UNA DE ALTOS (Y BAJOS) VUELOS

Dramatis Personae:

- Archie, un mago vetusto al que, según sabemos, le gusta tener sus partes privadas debidamente aireadas. Y usar camisones.

- Cecilia Pizarro: una bruja española que es madre de familia numerosa…

- Parte de su igualmente numerosa parentela.

Cameos:

- Cierto mago español muy conocido por sus apariciones televisivas, que popularizó el estilo "Tacháaaaan"

Algunas Notas explicatorias del Potterverso Sorgexpandido a la comunidad mágica española:

- La comunidad mágica de la península ibérica se retiró a la clandestinidad (que en realidad significaba esencialmente dejar de servir a los monarcas y demás señores feudales) en 1212, unos 500 años por delante del Estatuto Internacional del Secreto (siglo XVIII según consta en nota a pie de página en Los Cuentos de Beedle el Bardo). Habida cuenta de que las posesiones de las monarquías ibéricas de entonces no coincidían solamente con territorio peninsular, no supuso que en las Cortes dejara de haber magos (simplemente, que los tenían que buscar en otros reinos). No obstante, a nivel diario y personal la interacción con los muggles se mantuvo, y se mantiene hasta hoy.

- No existe un Colegio como Hogwarts para estudiar magia, fundamentalmente porque el régimen de internado tampoco tiene una implantación como en la Gran Bretaña. Los niños acuden a los colegios muggles, y a partir de los siete años, la edad de la razón, empiezan a recibir educación mágica en paralelo en pequeñas escuelas. Según van superando etapas, se presentan a exámenes oficiales del Ministerio. Una forma de completar esa educación son los Campamentos de Verano (en realidad, cursos intensivos de magia).

- La educación mágica superior también está regulada por el Ministerio. Cecilia es abogada mágica. Esto quiere decir que una vez superada la selectividad muggle se incorporó como pasante al Ministerio y allí, de una manera tanto práctica como teórica, fue adquiriendo la formación durante varios años. Esta formación incluía asignaturas de Derecho Muggle (por aquello ya comentado de la interacción).

Cláusula de Descargo… y de Copyright

Muy bien, Archie y las reglas generales del Potterverso son de la Rowling. La sociedad mágica ibérica, sus particularidades, y por supuesto los personajes con denominación de origen son MIOOOOOS.

Inspirado por las historias de aviones de Cris Snape, la T-4 de Barajas y unos cuantos vuelos

Capítulo 1

Julio de 2006,

Archie salió de Travellin' Travel con una espléndida sonrisa y un sobre bien aferrado con ambas manos. Con los pies firmemente plantados en la acera del Callejón Diagon, miró al mundo mágico con autosuficiencia. Aquella idea del Ministerio de Magia, que en principio le pareció una completa estupidez, ahora en cambio le tenía entusiasmado. ¡Vacaciones pagadas por el Ministerio! ¡Y solamente por haber cumplido ya los cien!

Había leído que en Almería, en la costa mediterránea, además de brujas guapas había playas naturistas. Y había leído también que eso del naturismo significaba que nadie, absolutamente nadie, iba a extrañarse de que se bañara sin calzones. Como tenía que ser. Con sus partes privadas en contacto directo con la naturaleza. Al fin y al cabo, la gente hacía mucho ruido con aquella tontería. ¡Con lo sano que era sentir una suave brisa o el frescor del agüita del mar! Y total, a los pececitos y las almejas les iba a resultar de lo más natural.

Archie caminó con decisión hacia El Caldero Chorreante. Dentro de un mes, se colocaría uno de sus blusones floreados, esos que compraba en las rebajas de Marks & Spencer, una tienda muggle que le entusiasmaba; se montaría en su Barredora 1900 Classic y emprendería vuelo hacia un lugar llamado Garrucha.

xXxXxXx

- Nunca más…- Murmuró Cecilia mientras traspasaba la puerta de su casa. Llevaba más de una hora repitiéndose aquello a sí misma. Estaba acostumbrada a las explosiones de magia accidental de su hijo Alberto, pero esto había pasado de castaño oscuro. Incluso sus hijas, que no había quién las callara ni metiéndolas debajo del agua, habían guardado un silencio casi sepulcral hasta el momento en que las despidió con un beso.

Cecilia había llevado aquella mañana a sus niñas, Isabel y Mencía, al Campamento Escuela para Niños Mágicos en los Picos de Europa. Se había llevado también a Alberto, el menor, que tenía cinco añitos, porque no tenía con quién dejarlo. En lugar de coger el coche, lo había hecho al modo propio de los de su clase: en su escoba familiar. Todo marchó estupendamente hasta que Alberto tuvo uno de aquellos escapes de magia descontrolada, excitado porque una de sus hermanas le había dicho no se qué. Entonces habían caído en barrena más de cien metros a una velocidad de vértigo. Cecilia, buena voladora, mantuvo la sangre fría y consiguió estabilizar la escoba antes de que chocaran contra el campanario de una solitaria ermita románica en medio de un solitario páramo en la provincia de Palencia.

Llegaron pálidos y demacrados, sobre todo Mencía, la que había hecho el comentario. Y Alberto se llevó una buena bronca. Afortunadamente, su hermana y su prima Lucía habían quedado allí con ellos para llevárselo a hacer una estupidez de moda llamada Mountain Broom por el Pirineo aragonés. Porque a Cecilia, en esos momentos, se le antojaba una durísima prueba para sus nervios el viaje de vuelta con Alberto detrás. En cualquier caso, y aunque se tratara de parientes, era una buena abogada mágica. Las puso en detallados antecedentes para que luego no vinieran quejándose si la criatura volvía a hacer una de las suyas.

- Nunca más… - Volvió a murmurar. Y se sentó en un sillón ergonómico reclinable, puso los pies encima del sofá, cerró los ojos e intentó relajarse. Y así permaneció un buen rato hasta que su marido, que también se llamaba Alberto y que era un muggle ingeniero informático, entró en casa haciendo bastante ruido.

- ¿Qué te pasa? – dijo él mientras asomaba la cabeza por la puerta del salón.

- Nunca más, Alberto, nunca más me los llevo a los tres en la escoba hasta que tu hijo no sea capaz de controlar un poco su magia.

Alberto dejó el maletín en el suelo y colgó la chaqueta en el respaldo de una silla.

- ¿Qué ha pasado? – preguntó sentándose en el sofá y tomando uno de los pies de Cecilia entre las manos.

- Me ha desequilibrado. Hemos estado a punto de pegárnosla…

Alberto empezó a masajear el pie.

- Pero al final no ha ocurrido nada…

- ¡Oh! ¡Vamos! ¡Podíamos habernos matado!

Alberto miró fijamente el pie de Cecilia. Llevaba mucho tiempo junto a ella. Conocía muy bien a su familia política y había tenido tres hijos mágicos con una bruja. Pero no terminaba de cogerle el punto a eso de la magia. Cuando Cecilia se refería a que habían estado a punto de matarse ¿hablaba en serio o realmente exageraba? Pensativo, siguió masajeando mientras sopesaba si debía pedir aclaraciones adicionales o dejarlo estar. Finalmente, se decidió por lo primero y detuvo sus manos.

- Sigue… sigue… que me está sentando fenomenal… - murmuró Cecilia. Alberto la miró y observó que tenía los ojos cerrados y la cabeza reclinada hacia atrás. Suspiró. Si Cecilia estaba a gusto con el masaje pedicular, mejor. Continuó con el tobillo, concienzudamente. Al cabo de un rato, sin haber mediado una palabra entre los dos, dejó el pie y tomó el otro. Procedió exactamente igual, empezando por las almohadillas de los dedos, después el resto de la planta, el tobillo… Cecilia suspiró varias veces y puso cara de encontrarse, por lo menos, en el Nirvana.

- ¿Mejor? – Preguntó él, mas que nada porque estaba deseando terminar y ponerse ropa más cómoda.

- Mucho mejor.

- Me alegro. Voy a quitarme el traje.

Se levantó y se encaminó al dormitorio. Cecilia abrió los ojos y miró cómo se marchaba su marido. Su Alberto. Se levantó y se fue tras él. Se apoyó en el marco de la puerta mientras le observaba desabrocharse la camisa.

- ¿Tu has tenido buen día?

- Oh, si. Federico López ha tenido una idea muy interesante para desarrollar un software que optimiza los recursos de…

Alberto se calló de golpe. Tenía a Cecilia frente a él, mirándolo fijamente con sus ojos grises, la cara ligeramente ladeada y los labios entreabiertos. Pensó que estaba muy sugerente. Y entonces ella habló.

- No se qué demonios haría sin ti… me sentía desgraciadísima hasta que has llegado…- Cecilia puso suavemente una de sus manos en su pecho. El la tomó entre las suyas.- Te quiero, Alberto.

A él se le aceleró el pulso.

- Así que estamos sin los niños…- tanteó el terreno.

- No nos devuelven al menor hasta la noche…

No se lo pensó dos veces. Tomó el rostro de su mujer entre sus manos y la besó. Cecilia tampoco se lo pensó. Después del susto que se había llevado, no estaba en condiciones de hacer razonamientos sofisticados.

- ¿Por qué no…? – Jadeante y llena de impaciencia empezó a preguntar al cabo de un rato.

- ¿No tendrías que conjurar uno de esos hechizos profilácticos? – Contestó él.

- ¡A la porra! Estoy con la regla, es casi imposible ¡Alberto, por favor!

Y Alberto dejó preocupaciones a un lado y solo pensó en complacer a su mujer. Al cabo de un maravilloso rato, la sintió medio dormirse en sus brazos. Alberto sonrió para si y le acarició suavemente la cabeza. Cecilia era alta, esbelta, con un pelo negro espeso y lacio que solía llevar en melena, y unos ojos grises que parecía que taladraban. En el colegio, los chicos silbaban cuando Cecilia salía a la pizarra. Y sin embargo, los guaperas del curso se quedaron con las ganas. El, un tío aparentemente corriente, ni alto ni bajo, con el pelo negro ensortijado y tendencia a echar barriga, con gafitas de miope y manos anchas y de dedos cortos, se llevó a la chica más guapa. Que además tenía un secreto que nadie jamás hubiera sospechado, y que a sus ojos la hacía aún más interesante.

- Hmmmm – Cecilia ronroneó y él la estrechó un poco más entre sus brazos y le besó el hombro desnudo.

- He tomado una decisión.

- ¿Sí?

- En avión. A Melilla nos vamos en avión. Mañana sacas los billetes.- Murmuró ella. Alberto soltó una risita. Esa era su chica. Capaz de pasar de la entrega marital más absoluta a la resolución práctica de la cuestión doméstica más prosaica en cuestión de segundos. Y viceversa, afortunadamente.

xXxXxXx

Casi un mes después, Cecilia estaba cansada. En el Ministerio de Magia había tenido que resolver sobre la marcha infinidad de cuestiones de lo mas variopinto y siempre tan urgentes que eran para ayer. Necesitaba las vacaciones como agua de mayo. Alberto fue a recoger a las niñas en el coche con su hijo, y en menos de una semana tomarían el vuelo para la ciudad norteafricana. Sus abuelos tenían allí un enorme piso donde pasaban todo el verano. Y es que su abuelo Carlos tenía debilidad por aquel lugar dónde podía pasarse las horas conversando con magos sufitas, cabalísticos e incluso hindúes. Pasaban de vivir todo el año en un cortijo en una dehesa extremeña al verano en aquella ciudad, y les gustaba tener allí a sus descendientes. Cecilia, por su parte, encontraba el lugar tranquilo, con una playa estupenda donde soltar a su prole y además educativo desde el punto de vista mágico. Porque era un sitio famoso por conservar una diversidad mágica que estaba a punto de desaparecer.

Aquel día, Cecilia había quedado a comer con su hermana en la cafetería del Ministerio. Cuando llegó, Almudena ya la estaba esperando en una mesa.

- Estoy hecha polvo.- Murmuró a modo de saludo mientras se dejaba caer en una silla.- A ti te veo bien.

- Bueno... voy tirando.

- Créeme, romper con ese muermo es lo mejor que podías haber hecho. No te iba ni con cola.

Almudena la miró con los ojos muy abiertos. Acababa de cortar con su novio y, aunque no se sentía desolada, tampoco era un tema del que quisiera hablar. No al menos de la manera tan directa que se gastaba su hermana mayor.

- Pasando página, créeme… ¿Qué hay de menú? Estoy que devoraría el tablero de la mesa...

Almudena suspiró y bajó la vista para leerlo. Estaba acostumbrada a Cecilia. Era sarcástica. Pero solo por fuera.

- ¡Fabada! ¡Qué ocurrencia en pleno julio!.

- ¿Verdad? Me apetece muchísimo.

- ¿Cómo dices? ¿Qué te apetece una fabada?

- ¡Oh! ¡ Si! La verdad es que se me hace la boca agua…

Almudena entrecerró los ojos.

- ¿No tienes tu nada que contarme a mí?

- Psss. Poca cosa. Tengo mucho trabajo todo tan urgente que era para ayer. Y muchísimo sueño, debe ser el tiempo. Estoy deseando irme de vacaciones.

- Ya... el tiempo...

Cecilia siguió peroratando sobre las niñas y su campamento, las maletas y unas cuantas cosas más durante un buen rato. Almudena la observaba perpleja mientras devoraba las judías. Para ella estaba clarísimo. Las legumbres varias no eran santo de la devoción de su hermana... salvo que.. Además, no hacía mas que intercalar entre frase y frase lo cansada que estaba y el sueño que tenía a todas horas. Y lo curioso del caso era que la mismísima Cecilia parecía no haber caído en cuenta.

- Hmmm… esto está buenísimo. Repetiría…

En ese momento, Almudena ya no pudo más. Eran demasiados indicios y su hermana estaba tan campante.

- ¡No estarás embarazada otra vez!

- ¿Yo? ¡Claro que no! ¿Por quién me tomas? Yo conjuro…

(no podía ser. Había formulado puntualmente el hechizo anticonceptivo. Y ese, a diferencia de los métodos muggles, era seguro al cien por cien, incluso con muggles)

-… estupendamente…

(excepto el día que dejó a las niñas en el campamento)

-… el hechizo profiláctico…

(no, qué va. Si además todavía le faltaban unos días del ciclo… pero…pero... ¡claro que podía ser! ¡Que a ella, normalmente, las judías blancas del Ministerio le daban un asco que no veas!)

- ¡Maldita sea!

- ¡No me digas que tengo razón y que encima te pilla de sorpresa!

Cecilia palideció. Un cuarto niño no había entrado en sus planes. Al menos, no de momento. ¡Ya bastante tenía con las dos elementas que eran sus hijas y el desbarajuste mágico ambulante que era el niño! Sintió como le bajaba la tensión y de repente le vino una oleada de náuseas. Tuvo que levantarse corriendo. Afortunadamente, tras tres embarazos tenía práctica. Consiguió llegar al baño.

- No puede ser. Cielos, si que puede. De hecho, de hecho lo va a ser.- Se dijo a si misma en el baño, mientras apretaba el botón para que corriera el agua.

XxXxXxX

En un pueblín escocés, Archibaldo Tummtumms, más conocido como El Viejo Archie, empacaba sus pertenencias veraniegas silbando una canción tan vetusta como él mismo. Metió camisas amplias, un par de kilts de lana fría que estaba seguro causarían sensación entre el brujerío femenino veraneante, sandalias de tirillas de cuero, una gorra de los Tutsies Tornadoes desteñida del uso y las pastillas efervescentes para limpiar la dentadura por la noche. Un extraordinario invento muggle. Casi tan extraordinario como los camisones. Por cierto, que no se le olvidara echar unos cuantos, de esos de flores.