Disclaimer: Ninguno de los personajes de los distintos animes mencionados me pertenece. Todos los demás son inventados. Esta obra no tiene afán de lucro alguno.
ALMA ATORMENTADA
LIBRO II
DOLOROSO Y LARGO RETORNO AL PASADO
1
RECUERDOS DE UN AMOR PASADO
La joven de largos cabellos azulados permanecía reclinada sobre un espejo en el que observaba el reflejo que la bruñida superficie del mismo, le devolvía. A su espalda, un joven rubio de ojos azules la observaba a unos pasos de distancia, mientras permanecía arrodillado contemplándola en silencio. Le recubría una armadura dorada de pies a cabeza y sostenía un elaborado yelmo bajo su brazo izquierdo.
-Señora –dijo el joven- tal como me ordenó, cumplí sus órdenes y respeté la vida de ese hombre- bajó la cabeza en señal de deferencia y respeto, mientras su voz resonaba entre las altas columnas del templo, perdiéndose en lo más alto.
La muchacha que iba ataviada con un vaporoso vestido blanco sin mangas, hasta los pies parecía pensativa y confusa. Caminó lentamente a poca distancia del joven caballero rubio y dijo azorada, mientras aferraba con fuerza su báculo dorado. La diosa Niké dormía en aquel bastón de oro rematado por un complicado adorno circular.
Saori suspiró. Intuía algo poderoso, poderoso y maligno en torno a su antiguo caballero.
-Sí, yo impartí esa orden –dijo la joven entornando sus ojos verdes- pero no sé si mi decisión fue acertada.
El joven caballero que aun permanecía de rodillas, creyó haber oído mal:
-Señora, ¿ acaso vais a revocar vuestra orden ?
La muchacha se movió lentamente. La tela de sus ropas hacía un suave murmullo al desplazarse. Casi parecía que sus pies no tocaban el suelo, como si levitara.
-Hyoga –dijo mirándole de soslayo- ¿ no percibiste nada extraño en torno a él ? ¿ cómo una energía muy poderosa ?
-Ahora que lo decís señora –dijo el joven mesándose el mentón con dos dedos- sentí un cosmos muy fuerte, pero como habéis afirmado, ese hombre perteneció a nuestra orden, aunque ahora ya no.
Saori exhaló un levísimo suspiro. Se estaba reprochando amargamente el haber conmutado la sentencia de Mark.
-Es el iridium que hay en su interior –dijo la joven con gesto preocupado- esa sustancia…..puede resultar más letal que la energía de la más poderosa de las constelaciones.
Hyoga se levantó lentamente, ante el mudo asentimiento de Saori. Su capa blanca que remansaba por el suelo, empezó a separarse del pavimento de losas del principal templo del Santuario a medida que el antiguo caballero del cisne se iba incorporando.
-Eso, eso es imposible –dijo el joven rubio- no hay energía más temible que la del cosmos de un santo dorado.
Saori esbozó una mueca amarga, una mueca desprovista de alegría y dijo mirando hacia las columnas de su templo que aun mostraban los desconchones y desperfectos de la última guerra sagrada, en la que los caballeros de oro libraron una guerra a muerte contra los de bronce, que finalmente salieron triunfantes, aunque a un duro coste para ambas partes.
-El iridium no es solo un material más, no representa únicamente un mineral de propiedades nuevas y relativamente asombrosas.
Se giró hacia Hyoga y dijo poniendo énfasis en sus palabras, mientras adelantaba su cuerpo hacia el de su interlocutor, que retrocedió impresionado por la prestancia y el porte de su señora:
-Estamos hablando de la materia primigenia, la que dio origen al Universo, con una explosión de materia, como nunca antes conociera la Historia. El iridium representa el poder absoluto.
-¿ Y está en el interior de ese hombre ? –preguntó Hyoga confundido.
-No debí impedirte llevar a cabo tu cometido –dijo nerviosamente, mientras caminaba frenéticamente con los brazos cruzados y tratando de pensar con claridad, pero –dijo evocando la feliz pareja que caminaba llevando en brazos a sus dos hijos- no me atreví a hacerte cumplir mis órdenes, por esas criaturas.
Hyoga dio un respingo al valorar en toda su extensión lo que Saori trataba de explicarle. Si Mark decidía despertar su verdadero poder posiblemente ni toda la Orden de la Caballería podría detenerle. Saori le observó con sus profundos ojos verdes y repuso mientras luego desvió la mirada para contemplar como las doce casas se extendían hacia las laderas más bajas de la agreste montaña, en que estaban enclavadas, unidas por un serpenteante camino de baldosas, que tanta sangre había costado a los cinco caballeros de bronce recorrerlas en su totalidad:
-Ese hombre, no tiene intención de combatir, pero temo que sus facultades latentes terminen por despertar. Sería muy peligroso dejarle con vida nuevamente.
Saori empezó a deambular con pasos cortos, otra vez por la amplia superficie de su templo. Sus pupilas examinaron una de las columnas del ruinoso edificio, a punto de desmoronarse, y que debería ser sometido a costosas y largas reparaciones por parte de la Fundación Grad. Se fijó en las grietas que recorrían la superficie de granito y los enormes daños que los golpes a la velocidad de la luz habían producido en la pétrea estructura del colosal templo.
Bajó la cabeza mientras sus cabellos azulados se movían levemente ante la inclinación de su cuerpo. Sentía la mirada reprobadora, prácticamente acusadora de su caballero a sus espaldas. Posó una mano en la ajada columna y dijo con tristeza:
-No me mires así Hyoga, yo tampoco estoy de acuerdo con matar a ese hombre, pero tiene demasiado poder y un punto débil.
Hyoga se movió levemente y preguntó a la diosa:
-¿ Qué estáis intentando decirme señora ?
Saori se mesó los largos cabellos con la mano derecha y los sostuvo en lo alto durante unos segundos. Después abrió los dedos y las delicadas hebras azuladas cayeron como una cascada fustigando el aire levemente para posarse sobre sus torneados hombros con displicencia.
-Su esposa Candy. Está muy enamorado de ella. Y mucho me temo que nuestros enemigos traten de apoderarse de esa muchacha para obligarle a que cumplan su voluntad.
Hyoga cruzó los brazos sobre el peto de su armadura dorada y dijo:
-Señora, es un simple mortal. No veo tanta prevención hacia él. Aunque el poder primigenio del Universo duerma en su interior, jamás podrá despertarlo. Cree que lo que corre por sus venas es solo un raro y temible mineral, pero nada más. No pienso que realmente sea una amenaza para nosotros.
-Deberías no ser tan confiado –le dijo Saori observándole con dureza- ese hombre no tiene cosmos, no puede desarrollarlo, porque jamás tuvo un nexo de unión con ninguna constelación, aunque temporalmente, la del Aguila le aceptó bajo su protección, pero ha desarrollado uno interior. Tú como caballero de oro de Acuario, deberías saberlo mejor que nadie –aferró su báculo dorado contemplando el elaborado y recargado adorno circular que remataba el largo bastón que llevaba habitualmente entre las manos. Hyoga se extrañó del repentino cambio en la personalidad de la diosa. Antes jamás habría hablado con semejante aspereza y una franqueza tan evidentes. Entonces tuvo un ligero estremecimiento. Por sus mejillas resbalaban dos regueros de lágrimas.
-No quiero tener que decretar su eliminación, pero, pero….-dijo secándose el llanto con el dorso de la mano e intentando aparentar entereza- pero su aura, su cosmos interior ha ganado en intensidad y poder. Y hay algo más. Esa muchacha a la que divisaste junto a él, en compañía de sus dos pequeños hijos, mantiene un vínculo muy grande con él, similar al que me une a mí a todos vosotros.
Hyoga creyó haber entendido mal. ¿ Cómo era posible que la unión que le ataba a la joven rubia de ojos verdes que tanto le recordara a su propia madre, fuera de tal naturaleza que le infundiera un poder inhumano, cuasi infinito, de tener por ciertas las dramáticas palabras de Atenea ?
-Pero ella no es ninguna diosa –dijo Hyoga en referencia a Candy- él no puede desarrollar un poder comparable al de un caballero, ni siquiera de bronce.
Saori caminó hasta un sitial en el que solía descansar y meditar y se acomodó en él. Echaba tanto de menos el exterior, más allá de las frías y marmóreas paredes de su morada….Recordaba con tanta frecuencia los días en los que era un simple ser humano sin conciencia de la enorme responsabilidad que recaería sobre sus hombros, que muy a menudo, cuando nadie podía verla y estaba segura de estar completamente a solas, en el silencio de sus aposentos privados, lloraba amargamente, deseando volver a su vida anterior y no ser por más tiempo la reencarnación de Atenea, pero sabía que ya no había marcha atrás.
La joven suspiró y entrecerró los ojos. Le costaba tanto hablar y tener que explicar las cosas una y otra vez a su joven guerrero. Casi tanto o más que la de sentenciar a un hombre inocente y destrozar a su familia, pero no quedaba otra opción. Si Mark caía en malas manos, podría ser un enemigo devastador, peor aun que Poseidon o los guerreros divinos de Asghard.
-El amor que siente por ella, inflamó lo que hasta ha sido conocido como iridium, despertando algunas de sus verdaderas y temibles capacidades. De hecho, he recibido informaciones de que esa muchacha –tomó una foto que reposaba sobre su atestada mesa de trabajo y contempló la imagen de una joven de ojos verdes más intensos y resplandecientes que los suyos, cabellos rubios dispuestos en coletas y con dos lazos, adornando cada una de ellas. Saori sonrió. Una diosa que contaba con un escritorio, fax y ordenador conectado a Internet y multitud de aparatos electrónicos que se supone deberían ayudarla en su tarea- estuvo a punto de ser aplastada por un tanque durante la Gran Guerra y que sus lágrimas se mezclaron en el torrente sanguíneo de su marido, que llegó justo a tiempo para rescatarla, cuando emitió el iridium, junto con las de él confiriéndole una fuerza letal y mortífera.
Hyoga había oído hablar de aquel incidente, porque su señora se lo había referido anteriormente. Saori lo había percibido en sus sueños, porque cada vez que el iridium desataba su poder producía una conmoción en el cosmos que podía ser sentido por la joven, dentro de sus sueños, durante los escasos momentos que lograba descansar. Sin embargo, ninguno de los caballeros podían experimentar lo mismo. Por alguna extraña razón, solo la diosa Atenea tenía acceso a las perturbaciones que el iridium creaba cada vez que sus poderes eran reclamados por parte de Mark.
-Entonces debemos entender que la sfaira está de nuevo entre nosotros –dijo con un deje de temor en la voz.
Saori asintió lentamente mientras decía con una entonación que no dejaba resquicio alguna a la duda o al titubeo:
-Hyoga, quiero que esta vez mates a Mark Anderson, cuando no esté rodeado de su familia. Y espero que no falles. Ve. Cuando estés fuera del Santuario, mi poder te trasladará hasta su tiempo de nuevo.
Hyoga asintió y se dispuso a marcharse para cumplir la tremenda orden. Pero antes de hacerlo, se giró disimuladamente y contempló a la bella encarnación de Atenea. Parecía tan cansada, tan frágil, pese a su aparente seguridad y aplomo. También apreció como se agitaba convulsamente bajo la influencia del llanto, mientras reclinada sobre su escritorio y apoyando los codos en el tablero de madera repetía una y otra vez:
-Mark, perdóname, pero no hay otra salida, no, no hay otro remedio.
Hyoga frunció el ceño y enjugándose algunas de las lágrimas que se deslizaron furtivas de sus gélidos ojos azules, se recogió la capa blanca que danzaba inquieta detrás suyo, estremecida por el frenético ritmo de sus largas zancadas, que resonaron huecas y como un fúnebre presagio entre las paredes del oscuro templo que servía como morada y sede de Atenea, para ejecutar la funesta sentencia ordenada por su señora. Mientras el eco de las pisadas del nuevo caballero de Acuario se iba apagando gradualmente, Saori se volvió dirigiendo sus ojos verdes hacia la dirección en la que estas se habían perdido y dijo:
-Mi fiel Hyoga, tú también estabas llorando.
Calló por un instante cerrando los ojos y alzando la cabeza los abrió de nuevo y musitó:
-Tú también le apreciabas, hasta Ikki, tan solitario y suyo, llegó a estimarle en cierta forma.
Pero la aparición de la Sfaira era algo tan peligroso como para no ser tenido en cuenta. Y a su pesar, Atenea tuvo que ordenar la destrucción física de Mark, esta vez con carácter definitivo.
2
Hyoga regresó nuevamente a la época que había dejado atrás recientemente, porque la piedad y la clemencia infinitas de Atenea así lo habían decretado, pero cuando Atenea realizó aquel aterrador descubrimiento ya no hubo vuelta de hoja ni posibilidad de dar marcha atrás. La sfaira era como era designada con cierto temor no exento de reverencia y velado respeto, la primigenia explosión que dio origen al universo. Se decía que la sfaira era además, el receptáculo original donde estaba contenida la materia de todo el Universo y que un día dicho recipiente estalló créandolo en la forma en la que hoy es conocido. Pero la sfaira formó, además y con toda probabilidad el primer material, que eones después sería conocido como iridium y del que descendían todos los demás. El oro, la plata y el bronce se derivaban de un tronco común, el iridium también llamado, el padre de la materia. o sfaira. Y ahora esa sustancia estaba en poder de un joven que aunque había descubierto algunos efectos marginales de la misma, no podía ni concebir la enormidad de lo que aquella significaba. Por eso cuando le reconoció, paseando entre los árboles de los jardines de la mansión en la que había estado furtivamente hacía dos días, no se lo pensó dos veces. Apretó los puños enfundados en hierro y se abalanzó sobre él. Pero Mark era demasiado ágil, incluso para un caballero de oro. Mark dio un salto en el aire y rebasó a Hyoga pasando por encima de su cabeza, con una perfecta voltereta, que ponía de manifiesto, su asombrosa agilidad, cayendo unos metros más allá del joven. Mark se giró como una cobra y se puso en posición defensiva. Hyoga se sorprendió de lo rápido y furtivo que era, pese a no llevar armadura. Mark dio un respingo y repuso con asombro:
-Hyoga, ¿ se puede saber que haces aquí y por qué me has
atacado ?
Hyoga contempló los oscuros ojos del que había sido su amigo y compañero de armas por breve lapso de tiempo y lanzando un corto suspiro se dijo con pesar:
"Es mejor no ocultarle nada. Por lo menos tiene derecho a saber porqué van a enviarle al otro mundo".
El caballero de acuario bajó la cabeza y afirmó con pesadumbre:
-Perdóname Mark, pero tengo que matarte. No es nada personal.
Mark creyó haber oído mal, pero no se dejó amilanar por la velada amenaza. Contempló a Hyoga recubierto por la brillante armadura dorada de pies a cabeza. Conociendo la determinación de aquellos hombres que no se arredaban ante nada, se encogió de hombros y se puso en guardia adelantando los brazos hacia delante y afianzando las piernas en tierra separándolas ligeramente.
-No me lo hagas más difícil –dijo Hyoga moviendo levemente las falanges de sus dedos que no estaban recubiertos por metal- no tienes ninguna posibilidad de enfrentarte a mí, sin cosmos ni armadura.
-No creas que voy a dejar que me mates tan fácilmente –dijo Mark, intuyendo que era inútil intentar cualquier diálogo con él de ninguna clase- ignoro porqué quieres quitarme de en medio, pero- desató el iridium a través de los poros de su piel que empezó a lanzar grandes chorros de llamas que emergían de sus brazos envolviendo su carne con un aura irreal e iridiscente- no te voy a dar mi beneplácito tan fácilmente.
-Yo no soy quien lo ha dispuesto –dijo Hyoga con voz monocorde- pero debo cumplir órdenes.
Le lanzó un ataque intentando golpearle con su puño izquierdo, pero Mark se apartó esquivándole fácilmente.
-Ya, ¿ y por qué ahora el Santuario quiere eliminarme ?
-Tu poder Mark –dijo el caballero- resulta muy peligroso e imprevisible. No queremos que caiga en las manos equivocadas.
Hyoga alzó las manos sobre su cabeza entrelazando los dedos. Mark se puso en guardia mientras las llamaradas del iridium le envolvían formando un escudo iridiscente.
-De nada te servirá alzar esa defensa frente a ti –dijo el antiguo caballero del cisne mirándole con frialdad- te eliminaré sin que puedas hacer nada para evitarlo.
Hyoga separó ligeramente las piernas mientras cerraba los ojos pronunciando unas palabras que sonaron aterradoras en los oídos de Mark. Pero el joven no se iba a dejar impresionar ni asustar.
-Ejecución de la aurora.
Sobre Hyoga se materializó con un reflejo tembloroso y titilante la imagen de una muchacha que sostenía un cántaro en alto entre sus brazos. Un haz de luz emergió de la vasija transformándose en una corriente de aire gélida que iba helando todo a su paso. Mark crispó los puños y juntó sus manos enroscando sus dedos con fuerza entre sí. Lanzó un grito gutural:
-Iriidddiiummmm!!!!!
Hyoga le contempló con desdén y dijo:
-Es inútil Mark. Ya no eres un caballero, de hecho jamás lo fuíste. Mi ejecución de la aurora te….
Pero Hyoga dejó de hablar de improviso, mudo de asombro. Un haz de fuego brotaba de las sudorosas manos de Mark con un rugio atronador. Pese a estar en desventaja, su chorro incandescente había bloqueado el ataque de Hyoga.
El iridium, no solo había detenido la ejecución de la aurora, si no que, estaba rechazando lenta pero gradualmente el ataque del caballero de oro.
Hyoga se sorprendió al mirar hacia las pupilas de su rival, tristes y negras, que mostraban una férrea determinación a no dejarse vencer.
-¿ Por qué te resistes Mark ? sabes que no tienes ninguna posibilidad.
-Tú deberías saberlo mejor que nadie –dijo Mark con dificultad, empezando a desfallecer, mientras su piel empezaba a agrietarse, por el efecto del tremendo esfuerzo que estaba imponiendo a su cuerpo para resistirse a los ataques de Hyoga.
Hyoga no respondió y redobló sus ataques. Pese a que Mark no era un santo de Atenea, había algo en él, que le imponía un gran respeto rayano en la veneración.
-Tú combates por Atenea….yo por Candy….y por mis hijos.
Entonces Mark soltó un gruñido. La sangre negra empezó a salir a presión desde su espalda en forma de largos regueros que impregnaron la hierba y las flores que se marchitaron con un leve siseo acompañado de un ligero olor acre a quemado. Mark se tambaleó, pero continuó oponiéndose a Hyoga lanzando una cantidad de iridium mayor de la recomendable. Si no detenía su emisión a la atmósfera, su sangre se envenenaría inevitablemente. Hyoga, impresionado porque un mortal sin armadura hubiera podido bloquear uno de sus ataques más temibles, lo detuvo, apagando su cosmos.
Entonces se escuchó un chasquido metálico y una andanada de siete cohetes anti-tanque volaron hacia Hyoga raudos, zigzagueando y desprendiendo estelas de fuego a medida que cruzaban velozmente la distancia que mediaba entre el que los había lanzado, y su objetivo. Alguien que se encontraba a su espalda los había disparado contra el caballero de oro. Hyoga lanzó el polvo de diamantes congelándolos y haciendo que cuatro cohetes, entrechocaran entre sí, explosionando. Otros estallaron contra el cuerpo de Hyoga, pero sin mayor efecto para Hyoga que el de una ligera brisa.
-¿ Quién se ha atrevido a atacarme ? –gritó furioso volviéndose para mirar a su espalda.
Entonces una forma furtiva saltó sobre su cabeza, con una pasmosa rapidez. Hyoga no captó ningún cosmos. Quien le había atacado era un hombre corriente, pero con una valentía rayana en la locura o la osadía más absolutas. Cuando nuevamente miró hacia el frente se encontró con un joven pelirrojo de ojos verdes que empuñaba una especie de lanzagranadas que volvió a amartillar.
-Me resistía a creer que volveríais por aquí, pero cuando oí hablar de la leyenda de la Sfaira, me temí que no podríais dejarle en paz.
-Vete de aquí –le espetó Hyoga con rabia- esto no va contigo.
Haltoran le contempló burlón y un rictus de desprecio se dibujó en sus labios, Se arrodilló junto a Mark que estaba desfallecido y respirando agitadamente. En sus ojos había una expresión de miedo y horror. Haltoran le cogió por los hombros y le dijo afectuosamente:
-Descansa amigo mío y no vuelvas a utilizar el iridium. Estás cerca de colapsar tu sistema circulatorio.
La espalda de Mark estaba teñida de una tonalidad negra pardusca por efecto de la sangre envenenada que le resbalaba por la piel.
Mark intentó erguirse pero Haltoran le sujetó por los antebrazos y le obligó a permanecer sentado.
-No hagas tonterías Mark. Si empleas el iridium volverás a sufrir otro colapso.
-No, no –dijo el joven boqueando con dificultad- es…un caballero de oro…no tienes ninguna oportunidad.
Haltoran asintió. Sabía que Mark tenía razón, pero le daba lo mismo. Se puso de pie de un salto y se encaró hacia Hyoga mirándole con determinación. Entonces el joven caballero dio un respingo incapaz de creer lo que Haltoran pretendía hacer.
-¿ Acaso pretendes enfrentarte a mí con ese arma ? –preguntó impresionado por su valor inconsciente o temerario- no tienes ninguna probabilidad.
Haltoran no respondió y ajustó las miras de su arma de asalto, centrando la imagen de Hyoga en el colimador de puntería.
-Es una locura –dijo Hyoga alzando un brazo con la mano izquierda extendida. Admiraba su valor y no deseaba matarle.
Haltoran irguió el pesado MP-5, liberando los seguros.
-Detente –clamó Hyoga en un desesperado intento por disuadirle.
-¿ Por qué haces esto ? –añadió horrorizado. No deseaba matar a un hombre tan valeroso.
Haltoran sonrió con despreocupación y dijo:
-¿ Y tú Hyoga de acuario me lo preguntas ? ¿ no erais vosotros los caballeros de la esperanza ? ¿ los que se levantaban una y otra vez hasta alcanzar sus objetivos ? ¿ proteger a Atenea, y luchar sin desfallecer, por sus amigos –preguntó mientras posaba el dedo índice sobre el gatillo.
-No quiero acabar con tu vida –dijo Hyoga pesaroso- esto no va contigo.
Haltoran afianzó los pies con decisión en la hierba. No estaba dispuesto a ceder ni un milímetro.
-Ahora sí –dijo Haltoran mientras apuntaba hacia el pecho del caballero de la armadura dorada- Mark es mi amigo y no voy a permitir que lo elimines así como así. Y si debo morir, adelante. No te tengo miedo Hyoga. Ni aunque llevases una armadura de diamante me echaría atrás. Te demostraré que no solo los caballeros de Atenea saben caer por sus ideales.
Hyoga miró los ojos verdes de Haltoran. Le había visto un par de veces y apenas cruzado un par de palabras con él, pero todos le describían como alguien que jamás vacilaba ante nada ni nadie y cuya lealtad hacia sus amigos y los suyos estaba fuera de toda duda. Hyoga no sabía que hacer. Aquello era nuevo para él. Hasta ahora se había enfrentado en igualdad de condiciones a adversarios que de un modo u otro llevaban armadura y eran caballeros o guerreros que empleaban algún tipo de cosmos. Pero aquel hombre era un simple mortal, que no se amilanaba ante su rugiente y temible cosmos, ni se asustaba de los reflejos dorados, e hirientes de su armadura de oro, y que le apuntaba con un arma débil y patética, prácticamente inofensiva para un caballero dorado, como él. Entonces se escuchó otro chasquido. Mark estaba en pie y había extraído un objeto no mayor que una corta batuta. Pulsó un botón y los servos y mecanismos de despligue del RPG-12 entraron en acción, confiriendo al arma su longitud y aspectos habituales. Mark hizo girar el arma en un molinete perfecto para amartillarla.
-Estáis locos para enfrentaros a mí sin armaduras, y con esas débiles armas. No tenéis ninguna probabilidad.
-Eso lo veremos Hyoga –dijo Haltoran mientras miraba a Mark.
-Os disponéis a perder la vida así sin más –dijo Hyoga incrédulo.
En esos momentos, les interrumpió una exclamación aguda y de desesperación. Hyoga y sus dos rivales se giraron al unísono. En las escalinatas de la mansión Legan, les contemplaba una muchacha de cabellos rubios y ojos verdes que iba ataviada con un vaporoso vestido verde. Los cabellos de Candy estaban recogidos en sus familiares coletas, adornadas con los característicos lazos. Sus pupilas verdes, deslumbrantes y hermosas se clavaron en los ojos azules y gélidos del caballero de Acuario. Aquella mirada era como el hielo, que Hyoga formaba cuando juntaba sus manos y desplegaba sus poderes. Candy llevaba una maceta entre las manos, regalo de Anthony, en la que había germinado la semilla de una "Dulce Candy" y que estaba trasladando a otra parte del jardín. La impresión de encontrar allí a un hombre cubierto con una armadura y desprendiendo una luz de tonalidad dorada, que flotaba mansamente en torno a él, aunque la supuesta amabilidad que parecía envolver al caballero, era un juicio de valor apresurado y erróneo, le hizo retrotraerse a los relatos que Mark le había referido acerca de hombres como aquel. Mientras, el pesado tiesto se deslizó de sus manos, y chocando contra el suelo, se hizo añicos. La rosa púrpura que albergaba el interior de la maceta se desprendió de su receptáculo, cayendo a la hierba sobre la que rebotó inofensivamente, esparciendo terrones de tierra entre la hierba, y perdiendo algunos de sus pétalos que llegaron hasta las botas de Hyoga, que no les prestó mayor atención.
Candy contempló al caballero de la armadura de oro, con una mirada de horror. Por un instante Hyoga centró su atención en la bella joven rubia que le estaba mirando con los brazos extendidos hacia delante en actitud suplicante.. Se fijó particularmente en sus ojos verdes, tan intensos y profundos que le evocaran los de su madre atrapada en los hielos árticos para siempre.
"Que hermosa es esta muchacha" –se dijo Hyoga consternado- "pero no puedo desobedecer una orden de Atenea ni dejarme influir por nada ajeno a mi misión".
Candy caminó hasta Hyoga que no reaccionó cautivado por su belleza. La joven se interpuso entre su marido, su amigo Haltoran y el caballero de Acuario. Entonces se arrodilló a sus pies con la cabeza gacha mientras apoyaba las palmas de las pequeñas manos en sus rodillas. Largos regueros de lágrimas salían de las comisuras de sus ojos verdes, bajando por sus mejillas y goteando desde su barbilla hasta el suelo. Algunas rocas que sobresalían del cesped, fueron empapadas por el llanto de Candy, que imprimió algunos chafarrinones oscuros, sobre la piedra caliza.
Hyoga oyó unas palabras que le dejaron sin aliento:
-Por favor, caballero de Atenea, no me quites a mi esposo, por favor, te lo suplico
3
Primero se escuchó un tremendo rugido que sacudió la tierra, a continuación un haz de luz que partió desde la casa de Virgo se alzó hasta las estrellas y por último, una armadura que nadie hubiera jurado ver jamás, se alzó lentamente de su silenciosa morada bajo el templo de la doncella virgen rompiendo las losas del suelo de piedra. Shaka intentó detener la lenta pero firme progresión de la armadura azulada que representaba un águila en su posición de reposo y completamente plegada. Milo, el caballero de Escorpio se reunió rápidamente con Shaka para comprobar que ocurría. El espantoso rumor que se extendía ya por todo el Santuario, llamó incluso la atención de la propia Atenea, que no podía concebir la existencia de un cosmos tan poderoso, aunque era algo que no desconocía y que por supuesto no había pasado por alto.
La diosa no tardó en ser custodiada por algunos de los caballeros de oro más influyentes y fuertes. Mu de Yamiel el caballero de oro de Aries, y Aiorias, caballero de Leo se personaron inmediatamente en sus dependencias privadas para defenderla de un posible ataque. Saori se mesó los cabellos azulados y se llevó una mano a los expresivos labios musitando con cierta preocupación:
-Viene de la casa de Virgo. Se trata de la sirge de Aquila.
-¿ Una sirge ? ¿ aquí en el Santuario ? –preguntó asombrado Airoria que no podía creer algo así- pero, pero….si estaban desaparecidas desde….tiempos mitológicos.
Saori se asomó al exterior de su templo principal y contempló el horizonte. Una columna de luz que se elevaba majestuosa hacia el cielo, seguía emanando de la casa de Virgo por una abertura producida en el techo del antiguo edificio.
-Una de ellas…-se humedeció los labios con la lengua antes de proseguir y añadió- sobrevivió. Se trata de la armadura del Aquila.
-No puede ser señora –dijo Airoria arrodillándose respetuosamente ante Saori, aunque esta le rozó levemente el hombro para que se incorporara- no quedó ninguna intacta. Tras la guerra del Diamante, sus integrantes fueron declarados traidores al Santuario, la orden fue disuelta, y sus armaduras destrozadas contra las rocas del cabo Sunion. No es posible.
Saori entornó los ojos. Un ligero viento que entraba por entre las columnas del frontispicio de su templo, removió levemente sus ropas. La fina tela de su largo vestido blanco de tirantes, se ciñó a su piel resaltando su esbelta figura.
-Una de ellas, sobrevivió, y al parecer, su último usuario la escondió bajo la casa de Virgo, antes de ser derrotado. Se decía que era el maestre de la orden del Diamante, y su integrante más poderoso, y puede que haya sido llamada por la sfaira…..presente en Mark.
Mu retrocedió dos pasos y cruzó sus brazos justo por debajo de los dos grandes y prominentes cuernos dorados que adornaban su armadura dorada sobresaliendo hacia delante, y dijo apesadumbrado:
-La sfaira es la materia primigenia de la que se formó el universo. También se le denominó a la explosión conocida como big bang.
Y es el material del que estaban construidas las primitivas sirges.
Atenea asintió. Se decía que las sirges eran las armaduras más poderosas y resistentes que un caballero de Atenea podía aspirar a ceñir su cuerpo. Y que la antigua orden del Diamante, que fue suprimida tras una durísima lucha que costó mucha sangre y la quasi total destrucción de la orden de oro, aventajaban en poder a los mismos caballeros dorados.
-Traidores a Atenea –dijo con mal disimulada rabia Aiora, mientras observaba como la senda de luz seguía aumentando en intensidad –deberíamos ir al templo de la doncella virgen para ayudar a Shaka y Mu.
Pero Saori replicó con firmeza:
-Quédate donde estás Aiora –dijo Saori con autoridad, sorprendiendo al caballero, acostumbrado a la tradicional dulzura y benevolencia de su señora- os quiero aquí. No deseo que ninguno más de vosotros arriesgue su vida. Shakka y Milo se ocuparán.
Pero las cosas en la sexta casa no eran nada fáciles. Shakka desplegó su cosmos y lanzó un ataque hacia la armadura que emitiendo un sordo rumor pugnaba por elevarse, siguiendo el rastro de luz que había perforado el alto techo del templo, mientras se separaba lentamente del suelo y arrastrando algunas piedrecillas que se erguían empujadas hacia arriba por la corriente de luz que la armadura producía. La sirge emitía un poderoso cosmos azulado. Milo utilizó entonces su aguijón escarlata, combinando sus fuerzas con las de su camarada, pero este le avisó:
-No, no hagas eso. Si la armadura es atacada al unísono por dos caballeros de oro multiplicará su poder.
Pero la advertencia del caballero de cabellos rubios y ojos perpetuamente cerrados, y de quien se decía que era el hombre más cercano a la divinidad en la tierra, llegó tarde. La sirge emitió varios destellos de luz que inundaron todo el templo y que proyectó con una fuerza increíble a ambos caballeros dorados hacia atrás. Milo colisionó contra una columna a la que partió en dos, quedando inconsciente y Shakka fue repelido con una violencia tremenda hacia atrás. Aunque no perdió el sentido, su amigo sí y corrió a auxiliarle, y por otra parte, no podía impedir que la sirge fuera remontándose en el aire, cada vez más, hasta quedar casi fuera del alcance visual de Shakka. La armadura de un bello color azulado y con un par de grandes y trabajadas alas en la espalda, sin los recargados y minuciosos adornos de sus homólogas de oro, que constituían verdaderas piezas de maravillosa orfebrería, abandonó finalmente el templo de Virgo ganando altura a una velocidad increíble. Luego la sirge se detuvo sobre el Santuario y empezó a moverse horizontalmente con tal celeridad, que el roce contra el aire le arrancaba literalmente, una estela de luz a su paso. Semejando una estrella fugaz la última armadura del diamante, abandonó su primitivo asentamiento en el Santuario y se dirigió hacia el pasado, con una rapidez tan inimaginable, como abrumadora.
Un brillo fugaz titiló en los ojos de Atenea. Sus planes y más ocultos propósitos se iban cumpliendo puntualmente. Mu lo percibió pero no dijo nada.
4
Candy contempló al caballero armado de pies a cabeza. Era tal como su esposo se lo había referido. Pensaba que era producto de su fantasía o que tal vez le estaba contando una bella historia. Desde que Mark estaba con ella, reía más a menudo y su pésimo y hosco humor había mejorado notablemente. Había muchos aspectos que aun desconocía de la vida de su marido, pero de todos, aquel era el más desconcertante y brumoso de todos ellos.
Mark le había hablado de hombres revestidos con armaduras, que desplegaban una luz iridiscente de la que extraían formidables poderes, que a su vez provenían de las estrellas, y que con un solo revés de la mano, abrían profundas grietas en la tierra
"Cosmos. El aura que desprende este hombre, esa luz tan hermosa como terrible, eso debe ser lo que Mark denominó como cosmos".
Los ojos de Candy escrutaron los del caballero, de un azul tan profundo que resultaban gélidos. La muchacha notó un escalofrío que le recorría la espina dorsal. El estruendo de la batalla era tal que Helen, atemorizada se asomó al exterior abandonando la mansión familiar. Ernest estaba en viaje de negocios, y no había nadie más en la mansión, a parte del servicio, que permanecía refugiado en los sótanos de la señorial casa, temerosos de la ira del intruso. En cuanto a mí y a Mermadón estábamos ayudando a Anthony en el esmerado y casi detallista cuidado de las rosas, acompañados y asistidos por Natasha que nos contemplaba risueña desde una mecedora, y con un libro entre las manos.
-Mamá –gritó Candy pensando que Hyoga pretendía hacer daño a su madre adoptiva.
-Señora, aleje a su hija de aquí –dijo Hyoga en perfecto inglés- podrían resultar heridas.
Candy se abalanzó hacia el caballero. Hyoga extinguió su cosmos inmediatamente para no causar el menor daño a la muchacha. Se sorprendió por su valor y su coraje, aparentemente indomables. Mark y Haltoran apuntaron a Hyoga con sus armas. Entonces Mark esgrimió su RPG-12 en dirección hacia Hyoga, y corrió hacia su esposa gritando:
-Hyoga, ni se te ocurra rozarla o te mataré.
Pero Candy extendió una mano haciendo un gesto imperativo para que se detuviera. Mark se frenó en seco. Haltoran que le seguía a poca distancia, se chocó contra su espalda, cayendo al suelo.
-Mark, ¿ que te ocurre ? –preguntó indignado Haltoran que a punto había estado de perder su arma de asalto que sujetó en el último momento, de la correa de cuero que pendía del arma. Entonces se fijó en Mark que observaba extasiado y azorado una imagen tan dramática como increíble.
Aquello era una escena irreal, y con un contrapunto de dramática y siniestra belleza. La hermosa muchacha, frágil, pero solo en apariencia, tomaba entre sus finos dedos las enguantadas manos del caballero dorado mientras sus lágrimas mojaban sus guanteletes. Hyoga, que tenía las falanges de los dedos al descubierto, porque las armaduras doradas no cubrían por completo la mano, sintió el tacto y el calor de la piel de Candy, mientras sus ardientes lágrimas empapaban los nudillos del caballero.
-Por favor, Hyoga –dijo Candy aun en estado de shock por lo que estaba haciendo- por favor, caballero de Atenea, no mates a mi marido- insistió por segunda vez.
El joven observó con lástima los ojos verdes que le contemplaban sollozantes, los cabellos ondulados rubios que se agitaban con su respiración entrecortada, las coletas, con sus lazos decorativos que le conferían una apariencia infantil, desmentida por la inamovible y poderosa voluntad que ardía en las deslumbrantes pupilas de esmeralda de Candy.
-Lo siento, muchacha, -dijo Hyoga con embarazo y sintiendo un peso en su alma -pero Mark debe pagar con su vida, por atreverse a utilizar un poder que le desborda ampliamente, habiendo desafiado con ello a toda la orden de caballería.
5
Helen Legan contempló al antiguo caballero del Cisne sin articular palabra. Era un hombre muy joven, revestido por una armadura dorada de pies a cabeza y de la que emanaba una luz aurea parecida a la que Mark había emitido a veces, pero mucho más poderosa e intensa. Se fijó en los recargados adornos y la decoración casi barroca que jalonaba todo el cuerpo de la armadura. La dama estaba a punto de desmayarse, como casi le sucediera a su amiga Eleonor Baker, cuando le mostró las imágenes del futuro, de la era de la que Mark provenía, estaba a punto de desmayarse. La cordura y la razón parecían querer abandonarla, pero la mujer sintió un valor rayano en la locura, al contemplar como Candy suplicaba desesperadamente al joven rubio sujetando sus nudillos cubiertos de hierro y sollozante:
-Por favor, caballero, no me lo quites –le exhortó Candy, que no podía creer que aquello estuviera pasando- por favor.
Hyoga se compadeció de Candy y posó su mano derecha en uno de sus antebrazos. Sonrió levemente y dijo con dulzura:
-Lo siento, querida Candy, pero no puede ser. Mark –dijo mirándole con ira- está utilizando un poder que no le pertenece, y debe pagar por ello.
-¿ Te refieres al iridium ? –preguntó Candy llevándose una mano a los labios cuando Hyoga asintió levemente y añadió con vehemencia para luego sacudir las manos del caballero con violencia- pero, pero ese poder nunca lo quiso para sí, no es culpable de tener algo que adquirió accidentalmente, él nunca lo pretendió para sí.
El joven clavó en las pupilas verdes de Candy sus fríos ojos azules y dijo:
-Aun así, no podemos permitirle el que emplee una fuerza que no le corresponde ni mucho menos. Podría constituir una seria amenaza para el futuro de la Tierra.
Entonces Helen se abalanzó sobre Candy interponiéndose entre Candy y el caballero de Acuario, sobresaltándole ligeramente, por su imprevista y repentina irrupción. La mujer que se había desmayado cuando Clean le saltó de repente encima, la primera vez que la muchacha fuera adoptada como dama de compañía de Eliza, en vez de cómo hija de los Legan, notó como su coraje y audacia aumentaban. Pese a que estaba temblando, se acercó al caballero lentamente. Haltoran levantó el MP-5 creyendo que Hyoga lastimaría a la mujer, pero Mark se lo impidió asiendo férreamente el cañón de la voluminosa arma, y obligándole a bajarla, de tal suerte que el MP-5 rodó por la hierba, al saltar de sus manos, por la violencia que Mark imprimió a las suyas. Haltoran le clavó una mirada furiosa y dijo enojado:
-¿ Te has vuelto loco ? ¿ por qué me estás impidiendo atacarle ?
Mark negó con la cabeza firmemente y dijo mientras algunas gotas de sudor perlaban su frente:
- Hyoga nunca hará daño a mi esposa ni a Helen, y por alguna razón –dijo Mark observándoles atentamente- parece como si estuviera buscando una excusa para no tener que luchar contra mí.
Entonces pensó atemorizado en Marianne y en Maikel, sus dos pequeños hijos, abriendo los ojos desmesuradamente y musitando sus nombres moviendo los labios, pero sin llegar a pronunciar palabra, aunque Haltoran le tranquilizó como si hubiera estado leyendo sus pensamientos:
-No te preocupes, están con Tom y Eliza. Candy les envió allí de visita, porque era el cumpleaños de su hija Candy. También mis niños están allí.
Helen miró a Hyoga. Mark y Haltoran, lo mismo que Candy, presenciaban el enfrentamiento entre el caballero de oro y la dama de principios del siglo XX, fascinados, incapaces de creer como aquella mujer que había temblado ante un inofensivo y pequeño mapache, pudiera encararse con uno de los caballeros de oro más temibles, para proteger a su hija adoptiva. Mark estuvo a punto de perder los estribos, y echar a correr hacia ellos para protegerla a ella y a su esposa, pero esta vez fue Haltoran, quien le sujetó con fuerza por el antebrazo.
-Suéltame –protestó con voz iracunda, Mark- no puedo dejar que les pase nada malo.
-No empieces tú ahora Mark. Me parece que tienes razón. Hyoga parece estar dudando. Si te inmiscuyes ahora, es probable que ataque y que Candy o Helen salgan heridas. Espera un momento.
Helen se aclaró la garganta. Los ojos ambarinos engarzados en el rostro aristocrático de finas facciones, y un toque de arrogancia pese al gran cambio a mejor en su carácter, que toda la familia en pleno prácticamente, habían experimentado, sostuvo la mirada de Hyoga, que se impresionó por la osadía y el aplomo de aquella mujer. La dama enfundada en un largo vestido blanco hasta los pies y sus cabellos rematados en un moño no parecía temerle o eso o se sostenía sin desmayarse por pura fuerza de voluntad, para defender a su hija. Con voz firme y melodiosa se dirigió hacia el caballero, mientras le apuntaba con un dedo índice:
-No sé ni quien eres ni que pretendes, aunque sospecho que formas parte del ignoto y temible futuro de mi yerno –dijo mirando a Mark de soslayo y con los brazos en cruz, mientras Candy se abrazaba a ella con fuerza,- pero no permitiré que hagas daño a mi familia.
Annie que salía en esos momentos de la casa, para llevarle a Candy unas herramientas de jardinería que se había olvidado en el interior, cuando fue testigo de aquella escena las dejó caer con estrépito y se echó las manos a la cabeza. Lo único que su mente acertó a sugerirle en esos dramáticos instantes, fue correr a buscar ayuda y sin que ni Candy ni Haltoran ni Mark, ni Helen se percataran de ello, pendientes como estaban del caballero de oro y de sus posibles reacciones, no advirtieron como la muchacha sollozante y muy asustada, atravesaba la avenida de losas que conducía hacia la mansión de los Andrew para avisarnos. Tropezó un par de veces, porque su larga falda le impedía mover las piernas con libertad y tenía menos agilidad que Candy, pese a que su constitución física era muy parecida a la de su amiga y un poco menos de resistencia física que esta.
6
Estaba ayudando a Anthony en el cuidado de sus rosas, cuando Annie llegó jadeante y casi sin aliento para echarse casi literalmente en los brazos de Natasha. La joven condesa aferró a Annie por los hombros sacudiéndola ligeramente y pidiéndole que se calmara, pero la chica hablaba atropelladamente sin coherencia y muy agitada.
-Tranquilízate Annie –dijo la joven condesa intentando no poner más nerviosa de lo que estaba la esposa de Haltoran- respira hondo, cuenta hasta tres y serénate.
Ni que decir tiene que tanto yo y Anthony dejamos nuestra labor y la rodeamos esperando apremiantes y preocupados, a que recobrara el dominio de sí misma.
La joven que llevaba un sencillo vestido azul sin mangas hizo lo que la esposa de Anthony le había pedido y entornando sus hermosos ojos azules miró apremiante hacia la larga avenida de cipreses que conducía hacia la mansión familiar de los Legan y dijo algo más calmada pero con expresión asustada en sus pupilas.
-Se trata de Mark y de Haltoran. Están luchando….contra un hombre….que….que…-se interrumpió de nuevo por la gran desazón que la invadía- tragó saliva obedeciendo a Natasha, que nuevamente le rogó que inspirara aire realizando unos cortos ejercicios de relajación y recobró nuevamente el control de sus labios- desprende luz y lleva una armadura….que parece…que parece….de oro. Es rubio y tiene los ojos cerrados y….Candy y Helen están allí….y
-Mierda, debe de ser…-dije sin concluir la frase.
Entonces eché a correr en dirección hacia la mansión Legan. Mi obesidad me impedía coger más velocidad, y por ello me detuve tras un corto trecho, jadeando tanto y respirando entrecortadamente. Anthony sorprendido por mi actitud, me dio alcance enseguida, cosa que tampoco era muy difícil y zarandeándome por la manga de mi gabardina me preguntó apremiante:
-¿ Qué sucede Maikel ? ¿ qué es lo que ha visto Annie ? ¿ sabes algo verdad ?
Annie posó sus pequeñas manos en mis hombros y ahora era ella la que me estaba exigiendo respuestas rápidas:
-¿ Qué pasa ? ¿ quien es ese hombre de la armadura Maikel ? –me preguntó desesperadamente Annie, que temía por la vida de Haltoran, Candy y cuantos estaban en los jardines de la casa familiar Legan –tú sabes algo, Maikel, por favor.
-No hay tiempo que perder –dije caminando nuevamente porque aun estaba agotado por la carrera que había emprendido en vano para llegar hasta la mansión. Miré a Mermadon y le ordené:
-Mermadon, adelántate y trata de ayudar a Haltoran y a Mark y defiende sobre todo a Candy y Helen.
El robot obedeció y se disponía a echar correr con grandes zancadas. Haltoran había mejorado sus sistemas de locomoción dotándole de unos pequeños retrocohetes en las plantas de sus pies de la que emergieron una especie de patines para permitirle desplazarse más rápidamente. Entonces se me ocurrió que si nos subíamos todos en él, llegaríamos más rápido. Antes de que Haltoran se fuera, le pedí que aguardara un momento, y le pedí que nos transportara hasta la mansión Legan. El robot comprendió lo que pretendía hacer y me aferró con fuerza pero con delicadeza.
-Pero, pero –dijo Annie incrédula- al ver como el robot me aferraba por la cintura, pero como la larga avenida que conectaba la mansión Andrew con la de los Legan tenía unos cinco kilómetros de longitud, no había otra alternativa si queríamos llegar a tiempo, aunque dudaba de si nuestra presencia disuadiría al caballero de oro de llevar a cabo sus propósitos. Finalmente, Annie le pidió a Mermadón que la sujetara con su mano izquierda, mientras Anthony se aferró al cuello del robot para ir colgado de su espalda. La mole metálica se agachó para que el joven aristócrata pudiera llegar lo mejor posible con sus manos al cuello del robot. Natasha tuvo que quedarse en tierra, porque no había ya más espacio en el improvisado vehículo en que se había convertido Mermadón.
-Por el camino os contaré quien es el hombre que Annie ha visto.
Natasha decidió ir en coche. Llamó a uno de los chóferes de la familia Andrew que Mark había puesto a su disposición, ya que ahora era el patriarca de los Andrew, en sustitución de Albert que continuaba entre rejas. La condesa subió en el rolls que Brown puso a su disposición y tras acomodarse detrás una vez que el amable empleado, le franqueara la entrada sosteniendo la puerta con su mano izquierda, le dijo cuando se acomodó al volante:
-Siga al robot, Brown.
El hombre asintió. Ya estaba habituado al autómata de dos metros de altura que se había convertido en parte habitual de las vidas de ambas familias. Cuando contempló como llevaba en volandas a su señor, el esposo de la señora condesa a su espalda, a mí a su derecha, sujeto por la manaza metálica y Annie en el otro lado, no pudo menos que esbozar una sonrisa.
Mientras Mermadon recorría la avenida pavimentada a unos cincuenta kilómetros por hora, fue explicando a mis amigos lo que sabía:
-Se trata de un…caballero del Zodíaco –dije esquivando una rama que a punto estuvo de hacer que mis gafas salieran despedidas de mi rostro. Mermadon se disculpó con su voz meliflua y le pedí que continuara centrado en su veloz carrera, mientras mi cara adoptó un gesto de miedo que hizo reir levemente a Anthony, aunque sin mala intención. Annie me miraba con miedo, y observaba recelosa al robot que patinaba con maestría, temerosa de que en cualquier momento, Mermadon la dejara caer o que diera un traspies y rodara con todos nosotros a cuestas por el suelo o contra algunos de los árboles o las estatuas que jalonaba la bella avenida.
Annie retomó el hilo de su atropellada conversación y dijo:
-Ese hombre, dijo algo de la ejecución de la aurora, no lo sé, pero me infundió mucho temor, Maikel. Mark y Haltoran y hasta Candy parecían conocerle.
Les expliqué lo que sabía de la orden de la caballería y cuando terminé un relato más o menos pormenorizado de lo que conocía por las indicaciones que Mark me había relatado a su vez, aunque siempre fue muy reacio a sincerarse sobre su pasado o según que aspectos de su vida, Anthony clavó sus ojos azules en los míos escéptico y dijo:
-Maikel, ¿ nos estás intentando decir que esos hombres…combaten con la energía que les suministran las constelaciones y que son una especie de guardia personal de una antigua diosa de la mitología griega ?
Asentí y por el timbre de su voz deduje que no me había creído ni una sola palabra, pero le hice notar nuestra procedencia y quienes éramos.
-Si eso no te parece suficiente prueba de cuantas cosas extrañas se han vivido….-dije mirándole con seriedad.
Anthony se encogió de hombros y lanzó un suspiro.
Annie asintió y de pronto se tapó sus bellos ojos azules con las palmas de las manos, porque Mermadón realizó un quiebro para esquivar un zorro que dormitaba tranquilamente en mitad del camino. El robot pegó un fuerte bandazo y Anthony se agarró con más fuerza al cuello del robot. Hubo un momento en que llegó a estar totalmente horizontal con respecto al robot. Anthony esbozó un rictus de terror, al recordar la angustiosa sensación que le produjo ser proyectado hacia atrás cuando el caballo se encabritó al introducir su pata, en el cepo hábilmente disimulado. De no ser por Mark, probablemente no lo hubiera contado.
Natasha, reclinada en el asiento trasero del Rolls, ahogó un grito. Temió que su marido terminara por desprenderse del robot y rodara por tierra ante el lujoso automóvil, y que pudiera resultar atropellado, pero Mermadon maniobró con maestría y logró mantener su curso en dirección a la mansión Legan.
-¿ Pero, pero por qué están aquí ? ¿ que tiene que ver con Mark si hace ya mucho que no pertenece a ese Refugio ? –preguntó Annie con voz un poco chillona, debido al temor que le suscitaba la veloz marcha que el robot estaba empezando a imprimir de nuevo a sus piernas, mientras se deslizaba sobre los patines impulsado por los retrocohetes:
-Santuario Annie, Santuario –la corregí y añadí casi fuera de mí- no lo sé, pero esto tiene que ver con Mark, forzosamente él tiene que ser la razón de que el caballero de Acuario esté aquí.
-Pero Mark no ha hecho nada malo –dijo Annie lanzando un pequeño gemido de temor, cuando Mermadon casi se tumbó literalmente sobre el adoquinado de la avenida para evitar la rama de un sauce que crecía casi a ras del suelo y que los jardineros de los Andrew aun no habían podado.
"Que raro" –me dije "normalmente Wittman no es tan descuidado. Aunque se nota que se hace viejo. Han pasado siete años desde que la Gran Guerra terminó".
-No, pero tiene que ver con el iridium –dije ante el rostro preocupado de Annie- no puede tener otra explicación. Pero me resisto a creer que Atenea haya decretado el asesinato de Mark. Tiene que haber algo más.
-¿ No puedes hacer que Mermadón vaya más rápido -¿ preguntó angustiada Annie que se sujetó la cinta roja de sus cabellos que a punto estuvo a desprenderse por la velocidad que el robot había alcanzado como respuesta a su requerimiento, sin darme tiempo ni a responder –Haltoran debe estar en peligro.
La joven apenas había cambiado en aquellos siete años, lo mismo que Candy, si acaso su belleza había aumentado aun más todavía.
Afortunadamente, sus dos hijos estaban en el cumpleaños de la hija de Eliza que cumplía siete años.
En ese momento, una energía descomunal alumbró la avenida proyectando sombras negras y blancas a intervalos. Era como atravesar un túnel con zonas iluminadas para entrar en otras completamente a oscuras y así continuamente. Miramos hacia arriba y divisamos extasiados un haz de luz que se dirigía hacia la mansión de los Legan. Annie entornó los ojos y exclamó excitadamente:
-Hay…hay algo en esa luz.
Anthony intentó enfocar su vista sobre el objeto al que se había referido Annie y alcanzó a ver una forma metálica provista de alas pero no pudo detallarla porque los fuertes destellos del aura que desprendía le impedían estudiarla pormenorizadamente.
-Es…una armadura –dije arqueando las cejas y resoplando y si mi intuición no me fallaba, hasta podía adivinar a quien pertenecía o por lo menos a quien iría destinada. Entonces Mermadon cuyos sensores ópticos de color rojo tanto asustaran a Annie y a su madre, provocando sin querer, aquel desgarrón en su vestido cuando cayó al suelo, y la destrucción de su sombrero, cosa que me sonaba familiar, miró a través del resplandor dorado y dijo:
-Es la armadura del águila –dijo escuetamente. Haltoran le había desactivado los exhaustivos análisis que realizaba espontáneamente y que ya solo refería si se le pedía expresamente.
-¿ Qué que es toda es toda luz tan intensa ? –preguntó Annie apartando los ojos y tapándolos con las manos a modo de visera.
-Es el cosmos de la armadura, la energía que cada caballero toma de su constelación guardiana, lo que les permite luchar. Es la misma luz que contemplaste saliendo del cuerpo de Hyoga –expliqué a Annie.
Todavía no sabía que haríamos cuando llegáramos allí. No creo que Hyoga quisiera escucharme y menos desistir de su misión. Las órdenes de Atenea, por lo poco que me refirió Mark, no se discutían en modo alguno ni se cuestionaban y menos se desobedecían. Y aunque ahora Mermadon podía emplear la violencia para defender a nuestros amigos, si se le pedía me temía que no sería rival para un caballero de oro y más teniendo como adversario al temible Hyoga que había participado si no me fallaban las cuentas en algunas de las más terribles guerras recientes del Santuario.
7
Helen se enfrentaba con decisión a Hyoga, aunque sus piernas apenas podían sostenerla. Candy se aferraba con fuerza a su cintura mirando de hito en hito a Mark y Haltoran y a Hyoga.
Hyoga suspiró y entrecerró los ojos. Alzó el brazo derecho recubierto hasta el codo por un deslumbrante y recargado guantelete produciendo un siseo que heló la sangre de Candy y de Helen. Mark intentó avanzar, pero Haltoran se lo impidió. Entonces Hyoga envolvió a las dos mujeres en un anillo de energía amarilla que rodeó sus cuerpos inmovilizándolos pero sin hacerles daño y levantando el brazo hizo que madre e hija se elevaran en el aire a poca altura.
Candy pataleó furiosa y espetó al caballero:
-Bájanos, bájanos, maldita sea.
Hyoga no hizo caso de los requerimientos de la muchacha cuya belleza le había sorprendido, y las depositó indemnes unos metros más atrás, sobre la hierba, pero sin liberar del círculo de energía que las aprisionaba.
-Así está mejor –musitó lentamente refiriéndose a que ahora que las dos estaban fuera del entorno de la lucha, sin temor a herirlas o lesionarlas, podría emplearse a fondo contra Mark y Haltoran si se interponía entre él y Mark, entrometiéndose en lo que no era de su incumbencia.
-¿ Qué le has hecho a mi esposa y a Helen ? –preguntó Mark rabioso y fuera de sí.
Hyoga las contempló y sonriendo levemente sin alegría. Era un rictus de tristeza.
-Nada. No sufrirán ningún daño. Cuando todo haya acabado, las dejaré en libertad, pero no podía correr el riesgo de que fueran heridas en la lucha.
-Déjanos libres –volvió a insistir Candy con una furia y una determinación que sorprendieron a Mark. No la había visto tan fuera de sí, desde el día en que él acabó con las vidas de los hombres del capataz de los Andrew para defenderla, cuando huyeron en aquella carreta y él sentía remordimientos por lo que había tenido que hacer y Candy se lo reprochó. La muchacha forcejeó contra el anillo de luz que zumbaba levemente y que desprendía algo de calor.
-Lo siento Candy –dijo Hyoga sin volverse mientras se desprendía lentamente de la larga capa blanca que pendía de sus hombros y que remansaba levemente sobre el suelo- pero no os liberaré por el momento. Y no trates de luchar. Ese anillo os mantendrá aprisionadas hasta que terminemos con esto.
-Prepárate Mark –dijo Hyoga retrayendo su puño izquierdo y desatando su cosmos. Los etéreos y fantasmales hilos de luz del mismo ascendieron en el aire. Pese a que allí no había ningún otro caballero, Candy y Helen sintieron las violentas emanaciones de la concentrada energía que palpitaban en oleadas. Haltoran esbozó un gruñido y trató de atacar, pero Hyoga le contuvo dentro de otro cepo de luz y aplicando el mismo comportamiento que había seguido con Candy y Helen, le alejó de la lucha que no tardaría en reanudarse en unos momentos.
-Déjame libre, canalla –dijo Haltoran debatiéndose con furia- no te voy a permitir que elimines a mi amigo así como así.
Mark asintió y apartándose el pelo de los ojos asintió y dijo tristemente:
-Es lo mejor que puede hacer por ti –dijo Mark que parecía conocerle mejor de lo que daba a entender- tú no tienes nada que ver con este asunto –dijo desviando la mirada de la de Haltoran, que incrédulo no podía creer lo que estaba escuchando.
Hyoga movió la cabeza lentamente. Asintió con tristeza. Era evidente que no le gustaba tener que hacer aquello.
-Mark tiene razón Hyoga. Bastante penoso se me hace tener que matar, como para acabar con vidas inocentes y ajenas a este triste y penoso asunto.
-Suéltame –replicó furioso Haltoran, cuya arma había resbalado hacia la hierba, lejos de su alcance y que trataba de asirla como fuera. Hyoga la propinó un puntapié separándola aun más de su propietario.
-Te liberaré junto con ellas, cuando esto se acabe.
Haltoran las miró y descubrió sorprendido, que la cabeza de Helen se había ladeado hacia la izquierda y que Candy reclinaba la suya en el regazo de su madre adoptiva. Tenían los ojos cerrados y daban la impresión de estar sumidas en un suave y reparador sueño. Sus cuerpos se agitaban levemente al ritmo de una respiración tranquila y rítmica.
-Están perfectamente –explicó Hyoga ante las enfurecidas miradas de Mark y Haltoran antes de que pudieran decir nada y alzando la mano izquierda pidiendo silencio- los anillos de poder inducen un profundo sueño, del que despertarán cuando las libere de su presa. Así les suavizaré el trauma que les supondría perder a un ser querido.
-No te creas que esto quedará impune. Te juro que te…
Pero se interrumpió bruscamente. Muy pronto, Haltoran dejó caer los brazos laxos a ambos costados del cuerpo y se inclinó hacia delante. De no haber sido por el anillo de poder que le sostenía, habría terminado por desplomarse sobre el césped. Cerró los ojos y él también se quedó dormido.
-Ahora estamos tú y yo solos –dijo Hyoga con esfuerzo- por favor, no me lo pongas más difícil. Te prometo un final rápido y sin dolor.
Mark desató el iridium que le envolvió en un aura resplandeciente.
Hyoga se llevó la mano izquierda a la sien. La tiara que adornaba su cabeza le resultaba bastante pesada, como el penoso e incomprensible deber que Atenea le había impuesto, pero que no le quedaba otro remedio que obedecer.
-Así solo prolongarás tus sufrimientos –dijo el caballero de oro.
-No me voy a dejar matar así como así –dijo Mark adoptando una posición de combate. Hyoga recordó la facilidad con la que le había esquivado en su primer ataque, saltando por encima de su cabeza.
Entonces Candy que salió a duras penas del sopor que la invadía gracias a su férrea voluntad, observó a Haltoran y a su madre desmayados a ambos lados. No podía mover los brazos ni las piernas porque los anillos giratorios continuaban encadenando sus extremidades, y dirigió sus ojos verdes hacia Mark que captó su presencia. Se observaron por un instante y ambos enamorados sin dejar de observarse mutuamente con intensidad, vertieron algunas lágrimas al unísono. Entonces Hyoga captó lo mismo que Mark, un poderoso cosmos que provenía de lo alto. Candy y ambos hombres miraron hacia arriba y una forma difusa envuelta en un manto de luz flotaba lentamente sobre la cabeza de Mark emitiendo un leve tintineo que parecía ir en aumento.
-No, no es posible –dijo Hyoga con preocupación- eso…eso es….
-Una sirge –dijo Mark tan asombrado o más que su rival y su esposa.
Entonces la sirge emanó un chorro de luz que partió de la misma bañando a Mark con su luz. Hyoga corrió hacia Mark antes de que la unión entre ambos se llevara a cabo.
"Si le permito combinarse con la sirge, será poco más que invencible" –pensó apresuradamente mientras de su puño extendido, una ráfaga de aire helado voló hacia Mark mientras pronunciaba unas palabras fatídicas, de ordinario, para los rivales del imbatible santo dorado.
-Polvo de diamantes –exclamó con fuerza creyó ver acompañando a la gélida corriente de hielo un majestuoso cisne blanco, que volaba armoniosamente en pos del ataque de Hyoga, lanzando sus cantos normalmente tenidos por postrera expresión de algo o indicio de algo fatídico e inevitable.
Entonces Mark fue alcanzado por el rayo de luz.
-No, Mark, noooo, no –gritó Candy desgarradoramente. Aquello estaba torturando la mente de Hyoga, pero no podía distraerse induciéndola al sueño como antes, porque Mark podría aprovechar para fusionarse con la armadura. No obstante ya era tarde. El polvo de diamantes rebotó contra la luz dorada y retornó a su lanzador, provocando una furiosa ventisca que aulló durante unos instantes y que Hyoga pudo detener a duras penas para impedir que dañara a Candy y a los demás. No obstante, había sido rechazado hacia atrás y había terminado por desatender a su rival. Cuando volvió a centrarse en el combate, Mark se había despegado del suelo, volando como una flecha hasta la armadura, que fue a su encuentro. Finalmente Mermadon con nosotros tres a cuestas, y el coche conducido por Brown con Natasha en el asiento trasero, conseguimos llegar hasta la mansión. Brown frenó en seco, asustado cuando Mark casi se nos echa encima atraído por el cosmos de la sirge. Mermadon nos protegió solícitamente cosa que era de agradecer, porque el calor del aura de Mark nos pasó muy cerca. Me acordé entonces de Ikki, el caballero del Fénix que solía acostumbrar a lanzar ataques tan fulgurantes y fuertes como aquello, basados en su dominio del calor y el fuego.
Elevamos la mirada hacia la armadura en forma de águila. Y entonces ocurrió algo confuso y extraordinario. Mark se detuvo en el aire quedándose inmóvil, mientras la sirge que había frenado su marcha, considerablemente, y seguía aproximándose hasta Mark, se separaba en varias piezas, que volaron en direcciones opuestas, con un sonido metálico. Lo que hasta hacía un momento habían sido parte de una rara y elaborada escultura metálica, que representaba la forma de un águila algo abstracta, de alas desplegadas y porte desafiante, se transformaban en petos, hombreras, perneras, glebas o guanteletes que se iban ajustando en torno al cuerpo de Mark a una velocidad frenética y con una exactitud increíble movidos por una mano invisible o una fuerza desconocida que Candy y los demás testigos de aquel prodigio no alcanzábamos siquiera a imaginar como ni cual sería. Mientras Mark giraba frenéticamente sobre sí mismo, en cada evolución que realizaba en mitad del aire, iba recibiendo un nuevo componente de la armadura, que revestía completamente su cuerpo de metal, hasta que finalmente las alas se ajustaron sobre su espalda, perfectamente sujetas, e integradas en la coraza, como si hubieran formado un todo indivisible siempre, con la plancha de metal que las había recibido, y el yelmo en forma de cabeza de águila se asentaba sobre sus sienes. Sus largos cabellos negros no quedaron recogidos ni aprisionados bajo el casco, si no que continuaron sobresaliendo por su borde inferior. La sirge refulgía con un extraño brillo azulado, ante la mirada sorprendida y aliviada de Mark, y no tenía ningún adorno o relieve a diferencia, de las llamativas y recargadas armaduras de oro, verdaderas obras de orfebrería. Mark dio una voltereta en el aire y fue bajando lentamente hasta el suelo posando las plantas de sus botas en la hierba sin hacer ningún ruído. Candy estuvo a punto de desmayarse por la impresión que aquello le causó en su ánimo, pero aguanto y conteniéndose, se obligó a continuar mirando. Entonces murmuró en voz baja:
-Era cierto, era cierto.
Poco después el poder hipnótico de los anillos de Hyoga, la fueron induciendo a un profundo sueño nuevamente, ante el que no pudo resistirse, quedándose profundamente dormida en unos instantes.
A pocos metros de allí, yo había descendido de Mermadon y estaba ayudando a Annie a bajar. La muchacha temblaba ligeramente y sus dientes castañeteaban. Anthony se apeó de la espalda de Mermadon con un ágil salto y contempló atónito la dramática escena que estaba desarrollándose delante de nosotros.
-Se….ha puesto esa armadura o ella lo..ha hecho por él –estaba tan aturdido y confuso que no sabía que manera de ambas, era la más exacta e idónea para describirlo- Lo que decías Maikel, es verdad –añadió mirándome atónito.
8
El combate entre ambos hombres era inminente. Se estudiaron tratando de hallar los puntos débiles de cada uno. Hyoga observó con desprecio a Mark y le espetó:
-No eres más que un advenedizo. Aunque la sirge te haya aceptado nuevamente, no podrás utilizarla como es debido.
-Ya lo veremos –dijo Mark notando como la armadura se ajustaba como una segunda piel en torno a su cuerpo. Hyoga entrelazó sus dedos y levantó ambos brazos por encima de la cabeza mientras su cosmos se desataba formando bellas y vaporosas espirales. Entonces Hyoga descargó su poderoso ataque contra Mark. Un rayo de hielo partió de sus nudillos mientras Mark se concentró. En vez de irradiar iridium, un bello cosmos azulado nació de sus hombros, espalda y brazos. Adelantó la palma de la mano izquierda y rechazó el polvo de diamantes como si nada. El rayo de hielo rebotó contra su mano y retornó a Hyoga que a punto estuvo de alcanzarle y que esquivó de un grácil y portentoso salto. Yo no salía de mi asombro al presenciar el espectacular combate.
-Ha…ha rechazado el ataque de Hyoga como si nada –dije enmudeciendo de asombro.
Entonces Annie al divisar a Haltoran, Candy y Helen atrapadas por unos anillos de hielo circulares corrió despavorida hacia ellos para intentar liberarlos. Me tiré en plancha intentando detenerla, pero Annie me esquivó con agilidad y moviendo los brazos y llorando se dirigió hacia donde estaban los tres aprisionados.
-Annie –gritó Anthony saliendo en pos de ella. Yo estuve a punto de golpearme contra el suelo de no ser por Mermadon que me recogió al momento evitando que rodara por tierra.
-Mermadon –grité al robot- tienes que detenerla. Si el polvo de diamantes la alcanzará podría matarla.
Hyoga no tenía ninguna intención de dañar a la muchacha, pero estaba tan concentrado en derrotar a Mark que no distinguió como la joven se interponía en mitad de la lucha.
El caballero de Acuario alzó las manos y gritó de pronto:
-Ejecución de la aurora.
Los rayos dorados emergieron de sus manos hacia Mark, pero en ese mismo Annie se situó en medio. Su vestido azul se enredó entre las altas hierbas que crecían en el jardín y que aun el jardinero de los Legan no había tenido tiempo de segar, pero Mermadon que estaba al quite se abalanzó hacia ella para protegerla. Mark dio un grito y se lanzó hacia la muchacha. Antes de que el robot pudiera darle alcance para escudarla con su cuerpo, Mark ya la había rescatado. En esos instantes Candy abrió lentamente los ojos lo mismo que Helen y Haltoran. El efecto hipnótico de los anillos de hielo de Hyoga estaba perdiendo fuerza y desapareciendo gradualmente, pero aun continuaban aprisionados. Entonces Haltoran miró hacia arriba y lanzó un grito:im
-Mark, está….volando y lleva a Annie en brazos.
Haltoran intentó denodadamente librarse del círculo de hielo y se debatió tan desesperadamente hasta que consiguió evadirse de sus ataduras. Candy le imitó pero era difícil romper el anillo de energía. Entonces Haltoran sacó el cortador láser con el que arreglara la pierna de Mermadón cuando le encontraron dañado y con aquel lamentable aspecto y trató de romper los recios círculos de energía. Candy se removía inquieta dificultando los intentos de Haltoran por soltarla.
-No te agites tanto Candy o no podré liberarte –dijo Haltoran aplicando la hoja de luz contra las ataduras de energía de Hyoga. Al hacerlo se desprendían multitud de chispas y fogonazos que Haltoran evitó a duras penas.
-Mierda –masculló- es más resistente de lo que parece.
Candy miraba hacia el cielo. No sabía si llorar o emocionarse, pero la visión de Mark enfundado en aquella armadura y surcando los cielos con su amiga Annie, a la que Mark sujetaba con firmeza por la cintura le pareció algo hermoso e indescriptible. La sirge brillaba levemente y sus alas metálicas completamente desplegadas, permitían a Mark planear por el aire a una velocidad increíble. Pero lo que más nos llamaba la atención eran las elaboradas alas que refulgían como el oro y en cuya superficie alguien había esculpido delicados relieves simulando el plumaje de las mismas.
Annie no se atrevía a mirar hacia abajo y Hyoga le miraba incrédulo y azorado porque su ataque había estado a punto de darle de lleno a Annie. En lugar de eso impactó contra Mermadón justo en el momento en que Mark sacaba a la muchacha de allí. Mermadón recibió el impacto de la Ejecución de la Aurora quedando congelado y totalmente inmóvil.
Hyoga detuvo su ataque sorprendido.
-No, no pretendía poner a la chica en peligro –musitó débilmente y apagando su cosmos de nuevo.
Haltoran terminó por liberar a Candy de su cautiverio y se dirigió a continuación hacia Helen pero no fue necesario. Hyoga extendió la mano izquierda y haciendo un gesto hizo que el anillo se desvaneciera. Helen recobró también la consciencia y al notar que se podía mover corrió hacia Candy a la que abrazó.
-¿ Estás bien hija mía ?
Candy asintió y entonces Haltoran se encaró con Hyoga.
-Maldito canalla, como le pase algo a mi esposa –dijo mientras miraba inquieto y nerviosamente hacia Mark que continuaba evolucionando entre las nubes.
-No temas –dijo Hyoga mirándole de soslayo- Mark ya tiene pleno control de la sirge y enseguida bajará.
Entonces Haltoran lanzó un puñetazo hacia Hyoga que se giró levemente y detuvo el brutal directo de Haltoran con la mano izquierda ligeramente cerrada.
-No hagas tonterías –dijo el caballero con un deje de cansancio- no tenía ninguna intención de herir a tu esposa, pero se puso en medio.
-Yo sí que te voy a quitar de en medio. Has intentado matar a mis amigos y a mi mujer, maldito canalla –dijo forcejeando con Hyoga, pero sin conseguir desplazar su mano enguantada ni un milímetro.
Hyoga se cansó de aquello y le levantó por el aire aferrando su puño que hasta ahora se limitaba a sostener con sus dedos que envolvían los nudillos de la extremidad de Haltoran y le lanzó por encima de su cabeza hacia atrás, pero Haltoran que tenía una agilidad similar a la de Mark, consiguió caer de pie.
8
-Socorrrooo –gritó Annie sujetándose con fuerza contra el pecho de Mark, presa del pánico al contemplar la elevada altura a la que Mark estaba planeando.
-No te pongas nerviosa –advirtió Mark con serenidad a su amiga- Annie. Enseguida tomaremos tierra.
Mark plegó las alas que parecieron responder a una orden mental suya y el caballero del Aguila bajó en picado pero con suavidad intentando no asustar ya más de por si a la atemorizada muchacha.
Mark activó su cosmos para hacer que la armadura perdiera velocidad y poco a poco la tierra se fue haciendo más grande y cercana hasta que finalmente Mark tocó tierra flexionando las piernas y levantando algunas briznas de hierba a su alrededor. Entonces soltó a Annie que continuaba cogida de su cuello, y con los ojos cerrados. Temblaba y su cinta roja se le había desplazado ligeramente debido a los vaivenes que había realizado y a los que había sometido a Mark al removerse, debido al miedo que la había invadido al descubrir, que estaba volando, junto con Mark. Había experimentado la misma sensación cuando su esposo la rescatara del caballo desbocado al que Neal puso en fuga al lastimarle con un trozo de espuela oxidada, gracias al jetpack que entonces llevaba a la espalda y remontándose con ella por el aire. Annie al sentir el suelo firme bajo sus pies, pateó para asegurarse de que era verdad y no era producto de su imaginación. Entonces fue derecha a Haltoran al que estrechó entre sus brazos. Ambos esposos se fundieron en un largo beso. Candy corrió hacia Mark y también le abrazó palpando la voluminosa y gruesa coraza que le envolvía. Hyoga parecía contrariado por haber puesto tantas vidas inocentes en peligro de forma tan innecesaria. Aquel proceder a él mismo le resultaba inadmisible, pero no podía desobedecer a Atenea.
-Apártate de él Candy –dijo Hyoga furioso- tenemos que resolver esto.
-No –dijo ella tercamente- no permitiré que le hagas daño. Candy le miró furiosa con sus ojos de esmeralda impresionando de nuevo a Hyoga con su valor.
Mark se dirigió a él espetándole:
-Vuelve al Santuario y dile a Atenea que no represento ningún peligro. Yo no quería esta armadura, si no vivir con tranquilidad, pero veo –dijo exhalando un suspiro- que eso es imposible.
Hyoga le contempló como si hubiera perdido la razón y se dispuso a continuar luchando. Las espirales plateadas de su cosmos se desataron de nuevo flotando etéreas e irreales en el aire. En esos momentos llegó el automóvil de Natasha, deteniéndose justo delante de Hyoga y todos nosotros que le contemplábamos expectantes. Haltoran estaba cargando munición perforante en su MP-5 dispuesto a atacarle aprovechando que el caballero estaba distraído o eso le pareció, porque el fino oido del joven hizo que se girase inmediatamente y se encarara con Haltoran de nuevo:
-Mantente al margen Haltoran –volvió a repetirle- esto no va contigo.
-Yo creo que sí –dijo Haltoran rabioso porque casi había dado de lleno a Annie con su ataque- has estado a punto de matar a mi esposa y da la casualidad de que Mark y Candy son mis amigos.
No voy a consentir que…
Annie se echó en brazos de Haltoran protegiéndole con su cuerpo.
Mark continuaba enfundado en la armadura con Candy y Helen a su lado. Helen no daba crédito a lo que había presenciado, pero por encima de su miedo y sus dudas estaba la seguridad de los suyos. Hyoga pareció dudar. No podía lanzar sus ataques en medio de toda aquella gente, porque sin duda lastimaría o mataría a algunos de los que estábamos allí presentes.
-La sirge no te pertenece –dijo Hyoga señalándole con el dedo índice de la mano derecha- la has robado de el Santuario, atrayéndola con tu poder.
Candy se encaró furiosa con Hyoga y trató de pegarle, pero Mark le cerró el paso levantando su brazo izquierdo.
-¿ Cómo te atreves a acusar a mi marido de nada ?, encima que estás intentando matarle.
Entonces Mark la interrumpió secamente diciendo:
-No te entrometas en esto Candy –dijo Mark observando sus manos enguantadas- si es por eso, estoy dispuesto a devolverla, pero sabes que estás mintiendo Hyoga. Esta armadura –dijo señalando hacia el peto de la misma- ha venido hasta a mí desde Grecia, y ya me había olvidado de ella y hasta del Santuario.
Hyoga se pasó la mano derecha por los cabellos rubios que le caían desde la tiara que ceñía en las sienes y luego cruzó los brazos sobre el torso diciendo:
-Eso que estás comentando, podría tener visos de veracidad –dijo- pero mucho me temo que no tienes pruebas para respaldar lo que dices.
-Te las habría proporcionado si en vez haber intentado matarme, hubieras decidido hablar antes de nada –dijo Mark visiblemente molesto. Caminó con soltura pese a que la armadura debía pesar bastante en comparación incluso con las elaboradas y recargadas homónimas de oro y las alas que emergían de su espalda se movían a cada paso que daba desprendiendo brillos aureos que arrancaron exclamaciones de admiración en todos nosotros. Hasta Hyoga parecía extasiado e incluso por un momento era como si hubiera olvidado el verdadero motivo de su viaje hasta allí. Hyoga se retiró la tiara que ceñía su cabeza y la mantuvo contra su costado derecho bajo el brazo. Suspiró y dijo entornando los ojos:
-Iré a Grecia y me pondré en contacto con Atenea para intentar hacer que reflexione y revoque la orden que nos ha dado a los principales caballeros dorados, hasta que tengamos pruebas fehacientes de lo que sostienes, pero –se detuvo y dándonos la espalda nos miró de soslayo y añadió algo que nos heló la sangre en las venas- ella me ordenó que te matase.
Natasha dio un respingo y le preguntó a su marido en susurros:
-Atenea, ¿ se refiere a la diosa griega de la guerra ?
Anthony la observó con sus ojos azules y asintió levemente sin saber si era la respuesta correcta. Pese al miedo y al temor que nos invadía a todos, de que aquello terminara en tragedia, la curiosidad nos mantenía allí. Quitando a Candy, Haltoran y Mark, y si acaso yo, que algo conocía de aquella historia, el resto ignoraba completamente lo que era aquello y que significaba.
-No será necesario Hyoga –dijo una voz femenina autoritaria que provenía de detrás de nosotros, que nos sobresaltó de inmediato. Pero lo que más atrajo nuestra atención fue la misteriosa e intensa luz que envolvía con calidez y bienestar, que podíamos sentir flotar en el ambiente, cada una de aquellas frases. Nos giramos al unísono y allí la vimos por primera vez, yo por lo menos. Una hermosa mujer de largos cabellos de una imposible tonalidad morada avanzó hacia nosotros. Llevaba un largo vestido blanco de tirantes hasta los pies, cuya vaporosa y sedosa falda ocultaba por completo. A penas producía sonido alguno al caminar y en su mano izquierda portaba un largo báculo de oro, o por lo menos esa impresión saqué, rematado por un recargado círculo. Sus ojos eran verdes y muy grandes y expresivos y su cabellera hendía el aire en derredor. Un aura brillante comparable a la luz solar la envolvía. Su expresión era dulce y afectuosa. Tenía que ser ella. Mermadón intentó realizar su análisis, pero Haltoran depositó una mano en su antebrazo derecho y dijo:
-Cállate Mermadón, no digas nada.
El robot asintió. La bella mujer avanzó hasta Hyoga que se arrodilló de inmediato clavando la vista en tierra hasta Mark, que permanecía de pie ante la sorda ira de Hyoga que no podía tolerar que Mark permaneciese irrespetuosamente erguido ante la diosa, pero Saori, percibiendo su cólera, posó su mano derecha en el hombro de su caballero. El santo dorado que estaba postrado ante Saori crispó los puños enguantados con rabia, pero cuando Saori le habló, lo que le dijo hizo que sus ojos se desorbitaran de asombro:
-Perdóname querido Hyoga, por haberte utilizado.
Hyoga alzó la vista sin comprender. Sus labios estaban ligeramente entreabiertos por la sorpresa. Saori caminó hasta Mark que no entendía nada y Candy que había observado con temor la poderosa energía que la joven emanaba se apretó con fuerza contra Mark. La joven diosa realizó una reverencia a ambos y tomó de repente las manos de Mark y de Candy entre las suyas:
-Y perdóname tú también querido Mark –dijo la joven con un deje de arrepentimiento que a Mark le sonó del todo auténtico, aunque continuaba sin comprender nada.
Hyoga se irguió de un salto y dijo mirando a Atenea:
-Señora, pero si vos, me ordenastéis que…..
Saori lanzó un suspiro. Le irritaba sobremanera que sus caballeros la tratasen de forma tan ceremoniosa y artificial. Sonrió levemente y dijo:
-Hyoga, por favor, llámame Saori. No me gustan las lisonjas aunque sea la encarnación de Atenea.
Dejó de hablar y miró a Candy que había enmudecido. Sus ojos de esmeralda la contemplaban con estupor y miedo. Mark le había hablado de ella, pero creía que era una leyenda, o que Mark le contaba aquello siendo todo fruto de su imaginación. Pero cuando vislumbró a la hermosa joven tal como Mark se la describiera, cabellos morados, ojos verdes y muy expresivos, con el báculo en la mano e irradiando una cálida luz, se atrevió a romper su silencio preguntando titubeante:
-¿ E…eres….Saori….? ¿ no….es cierto ?
La joven asintió. Candy retiró sus manos, aunque el contacto con la piel de la diosa se le había antojado tan humano y de carne y hueso como el de cualquiera de los que estábamos allí. Dudando de su cordura, Candy preguntó:
-¿ Por qué ordenaste a ese hombre –dijo clavando una furibunda mirada en Hyoga- que matara a mi esposo ?
Saori se irguió. Era un poco más alta que ella. Tenía un porte noble y regio. A su lado los Legan parecían meros aficionados o plebeyos. Saori se tomó unos instantes antes de responder a la sorprendida y enojada Candy y dijo:
-Lo lamento profundamente, pero era hora de despertar a la sirge, la armadura que recubre el cuerpo de Mark, tu marido.
Hyoga creyó haber oído mal y preguntó con cierto resentimiento:
-¿ Y para eso me hiciste creer que era imperativo acabar con él ?
Saori asintió nuevamente. Se pasó una mano por los largos cabellos morados que parecían moverse dotados de vida propia y dijo apesadumbrada, entornando sus grandes ojos e inclinando la cabeza:
-Lo siento, de verdad, que lamento haber tenido que hacer algo así, pero tenemos un enemigo muy poderoso –dijo mirando a Mark, como si buscara su aprobación en lo próximo que iba a decir- un enemigo que no vacilará ante nada ni nadie y ante el que puede que ni los caballeros dorados puedan hacerle frente.
Saori se recogió el vestido tirando ligeramente de la falda hacia arriba y andando por el jardín. Se detuvo frente a una frondosa encina en la que un pequeño coatí blanco y negro la miraba cómicamente con sus ojos ribeteados de negro. Saori esbozó una sonrisa cariñosa y extendió las manos, invitando al pequeño animal a que se le aproximara. Clean bajó presuroso por el tronco del árbol y saltó a los brazos de la joven que lo arrulló acariciándole la cabeza y haciéndole carantoñas en las orejas y entre los ojos. Clean dejó escapar un murmullo de satisfacción. Candy observó extrañada. Entonces vio como dos lágrimas furtivas corrían por las mejillas de la bella muchacha.
-Siento tener que pedirte esto Mark –dijo la mujer mientras Clean procuraba afanosamente el que continuara prodigándole atenciones, rozando la palma de su mano derecha con la cabeza. Saori recordó un pequeño perro que su abuelo Mitsumasa Kido le había regalado con motivo de su sexto cumpleaños. Desde que le fue revelada su verdadera identidad, como encarnación de la diosa Atenea, aquellos momentos felices se habían esfumado como nieve al sol.
Candy temiéndose lo peor se adelantó hasta ella y le dijo furiosa:
-No, no –dijo negando vehemente y con ira- sea lo que sea lo que vas a proponerle, ya de antemano, nuestra respuesta va a ser no.
Estrechó a Mark con fuerza contra su pecho, pero Mark pareció mostrar cierto interés en cuanto Saori iba a relatarle.
En ese momento, la sirge emitió una resonancia enigmática y muy rara. Un sonido tintineante, como de campanillas que iba en aumento, parecía brotar desde el interior de la armadura. Entonces una luz envolvió a Mark y la sirge vibró levemente. De improviso, sus piezas se despegaron del cuerpo de Mark asustando a Candy que se apartó, despavorida, cuando el peto de la sirge estuvo a punto de impactar en su rostro, pero enseguida se acercó a su esposo, y ciñó la cintura de Mark con sus brazos. Todos miramos atónitos, como los componentes de la sirge se iban distanciando de Mark elevándose por encima de nuestras cabezas. Entonces se atrajeron entre sí y produciendo un sonido metálico, las piezas parecieron entrechocar estrepitosamente, pero fueron encajando armoniosamente, creando la figura del águila que divisáramos atravesar el cielo, envuelta en una estela de luz. La armadura, completamente irreconocible en su forma original bajó lentamente a tierra como si un hilo invisible la sostuviera y alguien la dejara caer con cuidado a tierra. Ante nuestro asombro se posó mansamente en la hierba, permaneciendo inmóvil.
9
Mark le pidió a Candy que guardara silencio por unos instantes. Entonces Saori comenzó a hablar, pese a las protestas de Candy y Annie que a duras penas pudieron acallar sus respectivos maridos.
-Siento de corazón el haber tenido que ordenar a Hyoga que te quitara la vida, pero si no hubiéramos creado el suficiente peligro para ti Mark, la sirge no habría reaparecido nunca. En tu cuerpo se alberga la sustancia más poderosa del Universo, probablemente el único vestigio que queda en toda la Tierra, Mark. La esfaira, lo que vosotros habéis dado en llamar iridium, fue lo que atrajo a la armadura hasta aquí. La sfaira formó el universo, mediante el big-bang.
Mark notó como la sangre se le helaba en las venas. ¿ Qué clase de enemigo podía inquietar tanto a Atenea y a sus caballeros, como para que se hubiera visto abocada prácticamente a pedirle ayuda a él precisamente ?
Mark se rascó la frente y dijo contemplando a la armadura con recelo:
-Si tus caballeros dorados no han podido o podrán hacerle frente, no veo que yo vaya a triunfar donde ellos van a fracasar de todas todas –dijo mirando de soslayo a Hyoga aunque sin pretender ofenderle.
-¿ Cómo te atreves a menospreciarnos ? –preguntó Hyoga iracundo, pero un ademán de Saori le hizo enmudecer.
-Cállate Hyoga, por favor –dijo con voz cansada- es como él ha sugerido. No podréis con él, de hecho, ningún caballero de oro podría hacer nada o tener alguna posibilidad de salir airoso del combate contra ese enemigo.
-No sería la primera vez que nos enfrentamos a un dios –dijo Hyoga herido en su amor propio y poniendo los brazos en jarras, despectivamente.
Saori depositó a Clean entre los brazos de Candy. El mapache pareció entristecerse cuando la joven dejó de acariciarle. Contempló a Niké, el báculo que la acompañaba casi siempre y dijo sentándose en una silla que Helen hizo traer para ella:
-No se trata de un dios. Es un hombre, pero tan poderoso y malvado, que esta vez la amenaza a la que nos enfrentamos es aun peor de todas las que hemos afrontado hasta ahora.
Dorothy interrumpió en ese momento la conversación. Traía una bandeja de plata entre las manos sobre la que reposaba un juego de té con algunas tazas y un variado surtido de pastas dispuestas en una fuente redonda. Le ofreció una taza a Saori, que sonriendo la tomó entre sus manos. Luego fue sirviéndonos a todos sin cambiar su amable expresión ni por un solo instante. Mermadón intentó ayudarla, pero la sirvienta negó amablemente aduciendo:
-No te preocupes Mermadon, yo me encargaré.
El robot asintió y dijo con voz meliflua:
-Como guste señorita Dorothy.
Era tal la naturalidad de aquella amable reunión, a la que hasta Hyoga se había sumado como si nada, que me pregunté sorprendido si alguien de los que allí estábamos concebía la enormidad de estar tomando el té con la reencarnación de una diosa de la mitología griega y uno de sus guerreros, o sencillamente lo habían asumido sin más, sin concederle mayor importancia de la que cabía atribuirle. Después de haber conocido a cuatro crono nautas, un robot mayordomo y ahora un caballero de oro y una diosa, aparte de un sinfín más de cosas, a aquellas alturas, ya les daba igual lo inaudito que aquello pudiera resultar, por lo menos en mi opinión.
Entonces Saori, que parecía muy relajada y distendida fuera del lóbrego y tenebroso ambiente del Santuario, recobró su habitual alegría y alborozo, o por lo menos se mostró más contenta de lo habitual y nos fue contando como si hubiéramos sido amigos de siempre la relación que le había ligado con Mark y quien era ella o que función desempeñaban sus caballeros, para luego pasar a describirnos minuciosamente, quien era ese supuesto y temible adversario que ponía en peligro la estabilidad de todo el planeta.
Cuando terminó de narrar la apariencia del temible ser, Mark volvió a preguntar a Saori porque estaba tan convencida de que él triunfaría donde otros supuestamente habían fracasado.
-La sirge no es una armadura común Mark –dijo Saori apurando el contenido de su taza. Entonces Dorothy acudió cuando la joven le hizo gestos para que la llenara de nuevo y escanció con cuidado el humeante te que bullía en el interior de una tetera de plata.
Saori contempló la armadura que reposaba sobre la hierba, sin haber vuelto a mostrar signos de actividad o de querer moverse nuevamente.
-Las armaduras de diamante, se crearon en los comienzos del Universo, recibiendo toda su fuerza y poder desde el primer momento, cuando este nació de una fuerte y gran explosión primigenia, Mark. Son tan poderosas, que ningún caballero que la haya portado ha sido derrotado jamás en combate.
Candy bebió su taza de te y masticó una pasta en forma de corazón que saboreó complacida. Era de coco, uno de sus sabores preferidos que degustó con delectación. Estaba sentada junto a Mark y las manos de ambos esposos, permanecían enlazadas apoyadas displicentemente sobre los apoyabrazos de las mismas, y preguntó con reconvención a Saori:
-Pero si la orden del Diamante fue erradicada por sus delitos,
¿ cómo es que las armaduras y los miembros de dicha orden fueron destruidos ?
Saori se fijó en Candy. Su determinación y coraje hacían que le hubiera caido simpática desde el principio, sobre todo por la respingona nariz sobre la que destacaban algunas pecas que le daban un toque de distinción, pero el sentimiento no era mutuo. Candy experimentaba animadversión y recelo hacia ella, sobre todo después de que Hyoga hubiera intentado acabar con la vida de Mark.
-Las armaduras optaron por separarse de ellos, en respuesta a sus crímenes y desmanes. Si no, jamás hubieran podido ser vencidos, como tan acertadamente afirmas, Candy –dijo Saori.
Luego decidieron desintegrarse arrojándose contra los acantilados de un cabo de Grecia, el cabo Sunion.
-¿ Eh ? –preguntó Annie dando un respingo creyendo haber oído mal, ¿ dices que las armaduras tomaron una decisión ? ¿ cómo es que….?
Saori se acomodó en la cómoda silla tapizada de cuero y movió las manos azorada. Pero decidió no ocultar nada. Después de todo, ya conocían su identidad y la del caballero de oro que permanecía a su lado. Hyoga se había quitado la armadura guardándola en su arca. La caja era maciza, pesada y de paredes gruesas que mostraban detallados relieves esculpidos con precisión y talento en sus costados, representando símbolos y temas alusivos al símbolo de Acuario. Saori se alisó los pliegues de su falda y dijo apoyando la mejilla sobre la palma de su mano izquierda, mientras reclinaba el codo sobre la mesa camilla. A Anthony le pareció un gesto muy humano e indolente para quien se suponía que era una diosa reencarnada.
-Las armaduras de cualquier caballero están vivas y pueden….bajo ciertas circunstancias muy particulares, adoptar un comportamiento o determinación que juzguen adecuada, como haría cualquier persona.
-Pero yo no soy ya un caballero –dijo Mark pasando el brazo izquierdo por los hombros de su esposa, que le observaba con temor y cierto resquemor –es extraño que la armadura haya venido hasta mí desde tan lejos, para protegerme.
-Tú lo has dicho Mark –intervino Hyoga que hasta ese momento había permanecido en silencio, con los dedos entrelazados sobre el pecho- pero da la casualidad de que las armaduras del diamante, no pueden ser obtenidas, aun pasando el estricto entrenamiento de caballero que se requiere para ser digno de portarlas –Hyoga calló un momento y desenvolviendo un pastelillo de caramelo espolvoreado con azúcar se lo comió con parsimonia. Era algo paradójico. Un hombre que había tratado de matarle, departía ahora con él, con tranquilidad como si nada. Una familia aristocrática, dos viajeros del tiempo, un caballero de oro y una diosa era una combinación que no se daba todos los días precisamente.
-Da la casualidad, de que las sirges eligen a sus propios portadores –dijo Hyoga moviendo la cabeza para sacarse un rizo rubio que amenazaba con entrarle en el ojo derecho. Por eso, Atenea –dijo mirando a Saori que estaba observando como Silvia la gata de los Legan se paseaba entre sus piernas maullando suavemente- nunca fue muy partidaria de utilizarlas, porque a veces escogían hombres de dedicación poco clara.
-¿ Y cómo es que la que…se supone que me designó a mí como su caballero, sobrevivió entonces ?
Saori volvió a reclinar su espalda en el respaldo de su asiento y dijo levantando las palmas de las manos en un gesto de ignorancia:
-No lo sé. Ni siquiera yo, tengo las respuestas. Quizás, la sirge consideró que al menos una de ellas, debería sobrevivir, por si algún día se hacía necesario su poder.
Hyoga observó la hora en un reloj que se divisaba desde toda la propiedad. Era un hermoso y privilegiado lugar, una finca inmensa que tenía un gran lago interior rodeado de un frondoso bosque. La torre almenada tenía montado un carrillón en su parte superior y el reloj lanzó cinco sonoras y armoniosas campanadas que se extendieron flotando por Lakewood.
-¿ Cómo habéis podido llegar hasta aquí ? –quise saber picado por la curiosidad. Los almendrados ojos de Atenea me miraron. Sentí un torbellino de sentimientos encontrados, miedo, tranquilidad, calma, desasosiego, pero una calidez plácida y cordial envolvía a aquella misteriosa mujer.
-Empleamos una variante de vuestras cápsulas temporales –dijo la joven. Entonces recordé la fundación Grad, y el conglomerado de empresas que su difunto abuelo le había legado y con las que mi extinto imperio económico, había tenido tratos y cerrado grandes negocios en más de una ocasión.
-Pensé que…utilizaría sus poderes –dije calándome el sombrero sobre la frente. Había visto rondar por allí a Clean y me pareció mirar mi sombrero con morboso placer. Sabía que en cuanto me descuidara aquel haría mi enésimo cubrecabezas perdido y probablemente destrozado.
-No –dijo Atenea- el esfuerzo por defender la Tierra me dejó agotada después de nuestras últimas batallas y me incliné por esta solución. Nuestra llegada ha sido completamente discreta, nadie más descubrió nuestra presencia aquí.
Entonces se puso en pie. Miró fijamente a Mark y le formuló una pregunta que a Candy se le antojó más helada que el más feroz de los ataques del caballero de Acuario.
-Mark, ¿ aceptarás el gran favor que voy a pedirte ? puede que la supervivencia de este planeta recaiga a partir de ahora mismo en tus manos.
Entonces Candy se levantó violentamente. Golpeó el mantel de la mesa camilla con fuerza y algunas tazas tintinearon y otras rodaron volcando su contenido. La fuente con pastas estuvo a punto de caer resbalando por el mantel, hacia el suelo, pero se detuvo justo cuando iba a precipitarse por el borde de la mesa hacia la hierba. Todos nos fijamos en Candy, apenados y disgustados:
-No por favor –dijo ella estrujando la tela del mantel entre sus dedos sudorosos. Algunas lágrimas mojaron sus nudillos y las falanges de sus dedos- no me lo quites de nuevo. Envía alguno de tus caballeros. Pegaso o Ikki podrían ocuparse mejor que él.
Saori se estremeció. Al parecer Mark le había narrado previamente cuanto nos estaba contando.
Saori depositó sus manos blancas y firmes sobre los hombros de la joven rubia. Enjugó sus lágrimas con dos dedos y dijo delicadamente, consciente del dolor de la muchacha:
-No le obligaré a hacerlo, si no lo desea, pero a donde tiene que ir, solo puede llegar él. Ni siquiera yo, con todo mi poder podría permanecer allí más que unos pocos minutos. Y mucho menos mis caballeros. No es porque perdieran la vida o siquiera temieran sacrificarla. Aunque llegaran, serían automáticamente devueltos a su lugar de origen, esto es, la Tierra.
Entonces Saori observó el viento meciendo las hojas verdes de los árboles que formaban un frondoso techo de vegetación sobre el lago cercano. La luz del sol se filtraba por entre ellas formando arabescos y complicados dibujos que reverberaban sobre las aguas y la hierba mecida ligeramente por las ráfagas de aire.
-Si no intervenimos, ese hombre extenderá su poder sobre el mundo como un manto de oscuridad y ninguna época se verá libre. No le interesa únicamente controlar el futuro si no que en su megalomanía quiere dejar su impronta en todas las épocas y eras para además no tener asomo alguno de rebeldía ni de posibles enemigos.
-¿ Cúal es ese lugar ? –preguntó Mark- hablas como si estuviera en otro planeta, o algo así.
Saori suspiró. Dos mariposas volaban muy cerca la una de la otra posándose sobre los cabellos de Saori como si fueran lazos. Por un momento sintió envidia de Mark y de Candy, de las vidas sencillas y anónimas de la gente corriente. Si Seiya y ella pudieran quizás algún día…..pero sabía perfectamente que eso era una quimera irrealizable. Entonces rió quedamente y la pareja de insectos remontó el vuelo continuando su cortejo hacia otras zonas menos concurridas del jardín. Azaleas y amapolas salpicaban el manto verde de vegetación que cubría enteramente todo Lakewood.
-Ese sitio se le conoce….como Neo Verona y es una pieza clave, fundamental en la estrategia de dominio global, Mark.
Candy notó como si se marease. Un sudor frío le recorrió la espina dorsal. Las sienes le zumbaban. Ya había escuchado esa expresión ominosa y desagradable en boca de un hombre que llevaba un uniforme negro con una calavera descarnada de macabra sonrisa e inscrita dentro de un círculo. Aquel día el Hogar de Pony fue atacado por varios de aquellos hombres.
-¿ Qué te ocurre Candy ? –preguntó Annie preocupada y abrigándola con un chal que llevaba en la mano porque creía que tal vez se había enfriado.
-No, no es nada –dijo Candy tratando de sonreir- es un ligero desvanecimiento, pero estoy bien –Mark la miraba con preocupación y angustia. Pero había algo más que le causaba aquella angustia que no se atrevía expresar o dejar entrever.
Mark se quedó de piedra al oír aquel nombre Neo Verona, un nombre que conocía muy bien.
Saori reclamó la atención de Mark diciéndole en tono serio y pasando su vista en derredor por todos nosotros:
-Mark, tengo que confesarte algo en privado. Espero que tu familia y tus amigos lo entiendan.
10
Aquella noche Candy se apretó contra su esposo aferrándole con tanta energía que le clavó sin querer sus uñas en la piel.
-Cariño, no me aprietes tanto –dijo besándola en los cabellos- no voy a irme.
Pero Mark no era muy convincente fingiendo estados de ánimo o disimulando sus sentimientos. Aunque aquella tarde no habíamos podido escuchar cuando Mark y Saori hablaron a solas en privado, en el templete donde departiera también con el presidente Wilson en condiciones muy parecidas, intuíamos que Saori le había revelado algo tan nefasto y espantoso, que aunque simulara haberse negado, ya presentíamos que no era así, que había aceptado ir a ese misterioso enclave que le había perturbado con solo oir su enigmático y evocador nombre.
Neo Verona. Pero aquella ciudad no estaba en ninguna otra parte de la Tierra, ni tan siquiera en otro tiempo. Se hallaba más allá de las eras, de los confines del espacio y los eones. En otra dimensión. Por eso Saori había insistido tanto y había urdido aquel absurdo plan de asesinarle, para que la sirge que aun permanecía en el jardín, bajo el porche totalmente plegada en forma de águila reapareciera.
-Me estás mintiendo –dijo ella con un deje de miedo y angustia en su voz, que también se plasmaban en sus bellos ojos. Le abrazó con fuerza y Mark, sabedor de que era inútil engañar a la privilegiada intuición de Candy asintió y dijo:
-Tienes razón Candy, no me agrada tener que ir, pero lo que me contó…..-se interrumpió. La luz de la luna entraba a través de los cortinajes alumbrando el lecho de ambos esposos. Candy estaba realmente hermosa bañada por la luz del astro.
-Con todos los esfuerzos que hemos tenido que realizar para consumar nuestra felicidad, después de cuanto hemos hecho para estar juntos –sollozó- ahora viene otra desconocida amenaza a separarnos nuevamente.
-Lo sé cariño –dijo Mark pesaroso mientras tiraba de la manta para arroparla porque en su nerviosa agitación la había desplazado hacia abajo –pero no tengo otro remedio. Lo que me ha contado….hace que no puede ignorar esa amenaza.
-Piensa en nuestros hijos –dijo Candy mirando con temor hacia la puerta. Al otro lado del pasillo, en el cuarto contiguo en camas separadas dormían ambos hermanos en una espaciosa y ventilada habitación. Habían vuelto de la fiesta de cumpleaños de la hija de Eliza y Tom sin sospechar nada. Y ahora reposaban plácidamente sin tener el menor conocimiento que se fraguaba en el cuarto de sus padres, a tan solo unos pocos metros de ellos.
-Precisamente por eso –dijo Mark intentando contener las lágrimas y hundiendo su rostro en los sedosos cabellos de su esposa- si no voy hasta allá, la maldad de ese hombre convertirá la tierra en un cementerio. Y no solamente en el futuro. Si no en todas las épocas.
Se acurrucó contra su esposa. Ahora era él el que la tomaba fuertemente contra sí. Entonces con voz tomada por la emoción dijo:
-Escúchame bien, cariño. Voy a referirte cuanto hablamos esta tarde a solas, Saori y yo. Para que comprendas que no hay otra alternativa posible.
11
Saori se sentó en la balaustrada de mármol, justo en el mismo lugar en el que el recientemente fallecido Wilson habló a Mark para rogarle que interviniera en una situación similar para preservar la estabilidad del mundo. Contempló el techo abovedado del sencillo y funcional pero acogedor edificio y cruzó los dedos sobre la rodilla izquierda.
-Sé que ese lugar, te trae muchos recuerdos –dijo la diosa mientras un ruiseñor se posaba junto a ella y empezaba a entonar un melodioso trino.
Mark asintió. Igualmente, aquel templete ponía en marcha el mecanismo de sus recuerdos. Le había contado a la joven cuanto le había acontecido desde su primer viaje en el tiempo hasta que su ajetreada vida pareció centrarse, hasta que de nuevo los embites del destino, la agitaban nuevamente trayendo nuevas perturbaciones a su pequeño mundo que creyó ya asegurado para siempre.
-Si no me haces caso Mark –dijo Saori clavando en él sus grandes y expresivos ojos verdes- todo esto desaparecerá. Marienne, Maikel, Candy, Helen, todo. No será solamente el futuro, Mark.
Mark se contempló las venas de las muñecas. La sustancia anaranjada que al parecer había provocado el big-bang bullía en su torrente sanguíneo. Saori le tomó la mano y dijo:
-No puedo obligarte a que vayas hasta allá –dijo la joven pesarosa, por tener que obligar a Mark a tener que dejar su existencia plácida y merecidamente ganada- pero no hay otra alternativa.
-¿ Nadie más tiene este poder mío ? –se preguntó Mark con voz queda y la mirada perdida.
Saori negó con la cabeza.
-Y además precisamente allí, a Neo Verona –dijo arqueando las cejas. Su frente dibujó algunas arrugas que desaparecieron cuando las cejas de Mark volvieron a su posición de reposo.
Dio la espalda a Saori y acodó sus antebrazos en la balaustrada de mármol que circundaba el perímetro de la estructura bajando la cabeza y agachándose sobre el pretil. Sus cabellos negros remansaron sobre sus hombros y se deslizaron a lo largo de su rostro.
-¿ Neo Verona ? ¿ por qué Neo Verona precisamente ?
La sfaira se consumió enteramente cuando produjo el big-bang, pero una pequeña parte de su estructura sobrevivió. Una porción de la misma vagó por el espacio adherida a un cometa durante eones, puede que desde el comienzo del Universo.
-Y fue a caer en la Tierra –dijo Mark exhalando un suspiro y haciendo un mohín de desagrado- y es lo que precisamente, tengo dentro de mí, ¿ no es eso ? –preguntó a Saori mirándola de soslayo.
-Efectivamente Mark –admitió ella, pero otra porción también logró sobrevivir yendo a parar a ese lugar, Neo Verona.
El enemigo ha logrado descubrir su ubicación exacta y ahora hará todo lo posible por recobrar ese material. Si lo consigue, el mundo estará condenado a la oscuridad.
-No veo como podría cruzar el espacio que media entre las dimensiones –dijo Mark siguiendo con la vista a un vencejo que volaba rápidamente y a poca altura sobre el campo cercano en pos de su presa- nadie vivo, excepto yo, podrían alcanzar según tú, esa dimensión.
-Sí, pero ese hombre, empleará algo que no lo está.
Mark observó a Saori con perplejidad y dijo:
-Explícate Saori.
Saori caminó por el templete. No podía permanecer estática durante demasiado tiempo. La inmovilidad y la incertidumbre sobre todo crispaban sus nervios.
-Es un genio de la robótica y la cibernética. Empleará robots para llegar hasta allí y peinará toda Neo Verona hasta dar con la sfaira sin reparar ni en el coste material ni humano. No se detendrán ante nada. Y Cuando la tenga, en su poder, ni tú podrás detenerle.
-¿ Iridium contra iridium ? –preguntó Mark. Acabaría venciendo. Domino su uso como arma a la perfección.
-Ahí está lo terrible –dijo Saori advirtiendo que aun no le había contado a Mark todo, por un despiste. Sonrió. Hasta las diosas, o por lo menos su parte humana, continuaban errando o cometiendo despistes.
Pero entonces su encantadora sonrisa desapareció de sus labios tan repentinamente como se había formado en ellos y Mark cogiéndola por los hombros le preguntó escamado por el repentino cambio de expresión en su semblante:
-¿ Qué ocurre Saori ? ¿ que estás intentando decirme ?
Saori se zafó de las manos de Mark y caminó hacia el centro del templete para decir algo que Mark temía intensamente:
-Se trata de antimateria. La única sustancia capaz de derrotarte, Mark, y contigo, las esperanzas de este mundo.
12
La esfaira se había dividido en luz y oscuridad, tan pronto como estalló dando origen al Universo tal y como hoy lo conocemos. Una parte, el iridium, que representaría la luz, fue a parar a la Tierra. La otra, la antimateria, la oscuridad cayó en Neo Verona.
Y la hora del enfrentamiento final se aproximaba. La batalla que dirimiría la suerte del Universo. Candy escuchó apenada y sin atreverse ni a moverse, siquiera a respirar. Entonces dijo de repente exclamando ansiosa:
-Llévame contigo, por favor Mark.
Mark se sentó en la cabecera de la cama y dijo:
-Lo siento mi amor, pero no puede ser. La dimensión inter temporal no tiene nada que ver con la que media entre las eras de nuestro tiempo. Viajar a otra dimensión es muy peligroso. Podrías disolverte como azúcar en agua y no estoy dispuesto a correr el riesgo. Entiéndelo. Esta vez, no puedes venir conmigo.
-Pero, pero ¿ y tú acaso saldrías vivo de una locura semejante ?
Mark se puso tenso y los recuerdos volvieron a él con tal intensidad que tuvo que sentarse de nuevo para disimular ante Candy su abrumador y melancólico estado de ánimo. Entonces Candy lo entendió de sopetón:
-Has estado ya allí, ¿ verdad ? se trata de eso.
Mark asintió a regañadientes. Nada escapaba a la sagacidad de su bella esposa.
-Neo Verona –dijo ella con lágrimas en los ojos- no, no, voy a dejarte ir esta vez, no.
Entonces Mark la abrazó sorpresivamente y la miró con ojos brillantes. Candy se impresionó. Nunca antes había presenciado una mirada así, tan limpia y dulce en su esposo. Entonces se sobrecogió. Era la misma mirada que la enamorase hacía ya tantos años cuando le conoció en la colina de Pony, flotando envuelto en la preciosa y apacible aureola de luz que tanto le tranquilizara. Evocó su titubeante conversación, sus gestos torpes e indecisos, hasta que la sangre brotó haciendo que se desmayara. Y cuando recobró la consciencia ya no estaba. Sintió unos deseos irrefrenables de besarle. Unió sus labios a los de él besándole con fuerza:
-Te quiero Mark, jamás dejaré de quererte, jamás.
-Ni yo, amor mío –dijo Mark.
Se tendieron en la cama para amarse. Cuando terminaron, faltaba poco para el alba. Entonces Mark se vistió rápidamente y lamentó lo que había tenido que hacer. Cuando besó a su esposa le había inducido una pequeña paralización que haría efecto media hora después, justo cuando terminaron de hacer el amor, empleando su poder. Le repugnaba hacer algo así, pero no había tenido más remedio. La despedida habría sido tan dolorosa que probablemente nunca habría podido partir.
-Perdóname amor mío –musitó a Candy mientras le besaba en los rizos rubios y se los removía con cariño- pero no he tenido otra opción. Cuando despiertes, ya no estaré aquí, pero regresaré, regresaré como sea, lo juro.
Le dejó una carta en la mesilla. Rogó porque cuando retornaba, si es que retornaba, Candy no le odiara demasiado por hacer aquello.
Después se asomó al cuarto de sus hijos abriendo la puerta con mucho cuidado. Contempló a Marienne que crispaba sus pequeños puños en torno al dobladillo de la sábana y sonreía, tal vez por efecto de algún placentero sueño. La besó en los cabellos, idénticos a los de su madre.
Luego se acercó al lecho de Maikel y removió sus cabellos tan negros como los suyos y dijo mientras intentaba que sus lágrimas no delataran su presencia allí, procurando que no cayesen sobre su hijo.
-Adios Maikel. Papá volverá pronto. Cuida bien de mamá y de tu hermana mientras no estoy.
El chico se agitó levemente. Bostezó estirando los brazos formando una v sobre su cabeza y volvió a dejarlos en reposo para alivio de Mark, que creyó que se había despertado.
Luego salió al exterior. No hacía frío. Se adivinaba por los brillantes rayos solares que rasgaban el cielo rojizo y tachonado de nubarrones negros y anaranjados que iba a ser un espléndido y radiante día.
Entonces justo cuando se disponía a encender el poder del iridium, percibió una presencia a su espalda. Se giró y vio a su suegro político, acercándose con pasos firmes que resonaban levemente sobre las baldosas del porche, con la pipa en los labios, y enfundado en un batín de seda con franjas rojas.
Se aproximó lentamente y dijo quedamente:
-Buena suerte hijo –le dijo abrazándole afectuosamente.
Ernest se había enterado porque había vuelto antes de trabajar y había decidido entrar por otra parte de la finca, por un acceso poco utilizado pero que aun se empleaba porque le venía más cerca. Justo cuando estaba pasando junto al templete divisó a Mark y a Saori conversando e inadvertidamente escuchó la conversación, no por una malsana curiosidad sino porque la sugerente y profunda voz de la muchacha le decían que empleando aquel tono estaba revelando a Mark algo trascendental y muy importante.
-Lo sabes entonces –dijo Mark con voz triste.
-Sí, pero no temas, no me opondré. Haz lo que tengas que hacer. Intentaré que las lágrimas de tu esposa, a la sazón mi adorada hija adoptiva, y las de mi bella mujer, y madre política tuya no inunden nuestra mansión.
Mark asintió. Entonces Ernest le asió por el antebrazo. Ambos hombres se estrecharon la mano fuertemente.
-Prométeme que regresarás de una pieza, muchacho.
-Lo juro Ernest. No os defraudaré, tengo una familia maravillosa de la que ocuparme.
-Cuídate hijo y ven pronto. Candy, tus hijos y nosotros, Helen y yo y tus amigos te necesitamos.
Mark asintió y sonriendo se giró para empezar a correr. Entonces la armadura, en la que no había reparado hasta entonces, flotó lentamente en el aire y se alojó en su arca, que Hyoga le había traído por encargo de Saori. En un principio Hyoga creyó que sería para guardar la sirge con objeto de traerla de regreso al Santuario. Mark había intentado ponérsela pero le fue imposible desplazar una sola pieza de su lugar. El águila que formaba en reposo estaba formada por varias piezas que permanecieron firmemente agarradas las unas contra las otras, formando aquella bella efigie un poco abstracta de un águila con las alas plegadas en reposo. Intentó levantarla, pero le fue imposible a pesar de toda su fuerza de despegarla siquiera unos pocos centímetros del suelo. La sirge había comenzado a tintinear y a expeler un brillo muy leve pero llamativo que recorría toda su bruñida superficie. Entonces la armadura levitó lentamente y colocándose en la vertical del arca se guardó dentro. Mark cerró la tapa herméticamente esperando que pudiera levantarla y saltar en el tiempo con aquella mole cuadrada, portándola a su espalda. También llevaba su antigua arma de asalto plegada. Se preguntó si no se fundiría junto con la armadura y puede que él, en el peligroso viaje hacia otra dimensión. Aquella vez había alcanzado Neo Verona de pura casualidad, por chiripa.
Pasó los brazos por los correajes de cuero que estaban asidos al arca para facilitar su transporte. Habría sido más sencillo ponerse la armadura, pero la sirge no se comportaba igual que las armaduras de bronce, plata u oro. Había estirado varias veces de la cadena que abría la tapa del arca, decorada con águilas en relieve y motivos y bajorrelieves diversos, pero sin resultado alguno. La tapa del arca se abría, pero la armadura se negaba a salir.
Suspiró. Se despidió de Ernest agitando la mano y echó a correr, mientras el iridium empezaba a mezclarse con el aire que respiraba en grandes bocanadas y de forma ansiosa. Suponía funestamente que no volvería a sentir el azote del viento en su cara. El resplandor iridiscente que tanto cautivara a Candy emergió de su piel. Muy pronto se tornó más ligero que el aire, permitiéndole volar. Cuando alcanzara la estratrosfera, activaría el iridium para saltar en el tiempo, rumbo hacia Neo Verona, o quizás hacia ninguna parte.
13
Un hombre de piel cetrina y cabellos blancos observaba con sus malévolos ojos inyectados en sangre su imperio. Se mesó la larga barba blanca que caía en cascada sobre su pecho, mientras las puntas de sus bigotes cuidadosamente recortados y cuidados temblaban levemente, agitado por una malvada y placentera sensación de triunfo que le embargaba. Un muchacho y una muchacha estaban ante él, desmayados, e inermes sólidamente atados con fuerza a sendos postes de madera con cadenas, mientras hombres cubiertos con cascos de hierro y que esgrimían puntiagudas y afiladas espadas similares al gladius romano, les vigilaban estrechamente. El hombre envuelto en negros ropajes se movía ágilmente a pesar de su aparente fragilidad. Dos puntos negros como ascuas de luz nadaban en unas cuencas amarillentas denotando una inteligencia expecional. Sus ojos estaban ribeteados de negro y un mechón de pelo blanco colgaba sobre su frente macilenta. Al fondo, se podían vislumbrar lo que parecían los restos de dos grandes muñecos inanimados de aspecto masculino y femenino, que se abrazaban aun, mientras una nave roja, permanecía destrozada a los pies de lo que parecía una bota descomunal. Un poco más lejos, los mismos enmascarados que vigilaban a los dos muchachos inconscientes, estaban destrozando con cortadores láser un panel rojo con una forma como de Z. El hombre sonrió con delectación y no faltó mucho para que estentóreas y rugientes carcajadas inundaran la ominosa atmósfera de lo que parecía ser un almacén o una bóveda subterránea de descomunales dimensiones. A su lado, una figura embozada en un hábito y con una horrible expresión que haría temblar al más valiente observaba con ira a su rival. Un militar que permanecía rígidamente cuadrado ante el hombre de las largas barbas blancas. Su cabeza estaba totalmente desligada del cuerpo y flotaba libremente. Su semblante también era horrible. Portaba un monóculo sobre su ojo izquierdo y tenía un pequeño bigote terminado en puntas atusadas y erizadas que se unía a una pequeña barba finamente recortada, que bordeaba el perímetro de su mandíbula. El cuerpo del ser estaba cargado de condecoraciones y medallas y de sus lustrosos correajes pendían un largo sable de caballería y una pistola de factura alemana que pocas veces utilizaba, aunque cuando lo hacía era con mortal y probada eficacia. El hombre que parecía comandar a las otros dos seres, conocía perfectamente la rivalidad y el odio que se tenían entre sí y extendiendo ambos brazos dijo con voz tronante:
-Ya basta, supongo que no empeñarán el día de nuestra victoria definitiva.
Miró hacia el militar y dijo con voz autoritaria:
-Conde.
Luego miró al otro y añadió:
-Barón.
El mencionado barón bajó la cabeza iracundo. Su semblante estaba formado por dos mitades, masculina y femenina que hablaban al unísono, entremezclando sus voces en un siniestro coro que ponía los pelos de punta al que le escuchaba hablar.
El barón extendió la mano a regañadientes, hacia el conde y este, lo mismo hizo, con idéntica reticencia. Finalmente estrecharon sus manos en un apretón poco firme y motivado.
-Así me gusta. Ahora que hemos conseguido doblegar a nuestros malditos enemigos, ya nada podrá detenernos.
El barón de expresión adusta y torva aferró su tridente con su mano pálida y casi se diría que cadavérica. Un mechón de pelón perpetuamente fijo y lacio le caía sobre ambas mitades del rostro.
-Pasen a la siguiente fase de la operación –dijo su jefe señalando hacia un gigantesco robot que aguardaba en la penumbra siendo puesto a punto por un ejército de ingenieros y técnicos, supervisados por científicos.
-Encuentren esa antimateria y tráiganmela. No importa si esa Neo Verona debe de ser arrasada hasta los cimientos. No regresen sin ella. Les va en ello sus miserables vidas.
-Barón Ashura, conde Broken, partan de inmediato. No quiero dejar ningún cabo suelto. Nuestra conquista del planeta debe de ser total, para que nadie pueda oponérsenos –dijo con cierta desazón al evocar en un sueño, a una muchacha de cabellos azulados, ojos verdes y largos ropajes flotantes que portaba un báculo dorado y que podía poner en peligro sus demenciales sueños de dominación y de gloria desmedida.
14
Las campanas de la catedral mayor de Neo Verona sonaron dando ocho campanadas. Juliet que dormía aun rebozada en las sábanas se estiró y su mano rozó a tientas, algo que reposaba sobre su mesilla de noche. Había alcanzado una carpeta con documentos que había estado ojeando hasta tarde, y que había depositado en la mesilla antes de quedarse profundamente dormida. Entonces la carpeta como consecuencia del imprevisto manotazo se precipitó al suelo de baldosas de mármol, y volando de su interior emergió una fotografía en color que aterrizó a sus pies. La esbelta muchacha de largos cabellos castaños y ojos de color miel se agachó para recoger la carpeta, aun sumida en los efectos del sueño y reparó en la fotografía que reposaba ante ella. Juliet la tomó con mano temblorosa al reconocer al hombre que figuraba en ella. Los rasgos masculinos y marcados de un joven la observaban desde el retrato. Sus pupilas negras miraban con gesto triste pero altivo, hacia la cámara, mientras los largos cabellos de azabache caían en hebras que brillaban débilmente sobre sus hombros. El joven llevaba puesta una indumentaria que jamás antes había presenciado ni en Neo Verona ni en ninguna otra parte del mundo. Una cazadora de cuero negro, y unos vaqueros azules y muy desgastados, y calzaba una especie de mocasines blancos como de goma. Pero ella no podía saberlo. Contempló la foto con dedos temblorosos. Entonces vertió algunas lágrimas que empaparon la superficie de la imagen. Y un nombre acudió a su memoria, mientras abrazaba la foto contra su regazo:
-Mark, Mark, ¿ dónde estarás ahora ? ¿ que estarás haciendo ?
¿ habrás vuelto a tu mundo nuevamente ?
La chica lanzó un hondo suspiro. Aun, pese a haber conocido a Romeo, continuaba sintiendo algo especial por aquel joven extraño e ignoto. Se puso un bata de seda sobre el camisón y se asomó a los ventanales de su departamento. Contempló con una sonrisa lánguida el torrente de edificios de mármol de la monumental ciudad cuyas elevadas torres parecían querer alcanzar el cielo rivalizando con las cúpulas de los monumentales palacios ducales o pertenecientes a las grandes casas nobles de la ciudad. Neo Verona, la perla del orbe, habían cantado los más eminentes poetas y dramaturgos. Por el cielo volaban raudos y veloces grandes pegasus, caballos alados que muy pocos podían permitirse el lujo de tenerlos y cuidarlos, y normalmente solo al alcance de los grandes y privilegiadas clases nobles de la ciudad. Evocó el momento, en que caracterizada de Odín acompañó a Romeo en un vuelo que les llevó por encima de los tejados de la ciudad a los grandes bosques circundantes a la misma. Cuando su amado le preguntó si había volado alguna vez dijo que aquella era la primera vez, pero le había mentido. No era cierto.
Había recorrido el cielo, inicialmente, remontándose por él, no a lomos de un pegasus, si no en los brazos de Mark, envuelta en aquel calor iridiscente que aun evocaba con un escalofrío. Se había enamorado de él, pero tuvo que dejarle marchar, porque él a su vez, amaba a otra mujer, en otro tiempo, en otro lugar muy alejado de allí. Entonces un tumulto en la calle le sacó de su ensimismamiento. Una patrulla de carabinieris, la policía militar y política se llevaban detenido a un hombre al que habían sorprendido, pegando carteles con consignas contrarias al gran Duque, el padre de Romeo que gobernaba despótica y tiránicamente la hermosa metrópoli conocida en todo el orbe por su amor al arte poético y escultórico y por sus grandes teatros y colosales escenarios. Pero era un lugar triste y sórdido, manejado con puño de hierro por un hombre siniestro y hambriento de poder.
Recordó que Mark le había nombrado una ciudad de la antigüedad de su mundo. Rebuscó entre sus recuerdos, pese a que evocar a Mark le causaba un hondo pesar y esbozó una delicada sonrisa al conseguir triunfante rescatar el ignoto nombre del fondo de su memoria.
-Roma –dijo con voz trémula y añadió- si le das la vuelta, invirtiendo el orden de las letras surge una palabra maravillosa y evocadora: amor.
Miró la foto. Nuevas lágrimas la mojaron. Entonces recordó que tenía una cita con Romeo, pero que ya no sentía tantos deseos de acudir a la misma.
15
Los hombres estaban en tensión, silenciosos, y con el ceño fruncido. Bajo los cascos de acero, las expresiones de cada uno de ellos sumidos en sus respectivos pensamientos, no dejaban lugar a duda alguna. Rand observó con disimulo a Luke Darros, un gigantón que embutido en su armadura de kevlar manoseaba constantemente una sobada baraja de poker con la que se entretenía de vez en cuando, entre misión y misión haciendo solitarios. En otra esquina del comportamiento sumido en penumbra Oliveros Grandschester, un muchacho que apenas contaría diecisiete años estaba nervioso porque aquella sería su primera misión de combate. A Rand no le hacía mucha gracia tener que hacer de ama de cría de un mocoso, pero la guerra se había llevado lo mejor de la juventud de Esperanza y las FCA no están en disposición de rechazar a nadie ni hacerle ascos a cualquiera que fuera capaz de empuñar un arma y dispararla. Rand Oberon se asomó a través de una de las minúsculas ventanillas practicadas en la pared de acero del transporte aéreo, pero no logró distinguir nada. En ese instante, una mano menuda se posó en su hombro. Se giró lentamente y se encontró frente a los ojos grandes y expresivos de Cinthia Donell, una joven de veinte años morena que recogía sus cabellos en una cola de caballo.
-Ahí no vas a distinguir nada muchacho –le dijo su camarada mientras le tendía una lata de refresco que Oberon aceptó con una inclinación de cabeza- pero están ahí, te juro que están ahí.
Rand se encogió de hombros y dijo desabridamente:
-No sé que decirte Cindy –no sería la primera vez que los pilotos de Stormbringers meten la pata hasta el fondo y no encontráramos nada.
Cinthia comprobó que su kit médico funcionara probando a monitorizar sus constantes vitales. El aparato respondió adecuadamente y asintió satisfecha guardándolo en su mochila.
Pero por otra parte tampoco era tan mala perspectiva. Pese a ser un veterano, lo mismo que Luke y ella, el bajar ahí a enfrentarse con esas cosas le seguía poniendo los pelos de punta. Si el enemigo no estuviera allá abajo sería mucho mejor. Cinthia que había compartido multitud de misiones con él, y otras vivencias que habían hecho de los tres auténticos amigos, casi podía leer la mente de Oberon como si fuera un libro abierto.
-Ya sé que esperas que no estén ahí para no tener que luchar –dijo la muchacha revisando los cargadores de su rifle láser- y no te lo reprocho. Yo, si te soy sincera, también preferiría que fuera así, pero siento tener que ser una aguafiestas. Mira, ahí está –dijo la muchacha apoyando su rostro en la ventanilla. Luego se apartó para que su amigo pudiera vislumbrarlo también.
Rand volvió a pegar su frente contra el cristal blindado del ojo de buey del transporte aéreo y esta vez lo distinguió. A unos veinte metros allá abajo, se podía ver diseminados los restos azulados y esparcidos por una amplia área de la nave extraterrestre, que ardía aun levemente. A través de los grandes boquetes que presentaba el destrozado fuselaje se podía intuir el interior quemado y convertido en un verdadero caos. Se preguntó que impulsaba a aquellos seres a morir tan lejos de su hogar, si es que lo tenían y entendían el verdadero concepto que por lo menos para un humano como él significaba. Meneó la cabeza y esta vez fue él el que verificó que las G-25 expansivas estuvieran en su sitio, en la canana que le fajaba en bandolera el pecho.
El sirviente robótico Gray Endell, arrancó los potentes motores del CT-8, el tanque de ferramica, que ocupaba casi todo el comportamiento de carga del transporte. El incursor rojo, que así se llamaba la nave extendió su tren de aterrizaje y una voz proveniente de la cabina de mando, advirtió a los soldados que se prepararan:
-Caballeros, es la hora Que tengan buena caza –dijo el capitán Mitchell, veterano piloto militar.
El Aguijón Rojo se posó con un poco de estrépito sobre el suelo, haciendo que todo el espacioso interior vibrara transmitiendo algunas vigorosas y molestas sacudidas a la escuadra de cuatro hombres. Todos estaban acostumbrados, pero el que peor lo estaba pasando era el novato, cuyo rostro se había tornado del color de la ceniza. Luke se ocuparía del novato procurando instruirle si se podía, en el combate porque estaría más pendiente de protegerle que de otra cosa.
-Aprende cuanto puedas –le gritó con su vozarrón por encima del zumbido de los motores del CT-8. Curiosamente, el blindado de asalto era más ruidoso que el propio incursor Rojo.
-Y procura no cabrearme o ponerme en peligro o te mandaré de una patada en el trasero de vuelta a la base, ¿ estamos Grandschester ?
El joven asintió nervioso. Casi tenía más miedo del gigantesco Darros que del enemigo.
Entonces el portalón de popa se abrió con estrépito. La pesada puerta acorazada gimió sobre sus goznes y se abatió hacia abajo para que los soldados y el CT-8 pudieran bajar. La luz diurna azotó sus ojos haciendo que se deslumbraran por unos breves instantes, ya que sus ojos se habían habituado a la semipenumbra del compartimiento de carga. Primero bajó el CT-8. Gray maniobró los controles y el blindado de treinta toneladas y armado con dos cañones lásers gemelos descendió pesadamente del Incursor Rojo golpeando la tierra con su panza y levantando algunas salpicaduras de tierra que se colaron en el interior del transporte. Luego, Rand bajó lentamente oteando el terreno y seguido por Cinthia. La compuerta se cerró con un suspiro neumático y el equipo de asalto se internó en la espesura. Estaban en una zona desértica en la que no obstante crecían frondosos y ubérrimos oasis. Rand meneó la cabeza. Pensar que el planeta se llamaba Esperanza….cuando casi la habían perdido por completo.
Soltó un suspiro. La armadura de placas adaptada de la que la policía de las metrópolis del planeta empleaba era poco menos que efectiva. De hecho era casi como ir desnudo, pero la 1º sección de la Compañía Fénix, o sea la suya, no estaba por la labor de enfundarse las pesadas corazas que los chicos del laboratorio de base Aquila habían comenzado a fabricar para las fuerzas de defensa planetaria, a partir de la tecnología capturada a los alienígenas. Serían más recias y protegerían mejor, pero era como lastrarte los pies con plomo o cemento. Mejor así. Si no podías escapar de los veloces vipones o de los letales chaser, seres zancudos que podía cubrir una distancia imposible con unas pocos pasos eras hombre muerto. Te freía con una descarga de plasma y ahí terminaba todo. Un número más en una larga y sangrienta guerra inconclusa que se libraba por todo el planeta.
El CT-8 avanzaba realizando un ruido horroroso. Pero daba lo mismo. Encontraran lo que encontraran lo liquidarían igualmente sin remisión, sin piedad. Los únicos prisioneros que se hacían eran los comandantes que viajaban a bordo de los cruceros y acorazados alienígenas y que podían tener vital información para el avance de las investigaciones científicas. Rand observó las huellas de las anchas cadenas del tanque que debería apoyarles. Aunque a veces se preguntaba si eran de utilidad. No sería el primero que había visto arder delante de sus ojos alcanzado por un impacto directo de plasma pesado o de gauss.
-Espero que no sean fantasmas espaciales –dijo Darros riendo entre dientes y asuntando al joven y principiante soldado a su cargo- esos bicharracos si que son duros de verdad.
Y no era para menos la prevención que el curtido Luke sentía hacia aquellas criaturas. Llamaban fantasmas espaciales a unos humanoides de tres metros de altura, cubiertos de largas y siniestras capas de tonos oscuros que flotaban sobre el suelo y que mostraban voluminosas y prominentes cabezas de las que sobresalían antenas con las que lanzaban ondas cerebrales capaces de matar por mero contacto al incauto que se situaba en su radio de alcance o destruir su mente y obligarle a cumplir sus órdenes. Se habían dado ya demasiados casos de hombres que habían matado a sus propios compañeros, tras ser controlados por aquellos seres. Afortunadamente, si se podía calificar así, no había demasiados o eso o preferían dejar el trabajo sucio a lo que debían considerar como carne de cañón, por ejemplo los vipones u hombres serpiente y los chaser. Rand prefería no tener que encontrarse con nadie, pero sabía que eso era algo muy poco frecuente. Casi siempre quedaba alguno vivo después de los derribos. Los fuselajes de sus naves eran demasiado duros como para explotar o no proteger a alguno de sus tripulantes.
El CT-8 giró su torreta para efectuar un barrido con sus sistemas de detección. Nada. Hasta el momento no habían detectado nada. Las pantallas de radar de sus equipos portátiles, emplazados en la muñequera de su uniforme tampoco habían registrado nada aun.
Rand hizo gestos a su compañera, pero daba igual ser sigilosos o no. Probablemente, los supervivientes de la nave enemiga ya habrían captado el monstruoso ruido que los motores de fisión del tanque producían. Soportaban los decibelios gracias a que el casco que cada uno de ellos llevaba, tenía un sistema de protección que bajaba los decibelios de cualquier estruendo que pudieran percibir, pero sin dificultar la audición suficiente como para comunicarse debidamente. "En la guerra es fundamental poder escuchar, ver y hacerse entender" le habían repetido constantemente en la academia de la base, durante su breve y apresurado entrenamiento como soldado de las FCA, las Fuerzas Contra Alienígenas. Entonces el radar portátil de Cinthia emitió un leve pitido y un punto amarillo parpadeó en el mapa del terreno que mostraba la micropantalla integrada en su equipo de rastreo.
-Tengo una lectura, -dijo la muchacha con voz neutra- enemigo a las doce, a unos cien metros.
Rand enfocó su equipo hacia donde la joven había referido y un número 1 parpadeó en la pantalla de su equipo emitiendo un leve pitido. Entonces Rand enfocó la vista y le divisó. Un ser grotesco, amorfo, que parecía salido de un relato de terror de Lovercraft se movía pesadamente, gruñendo, escrutando, percibiendo todo a su alrededor. Tenía tres ojos sobre lo que podríamos describir con un exceso de bondad o de imaginación como cara o faz y grandes garras semejantes a las ramas de un árbol caduco o marchito se extendían hacia delante. El ser se movía rápida y ágilmente sobre sus dos patas fuertes y musculosas. Resplandecía con un leve tono lechoso imprimiendo la huella de las plantas de sus pies que se hundían en el suelo arenoso.
-Es un alucionoide –dijo el joven soldado apartando un mechón de su pelo castaño que le caía sobre los ojos- y está buscando una marioneta.
Los soldados llamaban marionetas a los humanos que tenían la desdicha de ser paralizados por el temible ser. Si el alucinoide lograba sus propósitos, avanzaba rápidamente de grandes zancadas y esgrimiendo sus garras, terminaba con la vida del incauto que se había dejado atrapar o sorprender por su fulgurante y sorpresivo ataque. Proyectaban sus ataques mentales por medio de ondas como los fantasmas espaciales, gracias a sus tres ojos, pero con todo eran mucho menos temibles, sabiendo como enfrentarse a ellos, que los fantasmas espaciales.
Entonces Rand extrajo una G-25, una granada de fragmentación y le quitó el seguro. Contó hasta cinco y retrajo el brazo hacia atrás. Descargó la granada ante la expectación contenida de sus compañeros, que describió una parábola y cayó a los pies del ser. El alucinoide se detuvo sorprendido y observó hacia abajo, preguntándose seguramente, quien había osado atacarle o era tan poco cuidadoso como para haberse metido entre sus patas de forma tan insensata al alcance de sus garras o de sus ondas mentales. El ser observó extrañado el pequeño objeto cónico y rugoso, en cuya estructura titilaba débilmente una luz que indicaba que el detonador estaba armado. Cuando el alucinoide comprendió de que se trataba, si es que llegó a hacerlo, se produjo una explosión que le destrozó por completo. El ser moribundo lanzó un rugido que heló la sangre en las venas del novato, pero que a sus compañeros le sonaba como música celestial. Rand contempló los restos despanzurrados del extraterrestre que agonizaba en un charco de líquido purulento en el que estallaban pequeñas burbujas que reventaban al contacto con el aire. Rand suponía que debía ser su sangre o algo parecido. Se preguntó si aquellos seres tendrían corazón, tal y como los seres humanos entendían. La pequeña unidad continuó su avance. Al rato, un disparo de plasma rebotó en el blindaje del carro de apoyo. El G-8 movió su torreta hacia la derecha de donde había provenido el disparo y los cañones gemelos escupieron algunas ráfagas de fuego laser. Gray había ajustado cuidadosamente los controles del visor de puntería y cuando la cruceta del colimador coincidió sobre el cuerpo del vipón, las veloces y luminosos haces de luz partieron de los cañones impactando en el desdichado ser que ardió hasta consumirse, lanzando un grito de agonía. Luego, mientras de la tremenda herida que se abría en su armadura pectoral empezaron a desparramarse algunas vísceras, el ser se tambaleó y cayendo sobre su único pie que le permitía desplazarse, soltó el arma y su cuerpo quedó tendido entre la arena, convertido en un hobillo informe. Gray hizo avanzar el tanque y las orugas aplastaron parte de la cola del vipon seccionándola. Rand apartó los ojos con asco, porque aun no se acostumbraba a aquello, pese a las misiones que tenía a su espalda y las bajas enemigas en su haber y continuó caminando. Los ojos de reptil le contemplaban fijos, sin vida y de sus fauces semiabiertas pendía la lengua bífida mientras sus garras intentaban contener las vísceras que se le salían, pero en vano. Había muerto en el momento en que el que el fuego láser del G-8 había atravesado su cuerpo de parte a parte. Cinthia no sintió ningún remordimiento. Hacía una semana, los vipones habían arrasado un pequeño emplazamiento agrícola en Sirtis, uno de los continentes de Esperanza, matando a casi toda la gente, pacíficos colonos que nunca habían disparado un solo tiro. Los soldados poco pudieron hacer, excepto tomarse cumplida venganza. Entonces lo divisaron. Los restos de la nave enemiga, que las FAC habían designado como caza, por su cometido semejante al de los Stormbringers, aparecieron ante sus ojos. Grandschester señaló la destartalada y ajada estructura, en la que aun permanecían intactas, las dobles puertas que daban acceso al interior de la nave. Observada desde arriba adoptaba vagamente la forma de un trébol de cuatro hojas. Aquellas pequeñas y veloces naves eran utilizadas como interceptores de modo parecido o correlativo a lo que vendrían a ser los cometidos de los cazas humanos. El tanque avanzó lentamente adentrándose entre los amasijos de hierro del caza extraterrestre , oteando, vigilando para impedir sorpresas. El suelo metálico estaba alfombrado de cadáveres enemigos, restos de maquinaria alienígena y materiales pegajosos y viscosos acerca de cuya composición era mejor no preguntarse. La puerta principal se abrió con un gemido neumático y los cuatro precedidos por el carro blindado, penetraron en una espaciosa sala central. A los costados y en frente se alzaban otras tres puertas que daban a otras tantas dependencias. La del frente era la sala de mando de la nave, a la izquierda estaba el compartimiento de los motores y a la derecha lo que se podía designar como almacenes o dependencias de comida, normalmente humana. Entonces se abrió la puerta de la sala de mando y dos vipones les salieron al paso, chasqueando sus lenguas, que silbaban horriblemente. Sus ojos inyectados en sangre mostraban una espantosa expresión, similar a la de los ofidios del planeta, pero aun peor.
-Cuidado –gritó el novato Grandschester lanzándose en plancha para protegerles mientras apretaba frenéticamente el gatillo de su rifle láser, abatiendo a uno de los vipones que salió despedido hacia atrás por la fuerza de las ráfagas de luz que le impactaron en la cabeza y en el brazo derecho. El ser se tambaleó moribundo yendo a parar sobre el destrozado sistema de control del caza alienígena que se realizaba mediante órdenes mentales a través de un casco especial que dirigía los sistemas del aparato. El vipón expiró ahogándose en su propia sangre, mientras el otro apuntó a Grandschester con su pistola de plasma. El joven soldado aterrizó a pocos pasos de distancia golpeándose contra un panel de instrumentos y magullándose el brazo derecho. Cinthia le recogió y le sacó de allí justo cuando los disparos del vipón frieron literalmente el lugar en el que hacía un momento, había estado el novato. Entonces Rand gritó a Luke que estaba en esos momentos intentando apuntar al escurridizo vipón que aun quedaba con vida, pero que parapetado tras una pared metálica derretida por el calor que invadió al caza cuando los misiles del Stormbringer que le derribó impactaron contra su superestructura, les sometía a continuo fuego.
-Pásame una química, rápido –le espetó Rand haciéndole gestos apremiantes.
Luke extrajo de su cinturón un bote con una anilla que mantenía firmemente agarrado por un mango parecido al de una cafetera. Se la lanzó a su camarada y Rand la recogió en vilo con sus dedos. Cinthia sintió un escalofrío. Si la granada química caía al suelo, el gas letal que contenía, les mataría en unos pocos segundos. La química a la que se refería Rand era una granada de gas venenoso que podía liberar su contenido de dos maneras:
La primera era quitar la anilla para soltar el seguro que mantenía al gas en su interior, que fue justo lo que Rand hizo con celeridad.
La segunda era dejarla caer. Al impactar contra el suelo, un pequeño resorte que detectaba la sacudida hacía saltar la anilla con idéntico resultado. Rand lanzó la granada y exhortó a sus compañeros con voz nerviosa:
-Al suelo, al suelo, rápido y no respiréis.
El bote fue a parar encima de una especie de tobera que servía como filtro de aire y purificador para la criatura. El gas se expandió inmediatamente con un siseo y formando una nube verdosa y maloliente. El vipón se contorsionó enroscándose sobre si mismo y agitando levemente sus garras cayó finalmente sin vida, hundiéndose en la tóxica y mortal neblina que continuaba saliendo de la granada Mark 1. Los soldados esperaron unos instantes a que la nube se fuera disipando, aunque por si acaso se pusieron protecciones anti-gas, porque se respiraban un sola partícula de aquel veneno estarían condenados. El CT-8 atravesó todo el caza y tras hacer un boquete justo donde habían estado los paneles de mando de la nave, los cuatro salieron al exterior, respirando ansiosamente bocanadas de aire, con las que llenar sus exhaustos pulmones. Desde el CT-8 llegó entonces un reporte a sus aparatos de comunicación de que el área estaba despejada. Rand suspiró y se dispusieron a recoger cuantas armas, municiones y objetos de utilidad pudieran llevarse para que los científicos los estudiaran proporcionándoles nuevas tecnologías en su lucha contra los invasores. Rand iba a felicitar al joven Oliveros que se había portado magníficamente, para ser su bautismo de fuego, cuando de repente observaron un ser alto, envuelto en ropajes carmesí y que les observaba con gesto adusto.
-Mierda –masculló Duke- es un fantasma del espacio. Nos va a triturar. ¿ No nos dijo esa chatarra de Gray que no quedaba nadie más ?
Rand apuntó su arma. Sabía que su rifle laser solo le haría cosquillas y que como desplegara sus formidables poderes mentales, podían darse por acabados. Pero había algo diferente en aquel ser. No parecía mostrar la horrible expresión que caracterizaba a los de su raza o especie, si no que parecía sonreírles y sus facciones eran hasta amables. Los fantasmas del espacio jamás se habían comunicado con los humanos, aunque podían hacerlo de forma telepática ya que controlaban a la perfección cualquier lenguaje o dialecto que se hablara en el planeta y que monitorizaban constantemente.
"Detente humano, ya ha habido bastante destrucción por hoy".
Rand se detuvo perplejo. La voz había sonado dentro de su cabeza.
"No puede ser. Me…está hablando" –pensó Rand sin reparar que el ser le leía el pensamiento.
"Es y si me permites marcharme te revelaré un importante secreto".
Sus compañeros también sentían la voz del ser en sus mentes. Cinthia sonrió despectiva y pensó dirigiéndose hacia el ser:
"Seguro. Después de lo que le habéis hecho a nuestro planeta. Después de todas las víctimas inocentes asesinadas por esta escoria".
El ser se giró lentamente. Su estatura era tal que todos tenían que levantar el cuello del todo para poder abarcar toda su envergadura al completo, con la vista. Observó a Cinthia con sus ojos rojos y sonrió despectivamente:
"No podréis ganar. Vuestra especie está condenada a menos que colaboréis con nosotros. Os ofrecemos un futuro de prosperidad, una edad de oro y en vez de eso, nos hacéis una guerra que tenéis perdida de antemano".
Oliveros preparó una granada de piña G-25, quitándole el seguro y reflexionó. Sus pensamientos llegaron con toda claridad al pavoroso ser, que con razón tenía aquel sobrenombre tan ominoso.
"Olvidas cual es el nombre que le dimos a nuestro planeta, ser. Nuestros ancestros le llamaron Esperanza, y eso" movió el brazo tan rápido que los veteranos solo percibieron un fugaz arco descrito por la mano que portaba la bomba- "es lo último que perdemos".
Le arrojó la granada. Entonces Rand gritó despavorido:
-Cubríos, cubríos.
La deflagración empujó al ser hacia atrás. Su rabia quedó patente de sobra en las mentes de los cuatro camaradas.
"Malditos seáis".
Se incorporaba para atacarles tambaleante. Aunque la granada le había herido, no le había derrotado del todo. Entonces los cañones gemelos del CT-8 escupieron fuego láser y sus haces de luz impactaron en los ojos de la criatura, que se llevó las manos como garfios a las cuencas destrozadas, chillando horriblemente. Entonces ocultó sus manos entre sus ropajes y extrajo una especie de esfera oscura que brillaba siniestramente entre sus dedos.
-Al CT-8 rápido, vamos, -gritó Rand sin tiempo para explicar a sus compañeros cual era la extraña sensación que había golpeado su mente al percibir la negra y ominosa esfera que el alienígena exhibía en sus manos.
El CT-8 era un tanque completamente automatizado, por lo que solo hacía falta un tripulante humano o robótico para conducirlo. Las funciones de recarga, disparo y conducción eran efectuadas por un potente ordenador de a bordo que solo precisaba un tripulante experto supervisándolo, para que funcionase casi de forma autónoma. Aun así, en el interior del casco blindado había espacio suficiente para acomodar a cuatro soldados, en caso de necesidad, y aquel lo era sin duda. Sin vacilar ni hacer preguntas, subieron todos por la escotilla que el robot de bruñida y abrillantada superficie les abrió rápidamente. Entraron justo en el momento en que el fantasma del espacio perdía el equilibrio y agonizaba en medio de su sangre. Sus malévolos ojos se cerraron y la esfera que esgrimía entre sus dedos largos y plagados de protuberancias brilló sumergiendo todo el paisaje circundante con una luz tan brillante como amenazadora. El CT-8 fue sacudido violentamente, pero pareció aguantar las furiosas embestidas de lo que parecía una tormenta de fuego mezclada con un viento huracanado. Antes de que el telémetro del tanque se averiase, pudieron ver por las pantallas que transmitían imágenes del exterior al supervisor del CT-8, como el aguijón rojo levantaba el vuelo a tiempo, antes de que la tormenta de fuego o lo que fuera aquello, le alcanzara de pleno. La nave de transporte no tenía ni de lejos el grueso blindaje cerámico del tanque de apoyo de la escuadra. Rand se congratuló de que no les hubiera provisto ese día de un RT-9, un tanque basado en el chasis del CT-8, que servía como artillería móvil, capaz de lanzar ocho cohetes pesados de largo alcance.
"Habríamos ardido como teas, aparte de que no tiene la capacidad del CT-8 ni su resistencia desde luego".
Rand se figuró que el piloto de la nave de transporte iría a buscar ayuda y radiaría su posición. En cuanto la extraña tormenta flamígera dejara de arreciar enviarían otro transporte en su busca.
Fuera del tanque, rugía un espantoso vendaval que arrancó de cuajo varias palmeras y arrasó las pocas construcciones que había por allí cerca. Entonces vio que Cinthia estaba temblando aquejada por una fuerte vibración. Un zumbido iba en aumento mientras un torbellino azulado que emergía desde el mismo punto en que el ser había sido abatido entre Oliveros y el CT-8 se acercaba amenazador a ellos. Rand abrió los ojos desmesuradamente e intentó apremiar a Gray para que moviera el tanque. Pero este se negó a moverse. Los motores de fisión se habían parado y se negaban tercamente a arrancar de nuevo.
-Sácanos de aquí Gray, sácanos..-apremió Rand, mientras intentaba auxiliar a Cinthia. Entonces Luke y Oliveros se taparon los oídos. El insoportable sonido también les estaba afectando a ellos. Gray aceleró pero las grandes orugas del vehículo de combate permanecieron detenidas. Sus anchas cadenas no se movieron ni un milímetro.
-No puedo hacer nada Rand –dijo el robot moviendo frenéticamente las palancas del sistema de control manual, que a pesar de la automatización del tanque, todos ellos disponían para casos de emergencia como aquel –se ha debido desconectar la energía con estas perturbaciones electromagnéticas. Yo…
Pero no terminó de hablar. El robot cayó displicentemente sobre las consolas de control del gigantesco tanque acorazado. Después el torbellino de haces blancos y azules les envolvió completamente. Oliveros y Duke permanecían sin sentido, recostados grotescamente el uno contra el otro. Cinthia yacía en el suelo metálico del tanque inconsciente. Finalmente Gray se desconectó. Sus sensores ópticos se apagaron. Y por último le llegó el turno a Rand Oberón. El joven fijó sus ojos negros en el haz de luz que se venía hacia ellos, observando a través del periscopio del CT-8. Lo último que pensó antes de perder la consciencia es que aquel remolino de colores que se iban alternando en franjas azuladas y amarillas era hipnótico y hermoso. Finalmente, cerró los ojos y recostó su cabeza sobre sus brazos, que yacían exánimes sobre las consolas y los controles del tanque que fue absorbido por la espiral de colores que como una serpiente avanzaba amenazadora hacia ellos, que les engulló en milésimas de segundo.
16
Estaba lloviendo. Las gotas de agua repiqueteaban con furia sobre el macerado y poco lustroso casco de un coloso de acero y kevlar que permanecía aparentemente intacto, pero inmóvil sobre la hierba. La lluvia penetró en su interior y algunas gotas empaparon el rostro de Rand que movió los párpados, abriendo finalmente los ojos. Se pasó una mano por los cortos cabellos negros y meneó la cabeza masajeándose la frente. Le dolía la sesera y masculló desabridamente, mientras se incorporaba tambaleante. Caminó entre sus camaradas aun inconscientes y encaramándose a la torreta por la escalerilla central, empujó la escotilla. Le costó un poco pero ejerciendo fuerza, consiguió abrirla. Sacó medio torso al exterior y miró en derredor sin entender nada. El paisaje no parecía el mismo. Es más, nadie diría que estaban en pleno desierto si no en un verde y ubérrimo prado, con altos árboles que jalonaban no solo aquel prado si no mucho más que se extendían hasta donde abarcaba la vista e incluso más allá. Apoyó las palmas de sus manos en el borde metálico de la escotilla del tanque y entonces se fijó en algo que le llamó poderosamente la atención. Se restregó los ojos mientras la lluvia continuaba calándole pero no le importó. Una majestuosa ciudad de mármol blanco se erguía al fondo, en la falda de una gigantesca montaña que parecía rozar las capas más altas de la atmósfera. No podía ser. Aquello debía ser una ilusión de sus sentidos o quizás no estaban donde se supone que deberían estar. La ciudad estaba amurallada y parecía de un tamaño colosal. Se le antojó la viva representación de una de esas ciudades que se narraban en los viejos cuentos infantiles que según su abuelo fueron traídos de la Tierra por los primeros pobladores de Esperanza. La Tierra, se dijo rascándose los mechones que le sobresalían por encima de la cabeza. ¿ Acaso habrían ido a parar a ese planeta ?
Entonces observó algo que le dejó perplejo como todo aquello. Cogió unos binoculares que le pendían del cuello y observó ajustando la telemetría para que la visión fuera lo más precisa posible. Aumentó el zoom a veinte aumentos y dio un respingo. Le había parecido vislumbrar varios caballos voladores, y a lomos de las bestias, firmemente sujetos de las crines y controlando las riendas iban otros tantos jóvenes que maniobraban diestramente entre las nubes. Entonces se escuchó un gemido hosco y una imprecación. Duke estaba saliendo de su inconsciencia.
-¿ Qué ha pasado aquí ? –preguntó con voz pastosa y frotándose la nuca- me siento como si estuviera pasando una espantosa resaca. Por cierto –preguntó a Rand- ¿ donde estamos ?
Rand se apartó para que Duke pudiera ocupar su sitio y abandonó la escotilla sentándose junto a la misma. Se fijó en un estilizado número siete pintado en la torreta y en un símbolo que representaba a un hombre de perfil de rasgos adustos tocado con una piel o un gorro en forma de cabeza de águila, el emblema de las FCA. Rand le tendió los prismáticos diciendo con cansancio:
-Júzgalo por ti mismo.
La lluvia se había vuelto más fina y apenas mojaba a los dos hombres que permanecían en silencio tratando de contestar a algunas preguntas que bullían en su memoria. Luke movió la mandíbula exhalando una exclamación de asombro inaudible, pero muy evidente, a juzgar por la cara que puso. Sus ojos desorbitados no daban crédito a lo que veían. Los binoculares se perdieron dentro de la penumbra del tanque con un repiqueteo metálico.
-Pero, pero…..esos son….caballos…voladores.
En Esperanza había caballos, pero nunca habían visto o por lo menos tenido noticias de algo semejante nunca. Luke era un verdadero experto en la cultura de la Tierra y había estado varias veces allí, antes de que se perdiera el contacto entre el planeta madre y Esperanza, cuando aquellos seres que ahora atacaban Esperanza, habían primero, invadido y arrasado la Tierra.
Otro par de ojos contemplaba asombrado los caballos voladores que en vez de tener la clásica cola peluda detrás formada por largas crines, tenían un apéndice largo y extensible como el de un cocodrilo o un caimán rematada por una especie de cerdas pobladas que se parecían más a la característica cola de los cuadrúpedos.
-Puede que estemos en otra parte de Esperanza –dijo Cinthia que también había recobrado el conocimiento y miraba ansiosamente por los binoculares que le solicitaba apremiantemente al novato Grandschester.
-No lo creo –dijo Rand con voz grave y cruzando los brazos sobre el pecho- no creo que ese fantasma nos haya siquiera desplazado a otra parte de Esperanza.
-¿ Qué quieres decir ? –preguntó Duke adelantando su cuerpo hacia delante.
-Que nunca había visto una ciudad así en mi vida, y menos –dijo señalando con el dedo índice hacia arriba- semejantes animales.
Cinthia miró por los binoculares de nuevo y se estremeció. Efectivamente la ciudad no se parecía en nada a las que habitualmente se erigían en Esperanza porque el gigantesco planeta fértil diez veces más grande que la Tierra, aun no había sido colonizado en su totalidad. Pero sondas robots habían cartografiado su superficie fotografiando cada rincón del planeta. Nunca antes salió una ciudad parecida en las fotografías y menos dichos animales.
-¿Estaremos en la Tierra ? –preguntó Oliveros saltando fuera del tanque y quejándose porque sus piernas doloridas se negaban a responderle por las horas en que había permanecido inmóvil, dentro del habitáculo del CT-8.
-No, -dijo Duke bajando también del tanque y palpando con gusto la hierba con sus pies, después de hollar tanto tiempo el suelo metálico del tanque –esta ciudad y esos animales –les dijo a todos que le observaban intrigados- nunca antes han existido en la Tierra y dudo que lo hicieran ahora. La Tierra fue arrasada en la invasión alienígena y este lugar –dijo observando los verdes prados salpicados de flores y en los que mariposas iban de una a otra y se escuchaba el zumbido de algunos enjambres de abejas- afortunadamente, para ellos, sean quien sean, no parece saber nada de vipones, ni de chaser o sectoides.
-Sólo queda una explicación –dijo Rand mesándose la barbilla con dos dedos- ese fantasma nos ha enviado o a otro planeta o a otra dimensión.
Cuatro pares de ojos le observaron con perplejidad sin pestañear, como si hubiera perdido el juicio. Molesto Rand exclamó al ser escrutado por las inquisitivas miradas de sus camaradas de armas:
-No me miréis así –dijo levantando los brazos para dejarlos caer laxos a ambos lados de su cuerpo- no se me ocurre otra explicación –dijo exasperado- o nos mandó a otra planeta…..o a otra dimensión. No lo sé –dijo volviéndose para contemplar los caballos alados que trazaban espirales subiendo y bajando continuamente sobre la hermosa ciudad, cuyos minaretes y torres se alzaban majestuosas hacia las nubes- puede que incluso sea Esperanza en el futuro, o la Tierra..o…o….o….o que se yo –dijo suspirando.
Se volvió hacia sus compañeros. Cinthia y Luke habían bajado a tierra y Oliveros permanecía con el cuerpo recostado contra las orugas del tanque. Arrancó una flor que se mecía junto a él y empezó a deshojarla mientras preguntaba a Rand:
-¿ Qué sugieres que hagamos Rand ? no podemos quedarnos así indefinidamente. Alguien podría vernos o no creo que eso sea bueno precisamente.
Rand asintió pensando rápidamente. Aun le dolía la cabeza como si se la hubieran aporreado, cosa que no estaba muy lejos de la realidad. Se llevó una mano a la frente y entornó los ojos negros mientras separaba la palma de la mano unos centímetros. Cada vez que algo le preocupaba o no sabía como salir airoso de una situación hacía el mismo gesto para concentrarse y pensar con claridad. Entonces sugirió que lo primero era esconder el tanque en algún lugar seguro. Entonces emergió de su interior Gray que dijo con su voz metálica que a Cinthia le daba siempre repeluznos:
-El sistema de camuflaje no funciona. Deberemos mover el tanque. Creo que podré arrancar los motores.
-No creo que sea buena idea Gray –dijo el joven soldado desprendiéndose del casco y del chaleco blindado de kevlar que le estaba empezando a dar calor además de pesar lo indecible- si hacemos eso atraeremos a media ciudad hasta acá. Con ese escándalo que producen, no creo que tardaran mucho en dar con nosotros.
-Puedo atenuar el sonido utilizando los motores eléctricos de reserva, pero consumirán mucha potencia y podrían quemarse porque no son para mover al CT-8, si no para arrancarle en caso de apuro.
Entonces se fijó en la boca de una cueva que estaba a cien metros. Tal vez fuera una buena idea esconder el tanque allí, procurando camuflarlo lo mejor posible en el supuesto de que la cueva no fuera frecuentada por paseantes o inoportunos mirones que investigasen un poco más de la cuenta por aburrimiento o picados por la curiosidad de algún detalle que pasasen los cuatro por alto.
A falta de una alternativa mejor, asintió dando carta blanca al robot para hacer cuanto considerara necesario.
-De acuerdo –dijo Rand asintiendo- vosotros tres, Luke, Oliveros, Cinthia quedaos en la cueva. Yo iré a investigar a la ciudad, a ver si puedo enterarme de algo. Cinthia intentó protestar pero Rand levantó su mano enguantada y dijo:
-No admito protestas ni objeciones. Si vamos todos, puede que llamemos la atención, aunque –dijo mirando de reojo la ciudad- paece enorme. No sé si repararían en nosotros, pero es mejor no correr riesgos.
-Ya –dijo Cinthia con una sonrisa malévola en los labios mientras se arreglaba la cola de caballo- y vas a ir con esa ropa. No sabemos que nivel tecnológico tendrá esa gente , pero yo diría –dijo la joven que era experta en historia antigua de la Tierra examinando la ciudad con ojo experto- que están en una especie de Renacimiento italiano o algo así.
Explicó a Rand y a Oliveros que significaba aquello expresión.
Rand se despojó del casco, la guerrera y se quedó solo con su camiseta caqui. Cinthia movió la cabeza y dijo pesarosa:
-¿ Que entenderás tú por discreción amigo Oberon ?
-No tenemos otra ropa más. Intentaré conseguiros algo en cuanto pueda y os informaré a la vuelta. Estaré en contacto con vosotros. Y dejadme un margen. Solo faltaba que capturasen a alguno de vosotros.
Entonces Luke le dijo:
-¿ No irás a pasearte de esa guisa verdad ?
-Sugiéreme algo mejor –dijo enojado Rand por las continuas reticencias y dudas de sus hombres- tendré cuidado. Pero tenemos que obtener información y luego decidir como retornaremos a Esperanza.
"Si podemos" –pensó apesadumbrado. Cinthia captó su mirada de desazón pero no dijo nada para no incomodar al resto de sus compañeros. Entonces Luke le pasó un pequeño aparato que Rand atrapó al vuelo. Un traductor que contenía en su memoria digital todos los dialectos e idiomas de la Tierra.
-Primero hace falta averiguar si hablan alguno de ellos.
Rand cogió también del pequeño arsenal que habían podido rescatar antes de que el fantasma del espacio les hiciera volar, viajar o lo que sea que les hubiera hecho, una pistola láser y varias baterías que disimuló bajo sus ropas. Dijo antes de que sus compañeros le soltaran otro reproche:
-Solo como protección –dijo ligeramente enojado, porque esperaba las objeciones de sus camaradas. Pero no escuchó tal, si acaso, palabras de aprobación y gestos de asentimiento.
Entonces el CT-8 después de varios intentos fallidos, en cada uno de los cuales los dos motores reostáticos y alimentados por electricidad tosieron asmáticamente, el gran tanque arrancó y se dirigió lenta pero firmemente guiado por Gray con mano diestra hacia el interior de la gruta. Asomó un momento por la torreta y Rand aprovechó para preguntarle:
-¿ Funcionan los cañones gemelos Gray ?
-Perfectamente –dijo el robot. Lo único que falla un poco son los motores de fisión, pero ya estoy en vías de solucionarlo definitivamente –añadió- aunque las comunicaciones no responden, aunque operan de forma óptima. Las he revisado varias veces, pero no percibo ninguna respuesta por el conducto secreto siquiera. Solo estática e interferencias. Es como si no hubiera nadie al otro lado, en el puesto de escucha.
17
Rand se llevó también un cinturón jet-pack por si las cosas pintaban mal, aunque procuraría pasar lo más desapercibido posible. Caminó con paso lento, oteando a todos los lados por si veía gente sospechosa o incluso algún tipo de milicia o policía que patrullase la ciudad en funciones de mantenimiento del orden público. Caminó durante media hora hasta que pasó junto a una granja en cuyo porche se mecía de una cuerda varias prendas, entre ellas un vestido de mujer, colgadas con pinzas de la misma, que se agitaban como banderolas por efecto de la brisa que se había levantado poco después de que dejara de llover. Sin pensárselo dos veces, y mirando hacia los lados, entró en la granja sin hacer ruido y fue arrancando las prendas de su ubicación en el tendedero y se las puso en el antebrazo, para huir de allí lo más rápidamente posible. Afortunadamente nadie parecía haberle visto, ni un perro o algunos de los animales domésticos de la granja hiciera ademán alguno de delatarle. Es más e contemplaban con indiferencia y sin apenas prestarle atención. Se escondió tras unos matorrales y escogió uno de los trajes que había hurtado y se cambió rápidamente. Le sentaba bien. Cuando se contempló en un pequeño espejo que llevaba consigo, estuvo a punto de reir. Aquello era tal y como Cinthia y Luke habían sentenciado a raiz de los acontecimientos que supuso divisar la maravillosa y bella ciudad y su particular estilo arquitectónico.
-Estas ropas –se dijo- parecen como de la Edad Media o el Renacimiento, tal y como sentenció Cinthia. Cruzó el puente que se alzaba sobre un caudaloso río y que daba acceso a la colosal ciudad por el norte. Había leído en algún libro que normalmente las grandes ciudades medievales tenían varios accesos, en sus recintos amurallados en todos los puntos cardinales o en su mayoría: Norte, Sur, Este y Oeste. Junto a él caminaba en un constante devenir una abigarrada multitud en ambos sentidos, tanto para entrar como para dejar la ciudad. Se fijó también en que había guardias por todas portaban largas lanzas. Llevaban una cota de malla y un sobretodo azul en el que destacaba un emblema verde que parecía una especie de cruz rematada en su borde superior por una parte más ancha en forma de hoja de pala. En el casco llevaban un espolón puntiagudo que a modo de cresta recorría toda la parte superior del mismo y protegían sus manos con guantes de cuero duro y basto, pero resistentes. Llevaban botas del mismo material de color marrón y del yelmo pendía un pañolón oscuro que protegía el cuello. La gente parecía pacífica pero escuchó algunas voces nerviosas y temerosas cuando los guardias iban pasando entre las filas de gente murmurando nerviosamente:
-Carabinieri, carabinieri.
Si no recordaba mal, de sus estudios de la Facultad, y por las constantes charlas de Duke, un apasionado de la Historia antigua de la Madre Tierra, aquellos hombres adustos y recios, eran una especie de milicia local que hacía servicios de policía para el mantenimiento del orden público, y labores de cobro de impuestos, en muchas de las antiguas ciudades de la alta edad media europea y principios del Renacimiento, sobre todo en Italia, un antiguo país de la Tierra, que en aquella remota época ni existía como tal, si no un conjunto disperso de pequeños estados, feudos, condados y ducados, que lindaban con los Estados Papales, que abarcaban la totalidad del sur de la península en forma de bota. Pero era evidente que ni aquello era Europa, uno de los continentes de la Tierra ni estaban en la misma. Miró disimuladamente el traductor y para su satisfacción el aparato tradujo al inglés estandar las palabras de la gente:
-Hoy los carabinieri están especialmente activos y yo diría que muy excitados.
-Normal –respondió una anciana en voz baja y mirando con temor hacia los lados por si alguien le estaba escuchando- hoy el Torbellino Rojo ha vuelto a actuar contra varios recaudadores de impuestos y su Ilustrísima el Gran Duque está de mal humor.
-Nada bueno, nada bueno –se lamentó una mujer joven con un cesto bajo el brazo derecho- esto no presagia nada bueno.
Rand llevaba puesto su uniforme bajo la ropa que había hurtado en la granja, escondiendo la destinada al resto de sus compañeros en un lugar seguro.
"Me he metido en una especie de estado policial" –se dijo pesaroso- "aunque aun es pronto para juzgarlo o asegurar nada, pero si esos guardias, caribinieris o como se llamen, reparan en mí, lo vamos a pasar mal, muy mal".
Tenía el jetpack puesto y podría activarlo para salir volando, pero si esos caribinieris tenían destacamentos de pegasus, o caballos voladores le podrían seguir y descubrir el emplazamiento de sus compañeros. Entonces se fijó extasiado en la belleza de la monumental ciudad, llena de monumentos y palacios de mármol. Si había un color que la definiera en opinión de Rand ese era el blanco. Los monumentos dedicados a desconocidos hombres ilustres o las efigies de santos o deidades que ignoraba completamente, salpicaban cada rincón de la bella ciudad. En una pared entonces, leyó anunciado en un pasquín lo que parecía un importante evento. Se fijó intentando deletrear los caracteres que parecían una variante del italiano, un viejo idioma terrestre que aun se hablaba, suponiendo que quedase alguien en la Tierra con vida, para hacerlo.
-Feria de las Flores de Neo Verona.
Se detuvo sorprendido, ¿ dónde había leído o escuchado ese nombre antes ?
Entonces pasó una rica y acaudalada comitiva escoltada por varias decenas de caribinieris que se iban abriendo paso a empellones entre la muchedumbre.
-Dejad el camino libre –dijo desabridamente un capitán que iba apartando a la gente a puntapiés, empujones y patadas- malditos cerdos, -dijo escupiendo con rabia, mientras esgrimía su espada amenazadoramente.
Un hombre alto de barba negra y poblada y cabellos largos, envuelto en finos y prolongados ropones que remansaban sobre la grupa del caballo alado en que iba montado, observó con desprecio y asco a la gente que le observaba asustada y atemorizada señalando con un dedo. Su mano casi quedaba oculta en la amplia bocamanga de su hábito. En su pecho llevaba un elaborado escudo o emblema alado, mientras alguien bajaba la cabeza en señal más que de respeto, por un temor que se podía captar en el pesado y deprimente ambiente de la plaza.
Su excelencia el gran Duque Laertes Banto Montesco movió su ancho cuello de toro, sobre los suaves pliegues de visón que remataban su capa damasquinada. Sobre la cabeza llevaba una gorra símbolo de su status y su poder. A su lado, en un pegasus blanco enjaezado con adornos de oro y riendas de plata, que respondía al nombre de Siero, cabalgaba un muchacho de cabellos oscuros y ojos verdes de delicados pero decididos rasgos, que no parecían compartir la satisfacción de su padre, el Gran Duque. El cruel gobernante sonrió aviesamente y dijo en voz alta para que todos le oyeran:
-Ves, Romeo ¿ hijo mío ? así es como tienes que gobernar a estos cerdos, con mano de hierro, exprimiéndoles y aplastando cualquier intento de rebelión por su parte, así –dijo exaltadamente y crispó el puño con fuerza para poner más énfasis en sus palabras.
El muchacho asintió, pero no parecía feliz ni complacido antes las constantes vejaciones y humillaciones de su padre, hacia las buenas gentes de Neo Verona. Rand dio un respingo y pensó entornando los ojos y rascándose el entrecejo tras leer los mensajes que la pantalla del pequeño computador de traducción le iba mostrando de forma más o menos fiel al original.
"Romeo, Verona, Romeo, Verona" –repitió mentalmente en una letanía hasta que finalmente una tercera palabra acudió a su memoria "Julieta" –pensó chasqueando los dedos.
-No, no, no puede ser –dijo en voz baja en inglés estándar- es imposible. Nos hemos metido en la obra de Shaspekeare –exclamó al recordar de que le sonaban tanto aquellas palabras asociadas a algo que había olvidado de sus tiempos de estudiante universitario.
-O eso, o se ha hecho realidad, o estamos en una dimensión donde sucedió realmente, no lo sé –dijo removiéndose frenéticamente los cabellos, notando el vértigo que tales evidencias le producían.
Eso quería decir que Julieta estaría por allí cerca, de una forma u otra.
18
Mark se giró para contemplar por postrera vez su hogar. Se maldijo por haber tenido que privar a Candy de sentido con una añagaza tan baja y cruel, y le hubiera gustado despedirse de sus hijos a plena luz del día y no poco antes del alba, a escondidas y de forma furtiva. Suspiró. Se sentía algo incómodo con el arca de la armadura a cuestas. Se preguntó si podría cruzar el tiempo con aquel peso extra a su espalda. Cuando retornó de Sarajevo con Haltoran y Candy a cuestas aquel factor fue determinante como para que perdiera el control de la caprichosa sustancia que dormía en sus venas y que por lo que había descubierto, era la fuente, el origen de todo contenido en las débiles venas de un ser humano. La fragilidad de un cuerpo humano albergaba todo aquel descomunal potencial. Suspiró ante tamaña ironía, absurda y chocante ironía. Entonces tomó una determinación. Si la sirge tenía voluntad propia y al parecer, se ensamblaba en torno a su portador según esta decidiera, tanto daría que la llevase como sí no. Entonces movió el brazo derecho y deslizó los tirantes que afianzaban la pesada caja a su espalda y que pasaban por sus hombros. Luego se deshizo del tirante izquierdo y depositó el arca con su contenido en la hierba. Pensó que si estaba en peligro, la armadura acudiría en su ayuda, como había sucedido ante el imprevisto y repentino ataque de Hyoga. Entonces, notándose mucho más ligero y libre del peso de la sirge se aprestó a correr. Aquella vez había llegado a Neo Verona de casualidad, sin saber ni como había logrado alcanzar aquella dimensión. Calculó mentalmente la cantidad de iridium que debería quemar para llegar hasta allá. Se preparó para salir corriendo. Entonces se quedó muy quieto diciendo lentamente:
-Debo de estar loco para dejar a mi familia porque alguien que además ordenó matarme me lo haya suplicado y en pos de un nebuloso y desconocido enemigo del que jamás he oído hablar ni mencionar tan siquiera.
Cuando estaba a punto de partir, una voz le llamó suavemente por su nombre. Se giró angustiado creyendo que Candy se había sobrepuesto al sueño que le había inducido con aquel beso, pero se tranquilizó cuando unos cabellos pelirrojos rebeldes y unos ojos verdes que le contemplaban con afecto, fue lo primero que encontró. Haltoran estaba allí. Llevaba a su hijo Alan en brazos, que bostezaba rogando a su padre que no permitiera que Mark se marchase. Haltoran observó a su hijo y a su amigo de hito en hito y dijo:
-No ha habido forma de conseguir que se quedara con Annie. Y yo, por otro lado –le dijo mientras se enjugaba los ojos humedecidos- quería despedirme de ti. Creo que si fuera contigo, Mark sería más sencillo…
El joven le interrumpió. Depositó su mano derecha en el hombro de Haltoran y dijo pesaroso:
-Te lo agradezco querido amigo, pero esta vez debo ir yo solo. No se trata de un viaje entre eras, sino entre dimensiones. Y mucho me temo que te desintegrarías antes de que llegásemos a vislumbrar siquiera el portal de entrada a la misma.
-Pero, pero ¿ que te dijo esa mujer, como para que basándote en pruebas tan precarias decidas emprender un viaje a quien sabe donde, y en busca de algo que ni sabes aun que es ?
Mark sonrió cuando Alan tendió sus manos hacia él. El avispado e inteligente niño que llamaba tíos a Mark y Candy, se le acercó rogándole con lágrimas que se quedara con ellos. El joven removió los cabellos del niño y dijo con tristeza:
-No puedo Alan. Debo hacer esto. Ya sé que ni tu padre ni tú, podéis entenderlo, pero lo que me contó Saori no puede ser ignorado. Vivimos una amenaza muy real y tremendamente peligrosa.
-No tenemos ninguna prueba –exclamó Haltoran exasperado ante la terquedad de su amigo.
-Tengo la palabra de una diosa –dijo desabridamente mientras cruzaba los brazos. Alan se asustó por la repentina elevación del tono de la conversación entre los dos hombres y se echó a llorar en silencio. Su padre le tomó en brazos de nuevo consolándole con palabras amistosas y disculpándose por haber sido tan brusco.
-Lo siento Alan –dijo Mark bajando la cabeza y tú también Haltoran, pero créeme, no haría esto si no hubiera un motivo muy poderoso detrás de toda esta historia.
Haltoran suspiró. Sabía que sería inútil disuadirle y ahora tenía una familia de la que ocuparse. De sobra conocía la veracidad de las palabras de Mark en cuanto a lo que se refería desplazarse de una dimensión a otra. Entonces preguntó resignado y sin ganas de continuar discutiendo:
-Dime al menos, a donde vas, si es que ese sitio, tiene algún nombre.
Mark vaciló, pero se dijo que no habría nada de malo en que le refiriese el nombre del lugar al que se dirigiría.
-Se llama Neo Verona.
Haltoran dio un respingo. Y lanzó un largo silbido. Su rostro adoptó una pose tan cómica que Alan empezó a reír alborozado batiendo palmas, ante el semblante de su padre.
-¿ Qué ? –le salió la voz un poco aflautada por la sorpresa, por lo que su hijo rió a carcajadas, levantando las manos -¿ me estás diciendo que te diriges a una réplica o lo que sea de esa ciudad de Italia ?
Mark desvió la vista hacia los lados temiendo que pudiera acudir alguien más. Aquella estaba durando demasiado. Deseaba partir cuanto antes, pero no podía.
-Sí –dijo con circunspección- pero no veo que importancia tiene el saber como es esa ciudad.
-O sea, que te vas a introducir de cabeza en la famosa obra de Shaspekeare. Si no fuera, por los prodigios y cosas inexplicables que he visto a tu lado Akarsnia, diría que me estás tomando el pelo.
Mark se encogió de hombros Ni siquiera tenía la certeza de que fuera otra dimensión. Podría ser un tiempo alternativo, de la propia Tierra incluso. Un futuro o incluso un pasado muy remoto del que la Arqueología no había tenido nunca constancia o puede que sí pero que no le interesara divulgarlo por la incómoda situación y poco favorable posición, en que se vería dicha ciencia si se demostraba la existencia de una avanzada y refinada civilización anterior a la Prehistoria o incluso a todas las estudiadas historícamente.
-No sé que lugar puede ser ese –dijo Mark pasándose la mano derecha por la frente y sintiendo que la cabeza empezaba a dolerle- puede que incluso…sea una materialización de los sueños de Shaspekeare, no lo sé –dijo moviendo los brazos hasta ponerlos en cruz en señal de su impotencia por desentrañar aquel enigma.
Entonces Haltoran lo entendió.
-Estuviste ya allí anteriormente –dijo el ex-soldado acertando de pleno en el clavo.
Mark asintió con cansancio.
-¿ Te las apañarás allí solo ? –preguntó desviando la mirada hacia el arca de la sirge que permanecía en un rincón del jardín, al pie de un árbol.
-Sí, no te preocupes más. La dejo aquí porque es un lastre demasiado grande que podría influir en mi rumbo y retrasarme en la llegada hasta la ciudad.
Calló por unos instantes y dijo rascándose el mentón:
-Además, si quiere acudirá. Ni siquiera yo puedo controlarla, ni ganar su favor. Cuando luché contra Hyoga noté que era ella la que llevaba el control de la lucha, más que yo –dijo Mark señalando hacia el arca que emitía un leve resplandor dorado y en cuyos costados estaban tallados artísticos bajorrelieves referidos al símbolo de la armadura.
-Cuídate muchacho –dijo Haltoran estrechándole la mano con fuerza- desde que me salvaste de aquellos tanques, siento que te debo una, amigo. Candy y Annie, todos lo vamos a sentir mucho, pero –dijo observando a su desconsolado hijo que de nuevo había vuelto a recordar el porqué estaba tan triste y que había roto a llorar de nuevo- espero que entre yo, Maikel, y Mermadón, y puede que hasta Carlos, logremos evitar que Lakewood se inunde con las lágrimas de todos los que tanto te queremos y vamos a extrañarte.
19
Hacía tiempo que no empleaba el iridium a plena potencia. Se tranquilizó intentando respirar sosegadamente y cuando realizó varias inspiraciones profundas notó que estaba ya preparado. Cerró los ojos y los abrió lentamente. Crispó los puños y comenzó a correr con largas zancadas. Su cazadora se agitaba frenéticamente al ritmo de su cuerpo, mientras ondas de estática removía el aire tornándolo pesado y frío al tacto. Era como estar sumergido en barro helado. Costaba moverse y respirar, porque la emisión de energía era tan grande que el espacio que le rodeaba se distorsionaba por efecto de la emisión de la sustancia anaranjada que se vertía por las heridas abiertas en su piel. Grandes desgarrones rojos latían y pulsaban sobre sus músculos, a través de su ropa liberando con un aullido espectacular y aterrador el iridium 270, el padre de la materia, si las leyendas que se contaban en torno al mismo eran ciertas. Entonces Mark dio un salto. Estaba en una zona desierta donde no había nadie o por lo menos no pasaría ningún ser humano en unas cuantas horas o quizás en varios días. Era un campo abandonado donde sólo crecían malas hierbas y algunos arbustos quemados por el abrasador sol. Para llegar a Neo Verona no bastaría con un salto normal en el tiempo. Debería emplear todo su poder a plena potencia para alcanzar el lejano y distante lugar, si quería llegar con una posibilidad de éxito. Por eso, allí en el desierto de Nuevo Méjico, al que había llegado después de un corto vuelo y tras purificar su sangre y reponerse podría desplegar una energía similar a la Trinity, que sería probada en el futuro no muy lejos de donde él se encontraba.
El temible bramido desató un viento huracanado que borró los regueros de sangre negra y coagulada que había desprendido a su paso, cubriéndolos de arena. Temía que el iridium pudiera envenenarle pero ahora sabía como solucionarlo gracias a la forma en que Haltoran le salvara la vida. Mark miró a través del haz de luz cegadora que le envolvía y se dijo:
-Muy bien, allá voy.
Se despegó del suelo. El calor era insoportable y enfiló hacia lo alto, buscando las capas más altas de la atmósfera, dejando una estela de fuego a su paso. Se elevó en cuestión de milésimas de segundo hasta alturas estratosféricas. Cuando el iridium alcanzó su masa crítica, se produjo una explosión más poderosa aun que la prueba que se realizaría el 16 de Julio de 1944 en Alamogordo. Por eso, cuando Candy saludó a Oppenhaimer en la fiesta del salón Doria, a bordo del Germania, no pudo por menos que estremecerse de nuevo imaginando al chico de ojos tristes y cabellos peinados hacia atrás, ya convertido en un hombre, supervisando el éxito de la temible y apocalíptica arma nacida de la desintegración del átomo. Apartó de su mente esos funestos pensamientos y se dirigió como una flecha hacia Neo Verona.
20
Julieta dormía plácidamente aun mientras Cordelia estaba en la cocina preparando el desayuno para todos los que vivían en la discreta vivienda en la que se ocultaban, y que era una especie de guardia personal de la muchacha en la que todos habían depositado sus esperanzas para conseguir el resurgimiento algún día no muy lejano de la Casa de los Capuleto. Un hombre fornido y al que una gran cicatriz atravesaba el ojo izquierdo, de cabellos cortados a cepillo y moreno estaba sentado en la cocina mientras observaba como Cordelia, amiga de Julieta, estaba calentando el café y untando varias rebanadas con mantequilla. El hombre cuyo nombre era Curio sonrió cuando la esforzada y abnegada joven de cabellos dorados le servía un plato con tostadas y una humeante taza de café con una sonrisa.
-Serás una esposa perfecta –bromeó el joven mientras empezaba a saborear las tostadas.
Cordelia fingió enfadarse y se alegró de que el sombrío y callado muchacho saliera de su habitual mutismo, luciendo una sonrisa deslumbrante. Pero sabía que dudaría poco. El joven espadachín solo tenía una obsesión en su vida, proteger a Julieta y ayudarla a alcanzar el verdadero lugar que le correspondía en la vida. Cordelia se preguntaba para sí, si realmente aquel hombre no estaría ocultando algo más, algo tan hondo y secreto que no se atrevía a revelárselo, ni siquiera a sus amigos más cercanos. Que diferente de Curio, era el noble Francisco, un hombre de cabellos rubios y ojos azules, versado en las artes de la guerra y sobre todo en las del amor, brillante poeta, mejor soldado y gran amigo. Francisco era extrovertido, galante y tenía un carisma y una simpatía natural que calaban en cuantos le rodeaban. El joven noble despertaba pasiones entre muchas jovencitas casaderas de Neo Verona, y a menudo era recibido con flores cuando paseaba en barca bajo algunos de los numerosos puentes de la hermosa y evocadora ciudad que le lanzaban muchas muchachas tan pronto como tenían conocimiento de su proximidad.
Curio estaba preocupado por Julieta, pero Cordelia le tranquilizó diciéndole que aun estaba durmiendo. Entonces el joven se llevó la mano izquierda a la cicatriz que surcaba la cuenca vacía de su ojo y lanzó un pequeño suspiro.
Julieta continuaba durmiendo. Soñaba. Realmente, más que soñar estaba evocando partes de su vida, que creyó que no volvería a rememorar nunca.
21
Ataviada como el Torbellino Rojo se estaba enfrentando a un recaudador de impuestos del Gran Duque que estaba amenazando a un padre de familia, delante de su esposa y sus dos hijas, por la escasa cantidad de ingresos que su humilde panadería producía. El hombre respaldado por una fuerte escolta de carabinieris, el cuerpo de policía de la monumental ciudad. La joven ocultaba su identidad con un sombrero de ala ancha que adornaba con varias plumas blancas del que pendían dos cintas oscuras, y un antifaz negro. Llevaba un largo ropaje flotante hasta los pies de color rojo y una capa, con un cuello blanco almidonado, que revoloteaba en torno suyo de la misma tonalidad, que le confería aquel temible aspecto y del que tomaba su nombre. Un pañuelo rojo envolvía su cuello. Julieta se hacía pasar por un muchacho de nombre Odín que a su vez era la identidad secreta del temible héroe enmascarado que era la pesadilla del Gran Duque Laertes Banto Montesco, el gobernante supremo y tiránico de la noble urbe. De un ágil salto se plantó en medio de la refriega, causando tal confusión que los guardias vacilaron por un instante retrayendo sus lanzas, momento que el Torbellino Rojo aprovechó para espetar al asustado tendero para que reaccionara y se marchara de allí:
-Huye, maldita sea, vete de aquí y pon a tu familia a salvo –le gritó mientras con su espada mantenía a raya a los caribinieri a los que el recaudador exhortaba continuamente a enfrentarse al enmascarado pero sin arriesgarse él mismo personalmente, protegido detrás de las espaldas de los guardias. Julieta tenía una habilidad innata con las armas. Había sido entrenada muy hábilmente por Conrad, un hombre de finos modales pero de inconfundible porte militar, acostumbrado a mandar e impartir órdenes. Antiguo capitán de la Casa de los Capuleto, había salvado a su señora y a Cordelia cuando estas apenas contaban con dos años de edad, de ser asesinadas junto con su familia por hombres de los Montesco. Era un hombre ascético y adusto que vivía espartadamente en la misma casa que Julieta y parecía comandar a los hombres y mujeres que se habían juramentado en proteger aun a costa de sus vidas a su joven señora. Pero aquel día no había nadie más para respaldarla. Curio y Francisco la estaban buscando denodadamente por Neo Verona, sin éxito aun, mientras Conrad y todos los habitantes de la pequeña guarnición en que habían convertido la vivienda hacían lo mismo. Julieta había derribado a varios caribinieri por tierra, aunque hasta entonces nunca había matado a nadie. Pero los guardias eran demasiados y el brazo de la muchacha empezaba a perder fuerza y a cansarse de repartir estocadas y de sostener la espada. Entonces cuando estaba a punto de ser capturada un chorro de llamas incandescentes barrió el estrecho callejón poniendo en fuga a varios carabinieris que arrojando sus armas se marcharon gritando y braceando muy asustados y atemorizados. Julieta se giró sorpresivamente mascullando:
-Pero que rayos…
Dirigió la vista hacia donde había surgido el huracán de fuego, que a punto había estado de abrasar a varios hombres, pero sin dañarlos. El desconocido no parecía tener intención de matarles, porque si no el fuego de sus antorchas ya habría calcinado a varios hombres. Entonces se preguntó desconcertada, como un par de antorchas podían lanzar regueros de fuego hacia delante y más con semejante potencia. Entonces se llevó una mano enguantada a los labios conteniendo un grito. El joven no portaba ninguna tea en cada una de sus manos, sino que el fuego brotaba directamente de sus muñecas, envolviéndole hasta los antebrazos. Entonces apagó las lenguas de fuego con un siseo. Recogió una de las espadas que algún carabinieri en fuga había arrojado precipitadamente y se enfrentó a los soldados restantes que repuestos de la sorpresa, le hicieron frente. Pero el joven no era ningún novato ni un advenedizo. Mark esquivaba las estocadas que le lanzaban sin problema alguno y pese a su estatura, se movía con una destreza y una agilidad que produjeron una honda impresión en Julieta.
"Lo de las llamas debe de ser un truco, pero no puedo quedarme de brazos cruzados, tengo que ayudarle. Luego se lo preguntaré".
Y saltó al combate con su espada desenvainada. Ambos jóvenes pelearon codo con codo. Mark que había tomado lecciones de esgrima de Haltoran aprendía enseguida cualquier enseñanza que recibía. De un ágil molinete desarmó a un carabinieri que se quedó mirando tembloroso la punta de la espada de su adversario. Soltó un grito agudo y huyó ante las reconvenciones del encolerizado recaudador, pero ninguno de los hombres en fuga le hacía caso:
-Volved aquí cobardes, volved –decía agitando los puños y pateando el suelo con rabia- veréis cuando su Ilustrísima se entere, ya veréis.
Mark estaba tentado de utilizar el RPG-12, pero en un callejón tan estrecho la potencia de la munición explosiva, podía resultar muy devastadora convirtiendo angosta callejuela en una caldera ardiente. Prefirió seguir luchando a espada. De un salto evitó un ataque que un carabinieri le lanzó a sus piernas con su filo y luego se agachó para esquivar una estocada alta que iba dirigida a su cabeza.
"Que rápido es. Nunca he visto a nadie moverse con semejante destreza, ¿ quien será ?" –preguntó Julieta admirada. Entonces dio un respingo. Los ojos negros de aquel joven eran tan tristes y rezumaban tanto dolor que apartó los suyos casi a punto de llorar de la impresión. Llegó un momento en que ambos apoyaron espalda contra espalda. Julieta se estremeció. Su corazón latió muy deprisa, al percibir las pulsaciones rápidas y vigorosas del corazón del desconocido. Mark tampoco salía de su asombro. Pese a que el disfraz era muy logrado no permitiendo entrever en modo alguno, las esculturales y esbeltas formas de la bella muchacha, Mark notó a través del tacto, aun estando de espaldas a ella, que era una mujer.
"Estos huesos, son más pequeños que los de un hombre adulto, y con su estatura, y como se mueve es prácticamente imposible que pertenezcan a un varón, no con esa fuerza y agilidad, por lo menos". –pensó Mark dubitativo. Finalmente el esfuerzo conjunto de ambos jóvenes puso en fuga a los últimos carabinieris. El recaudador juró venganza y se marchó de allí huyendo despavorido siguiendo a sus hombres. Finalmente quedaron solos. Julieta contempló al joven. Sus cabellos eran tan largos que remansaban sobre sus hombros. Llevaba una extraña indumentaria. Una chaqueta negra con un exagerado cuello y grandes solapas, mallas azules de tela áspera y un extraño calzado blanco.
Odín envainó su espada y Mark arrojó la suya con desdén. El arma rebotó contra el pavimento de adoquines girando como una peonza y produciendo un siniestro repiqueteo metálico.
-No luchas nada mal desde luego –dijo la joven sinceramente admirada.
Mark iba a responder cuando se dobló de dolor llevándose ambas manos al pecho y sacudido por fuertes espasmos. Un sudor frío le recorrió la espina dorsal. Julieta intentó auxiliarle asustada, pero Mark se lo impidió tajantemente extendiendo la mano izquierda. Quedó a cuatro patas sobre el pavimento. Sudaba copiosamente y su piel se agitaba debajo de su ropa, haciendo que se formasen pliegues que se movían pulsando contra el tejido de su vestimenta.
-No…te acerques…a mí….está a punto de ocurrir….Y podría lastimarte.
-¿ Lastimarme el qué ? ¿ qué es lo que va a ocurrir ?–preguntó ella asustada e incapaz de entender lo que ocurría intentando aferrarle por el antebrazo izquierdo, pero Mark se apartó como una cobra.
Por toda respuesta, Mark volvió a convulsionarse. Soltó un ligero gruñido y entonces ante el horror de Julieta, grandes llagas se abrieron en sus tejidos, rasgándole la ropa. Entonces empezó a liberar grandes regueros de sangre negra que desprendía humo y que al salpicar los adoquines dejaban escapar vapores que ascendían rápidamente ante los desorbitados ojos de la muchacha.
Ya era tarde. Ella conocía su secreto. Por lo tanto Mark, dijo con un hilo de voz, y haciendo un esfuerzo para continuar hablando:
-Mi sangre se está purificando –dijo contrayendo los ojos y haciendo una mueca de dolor- no temas, pronto…estaré bien y te lo explicaré todo.
-Mierda –se lamentó en italiano mientras los últimos trazos negros iban dejando paso a una sangre de color rojo, ya limpia y desprovista de cualquier toxicidad. Mark se arqueó y Julieta ya no pudo más y le sostuvo entre sus brazos para impedir que cayera al suelo, pero Mark la arrastró consigo sin querer y ambos rodaron por tierra. La peluca que ocultaba sus largos cabellos castaños salió despedida, junto con el sombrero de ala ancha, y entonces Julieta se llevó una mano a los labios.
Ya no tenía sentido seguir ocultando la verdad, y menos a quien le había salvado la vida tan oportunamente. Entonces retiró el antifaz de su rostro y unos ojos de color miel le observaron asombrada. Mark realizó un esfuerzo para incorporarse. Entonces Julieta reparó en que estaba echada sobre Mark, a muy poca distancia de su pecho. Se observaron en silencio. La joven notó algo parecido a una descarga eléctrica que le recorrió todo el cuerpo erizándola el vello. Se levantó sonrojándose violentamente.
Mark asintió y dijo entornando los ojos:
-Desde el momento en que te ví moverte y luchar, ya supuse que eras una mujer….y muy hermosa por cierto –dijo Mark sencillamente admirado.
Julieta encogió los hombros y dejó escapar una levísima exclamación de asombro, casi como un suspiro. Mark aun algo dolorido por la violenta expulsión de sangre dijo:
-No quiero asustarte ni que me tomes por un monstruo. Si quieres te contaré el porqué de la sangre negra, de mi habilidad con la esgrima y….de lo del fuego.
Julieta vaciló. ¿ Quién era aquel hombre ? ¿ un loco ? ¿ un mago genial ? ¿ un espadachín diestro ? ¿ todo a la vez ?
Mark percibió el miedo en los bellos ojos ambarinos de la muchacha. Asintió y dijo intentando que su voz sonara natural:
-No temas, no voy a hacerte daño. Si sales corriendo no te perseguiré, pero lamentaría no conocer tu nombre, y el que me tomaras por un fantasma o un espíritu. No tienes nada que temer de mí. Si tienes paciencia para escucharme, y eres capaz de creer cosas increíbles –dijo descubriéndose el antebrazo y envolviéndolo en llamas que hicieron que Julieta diera unos pasos atrás involuntariamente- te contaré todo y verás como las piezas del rompecabezas van encajando en su sitio.
Mark se recostó contra una pared de piedra sentándose bajo un balcón. Entonces empezó a escucharse gritos de gente que se acercaba velozmente. Julieta le asió de la mano y tiró de él.
-Vámonos a otro sitio más seguro. Allí hablaremos.
22
Julieta recostó su cabeza en la almohada mientras su cabellera se expandía sobre la funda adornada con franjas rojas y blancas alternas y una lágrima rodó furtivamente de sus bellos ojos para restallar sobre la almohada. Siguió recordando.
Huyendo del alboroto y el ajetreo que ya llenaba de nuevo el callejón atravesaron media ciudad, embozados en capas y con la capucha calada hasta los ojos. Julieta prestó a Mark una túnica de tela burda para disimular sus demasiado llamativas ropas y cuando llegaron a un prado donde crecían miríadas de lirios blancos a las afueras de la ciudad, supo que por el momento, allí no les molestaría nadie. Mark suspiró y dijo a la intrigada muchacha que se sentó en la hierba recogiendo algunas de las coloridas y llamativas flores que salpicaban el ubérrimo paraje:
-Me llamo Mark Anderson, y cuanto voy a contarte es posible que no lo creas, aunque estás en tu derecho, pero te juro que es absoluta y totalmente verdad. Esta es mi historia.
-Prueba –dijo sonriente Julieta y jugueteando con uno de sus rizos castaños, más pendiente de sus gestos que de sus palabras- luego juzgaré. Por cierto mi nombre es Julieta –dijo con acento musical.
Después de media hora durante la cual Mark habló lenta y pausadamente con un lenguaje preciso y culto, que desmentía su aspecto salvaje, pero esa valoración de la muchacha, era más que nada por la impresión que le había producido verle irrumpir de repente en el callejón, Julieta notó como algo se iba abriendo paso en su alma. Mark no parecía un loco ni un salvaje o alguien perturbado, sino un joven sensible, dulce y por alguna extraña razón que no alcanzaba a entender o se le escapaba, atormentado. Pero no se atrevió a preguntárselo.
-Sé que es una locura –dijo Mark volviéndose y admirando el prado- pero es cierto. Ahora debo irme. Hasta pronto Julieta.
Se puso en pie y caminó moviendo las hierbas y los lirios que se mecían a su paso y que se iban apartando al paso de sus piernas para luego recobrar su posición habitual, como si nunca nadie hubiera pasado por allí. Las flores indiferentes, eran mecidas por un suave viento, mientras la mole de la ciudad de Neo Verona se alzaba orgullosa.
"Mármol y torres que parecen querer alcanzar el Sol" –se dijo Mark apenado.
Entonces Julieta le detuvo aferrándole por el antebrazo izquierdo no sin cierta dificultad. Pese a su fuerza no era fácil retener al fornido muchacho que pugnaba por continuar caminando.
-Espera por favor –dijo con un leve tono suplicante en la voz- no, no quiero que te vayas así como así. A fin de cuentas me has salvado la vida y por lo menos deja que te enseñe la ciudad. Yo..yo –dijo notando una extraña congoja en la voz- me…me gustaría verte de nuevo.
Mark con el corazón destrozado porque en aquel entonces creía que había perdido a Candy para siempre, aceptó. Asintió y ella, le miró con las pupilas iluminadas por la esperanza.
-¿ Aquí mismo ? ¿ mañana a las cinco ? –preguntó ella expectante, conteniendo el aliento, con las manos cruzadas sobre el pecho.
Mark sonrió y dijo que sí.
En ese momento se escucharon voces. Un hombre con el pelo cortado a cepillo y tuerto y otro rubio de apariencia regia y de una belleza singular la llamaban a voz en cuello, agitando las manos.
-Tengo que irme. Mis amigos me buscan –dijo ella casi con desesperación estrechando la mano de Mark. Julieta notó el tacto de su piel y el calor que desprendían sus dedos. Nuevamente la recorrió la misma sacudida eléctrica que había notado hacía tan solo unos instantes.
Se separó del joven agitando la mano. Mark se dijo que era la muchacha más hermosa que había visto en su vida, aparte de Candy, desde luego, a la que no sabía si volvería a ver nuevamente.
23
Mark atravesó la dimensión temporal empleando todas sus fuerzas. Pero notó que una perturbación le alejaba cada vez más de su destino, pese a que este estaba ya a la vista. Intentó salvar la distancia que le separaba de Neo Verona, pero le era imposible. Una especie de corriente muy fuerte le empujaba hacia atrás. Pensó en Candy, en sus hijos y apretó los dientes, pero sintió que las fuerzas le abandonaban. Entonces sin saber porqué se acordó de Julieta y crispó los puños intentando concentrarse. Expulsó más iridium pero solo consiguió producir algunas furiosas explosiones a su paso sin resultado alguno. La dimensión temporal era un maremagnum de formas confusas y diversas, un calidoscopio psicodélico capaz de arrebatar la razón al más cuerdo de los hombres. No entendía porqué le costaba tanto llegar hasta Neo Verona. Se preguntó si habría llegado el momento de pagar su osadía de haber desafiado a fuerzas que en el fondo nunca había logrado dominar del todo. Pero no iba a darse por vencido. Exigió a su agotado cuerpo un último esfuerzo, pero no podía dar el último y postrer paso. Julieta, ¿ por qué su rostro acudía a su mente una y otra vez ? Sentía que algo terrible le iba a suceder a la muchacha y que no podría hacer nada para detenerlo a menos que…
Entonces recordó el día en que un exceso de confianza le había catapultado al espacio alejándole de la Tierra. Y como en una situación parecida, temiendo perder a Candy para siempre, si se alejaba de la atracción de la gravedad terrestre, había causado una detonación tan fuerte que había provocado un pequeño temblor que Candy y Dorothy percibieron desde la mansión Legan, la víspera del baile al que había sido invitada. De esa manera consiguió el impulso necesario para retornar al planeta. La fricción con la atmósfera en su reentrada produjo tal calor que visto desde la Tierra tenía aspecto de estrella fugaz.
-Es una posibilidad –se dijo.
Entonces liberó tal deflagración que la onda expansiva hubiera destrozado un pequeño planeta de haber estado a su alcance. La tremenda explosión fue visible desde Neo Verona y el estampido resultante detuvo por un momento la frenética actividad en las calles de la industriosa ciudad. Entonces un cometa amarillo cruzó el cielo de este a oeste en pleno día. Mark había conseguido su objetivo, pero había perdido el sentido y se dirigía hacia Neo Verona sin ser consciente de que caería tal vez en mitad de la ciudad. Mientras se acercaba más y más, el ruido y los gritos e imprecaciones de la gente hicieron que Julieta abriera los ojos y se asomara al ventanal de su alcoba que daba a la calle. Miró hacia arriba y vio el cometa. Entonces se detuvo estremecida de miedo. El cosmos de Mark la golpeó en oleadas. Reconocería esa energía, cálida, maravillosa y tan dulce en cualquier lugar. Entonces, aun a riesgo de que los carabinieri pudieran identificarla, se vistió rápidamente y bajó a la calle, ante los asombrados ojos de Curio y la displicente atención de Francisco que no pudieron detenerla o preguntarla a donde se dirigía del ímpetu con el que corría. Atravesó velozmente la casa, casi derribando por el suelo a Cordelia. Julieta esbozó una débil disculpa y se lanzó a las calles de Neo Verona, en pos de su antiguo amor.
24
El curioso fenómeno pronto perdió interés para los ciudadanos de Neo Verona. La intensa luz se apagó pronto y afortunadamente, para Mark nadie sintió deseos de investigar o tratar de averiguar que era aquello. Mark había liberado la potencia de una explosión nova. Afortunadamente, fue en un entorno que absorbió gran parte de la enorme cantidad de energía irradiada, porque de lo contrario sus átomos habrían reventado de haberlo hecho en la atmósfera de Neo Verona. El joven se dirigía en picado hacia las afueras de la enorme urbe. Entonces el aire frío que entraba en contacto con su piel y que era inducido por su desplazamiento en caída libre le devolvió el sentido. Abrió lentamente los ojos y percibió los tejados y las orgullosas torres, los palacios y las atrevidas construcciones que harían palidecer de envidia algunos de los rascacielos más emblemáticos de Nueva York.
"Neo Verona, ciudad de piedra y mármol, bulliciosa e industriosa" –pensó Mark para aclarar su mente. Solía hacer reflexiones como aquella cuando estaba inmerso en situaciones de riesgo para tranquilizarse y centrarse. Cuando estuvo más sereno se dispuso a apantallar su cuerpo para que nadie pudiera percibir su intrusión en los cielos de la ciudad y a continuación desataría el aura iridiscente, claro está, si le quedaba algo de energía para poder realizar todo aquello. En esos momentos, un pegasus blanco que relinchaba furiosamente moviendo frenéticamente su cola de dragón tachonada de escamas acudió a su encuentro. En la grupa del fabuloso animal iba una esbelta mujer, que controlaba las riendas con maestría haciendo que el animal volara cada vez más alto. Mark notó un detalle que le llamó la atención. Los cabellos de la mujer eran castaños y sus ojos….juraría que eran ambarinos, casi de la tonalidad de la miel. Mark picó hacia ella, temiéndose que el destino le estaba jugando una pesada broma o tal vez sus sentidos le estaban engañando. Julieta tiró de las riendas doradas y exclamó furiosamente:
-Vamos Rayo de Luna, tenemos que salvarle, vamos, vamos.
Entonces la mujer espoleó al pegasus dirigiéndole, hacia Mark con tal maestría y sincronización que consiguió situarse junto a Mark, que no obstante había aminorado su velocidad de caída, emitiendo la suficiente cantidad de iridium para flotar unos instantes en el aire. Julieta llegó hasta él y poniéndose en paralelo, le tendió la mano. Mark aceptó y entonces se desplomó agotado sobre el lomo del pegasus detrás de Julieta hecho un guiñapo y boqueando. Rayo de Luna que era un pegasus hembra realmente, relinchó airada al sentir el peso extra representado por Mark, pero se dejó dirigir por su dueña. El animal batió las alas, obediente a las órdenes de Julieta y puso rumbo a un lugar donde de momento pudiera reanimar a Mark y reflexionar con claridad. Mark giró la cabeza un momento y antes de desvanecerse de nuevo, contempló los cabellos castaños de Julieta que ondeaban sobre su esbelta figura y un ojo ambarino que le observaba de soslayo y del que le pareció o semejó percibir una lágrima furtiva. Entonces sus heridas se abrieron empezando a expulsar regueros de sangre contaminada. Julieta hizo que el atemorizado pegasus ganara altura para que nadie pudiera percibir desde el suelo, los flagelos negros de la sangre contaminada de Mark. Mark se convulsionó y entonces la muchacha se encaminó hacia un edificio ruinoso en el que como una irreal visión se erguía en su cima más alta un vergel de flores.
25
Rayo de Luna aterrizó sobre un edificio en ruinas situado en las afueras y cuya irregular superficie estaba cubierta por iris, una flor de color blanco de la que sobresalían tres grandes pétalos que bordeaban el contorno del cuerpo principal de la misma, en forma de corona. Entonces Julieta cogió a Mark con cuidado y le depositó en el suelo. Dio un respingo y le observó atentamente. Se dio cuenta de que su estatura ahora era mucho menor, con respecto a la primera vez que le conoció, pero su aspecto no había cambiado mucho en todo ese tiempo. Julieta sonrió con tristeza. ¿ Qué significaba el tiempo para alguien como él ? ¿ Dónde habría estado ? ¿ que habría hecho en todos esos largos días en que ya no le vio más ? ¿ cómo su colosal altura ahora rebasaba ahora en unos pocos centímetros su estatura ?
Mark reposaba sobre el lecho de flores, con los cabellos negros extendidos sobre las iris, mientras el pegasus pastaba unos metros más allá despreocupadamente. Las flores ocupaban toda la terraza de lo que había sido antaño un imponente palacio que se había venido abajo debido al abandono y a la falta de mantenimiento. Entre las ruinas que adoptaban caprichosas formas una miríada de pétalos provenientes de las plantas, ascendían hacia arriba mecidas por un suave viento. Julieta se reclinó junto a él acercando su bello rostro al de Mark, que aun continuaba inconsciente. Entonces algunas lágrimas mojaron la faz de Mark, pero continuó sin despertarse. Julieta le contempló y musitó lentamente entornando los ojos:
-¿ Por qué Mark ? ¿ por qué has tenido que volver otra vez ? ¿ por qué tuviste que romperme el corazón ? ¿ acaso con una vez no fue suficiente ? –le preguntó desesperada, sacudiendo levemente sus hombros cubiertos por la misma cazadora negra que brillaba levemente, pero solo el viento percibió sus palabras llevándolas lejos de allí.
La apenada muchacha tenía el corazón en verdad destrozado. El encontrarle allí solo había reavivado sus recuerdos y antiguos sentimientos, causándola más pesar y sufrimiento. Entonces Julieta abrió los brazos y los pasó por detrás de la espalda de Mark, mientras los regueros negros ya habían dejado de manar y ahora el exánime y valeroso joven expulsaba sangre de color rojo. Sus manos blancas y sedosas palparon la sangre caliente y palpitante del muchacho. Entonces sin poder reprimirse le besó en los labios mientras sus lágrimas se entremezclaban con las últimas gotas de sangre roja que un reguero, que brotó de su hombro derecho cerca de su cuello, esparció por el aire.
-Mark, amor mío –dijo volviendo a besarle y acariciando sus mejillas empapadas de sudor y rocío de las iris. Las lágrimas de Julieta rebotaron sobre los pétalos de algunas iris que se movieron levemente bajo el impacto de las mismas. El llanto de la muchacha resbaló de la flor a la tierra que las bebió ansiosamente.
26
Se tendió junto a él, esperando a que despertase. Más recuerdos acudieron a su memoria. Entonces su mano izquierda se movió involuntariamente y aferró con fuerza la de Mark.
El día en que volvió a encontrarse por segunda vez con él llevaba un vestido rojo con una gargantilla blanca en forma de estrella en torno al cuello y un adorno de gasa blanca sobre la parte superior de la falda de amplio vuelo. Era una hermosa mujer. Mark había pasado la noche en la calle, demasiado confundido para tratar de buscar alojamiento o procurarse algún refugio. Afortunadamente la noche no había sido fría y había conseguido conciliar el sueño en un pequeño parque donde nadie le molestó, bien porque los carabinieri tenían cosas más importantes que hacer que ocuparse de un borracho o un mendigo, que fue la impresión que sacaron de él, los pocos transeúntes que pasaban por allí. Nadie osó molestarle, ya que su enorme estatura cosa poco común en Neo Verona les disuadió de intentarlo siquiera.
-Debe ser un bárbaro de las montañas del norte –dijo una joven dama con un vestido rosa al que una banda azul lo atravesaba de izquierda a derecha en diagonal.
-Y diría que huele hasta mal –dijo su acompañante, un hombre ataviado con un sombrero rectangular y del que sobresalían sus largos cabellos rojizos al tiempo que se cubría la empolvada nariz con un pañuelo de seda, haciendo una mueca de asco y de horror.
La pareja apretó el paso y le dejaron solo. Al día siguiente se encontró con ella, tal y como había prometido. Estaba muy solo y un poco de compañía no le vendría mal. Julieta sonrió al verle corriendo a su encuentro. Mark se sorprendió gratamente de lo bella que era la muchacha y aun más con aquel vestido que realzaba su figura. Hablaron de cosas banales, conociéndose lentamente. Entonces fue cuando Mark los contempló por primera vez. Caballos voladores, pegasus que surcaban grácilmente el cielo pareciendo cabalgar sobre las nubes y el Sol. Julieta ante la extrañeza de Mark rió divertida en voz baja y dijo señalando con el dedo índice de la mano derecha que alzó hacia el cielo señalando un pegasus negro con manchas blancas cuyas crines se agitaban al ritmo del frenético agitar de sus alas. Algunas plumas fueron bajando hasta la pareja y una de ellas, se posó en la cabeza de Mark. Julieta se la retiró con una sonrisa y dijo:
-Son pegasus. Diría que es la primera vez que los ves, Mark.
El joven asintió. Se había quitado la cazadora y su camisa blanca a cuadros dejaba entrever su musculatura bajo la piel morena y curtida. Julieta le contempló fascinada.
-En….mi mundo….hay caballos, pero no pueden volar.
A la muchacha se le antojó un mundo triste. Un sitio donde los caballos estaban condenados a quedarse en tierra, atados permanentemente al suelo, sin poder sentir el deleite del aire corriendo en torno a sus cuerpos o bajo sus cascos. Julieta suspiró entrelazando los dedos de las manos sobre su regazo a la altura del faldón de gasa blanca que ceñía la cintura de su vestido y dijo soñadora, reclinando luego su cabeza sobre los nudillos de sus dedos entremezclados:
-Como me gustaría volar por el cielo, pero…los pegasus –dijo bajando la cabeza con pesar- solo están al alcance de los nobles. La gente corriente de Neo Verona jamás podrá tener acceso a ellos. Su única opción es soñar con ellos.
Entonces Mark sonrió y se levantó lentamente ante la sorprendida muchacha, separando ligeramente las piernas y poniendo los brazos en jarras. Se sacudió algunos restos de tierra, que habían manchado las perneras de sus pantalones y retiró algunas briznas de hierba adheridas a las mangas de su cazadora negra.
-¿ Te gustaría volar Julieta ? –dijo de pronto tendiéndole la mano derecha. Su puño sobresalía de la manga de la camisa dejando entrever la muñeca. A Julieta le pareció que las venas bajo la tostada piel brillaban levemente- ven, conmigo, vamos a tocar el cielo con los dedos.
La muchacha inclinó la cabeza mirándole con creciente curiosidad y enarcando las cejas.
Entonces Julieta asió la mano de Mark y se puso lentamente en pie, ayudada por el servicial y solícito joven. Julieta percibía una tristeza casi innata en él, cuyo origen no sabía explicar, aunque él le había hablado vagamente de un amor no correspondido, pero Mark no había querido profundizar en el tema ni ella indagar por miedo a herirle o desairarle. Y no deseaba que aquellos mágicos momentos terminaran abruptamente. De hecho no quería que terminaran nunca. Y que duraran para siempre.
-Ven Julieta, ven a volar conmigo –dijo sonriéndola afectuosamente- vayamos a soñar juntos, recorramos el cielo. Surquemos el aire.
"¿ Que mujer habrá podido rechazarle y de que manera, como para causarle una pena tan honda y melancólica ?" "parece tan triste y distante, pero percibo en él una bondad tan grande…."
Entonces Mark atrajo a la chica hacia sí, tirando ligeramente de ella, sin brusquedad, tan pronto como aferró sus dedos. Julieta dio un respingo al sentir nuevamente el contacto de la piel del joven contra la suya. Cuando Julieta estuvo a su lado, Mark movió lentamente la mano derecha y preguntó mirando a la chica. Los ojos negros y tristes parecieron taladrarle el alma.
-¿ Me permites Julieta ? tengo que sujetarte bien para que no te caigas.
Intrigada asintió casi mecánicamente. Entonces Mark la rodeó por el talle con delicadeza y especial cuidado y caminó con ella hasta el borde de un mirador al que habían llegado dando un largo paseo, después de que la muchacha le hubiera enseñado la grandeza de la bella y evocadora ciudad renacentista, o al menos a Mark, se le antojó de ese estilo.
-No tengas miedo –dijo Mark mientras el viento agitaba sus cabellos y los picos del cuello de su camisa blanca contra su ancho cuello –estoy contigo y te aferraré con fuerza, lo prometo.
Entonces le rogó que cerrara los ojos y Mark dio un salto con ella hacia el vacío. La muchacha gritó despavorida pero al instante notó una tranquilidad y una calma absoluta, una placidez tal que el vello de su cuerpo se erizó. De nuevo la extraña sensación. Entonces miró hacia abajo. Estaban sobrevolando la ciudad a una altura tal que se divisaba perfectamente casi en su totalidad. Lo extraño es que pese a estar rodeados de pegasus ni la montura ni sus jinetes parecían percibirles. Pero se debía a que Mark había hecho invisible su espectro de luz para evitar atraer miradas incómodas. Entonces Julieta reparó en que estaban envueltos en un aura resplandeciente y suave que les protegía y que permitía que Mark volase con la muchacha a cuestas. Se fijó en la gran cúpula de la catedral que se alzaba majestuosa, mientras algunas palomas pasaban junto a ellos. Julieta contempló el semblante luminoso del joven recortado a contra luz sobre el maravilloso crepúsculo de la ciudad. Sintió que una oleada de felicidad la invadía. Si ya sospechaba que el corazón de aquel joven triste y solitario, aparte de un particular y difícilmente comprensible pasado encerraba una innata bondad, aquello despejó sus dudas definitivamente. Cuando estaba con él, sentía aquella energía tan dulce y vital que le arrebataba. Entonces reclinó su cabeza en el hombro del joven, que sonrió y la llevó sobre el río que atravesaba la ciudad, y en la que el sol del atardecer rielaba produciendo un elaborado efecto de luces y sombras que se reflejaban en los palacios circundantes y en las torres que jalonaban el curso del río y que salpicaban la hermosa ciudad por doquier. A Mark le pareció una mezcla espléndida y armoniosa de Venecia, Roma y Florencia, todo a la vez. Se lo hizo saber a la muchacha y Julieta arqueó las cejas tan cómicamente que arrancó una risa suave y arrebatadora al joven.
"¿ Cómo es que un hombre tan triste como tú, puede ser tan dulce y jovial al mismo tiempo o en determinados momentos ?" –se dijo asombrada –"¿ qué clase de maravilloso ser eres tú, Mark ?"
-Son ciudades de mi mundo. ¿ Sabías que en el país donde están situadas esas ciudades hay una que se llama Verona ?
No sabía si era una casualidad fortuita que precisamente aquella hermosa ciudad de estilo renacentista, con sus palacios, sus torres y su opulencia, pero también con sus miserias y problemas cotidianos, se llamara igual, con el prefijo Neo delante, pero le pareció la ciudad más maravillosa que jamás hubiera visto en su ajetreada y dilatada vida. Mark reía feliz estremeciendo a Julieta. Entonces Mark se detuvo en mitad del aire. Ella dejó escapar una pequeña exclamación de sorpresa, como un repentino ah muy rápido y fugaz. Mark sin saber porqué acarició sus mejillas. La chica no protestó ni se ofendió. Es más casi lo estaba deseando. Entonces cerró los ojos ofreciéndole sus labios. Mark la correspondió besándola levemente, pero no atreviéndose a profundizar más. Aun tenía el corazón dolorido. Y dijo entonces con voz ligeramente fría:
-Será mejor que bajemos Julieta. Tu gente estará preocupada por ti.
La chica asintió con desgana. Entonces notó que sus ojos de ámbar se llenaban de lágrimas. No deseaba separarse de Mark, ya no, después de descubrir la verdadera calidez de su corazón y la profundidad de sus sentimientos. Se había enamorado irremisiblemente de él.
26
-!!! Apágalo, apágalo, maldita sea!!.
Rand se llevó las manos a los oídos intentando no escuchar el escandaloso petardeo del motor de fisión del CT-8. Gray obedeció girando las grandes llaves que interrumpían el suministro de termoelectricidad a las orugas, permitiendo que el colosal vehículo se pusiera en movimiento. Los generadores del CT-8 se detuvieron con un siseo y el tanque dejó de vibrar. El silencio volvió a enseñorearse y reinar en el interior de la gruta. Rand suspiró y se pasó una mano por la frente enjugada en sudor. Por el borde de la torreta asomó la cabeza metálica de Gray que refulgía levemente bajo los focos recargables que habían dispuesto por toda la gruta. Entonces Cinthia se fijó en el cómico brillo que titilaba débilmente en la bruñida calva de Gray y no pudo evitar soltar una risita. El robot no se dio por aludido y anunció asomando medio cuerpo desde el interior del CT-8 con una llave inglesa en la mano izquierda y un scanner en la derecha.
-El silenciador se ha estropeado, y sin piezas de repuesto, me temo -dijo mirando un momento hacia el interior del tanque- que no se puede hacer nada.
El robot regresó a la oscuridad de su reducto en el interior del tanque, para continuar poniéndolo a punto, hasta donde con los medios de que disponía, le fuera posible.
-De todas maneras no podemos pasear un tanque de sesenta toneladas por las calles de, ¿ cómo has dicho que se llama esa ciudad Oberón ? -preguntó Luke mientras se limaba pulcramente las uñas después de habérselas recortado cuidadosamente y soplando sobre las mismas, para eliminar cualquier resto que hubiera podido quedar en su contorno.
Rand se rascó la cabeza meneándola brevemente. Aun le dolía por el tremendo estrépito que el motor del tanque había producido amplificado por la acústica de la gruta. Arqueó las cejas. Cuando se lo dijera porque parecía que sus amigos no le habían entendido debido al ruido que el CT-8 había producido debido a la avería del sistema de insonorización, no se lo iban a creer. Todos aguardaban expectantes. Oliveros estaba comiendo una manzana extraída de las bodegas del vehículo. Si por algo se caracterizaba la FCA era por surtir de todos los suministros posibles e imaginables a sus tropas, por si alguna vez una sección se perdía o se extraviaba durante o después de una misión, hasta que las patrullas de rescate que peinaban Esperanza les encontraran. Y no sería la primera vez que tal sucedía.
-Neo Verona -dijo el joven mientras se quitaba el casco de combate. Allí dentro hacía un calor insoportable.
Duke esbozó un rictus de sarcasmo y dijo:
-Vamos hombre, solo nos falta Romeo y Julieta.
Rand inspiró aire y le pidió a Cinthia que le alcanzara un comprimido de Natrex, contra el mareo y el dolor de cabeza. La muchacha se lo tendió junto con un vaso de agua. Rand se lo agradeció con una sonrisa. Rand se puso el comprimido en la lengua. Tenía un cierto sabor acre como de almendras, pero necesitaba aquello. Su jaqueca iba en aumento. Entonces tomó un largo trago de agua y la pastilla bajó por su garganta. Posó el vaso sobre el pescante derecho del tanque, situado bajo la tortea cuadrangular y señaló con un movimiento de cabeza hacia un fardo que contenía las ropas que había hurtado para si y sus compañeros. Previamente se había cambiado y se había vuelto a enfundar en el uniforme de las FCA. Se encontraba más cómodo en él. Duke intrigado se irguió y caminó hasta la manta de tela burda y basta que cubría los vestidos y los atuendos con los que había cargado hasta la gruta afanosamente. Cuando Duke desenvolvió el paquete, y levantó las ropas medievales con sus manos, pensó que Rand les estaba gastando una broma.
-Esto...tienes que estar de coña -dijo Luke rompiendo a reir y agitando el dedo índice como si estuviera reconviniendo a un chico travieso. Muchacho, esto tiene que ser una broma, sin duda.
-Ojalá lo fuera -dijo Rand sentándose al pie de las orugas del tanque y acomodando la espalda sobre una de las ruedas del tamaño de un niño- pero me temo que no. Si tienes algo que objetar, ve y compruébalo por ti mismo.
Cinthia se acercó movida por la curiosidad y sostuvo entre sus manos un vestido de campesina con una falda negra y un pronunciado escote. Le dio la vuelta y lo superpuso a su cuerpo contemplándose en un espejo portátil que todos llevaban como parte de su dotación. Le sentaba como un guante.
-Ahí fuera hay toda una ciudad renacentista -dijo Rand un poco molesto de que Duke hubiera dudado de su palabra y es enorme- y además -hizo una pausa y les miró a todos. Hasta el sirviente robot pareció observarle con atención- hay pegasos.
-¿ Qué ? -preguntó Oliveros creyendo haber oído mal.
-Como lo oís, caballos alados. Surcan el aire, día y noche. Y además tienen un elaborado sistema de comercio y una red de transporte que cubre toda la ciudad, con carruajes me refiero. Por todas partes hay enormes palacios y edificios de mármol. Y estatuas y jardines y parques llenos de flores y de gente. Es la ciudad más hermosa y colosal que jamás haya visto nunca.
-Neo Verona -dijo Luke pensativamente- ¿ a dónde puñetas hemos ido a parar ?
-Eso -dijo Cinthia plegando el vestido cuidadosamente y admirándolo, pese a que no era precisamente un atuendo de gala- habría que preguntárselo a ese maldito ser, pero hubo que liquidarlo.
Rand creyó que Cinthia iba a sermonearle, pero la muchacha levantó la mano haciendo un ademán repentino y dijo:
-Tranquilo Rand, tranquilo, no voy a reprocharos nada. No nos dejó otra alternativa, pero si hubiéramos podido sonsacarle algo más.
-Es igual -dijo Rand frotando las palmas de sus manos contra las perneras de su pantalón- no creo que ese fantasmón fuera siquiera consciente de a donde nos enviaba, o que esa bola que tenía entre las manos, pudiera producir semejante efecto. Ahora tenemos que pensar en que vamos a hacer, porque me temo, que nos tendremos que quedar a vivir aquí durante una larga temporada.
La idea hizo que algunos de ellos se estremecieran. A Rand no le hacía ninguna gracia, pero por otra parte no había posibilidades de retornar a su hogar, aunque se preguntó que hogar. La larga guerra contra los alienígenas duraba ya demasiado, pero por otro lado, por eso combatían. Si Esperanza se perdía, como la vieja y confusa leyenda terrícola que había escuchado alguna vez en labios de uno de sus viejos profesores decanos en la Universidad de Nueva Sirtis, todo estaría acabado.
Pensó en Pandora, en la inquisitiva muchacha que abrió la caja de la que escaparon todos los males que afligían al mundo madre y como cuando, dándose cuenta de su error y comprendiendo la magnitud de lo que había hecho, la cerró repentinamente, quedando únicamente en el fondo de la misma, la esperanza.
-Pero se ve que la influencia del cofre de Pandora ha llegado hasta aquí -dijo en voz alta con el mentón apoyado sobre sus dedos entrelazados. Duke le escuchó claramente y captó el mensaje que encerraba su sentencia.
-No seas tan negativo hombre -dijo Duke palmeándole el hombro derecho- de momento tenemos que disimular bien al CT-8, para que nadie lo descubra, aun estando guarecido en esta gruta y luego tendremos que ir a la ciudad, conocer sus costumbres, que moneda utilizan, como podríamos pasar desapercibidos, hasta que consigamos salir de aquí. Por cierto, ¿ pudiste averiguar que idioma o dialecto hablaban ?
Luke parecía entusiasmado ante la perspectiva de tener que visitar la bella urbe y examinarla de cerca, pero a Rand no le hacía ninguna gracia y más después de observar el férreo control policial que ese supuesto Gran Duque mantenía sobre sus conciudadanos.
-Creo que es el italiano o una variante un poco diferente -dijo intentando acordarse de sus conocimientos de Historia Antigua de la Madre Tierra, asignatura que siempre se le atragantaba en sus tiempos de estudiante.
-Es un idioma que controlo lo suficiente. Creo que podremos conversar lo necesario, sin meternos en líos -dijo el gigantesco Luke con aire de suficiencia.
Rand extrajo un cigarrillo y se puso a fumar ante el gesto de desagrado de Oliveros y Cinthia, pero Luke le aceptó un pitillo encantado. Ambos hombres aspiraron el humo con delectatión mientras Cinthia decía enojada con los brazos cruzados:
-No hay un ambiente bastante cargado en este sitio, para que vosotros lo empeoréis aun más.
Oliveros asintió y ambos se retiraron al fondo de la cueva para hacer unas comprobaciones en sus equipos. Mientras Rand dijo con el cigarrillo moviéndose de un lado a otro de sus labios:
-Habrá que tener cuidado con lo que digamos -declaró ante su amigo que le observó levantando una ceja. Rand le aclaró entonces entornando los ojos:
-Hay patrullas militares y policiales por todas partes. Unos soldados llamados carabinieris controlan el más mínimo movimiento sospechoso en la ciudad. Pude ver el miedo en los ojos de esa pobre gente y escuchar sus conversaciones en voz baja. Aquello parece un estado policial o una dictadura, no sé. Ya nos podemos andar con ojo cuando vayamos por allí y tener cuidado de que hacemos o que decimos.
Luke asintió y entonces dijo:
-Ya contaba con eso -dijo el corpulento soldado.
Rand le miró interrogante y le explicó:
-En las ciudades renacentistas, sobre todo en las italianas era frecuente que el máximo jerifalte de cada ciudad-estado, se rodeara de unas medidas de seguridad excepcionales. Y vieran complots por todas partes. Y no me extraña nada. No sé aquí, pero en aquellos tiempos, en la Tierra quiero decir, las guerras entre las ciudades estado italianas estaban a la orden del día y las vendettas y enfrentamientos, así como las intrigas palaciegas y cortesanas, ya ni te digo. William Shaskeapere no andaba muy desencaminado cuando describió la situación de aquella época en su inmortal obra, Romeo y Julieta.
-¿ Crees que pudo tener una base real ? -preguntó Rand mientras dejaba caer el cigarro y lo apagaba con la puntera de su bota de cuero -me refiero a la historia de ese romance.
Luke se encogió de hombros y dijo pensativo mientras acababa su pitillo:
-Quien sabe. Algunos dicen que se inspiró en un sueño, otros que sucedió realmente o basada en hechos que lo fueron y que incluso pudo plagiarla de algún autor desconocido. Puede que nunca se sepa la verdad del enigma. Se lleva estudiando y debatiendo esa cuestión desde hace siglos.
Rand movió la cabeza. Sería muy fuerte que justo allí tuvieran lugar los hechos descritos en la dramática y conmovedora historia de amor, que como bien había recalcado y apuntado Luke, era inmortal.
Entonces Luke se despidió con un gesto de la mano y se dirigió hacia el CT-8.
-Voy a ver si ese cabeza de lata de Gray me permite servirme un poco de café. Está un poco quisquilloso, últimamente desde que derramé un poco sin querer sobre el suelo del tanque.
Rand asintió y caminó por la gruta contemplando su espaciosa y gran envergadura. Allí podría caber fácilmente un batallón acorazado de CT-8 e incluso algún RT-9, la variante lanzacohetes basada en el chasis del primero.
Rand fijó los ojos en la recargada y ornamentada bóveda de la gruta. Las grandes estalactitas pendía del techo y algunas gotas de agua se deslizaban a lo largo de las mismas, goteando con un plic plic constante y monótono. Un poco más al fondo había un hermoso y profundo lago donde nadaban algunos peces de extraño aspecto y con ojos blancos, acostumbrados a la escasa luz de la gruta permanentemente en penumbra. Pensó si serían comestibles, pero desechó la idea. Esperaba que ni él ni sus compañeros tuvieran que llegar al extremo desesperado de hincarle el diente a aquellas cosas fofas y viscosas que se alimentaban de algunas partículas de líquenes y unas pequeñas moscas verdes que revoloteaban sobre la superficie del lago, y que las cazaban a la manera del pez arquero terrestre, lanzándoles un chorro de agua, y que regurcitaban en sus grandes mofletes, que se hinchaban cómicamente, hasta que expulsaban el chorro a presión contra el insecto, aunque en Esperanza también había especies parecidas, aunque allí a la especie autóctona del planeta la llamaban, a diferencia de su homónima terrestre, pez ballesta.
Entonces notaron una sacudida muy leve pero que hizo que el suelo de cueva temblase ligeramente.
-¿ Qué ha sido eso ? -preguntó Oliveros súbitamente.
-Me temo que es un terremoto -dijo Cinthia con voz ligeramente chillona por el temor de verse envueltos en una sacudida sísmica- aunque pronto dejó de sentirse.
Rand se asomó al exterior de la cueva portando un desintegrador láser por sí acaso. No tenía intención de herir o dañar a nadie, siempre que pudiera evitarlo, pero tampoco iba a enfrentarse a una espada o a una flecha disparada por cualquiera que estuviera al acecho, que por arcaicas no dejaban de ser letales en las manos apropiadas, sin ofrecer resistencia y convirtiéndose en un blanco fácil, por el mero hecho de sentir escrúpulos de conciencia suscitados por el empleo de armas que producían la abismal barrera tecnológica que les separaba de los habitantes de Neo Verona. Aunque prefería que tal hecho fuera a su favor, como efectivamente era. Por otra parte no descubrió indicios de armas de fuego o cañones, ni siquiera equipos de asedio en las grandes fortificaciones militares que rodeaban la ciudad amurallada, como catapultas, balistas, onagros o los escorpiones, las famosas catapultas de campaña portátiles utilizadas por las legiones romanas en sus guerras. Pero el hecho de que no se hallaran a la vista, no quería decir que no estuvieran allí o que dispusieran de ellas. O que por lo menos, una cultura tan refinada no estuviese en disposición de inventarlas y producirlas fácilmente.
Oteó con cuidado y conteniendo la respiración, pero no vio a nadie, ni distinguió nada sospechoso entre el follaje ni la verdeante vegetación del exterior. Nada se movía entre los árboles, ni un arbusto, ni siquiera una brizna de aire.
Movió el arma lentamente y observó de derecha a izquierda, procurando no exponerse demasiado ni abandonar la relativa seguridad de la cueva. Entonces levantó los ojos y le pareció distinguir un penacho de luz más brillante que la luz diurna y unas pequeñas explosiones en la cola de la misma, y que iba en dirección a la ciudad, pero que pronto se desvaneció. Era como una estrella fugaz, pero fácilmente observable e identificable a plena luz del día. Rand guardó el arma en la cartuchera y se preguntó si no sería algún efecto más de aquel enigmático y extraño mundo al que habían ido a parar.
Se interrogó así mismo, que otras sorpresas les depararía aquel continente, planeta, mundo o lo que fuera.
El joven palpó la culata de su arma para cerciorarse de que estaba en su sitio. Quizás no fuera apropiado experimentar seguridad inspirada por un arma, pero el contacto con el metal del arma láser le tranquilizaba sobremanera.
-Romeo y Julieta -dijo resoplando- que locura, cielo santo.
Pero al evocar los grandes pegasus alados que contempló agitando unas alas tan largas como hermosas se dijo que todo aquello podía tener visos de verosimilitud y de realidad. Las cosas que había presenciado a lo largo de todas sus misiones, le habían puesto los pelos de punta y aun continuaban, haciéndolo.
Nunca olvidaría su primer encuentro con un ciber-disk, una especie de disco volador de color blanco que flotaba a ras del suelo con un zumbido susurrante y ominoso, sobre un campo de fuerza que lo hacía levitar, y que los sectoides, de grandes ojos negros sobre una piel grisácea y pálida, desplegaban en sus misiones de terror contra la indefensa población civil de la Tierra primero y luego en Esperanza. El disco le disparó una ráfaga de plasma que estuvo a punto de segarle las piernas. De no ser por Luke, que entonces le salvó la vida, apartándole rápidamente del radio de acción de la máquina alienígena, no lo habría contado. Era su primera misión. Luego Luke lanzó una carga explosiva contra la insidiosa máquina de asalto y obligó a Rand a agacharse detrás de la protección que les ofrecía un muro semiderruido. Luego el cyberdisk, se detuvo cayendo a plomo, sobre el suelo lleno de cascotes y escombros, produciendo una fuerte explosión, una vez que el pavoroso y achatado disco, dio un giro sobre si mismo, deteniéndose con un zumbido estremecedor e irritante.
-Uno menos -le dijo Luke con una sonrisa en aquel lejano entonces.
Desde entonces un fuerte vínculo de amistad y camaradería les unió, al igual que al resto de cada uno de ellos.
27
Mark abrió lentamente los ojos. Julieta estaba a su lado, pendiente de sus más mínimos movimientos y reclinada sobre él. Tenía los ojos enrojecidos. Mark trató de incorporarse pero no pudo. Estaba muy débil aun. Había empleado demasiada energía para llegar hasta allí. Entonces Julieta abrió los brazos y arrojándose sobre él le envolvió en la calidez de su abrazo, mientras dejaba un reguero de llanto blanco a su paso. A pesar de la dureza de la separación, aun continuaba enamorada de él.
-Mark, Mark –musitó sollozando mientras sus lágrimas corrían por sus mejillas empapando las de Mark. El joven reconoció a la muchacha y se quedó sin palabras por la impresión. Julieta restregó su mejilla contra la de Mark y a lo largo de su cuello. Lo había conseguido, pero no esperaba que esta vez fuera ella quien le salvase. Entonces se puso lentamente en pie. Un chorro de sangre brotó de su hombro derecho cayendo sobre las flores y tiñiéndolas de rojo. Algunas gotas procedentes de la salpicadura impregnaron los pliegues del vestido de Julieta. Entonces él se separó unos centímetros. Julieta le observó con adoración. No sabía como, pero su enorme estatura de dos metros se había reducido considerablemente, sacándole unos pocos centímetros de diferencia. Incluso le favorecía, le hacía más guapo y gallardo. Antes de que pudiera hablar, se le echó encima sellándole los labios con un beso tan imprevisto como apasionado. Julieta creía que había vuelto por ella. Mark, no tuvo valor para desmentir aquello y sacarla de su error. Además, aunque amaba a Candy, no podía dejar de rememorar ese amor que fue realmente sincero en el año que pasó a su lado, junto a ella, hasta que finalmente retornó porque en sus sueños siempre terminaba mencionando a Candy, para disgusto de la muchacha. Mark acarició sus cabellos castaños. La voz desgarrada por la tristeza y el amor de la muchacha le conmovió:
-Te he echado tanto de menos, amor mío, te echado tanto de menos.
-Julieta –musitó él lentamente sin poder separarse de ella y acariciando sus cabellos.
En ese instante se escuchó el relincho de dos pegasus. Mark y Julieta miraron hacia arriba y poco después los dos grandes animales, el uno de color blanco y el otro de un hermoso y llamativo tono ocre aterrizaron en el improvisado jardín de flores removiendo con sus cascos algunas de ellas que salieron desprendidas cuando los poderosos animales pifiaron nerviosos y se posaron sobre la hierba cuajada de iris, mientras dos hombres vigorosos y con aspecto de curtidos espadachines se bajaban de sus monturas rápidamente. Mark les reconoció y ellos a él, sorprendidos. Curio, el hombre que había pensado intensamente en Julieta mientras desayunaba y la muchacha dormía desenvainó su espada. Era un hombre alto, moreno de cabellos rebeldes y con una fina cicatriz de color carne que le cruzaba su ojo derecho sin vida. Algunos mechones rebeldes le bajaban por la frente sobre su ojo cegado. El otro era de largos cabellos rubios, sonrisa permanente y ojos azules. Pero aquel no era momento de poesías. También desenvainó su acero. Habían encontrado a la muchacha después de una frenética búsqueda.
Se aproximaron a Mark corriendo velozmente. Le habían advertido severamente que se alejara de Julieta y que no se le ocurriera acercarse jamás a ella.
Pero la chica se interpuso entre sus dos amigos y su amado. Pero Mark que no era ningún cobarde precisamente la cogió delicadamente de la cintura y la miró a los ojos. Su mirada triste e intensa caló hasta el fondo de su alma como en aquellos tiempos en que por breve lapso de tiempo, vivieron enamorados.
-Déjame esto a mí querida Julieta. Yo me ocuparé.
-Mark –le espetó Curio alzando la espada- te dijimos que no queríamos verte cerca de ella.
Mark no respondió. Y le observó desafiante. Entonces el joven tuerto atacó con furia a Mark, que se limitó a esquivar las estocadas como si nada. Cuando Curio le lanzó una estocada a las piernas Mark saltó por encima y cuando intentó acometerle en un costado, solo tuvo que apartarse situándose a su espalda.
-¿ Dé…de donde saca esta agilidad tan portentosa ? –gruñó Curio.
Entonces Francisco sonrió despectivo y esperó a que su amigo se agotase de lanzar estocadas y mandobles. Siguió luchando, pero lo único que conseguía la punta de su acero era enterrarse entre las flores y desparramar los delicados pétalos multicolores en derredor. Finalmente Curio asombrado, envainó su espada y probó con sus recios puños, con el mismo resultado. Mark no contraatacaba. Le bastaba con evitar los veloces directos de Curio. Harto de que sus nudillos solo mordieran aire desistió apartándose jadeante y dejándole el camino libre a Francisco. El refinado noble sonrió de nuevo y desenvainó su acero. Lo esgrimió ante Mark. Julieta abrazó a Mark por la espalda suplicando que se detuvieran ya. Francisco intentó lograr lo que Curio no había logrado, pero tampoco consiguió nada. No tenían intención de matarle, pero si de escarmentarle por haber distraído a Julieta de su verdadero y único propósito de venganza. Pero Mark, aun con Julieta entorpeciendo sus movimientos y aferrándole desde su espalda, y entrelazando las manos en la cintura del joven le sorteó con facilidad. Sus reflejos acelerados, -hiper acelerados que diría Haltoran- por el iridium, hacía que ningún hombre pudiera competir con él en igualdad de términos. Mark entrecerró los ojos y bajó la cabeza. Parecía muy cansado. Entonces ambos hombres bajaron sus espadas dándole esta vez la oportunidad de explicarse, aunque no tenían alternativa. Entonces se dieron cuenta de un detalle que habían pasado por alto. Curio dio un respingo soltando una exclamación:
-Su estatura, Francisco, yo…yo diría que ha menguado.
Mark que continuaba abrazando a Julieta y acariciando sus largos cabellos castaños dijo:
-No he venido aquí para pelear. Tengo una misión que cumplir, una misión de la que podría depender el destino de mi mundo y puede que del vuestro. Entonces crispó el puño izquierdo cerrándolo violentamente. Se concentró cerrando los ojos e impartiendo órdenes mentales al iridium. Las válvulas de su piel se abrieron dejando exhalar la sustancia anaranjada.
-Su..su piel –comentó exaltado el siempre sonriente e imperturbable Francisco- se está abriendo y algo sale de ella.
El iridium saltó al aire cubriéndolo con un leve vaho naranja que flotó en torno a ellos de forma irreal. Inmediatamente el iridium en estado gaseoso hizo reacción con el oxígeno y la sustancia prendió cubriendo su antebrazo derecho de llamaradas que no le quemaban ni le lastimaban.
-Cómo, cómo ¿ has podido hacer eso ? –preguntó Curio incrédulo echando mano al pomo de su espada instintivamente.
-Esta es una de las razones porque no habeís podido herirme ni un solo instante –dijo Mark mirando a Julieta- por cierto Curio –añadió clavando sus ojos tristes en él- envaina tu espada. Lo único que conseguirías atacándome ahora es fundirla o lastimarte.
Julieta reaccionó finalmente y dijo situándose entre los tres hombres, atrayendo la atención de Curio y Francisco:
-Ya basta. Tenemos que hablar. ¿ es que no os dais cuenta de que podría resultar muy útil para nuestra causa ?
Mark intentó disuadirla de que no había venido a participar en intrigas palaciegas ni en revueltas populares, pero se llevó un dedo a los labios imponiéndole silencio. Mark extrañado obedeció. Julieta se llevó a un aparte a sus dos amigos y guardaespaldas y tras mantener una breve conversación con ellos, en los que la muchacha realizaba vehementes y rápidos aspavientos con las manos, pareció lograr hacer que Curio y Francisco cambiaran de parecer. La muchacha, triunfante emergió del pequeño corrillo que había formado con los dos, hablando en petit comité y dijo con una sonrisa abrazando a Mark y reclinando su cabeza en el pecho del joven:
-Mark, está todo arreglado. Te vienes con nosotros al refugio. Allí estarás a salvo.
Curio realizó un gesto de desagrado y clavó una furiosa mirada en Mark. Parecía extremadamente molesto por el comportamiento de Julieta hacia Mark, por las atenciones y muestras de cariño que le prodigaba. Pero Mark que sabía reconocer los sutiles gestos del lenguaje del amor y los celos adivinó perfectamente que se trataba de lo segundo, motivado por lo primero. No dijo nada y finalmente los dos hombres montaron en sus pegasus, mientras Julieta tomada de la mano de Mark subió a Rayo de Luna que pifió inquieto encabritándose. Julieta fue incapaz de dominar las riendas del inquieto animal que se alzó sobre sus patas traseras lanzando a Julieta por los aires. Mark rememoró inmediatamente lo sucedido a Anthony y con una rapidez que volvió a impresionar a ambos espadachines, la recogió al vuelo antes de que la muchacha se lastimara.
Mark contempló a Rayo de Luna y pensó mirándole de soslayo, mientras sostenía a Julieta en brazos:
"Ha debido ser el iridium. Algunos animales se asustan y se incomodan al notar sus emanaciones".
Depositó a la joven en el suelo y entonces se subió al pegasus antes de que Julieta pudiera hacerlo de nuevo.
-Pero Mark si nunca has…-dijo la chica preparándose para asir con fuerza las riendas de Rayo de Luna, porque de un momento a otro, derribaría a Mark por tierra. Pero el joven la sonrió y acariciando las crines y el cuello del pegasus, logró tranquilizarlo. Julieta no cabía en sí de asombro. Era como si hubiera estado haciendo aquello toda la vida. Entonces le tendió una mano a la muchacha. Julieta estrechó su mano y se encaramó a la grupa del pegasus sujetándose fuertemente a Mark. Chasqueó las riendas y el majestuoso animal, con un batir de alas y relinchando estridentemente se alzó verticalmente como una flecha hacia arriba. Julieta reposó su cabeza sobre su espalda entornando los ojos y pensando emocionada:
"Ha vuelto por mí, y estoy convencida de que esta vez estaremos juntos para siempre. Romeo tendrá que entenderlo".
Curio y Francisco desde sus monturas siguieron sus evoluciones mudos de asombro.
-¿ Quién es ese hombre realmente Francisco ? –preguntó Curio a su amigo, moviendo la cabeza por la estupefacción.
-No lo sé –dijo Francisco que no tuvo por vez primera, ocurrencia alguna en los labios para criticar o alabar aquello mientras tranquilizaba a su pegasus que también parecía haberse puesto nervioso sin más- pero Julieta ha prometido revelarnos la verdad de sus poderes o facultades, o lo que sea, cuando lleguemos al refugio. Entonces percibieron un reguero de sangre negra que fustigaba el aire y que salía de su espalda.
28
Rand y Cinthia se habían disfrazado convenientemente mientras abandonaban la gruta. Luke y Oliveros montarían guardia junto con Gray, el robot piloto y cuidador del CT-8. Rand se sentía un poco incómodo con el jubón de cuero y las calzas que le hacían algo de daño, pero Cinthia parecía encantada con su vestido de campesina. Rand había intentado llevarse algunas armas pero pese a ser el jefe de la sección de asalto, siempre escuchaba a su segundo Luke, el cual le dijo sinceramente mientras sus palabras resonaban por toda la gruta:
-Mira Oberón –le dijo depositando su manaza en su hombro derecho, tú eres el jefe, pero me parece arriesgado. Si os pillan con eso encima, no quiero pensar lo que podría ocurriros.
Pero aun así llevaban puestos los jetpacks disimulados en el cinturón. Básicamente aquel era un ingenioso artilugio que no había variado sustancialmente desde su invención en el siglo XX terrestre por un tal Haltoran Hasdeneis que era una especie de genio de la talla de Tomas Alva Edison, según algunos.
Los jetpacks portátiles tenían varias toberas retractiles que podían orientarse, aunque según una leyenda, los primeros no fueron muy fiables. Según la misma leyenda, el propio inventor estuvo a punto de lastimarse al tirarse desde un balcón y no funcionar en el momento ni en la forma adecuadas. No se conocían las circunstancias que pudieron impulsarle de ser cierto a hacer algo así. También otra leyenda afirmaba que había emprendido un viaje sobre el Océano entre dos continentes de la Tierra, en compañía de un misterioso hombre, amigo suyo, con los mencionados aparatos. Los motivos del viaje y la identidad del hombre se habían perdido en las brumas del tiempo y nunca se pudo probar si fue leyenda o realidad. Se contaban muchas anécdotas acerca de la vida de Haltoran Hasdeneis, pero lo cierto es que se sabía muy poco de su vida aunque sus numerosas invenciones eran ya patrimonio de todos.
Cinthia y Rand caminaron en silencio. Cinthia no se atrevía a hablar porque su dominio del italiano era nulo. Para mayor seguridad hablaría él y ella se limitaría a asentir aunque había memorizado algunas frases sencillas por si tenía que hablar, para no levantar sospechas. Cuando atravesaron el puente que daba acceso a la ciudad por la puerta norte, Cinthia observó asombrada la gran cantidad de gente que se desplazaba en ordenadas hileras vigiladas atentamente por numerosos guardias que portaban largas picas y alabardas, con escudos de forma vagamente romboidal y en cuyos uniformes predominaban las tonalidades azules y oscuras. Cinthia tenía barruntos de que en cualquier momento uno de aquellos carabinieris que había mencionado su amigo Rand, pudiera salirse al paso y pedirles una inexistente documentación que provocaría la consiguiente pelea y huída, que no favorecería precisamente sus intentos de intentar pasar lo más desapercibidos en las calles de la hermosa ciudad, cuya elaborada arquitectura y altas torres que parecían agujas de lo estilizadas que eran algunas de ellas, la dejó sin aliento. Se fijó en la gran cúpula de la catedral, que estaba rematada por gabletes y pináculos y grandes arbotantes que sostenían sus altos y sólidos muros. Afortunadamente los carabinieri parecían más ocupados en controlar a los visitantes que accedían a la plaza principal en la que se desarrollaba un animado mercado, que en un par de forasteros que no parecían representar por el momento ninguna molestia.
-Debe ser día de feria –musitó Cinthia mientras procuraba que su escote no dejara entrever demasiado sus senos- veo tenderetes de colores por todas partes.
Rand asintió. Los carabinieri parecían ir de puesto en puesto solicitando los diezmos por la instalación de cada una de las paradas de venta. Quitando la ominosa sensación de estar un estado policial, tal y como Rand lo había descrito el ambiente era agradable, lúdico y festivo. Parejas de enamorados, matrimonios con niños pequeños, hombres solitarios o damas cortesanas recorrían los abarrotados pasillos del mercado medieval. Cetreros intentaban mostrar las habilidades de sus aves, esperando que algún gran noble de alguna de las casas dirigentes de Neo Verona se fijara en su mercancía y le comprara alguna de sus aves de presa. Juglares y trovadores amenizaban el ambiente tocando laúdes y esperando que algún espectador sensible al arte o caritativo aflojara su bolsa para a cambio de algunas monedas, disfrutar de una oda, un soneto o una tragedia digna de la corte del Gran Duque, señor absoluto de Neo Verona. Vendedores ambulantes anunciaban con grandes voces sus variadas mercaderías. Las había para todos los gustos. Desde vinos y perfumes de Capua hasta delicadas iris del lejano sur. Algunos payasos evolucionaban entre los paseantes y curiosos que abarrotaban la feria asustando a algunos niños y haciendo reír a otros. También había espectáculos de guiñol, títeres y juegos de dados. En otra mesa, sentado al pie de la misma en una desvencijada silla, bajo una carpa un hombre forzudo de grandes bigotes, por la apuesta de unas pocas monedas de oro medía la destreza y la fuerza de su brazo, con quien se atreviera a desafiarle a un pulso. Por todas partes, además de la sempiterna y agobiante presencia policial de los carabinieris había banderas y pendones de color azul en los que destacaba un escudo de armas encabezado por un ala bellamente representada. La simbología del escudo era muy compleja y recargada con espirales entrelazadas entre sí que se unían por un extremo. Una especie de colas partían de las espirales a ambos lados de la misma. Y en la base del conjunto figuraba una rosa negra, justo en la parte baja del escudo. Debía ser el emblema de la casa reinante. Cinthia que estaba admirando todo aquello disfrutando como una niña se tropezó sin querer con un hombre enjuto que estuvo a punto de irse al suelo, tras perder pie. Cinthia se disculpó visiblemente avergonzada y sostuvo la mano del hombre antes de que cayera al suelo, ante las miradas airadas de los transeúntes. El hombre de pelo lacio rubio y que le confería aspecto de paje, tenía finos bigotes separados y dispuestos a ambos lados de la ganchuda y prominente nariz.
-Señorita es usted muy hermosa –dijo en un dialecto similar al italiano tal y como Rand les había relatado en su primera inspección a la ciudad- pero sus ojos no están donde deberían y su mente parece vagar más allá de las estrellas, en las grandes regiones de la tranquilidad y calma más absoluta.
Después de soltar la poética exhortación, por toda respuesta Cinthia mirando a Rand para que le echara una mano acertó a esbozar una disculpa en italiano. El hombre pareció no darle mayor importancia al incidente y besando la mano de Cinthia galantemente dijo:
-Mi nombre es William.
Y continuó su camino tras hacer una reverencia, sin preguntar el de ella. Rand enarcó las cejas y se dijo si aquel hombre no sería quien se estaba temiendo. Realizó un gesto con la mano arrugando la nariz y descartando aquella descabellada hipótesis.
-¿ Qué te pasa ? –preguntó Cinthia en voz baja para que nadie captase que estaba hablando en inglés estandar. Aunque tampoco desentonaría demasiado en el babel de lenguas que resonaba en toda la gran plaza.
-No….no es nada –dijo confundido, siguiendo con la mirada al flaco y enteco hombre que se alejaba abriéndose paso entre la multitud.
A requerimientos de Cinthia, Rand tradujo lo que le había dicho y la muchacha sonrió al evocar los ademanes afectados y un tanto artificiosos del hombre.
-Vaya con el poeta –dijo sonriente. Le había caído simpático.
-William –repitió ella quedándose con el nombre que se le antojó curioso y chocante.
29
El estricto y malhumorado Duque Laertes Banto Montesco estaba en su escritorio de trabajo, atestado de papeles y soñando con ambiciones nunca satisfechas y con poderes casi ilimitados que rebasaban ampliamente los muros de Neo Verona. ¿ Por qué conformarse con los límites estrictos y ridículos que le imponía la ciudad y que se le tornaban agobiantes ? ¿ por qué no ir más allá ? ¿ por qué no controlarlo todo y a todos ?
Pero no podía ni acabar con las continuadas conspiraciones que veía por toda la ciudad como para atreverse a ir más allá de la misma por el momento. Observó ceñudo el retrato de su esposa Portia Clemenza di Ebe que aun conservaba sobre su mesa y de un gruñido le apartó de un manotazo. El retrato cayó al marmóreo suelo astillándose el cristal que lo protegía que se hizo añicos y desparramando el óleo por las baldosas. El Gran Duque observó los ojos de su esposa que parecían recriminarle desde el otro lado de la pequeña acuarela. Eran verdes bajo los cabellos morenos cuyas puntas rozaban sus torneados hombros y que se recogían hacia arriba. Llevaba un sencillo hábito con una gargantilla de color verde oscuro y una pequeña diadema sobre la frente que ceñía sus sienes. Un colgante dorado nada ostentoso con una cinta oscura y un pequeño rostro del que partían unas alas desplegadas, con una filigrana dorada debajo adornaba su cuello. Su esposa y madre de su hijo Romeo, había decidido recluirse voluntariamente en un convento en protesta y desacuerdo por la opresiva política que su marido ejercía contra la población de Neo Verona en parte, y también por la vergüenza y tristeza que le había acarreado convivir con un hombre tan despótico y tiránico. Sin embargo siempre recibió a su hijo Romeo con una sonrisa y una palabra amable y nunca dejó de quererle. Su hijo no tenía porque cargar con los pecados de su padre.
Laertes se mesó la barba y los bigotes cuidadosamente recortados y soltó un gruñido. Miró el retrato de su hijo junto a Siero, el pegasus regalo de su madre. A su lado el temeroso Titus, aun bajo los vapores etílicos de la enésima botella de buen vino que había trasegado le observaba atemorizado, incapaz de interrumpir las meditaciones del colérico y voluble gobernante. Una obsesión copaba su cabeza:
-Julieta Fiammatto Asto Capuleto –recitó en voz alta con ira.
Pero había algo que le intrigaba y preocupaba al mismo tiempo. Justo a la hermosa muchacha, había sido visto un hombre alto, de largos cabellos negros y ojos oscuros de movimientos felinos y que parecía extremadamente peligroso, por lo que también había extendido la orden de busca y captura a él, ofreciendo una sustanciosa recompensa por cada uno de ellos. Ese peligroso hombre le preocupaba, casi más que Julieta y no sabría explicar porqué.
Entonces reparó en su subordinado. Su hijo Mercurio, primo y consejero de Romeo, se avergonzaba constantemente de él, aunque lo único que interesaba al ambicioso e intrigante joven era el poder que detentaba el malhumorado Laertes.
-¿ Qué quieres tú ahora ? –dijo al tembloroso y ebrio hombre que temblaba como una hoja delante suyo, en su presencia.
-Señor –dijo Titus aclarándose la garganta antes de seguir hablando. Se mesó las largas patillas. Sus facciones habitualmente alegres por el efecto del vino, ahora estaban demudadas y descompuestas –un forastero con un hábito negro desea hablaros. Al parecer, me ha dado referencias muy precisas y no sabiendo que hacer he decidido consultaros si deseáis recibirle en audiencia o no.
-¿ Quién es ? ¿ ha revelado su identidad ?
-Sólo ha dicho que es un barón, pero se ha negado a identificarse o a mostrar su rostro. Sólo ha dicho que hablará en presencia de vos, y no con subordinados.
Su Ilustrísima el Gran Duque se acarició la perilla negra con dos dedos. Palpó complacido los suaves y tersos flecos de piel blanca que jalonaban su larga capa cerrada oscura. Aquel gesto le tranquilizaba, le reafirmaba en su poder absoluto. Su otra obsesión era ese maldito Torbellino Rojo que le traía de cabeza y que ridiculizaba constantemente a sus funcionarios y agentes de policía. Y eso que ofrecía constantemente fuertes recompensas, promulgaba edictos amenazantes para todo aquel que diese cobijo, alimento o ayuda a aquel forajido. También había realizado batidas por el sector de los campesinos y otros barrios humildes de la populosa ciudad donde se suponía que tenía su base, pero sin resultado alguno. Incluso había distribuido pasquines en los que un amenazante y monstruoso Torbellino Rojo, que resultaba grotesco, amenazaba a los pacíficos ciudadanos de bien como una sombra amenazante, mientras esgrimía una gran espada con gesto más de matarife que de espadachín caballeroso y galante. Grandes dientes como los de un cocodrilo resaltaban amenazadores sobre el rostro siniestro y enjuto. Sobre la capa roja desplegada a un imaginario viento rezaba la siguiente expresión:
"Se busca al Torbellino Rojo". Y más abajo figuraba en una banda diagonal negra con letras blancas: "Se ofrecerá una recompensa por cualquier información".
Carteles así habían sido distribuidos por toda la ciudad con el escudo ducal situado en el ángulo superior derecho.
El Gran Duque tomó una elaborada copa de cristal negro tallado e hizo girar su cuello entre los largos y enjoyados dedos. Llevaba el sello ducal en el dedo índice. Observó la copa. Un recargado adorno dorado representando un pequeño dragón, estaba adosado a un lateral del caro y refinado recipiente. De la cola del dragón partía una espiral que finalizaba justo donde empezaba el cuello de la copa, que Laertes sostenía entre los dedos.
-Que pase –dijo intrigado tras tomarse un largo tiempo para responder a Titus. Si aquel desconocido intentaba algo, su escuadrón de cuarenta guardias de corps escogidos le acribillarían a saetazos y lo rematarían a estocadas.
Titus obedeció y fue a buscar al desconocido que aguardaba pacientemente en la puerta del gran despacho de Laertes. Al cabo de unos instantes una figura muy alta y embozada en un hábito oscuro de tonalidad morada entró siguiendo a Titus. Laertes hizo un displicente gesto a su subordinado, este se retiró discretamente cerrando las puertas batientes detrás de sí. Laertes contempló al desconocido barón que aun no había descubierto su rostro y realizó un ademán para que se sentara. Pero el desconocido permaneció de pie.
Entonces habló con una extraña resonancia, como si dos personas estuvieran entonando un coro al unísono.
-Mi amo es un hombre muy influyente que podría hacer realidad sus sueños de conquista Gran Duque Laertes Banto Montesco.
Laertes algo irritado por las confianzas que el embozado personaje se tomaba con él, hizo un imperceptible gesto al capitán de su guardia. Al momento, el desconocido hizo otro y varios hombres que portaban máscaras de hierro y espadas cortas desplegadas irrumpieron en el despacho, situándose en semicírculo para proteger a su señor. Titus no se atrevió a hacerles frente apartándose con un sudor frío de su camino. Los hombres llevaban yelmos ovalados y una especie de hombreras con un faldellín que recordaba levemente al que usaban los antiguos romanos u otros pueblos de la antigüedad. Por un instante los hombres del varón y los carabinieri del Gran Duque parecieron tentarse mutuamente en lo que parecía el preludio de un enconado y encarnizado combate.
Entonces Laertes impresionado por el porte y las agallas del desconocido lanzó una carcajada rebajando la tensión que fue correspondida por el barón con un leve asentimiento de cabeza.
-Bien, escucharé cuanto tienes que decirme, pero si me haces perder el tiempo haré que te corten la cabeza –dijo apuntándole con un dedo índice.
Entonces reparó en el amenazante tridente que llevaba en la mano. El hombre alzó la cabeza y dejó entrever una visión que hizo retroceder espantados a los miembros de la guardia de Laertes.
Pero el Gran Duque se ajustó su gorra y permaneció quieto y obligando a sus hombres a quedarse donde estaban con un seco e imperativo ademán de su mano. Tenían más miedo de la reacción de su señor y el subsiguiente castigo, que de lo que habían presenciado. Entonces los finos y cincelados rasgos de un hombre y una mujer superpuestos en un solo rostro que le observaba arrogante y con una sonrisa cruel le contemplaron fijamente. Un mechón de pelo negro bajaba justo donde se realizaba la siniestra y macabra unión de los rostros masculino y femenino. Un collar negro con puntos amarillos bordeaba el cuello de su capucha.
-Mi nombre es Barón Ashura y mi señor el doctor Infierno, le envía sus respetos, -dijo arrodillándose ante él y realizando una reverencia mientras sostenía con dedos de hierro el siniestro tridente que agitaba de un lado a otro –tiene grandes planes para usted, amigo mío –dijo el amenazador y espeluznante ser- aunque espera lealtad y una compensación adecuada por su parte, ilustrísima.
Laertes asintió y se fijó en que la ceja de la parte masculina del rostro del Barón Ashura estaba más poblada que su compañera de la parte femenina y en sus carnosos labios exageradamente rojos.
Los hombres de la máscara de hierro envainaron sus espadas y aguardaron a que su señor empezara a hablar. Laertes le escuchó con interés apoyando su mentón sobre su mano izquierda, mientras su codo se apoyaba en las finas maderas nobles de la superficie de su escritorio.
30
-Noooo .Maarrk –una voz femenina rasgó el silencio de la noche. Al momento Helen, yo y Annie que se había quedado con ella aquella noche acudimos inmediatamente alarmados por sus gritos. Candy se despertó bañada en sudor. Marianne y Maikel habían corrido precipitadamente desvelándose al escuchar los lamentos desgarradores de su madre.
Candy había tenido otra pesadilla en la que veía a Mark envuelto en un inmenso peligro. Abrazó a sus dos hijos que se agolpaban contra ella llorando temerosos.
-Mamá, mamá, -preguntaba Marianne preocupada mientras acariciaba los rizos rubios de su madre, -¿ que te ocurre ?
-No es nada cariño –dijo Candy enjugándose las lágrimas de sus hermosos ojos verdes.
Si había costado horribles y dolorosos momentos conseguir que aceptara la partida de Mark con reticencia, ahora que iba tomando conciencia de la ausencia de su marido, su dolor y sufrimiento había ido en aumento, haciendo que todos nos afligieron ante su sufrimiento, impotentes por no poder hacer nada para mitigarlo. Aunque el contacto con sus hijos a los que abrazó y besó empapándolos de lágrimas y de besos parecía calmarla.
Cuando salió del sopor que Mark la indujo para que no sufriera con su partida, y no le encontró a su lado, sus gritos de dolor, desgarradores y terribles resonaron por toda la mansión.
Finalmente, las palabras de ánimo de su amiga Annie, sus padres adoptivos, y el contacto con sus hijos parecieron calmarla y se durmió finalmente. Maikel la besó en la mejilla y Candy atrajo a su hijo hacia sí. Escuchó las palabras de su hijo que mostraba una entereza y madurez increíbles:
-Mamá no llores más, papá volverá pronto a nuestro lado. Tienes que confiar en él. Yo sé positivamente que así será.
Entonces la figura espigada y distinguida de una mujer rubia de largos cabellos recogidos en un moño y algunos que le caían en tirabuzones sobre la espalda se acercó a la muchacha. Marianne corrió a su encuentro mientras Maikel continuaba apretando fuertemente la mano de su madre. Eleonor se arrodilló junto a la cabecera de la cama y acarició la frente perlada de sudor de su hija que enjugó con un pañuelo de seda.
-Mamá –dijo Candy con ojos entristecidos- Mark….se ha marchado.
-Lo sé mi pequeña niña –dijo abrazándola y musitando palabras en el oído de la joven como si fuera una niña, que a fin de cuentas eso era para ella. Helen permitió que su amiga Eleonor atendiera a Candy. Sentía algo de envidia pero no dijo nada y no entorpeció en la labor de la solícita y bella actriz que no reparó esfuerzos para calmar a su abrumada hija cuyos largos y sedosos cabellos rubios remansaban sobre la almohada. Entonces Dorothy me llamó y salí con ella de la habitación. En el exterior de la habitación de Candy estaba Haltoran que había acudido tan rápido como pudo cuando se enteró de la reacción de Candy ante la ausencia de Mark, por boca de Carlos.
-Tenemos que ir a donde ha ido él y traerlo a rastras si hace falta –dijo Haltoran mirando con temor hacia la puerta de la alcoba de Candy y procurando no elevar la voz para que no le escuchase inadvertidamente aumentando su dolor.
Parpadeé asombrado y le miré como si hubiera perdido la razón.
-No me mires así –dijo Haltoran enojado- si no traemos a ese maldito cabezota de vuelta, la pecosa se nos queda en el camino, ¿ me entiendes verdad ?
-¿ Y como pretendes que vayamos hasta allá ? –pregunté quitándome el sombrero para rascarme la cabeza- no se trata de viajar en el tiempo si no de saltar a otra dimensión. Hasta Mark hablaba con temor de algo así. Por la cara que puso no debe tratarse precisamente de un paseo, que digamos.
Haltoran asintió y declaró mostrándome un diagrama de Mermadón en el que se vislumbraba una especie de compartimientos interiores.
-Iremos en él. Lo diseñé para que pudiera servir de refugio..en caso de apuro
Le miré con las cejas levantadas. Otra extravagancia más del ex-jefe de proyectos de Empresas Parents.
. El iridium con el que está fabricado nos protegerá.
-Ya, y seguro que nos lo va a permitir –dije con un deje de duda en la voz.
Haltoran esbozó una media sonrisa, aunque las circunstancias no invitaban ni mucho menos a ello. Se escuchó un sollozo ahogado seguido de numerosas muestras de cariño y palabras de ánimo.
-Aunque creo que no cabremos los dos –dije con reconvención.
Haltoran me mostró un mando y explicó:
-Cuando apriete este botón Mermadón duplicará su altura y nos alojaremos en su interior. Y Mermadón no se echará atrás porque algunos retoques en su programación lo harán proclive a esta pequeña excursión.
En cuanto a mí no me apetecía nada ir, pero cuando Haltoran me suplicó casi postrándose ante mí de rodillas que fuera, porque seguramente a mí como "maestro de Mark" me escucharía lancé un suspiro y dijo con un poco de desgana:
-Está bien. Cuenta conmigo.
Haltoran me dio un abrazo y me explicó que Mermadón se orientaría siguiendo el rastro de iridium que Mark había ido soltando a su paso. Al parecer, era una pista fiable que perduraba casi indefinidamente en los extraños y abismales dominios del tiempo.
-Iremos pues –dijo Haltoran contemplando la luna y mostrando una fiera determinación en su rostro. Suspiré y le imité tratando de auto infundirme valor a mí mismo.
FIN DE LA PRIMERA PARTE
NOTA DEL AUTOR: Hay referencias a varios animes. Así como personajes totalmente ficticios de los que he tomado prestado el contexto de un conocido juego de estrategia parte de una larga y prolífica saga, que hoy en día sigue estando en boga. Como insistía arriba todo ello sin ánimo de lucro. Siento si no es del agrado de alguien, pero estoy dispuesto a ir hasta donde mi imaginación, me lleve, eso sí, siempre sin intención de ofender a nadie.
