte y el más capacitado sobrevive. – notó que la victoria era de él. Acercó el cuchillo al pecho del elefante, haciendo que éste le mirase con odio y desprecio – Y no te preocupes: tú querida Sam no está metida en esto, y mucho menos enterada.
Y con un fuerte impulsó, atravesó el corazón del paquidermo. Horton no sintió nada, ni dolor ni ardor. Poco a poco, su mente y vista se nublaba, mientras caía y caía, lentamente, con pensamientos de dolor y estragos. Más su mente se avispó por un momento, y tomando aire profundamente, soltó un trompetazo incomprendido por los humanos, pero entendido por la flor oculta.
Horton cayó en el suelo dando unos leves rebotes, y oculto por los gritos y las risas burlonas de los humanos, susurró los dos nombres más importantes que estuvieron presentes en su vida, como si de un rezo se tratase, disculpándose por su leve acometido.
- Sam…
Todo se oscureció de golpe, nada sentía, y nada oía, más su último suspiro terminó sin dejo de quejido.
- JoJo…
