Disclaimer: Los personajes son de Rumiko Takahashi.


Bragas malditas.


¿Cómo se podía ser tan terco, por Dios? ¡Que no le iba a hablar! Punto.

—¿Sigues molesta? —De nuevo iba allí la pregunta, tan irritada como en el principio—. Kagome…—gruñó.

—¡Siéntate! —era, quizá, la décima vez en el día que lo mandaba al suelo. Pero a InuYasha parecía no importarle los castigos tan dolorosos de su mujer. Lo único que quería era que quitara esa cara de monstrua que poseía.

—¿Te pones así sólo por una tela? —espetó mal humorado, pero avergonzado a la vez. Un gran sonrojo le teñía la cara.

Kagome, suspiró, frustrada. Es que cada vez que lo recordaba…

«Lo observó por varios minutos dormir. Le parecía tan hermoso con esos labios entreabiertos y la expresión pacífica de su rostro. Era su marido, InuYasha, era su esposo. Se quitó la sábana de manera lenta para no despertarlo y salió del futón. Hacía un poco de frío, así que optó por ponerse la parte superior de su ropa de sacerdotisa. Suspiró cansada, al detectar las ropas esparcidas por el suelo, sin necesidad.

—Kagome —le llamó somnoliento, InuYasha.

—Estoy recogiendo el desastre, InuYasha. Vuelve a dormir —el aludido bostezó. Hizo caso omiso a la sugerencia de su mujer y se quedó admirándola, extasiado.

Higurashi se movía de un lado a otro, recogiendo las prendas sin pereza, hasta que… ¡un momento! Se quedó estática, pálida. E InuYasha se dio cuenta de la alteración en el ritmo cardiaco tan acelerado de su mujer. ¿Qué sucedía?

—¿Kagome? —hizo ademán en levantarse, pero el aura de enojo negra que empezaba a rodear a la azabache, no le daban buena espina.

La sacerdotisa miraba con impacto y desilusión la prenda entre las manos. Con excesivo dramatismo, trató de unir los trozos y no pudo. Respiró muy hondo, esperando estar viendo mal y que de verdad InuYasha no se hubiera atrevido a…

—¡InuYasha! —Se giró para encararlo, con los nervios de punta y el odio a flor de piel—. ¿Rompiste mis bragas en un momento de desesperación? —reclamó colérica, sin dar crédito a la cuestión. De inmediato, el hanyō se sonrojó furtivamente: ya sabía a qué clase de desesperación se estaba refiriendo su mujer.»

—InuYasha, no son telas, te he dicho mil veces que se llaman bragas. —Explicó, conteniendo las emociones—. Y tienen un significado muy especial para mí —confesó, agachando la mirada.

—Por favor, esas "bragas" como tú les dices, no pueden significar nada para nadie —razonó en su pequeña mente.

—Claro que sí. Las traje puestas cuando regresé de mi época. Y eran las únicas que conservaba —lo miró ceñuda—, ya sabes que la ropa interior de este tiempo es muy incómoda.

InuYasha se recostó en la pared de la cabaña, cerrando los ojos.

—Sí, pero es mucho más fácil de sacar —comentó parsimoniosamente, rascándose la punta de la nariz.

Kagome encaró una ceja, algo sorprendida.

—Eres un flojo, ni si quiera puedes tolerar sacar una prenda con decencia. —Le reclamó.

InuYasha sonrió internamente; al parecer, Kagome ya no seguía tan enojada, a juzgar por su semblante y el brillo de sus ojos.

—Y también quiero que te deshagas de ese sujetador —gruñó exasperado— es demasiado molesto ¿tienes idea de cuántas veces me he enredado las garras al intentar desabrocharlo? —se cruzó de brazos.

Kagome lo miró, indignada.

—Eres un tonto. ¿Sabes qué? Iré a preparar la cena.

FIN.


¡Por Dios! Un pequeño alivio cómico en la vida de InuYasha y Kagome. La verdad es que el asunto de las bragas, lo tenía pensado desde hace ya un buen tiempo, y me pareció gracioso.

Me imagino que les gustó, ¿no? (debe ser así, si es que no quieren morir xD)

Besos desde la mitad del mundo.