Disclaimer: Fullmetal Alchemist pertenece a Hiromu Arakawa y Bones. Yo solo uso sus personajes para fines recreativos.

N/A: Editados. Solo en cuestiones de formato y gramaticales. Quizás alguna palabrilla.

Agradecimientos a todos los que leyeron y leerán esto.


Capitulo 1:

No hay salvación para mí ahora, pero está bien. Creo que está bien.


¿También me despreciaras por convertirme en soldado? Seguramente algún día moriré en la calle, como basura. Aun así, si puedo ser uno de los forjadores de este país y defenderlos a todos con estas manos, entonces seré feliz.

No pudo evitar sentirse sorprendida por sus palabras, y a la vez contenta. Él al darse cuenta de su asombro, esbozó una sonrisa algo apenada.

¡Oh! Que sueño tan ingenuo el que acabo de revelar… —admitió desviando su mirada hacia otro lado.

Sin embargo al ver las facciones arrogantes en el rostro masculino, se permitió relajarse. Ese era el muchacho que ella conocía. Confiado y tenaz.

No lo es —aseguró con una convicción que no supo de donde había salido—. Me parece maravilloso —reconoció y levantó las comisuras de sus labios, más de lo permitido estando frente a la tumba de su padre recién fallecido; donde solo dos personas habían asistido a la precaria ceremonia.

Las palabras habían salido solas de ella, provocando ahora la sorpresa de su compañero. Quizás él no esperaba que ella aprobara su loco sueño. Ella tampoco se lo esperaba. Pero tal vez, ya era tiempo de que se aferrara a algún ideal, por muy imposible que sonase. Y viniendo de él… viniendo de él, le hubiera creído que el cielo era verde con puntos rojos si así fuera el caso; entonces exteriorizó su duda.

¿Será algo malo creer en un futuro en el que vivamos felices? —Sus ojos marrones se posaron en la lápida de su padre. A ella, Riza Hawkeye, no le parecía tan mala idea el creer en ese futuro. Y hubiera divagado más en el asunto si no fuese porque unos incesantes golpes hicieron estremecer el cementerio en donde estaba.

La lápida se volvió borrosa, el suelo donde estaba tembló y los golpes que parecían provenir de todos los lugares la ensordecían. Su compañero ataviado en uniforme militar había desaparecido. Y asustada, pudo reconocer que alguien gritaba su nombre...

¡Riza! ¡Riza!

Abrió los ojos de golpe, estaba desorientada y tuvo que tomarse unos segundos para recordar donde estaba. De nuevo sus memorias se infiltraban entre sueños. Los ladridos de Black Hayate la alarmaron, su mascota ladraba sin cesar fuera de la habitación, seguramente en el vestíbulo, donde al parecer alguien se empeñaba en derribar la puerta. Todos sus instintos se dispararon, aguzó el oído en busca de alguna señal que indicara si era en son amistoso o agresivo. Pero los golpes allá fuera, que eran los mismos de su recién finalizado sueño, solo indicaban que la persona o cosa que aporreaba la puerta estaba furiosa.

Se levantó rápidamente de la cama y se calzó en el acto, apenas tomó su bata, salió de su habitación atándosela en la cintura. Se pasó rápidamente los dedos por su cabello rubio, para aplacarlo un poco y que su visión no fuera afectada, y llegó hasta donde su Shiba-inu adulto estaba histérico gruñendo a lo que estuviera en el exterior del apartamento. Su nombre volvió a llegar a los oídos de la mujer.

—¡Riza!

La mencionada se tensó, parecía una voz femenina pero no la de alguien familiar. Tomó de la alacena su pistola, una de tantas que guardaba en diferentes secciones de su casa y la cargó con agilidad tremenda, le hizo un gesto de silencio a su perro, el animal obedeciendo enseguida. Entonces se dispuso a abrir la puerta de una buena vez, si era un enemigo, que se diese por muerto, se iba a enterar que estaba tratando de derrumbar la puerta de la mejor francotiradora de toda Amestris.

Pero lo que se encontró no fue un agresor, ni nada por el estilo, sino una mujer alta, rubia y al parecer algo ofuscada que borró su sonrisa en cuanto vio el arma apuntándole peligrosamente en la cara. Su expresión cambio a una de horror casi instantáneamente, y tartamudeando un poco, levantó ambas palmas a la altura de sus hombros.

—¿Riza? —preguntó con una voz tremendamente aguda. Tragó saliva al ver que la mujer que sostenía el arma, no suavizaba ni un ápice su expresión; ceño fruncido y su boca apenas una línea. La pistola firme y lista para ser disparada en el más mínimo ataque.

—¿Eres Riza Hawkeye? —Volvió a preguntar con más valor.

Sin cambiar su posición, Riza la examinó con un solo vistazo. Jamás en la vida había visto a aquella mujer, de eso podía estar segura. Era unos centímetros más alta que ella, su cabello, quizás dos tonos más oscuros de rubio, estaba rizado y le llegaba hasta la cintura. Vestía un saco verde estilizado y no le pasó por alto que detrás de ella aguardaban dos maletas de al parecer peso considerable. Sus facciones eran finas, pero lo que más desconcertó a Riza fueron los ojos. Eran rojos. De ese tipo de rojo que solo se podía encontrar en el Este. En Ishv…

—¿Quién eres y que es lo que quieres? —soltó secamente Riza, aferrando inconscientemente el mango del arma. Si era de aquella región de donde creía, de donde había profanado y masacrado a tanta gente, seguramente aquella mujer no venía por buenas intenciones. Quizás le reclamaría que mató a sus padres, a su esposo o a su hijo; al parecer la mujer rondaba por la misma edad que ella. Presionó más su mandíbula haciendo que sus dientes chocasen. Sí, así de mancillada tenía la conciencia.

Pero el simple gesto que hizo la mujer fue relajarse, bajando las manos aunque no despegó sus ojos rojos del arma, la cual no se movía ni un milímetro. Sonrió con suficiencia, entonces sí, viendo a Riza que seguía cada uno de sus movimientos. Agachó la cabeza para pasar sus manos enguantadas por el impecable abrigo, sacando de uno de sus bolsillos una carta, luego se volvió hacia la militar.

—¡Vaya me dijeron que eras agresiva, pero no pensé que tanto! —soltó con desparpajo la mujer, tomándose su tiempo para soltar una risita burlona. Al parecer lo estaba disfrutando, aún teniendo un arma de por medio. Le tendió el sobre que sostenía a Riza.

—Soy Lisa Grumman. Un placer, Riza. —Para la francotiradora no le fue desapercibido el tono de sorna con que soltó las últimas palabras. ¿Grumman? Tomó el sobre con la mano que no sostenía el arma y lo examinó, parecía de aspecto oficial. Volvió a echarle una ojeada a la chica rubia, que sonreía satisfecha y con una expresión retadora en su cara; ambas manos en la cadera. Riza volvió sus ojos al sobre y entonces se decidió muy a su pesar, bajar el arma. No era ningún enemigo, pero le hubiera complacido darle unos tiros simplemente por la prepotencia con que la estaba tratando aquella desconocida.

Abrió el sobre sin preámbulos, llevaba el sello del Führer e incluso estaba escrita a mano por él mismo. Riza Hawkeye leyó línea tras líneas, aumentando su indignación e incredulidad en cada palabra. Se recargó ligeramente en el marco de la puerta, pues sentía que en cualquier momento podría caerse para atrás. Aquello no le estaba gustando nada. Cuando terminó, vio la pulcra firma de Grumman avalando todo aquello que estaba escrito en esa carta del demonio. Sí. Lo que se temía. Estaba emparentada con aquella mujer que tenía enfrente.

—¿Y? —soltó Lisa, observando con deleite el rostro de su interlocutora. Riza negó ligeramente con la cabeza, su expresión seria.

—¿Cómo puedo saber que esto es cierto? —inquirió, levantando la hoja de papel que momentos antes había sido entregada; su voz fría y desdeñosa—. Jamás había escuchado de ti, y ahora apareces en mi apartamento solo con esta pobre carta diciendo que te vas a mudar conmigo.

—¡Alto ahí! —La interrumpió Lisa haciendo un ademán con la mano para que callara, su tono convirtiéndose a uno filoso; una ceja levantada y sus ojos rojos brillantes—. En primer lugar, querida, yo tampoco te conocía hasta hoy. Y por cierto tu recibimiento no fue el mejor… —Riza frunció más el ceño si aquello era posible y se cruzó de brazos, aún sosteniendo en una mano el arma y en la otra la dichosa carta.

—Y en segundo… —Se apresuró, pues Riza iba a protestar de nuevo—. No fue mi decisión venir hasta acá y quedarme a vivir contigo en este lugar. Ese viejo de Grumman fue el que insistió en que me alojara aquí y aquí estoy. —Señaló con la cabeza las maletas que aguardaban detrás de ella, haciendo que sus rizos rubios se balancearan—. Algún problema, cariño, háblalo con él.

Y esa había sido la gota que derramó, mejor dicho, explotó el vaso. Nadie le hablaba así a ella. Nadie. A ella, la teniente coronel Riza Hawkeye, francotiradora, veterana de guerra. Sentía que una vena estaba a punto de explotar en su frente. Un segundo después, Riza le había cerrado la puerta en las narices a esa arpía (porque sí, se había ganado el mote) con una satisfacción tan grande que no debía de ser sana. Dejó la hoja sobre la mesa de una manera nada delicada, y como alma que lleva el diablo, se cambió y se alistó despotricando contra el Führer de Amestris y toda su descendencia. ¡Sí! Le valía un comino si en la acción se estaba insultando a ella misma. Estaba cabreada y quería terminar con toda aquella broma de mal gusto de una buena vez. Su día libre, su único y bendito día libre y con lo que despertaba. ¿Quién se creía aquel hombre para mandar a gente desconocida a su casa como si fuera hotel? ¿Quién se creía ella, la "prima" Lisa para tratarla así? El solo recordar que tenía algo que ver con aquella mujer le retorcía el estómago, en ese momento todo su autocontrol y frialdad de la que se caracterizaba, estaba por los suelos.

En menos de cinco minutos estuvo lista para salir, ignorando olímpicamente las protestas y berrinches que Lisa hacía fuera de su departamento. Hasta Black Hayate la ignoraba, que comía tranquilamente de su tazón al lado de la estufa. Riza tomó de nuevo la carta, algo arrugada por su ataque de ira, la guardó en el bolsillo de su abrigo blanco, y le colocó la correa a su mascota.

—Si te ordeno que la muerdas, lo harás. —Le indicó a su fiel perro, que respondió con un ladrido de entendimiento. Riza se permitió sonreírle, volteó hacia la puerta donde su "prima" al parecer se había resignado de que le abriera. Deseó fervientemente que se hubiera marchado, pero un leve quejido le hizo desechar la vana esperanza. Suspiró profundo. Tenía un largo día por delante.


Cuartel General de Ciudad Central. 8:30 a.m.

Solo pocas veces Roy Mustang llegaba temprano al trabajo. Sus subordinados decían que aquello pasaba solo cuando un meteorito o una gran estrella caía en la tierra, pues así de extraordinario e increíble era el hecho de que el recién ascendido General de Brigada Mustang llegara temprano al Cuartel. Y sospechosamente aquel evento cuando se llegaba a dar, solo se suscitaba en los días libres de la teniente Hawkeye. ¿La razón? Nadie lo sabía, ni siquiera Breda, experto en información, podía sacar alguna conclusión de aquello. Así que cuando sus subordinados lo vieron entrar en la oficina, todos lo saludaron algo desconcertados con la mano en la frente y escondiendo desesperadamente el tablero de ajedrez que estaba en el escritorio de Havoc. Si el General se dio cuenta de ese detalle, no dijo nada al respecto, solo un distraído "Buenos días" y un asentimiento de cabeza; su vista aún clavada en la puerta que había dejado atrás mientras se dirigía a su escritorio, pegado a la pared a la otra punta.

Colgó su saco negro en los ganchos reservados para eso y antes de tomar asiento en su silla de cuero negro, se apoyó con ambas manos en la superficie de su escritorio y observó con determinación a sus subordinados. Estos, al darse cuenta de la actitud de su General, pararon en seco sus actividades que consistían en recoger frenéticamente las piezas de ajedrez que se habían caído y desperdigado por todo el suelo de la oficina (culpa de Fuery) por lo cual Havoc había agradecido al cielo de que el piso estuviese alfombrado, dado que eso había amortiguado el sonido del golpe. Sin embargo, no tenían tanta suerte para que Roy no se percatara del incidente, aún cuando había pasado casi desapercibido.

Breda que había estado de cuclillas debajo de un escritorio, se levantó con varias fichas en la mano antes de darse cuenta que su jefe los veía críticamente; su ceño fruncido, su cara ligeramente pálida y un atisbo de decepción en su rostro.

—¡Por favor señores! —reclamó con molestia en la voz, intentando recordar porque seguía teniendo a aquellos como su equipo—. Si en diez segundos no veo a todos trabajar les puedo asegurar que nos veremos con una bala en algún lugar antes de que yo pueda hacer esto.—Seguido de un ademán de chasquear sus dedos, provocando que todos tragaran saliva.

—Eh… ¿sucedió algo, jefe? —Se atrevió a intervenir Havoc, algo confundido con las palabras del general. Pero antes de que Roy pudiera contestarle, un disparo resonó por todas las paredes del cuartel. Al instante todos se tensaron, primero porque aquello no era buena señal aún cuando estaban en un lugar lleno de soldados armados. En segunda, porque ya intuían de quien se trataba.

—Sí, Havoc. —contestó rápidamente Roy, acercándose a Fuery, que estaba paralizado con la caja de ajedrez en las manos, arrebatándosela y guardando las fichas restantes en ella. Breda imitó el acto de su superior, dejando caer en la caja las fichas que momentos antes había rescatado del suelo—. Cuando entré al cuartel, me encontré con la teniente Hawkeye —habló Roy, más para si que para los demás que habían comprendido el problema que podían tener—. Y hecha una furia.

El pánico se hizo presente. El cigarrilo de Havoc cayó de sus labios, y les faltó poco para correr en círculos por la oficina. Guardaron por fin el maldito ajedrez y buscaron los papales, arrumbados en una esquina, que supuestamente deberían de estar revisando y firmando. El General de Brigada tomó un montón al azar y lo repartió sin miramientos entre sus soldados. Se instalaron todos en sus escritorios, papeles en mano y empezaron a fingir que trabajaban. Vale, aquello no era todos los días. Ellos si trabajaban. Claro que solían tomarse un descanso entre papel y papel, pero siempre teniendo la mirada de Halcón sobre ellos, verificando que todo se hiciera en perfecto orden. Excepto los miércoles. Esos días siempre se empezaban con una ceremonia, donde llegaban cinco o diez minutos tarde, luego Breda sacaba su tablero de ajedrez y empezaban las apuestas y retos que duraban poco más de una hora y media, cuando su superior se dignaba a presentarse. Pero ese día todo estaba extraño. Mustang se había retrasado solo un tercio de tiempo de lo que siempre hacía, y tenían a la teniente Hawkeye en el cuartel y respirando sulfuro.

—¿Sabe que habrá pasado? —murmuró Fuery pasados unos minutos, acomodándose los lentes nerviosamente, viendo que la teniente aún no aparecía.

Roy Mustang levantó la vista de su trabajo y observó la puerta doble de madera maciza que tenía enfrente. Suspiró.

—No lo sé, sargento —admitió.

Sabía que estaban en peligro si Hawkeye los descubría procrastinando en vez de estar haciendo su papeleo como se debe. Pero eso no era lo que más le preocupaba. Riza estaba realmente muy molesta cuando se había topado con ella casi en la entrada del cuartel, tanto que ni siquiera había reparado en el alquimista. Y él sabiamente, no se paró a saludarla, no cuando le alegaba con cara de pocos amigos a una mujer que no conocía y está le contestaba de igual manera. Roy Mustang sabe que nunca, jamás de los jamases, un hombre, si estima su anatomía, debe meterse en peleas de mujeres y menos si una de ellas lleva armas. Por lo que les había sacado la vuelta, y había llegado casi corriendo a la oficina. Conocía a sus subordinados que debían de estar haciendo de todo menos trabajando, y si Riza se asomaba, probablemente sufrirían su ira. Era mejor no causarle más disgustos. Sin embargo, aquella peculiar situación no era propia de su teniente. Algo pasaba, algo malo. Llevaba demasiado tiempo conociéndola para saber que cosas la sacaban de sus casillas y podría decirse que eran muy pocas.


Bien, lo admitía. Se había pasado un poco con eso del disparo. Pero es que no había encontrado otra mejor manera de callar a Lisa, aumentando eso a su disgusto por no haber encontrado al Führer Grumman en la oficina. "Acaba de salir esta mañana rumbo al Este. No lo esperamos hasta dentro de dos semanas" Le había dicho la secretaria del hombre, mientras Lisa se quejaba de haber tenido que cargar sus maletas durante todo el camino, y sentada en una de las sillas de la recepción, deslizaba por lo bajo palabras como "histérica", "agresiva" y "loca", dirigidas a Riza, claro está. Y fue ahí cuando ella se había vuelto hacia su prima, sacado su arma, que guardaba en su pierna sujetada con una liga, ya que vestía su ropa civil consistente en una camisa blanca y una falda larga, y le había dado con su certera puntería a la maleta más grande hecha de grueso cuero; justo en una de las esquinas. Lisa se había pegado el susto de su vida, dado que la maleta reposaba junto a sus pies en el piso.

—¡¿Estás mal de la cabeza?! —soltó Lisa levantándose de la silla, para encarar a Riza, sus mejillas coloreadas de rojo y sus ojos soltando chispas—. ¡En esa maleta llevaba mis mejores ropas! ¿Cuál es tu problema? —alegó abriendo frenéticamente el equipaje para ver el daño de sus pertenencias.

—Será mejor que cuides tus palabras, Lisa —dijo Riza, guardando su pistola de nuevo en la pierna, su expresión más calmada pero aún con esa mirada firme—. Dado que ahora vivirás bajo el techo de está histérica, agresiva y loca —declaró con estoicismo en su voz.

Luego se dirigió a la mujer recepcionista donde con el rostro pálido y los ojos abiertos, tenía una mano en el teléfono, seguramente lista para llamar a seguridad; aunque le extrañaba que no estuviera rodeada de oficiales en ese preciso momento. Disparar en la oficina del Führer dentro del Cuartel General no había sido una de sus mejores ideas.

—No creo que sea necesario —habló, con su vista en la recepcionista—. Ya nos vamos.

Y acto seguido dio media vuelta, con una mirada fría, de esas que solo reservaba a su blanco a través de la mirilla de la pistola, hizo que Lisa se levantara también, aunque aún maldiciendo en susurros. Su maleta dañada en una mano. Riza pensó que lo más sensato sería ayudarle con su equipaje a Lisa, aún cuando la había obligado a cargar con las dos pesadas maletas todo el trayecto de su casa hasta el cuartel, el cual no era mucho, pero lo suficiente para tener que escuchar a Lisa sobre sus adoloridos brazos y espalda. La teniente no había tenido la intención de alojar a su prima con ella, por eso cuando la susodicha había pedido dejar sus cosas en el departamento, en lo que iban a hablar con Grumman, se había negado totalmente. Sin embargo nada había salido como esperaba. Su excelencia no estaba, y Riza sospechaba que había escapado. Era demasiada coincidencia.

Sin mirar a Lisa tomó la maleta más pequeña en una mano y se dirigió con paso firme hacia la puerta. Un "Muchas gracias" fue todo lo que pronunció al dejar la oficina del Führer con una muy nerviosa y aterrada recepcionista dentro.


—¿General? ¿Q-qué cree que haya traído hasta aquí a la Teniente Hawkeye, en su día libre? —preguntó un inquieto Fuery ya avanzada la mañana, casi a la hora del almuerzo.

Luego del disparo, y de dejar un margen de tiempo por si sonaba alguna alarma, Mustang había salido de la oficina dispuesto a inspeccionar el área y saber lo ocurrido. Sin embargo, no encontró nada fuera de lo común, solo una extraña declaración de una temblorosa secretaria, la del Führer. Fueron tres minutos en donde Roy solo había escuchado con el ceño fruncido con miles de ideas y suposiciones revoloteando en su cabeza, aún así no se había atrevido a sacar conclusión alguna. Una vez finalizado el testimonio, el General pidió total discreción en el asunto tanto a la mujer como a los oficiales que se reunían ahí. Si aquello salía de sus manos podría llegar a otros miembros de la milicia que no tardarían en atacarle con cosas como "insubordinación" y escándalo de parte de su teniente. No comprendía porque Riza había hecho aquello, en el cuartel y peor aún en el despacho de Grumman. Era un alivio que el dirigente militar había salido a altas horas de la noche, el día anterior, en dirección al este; de lo contrario podrían incluso presentar cargos contra Riza por atentados contra el Führer, de lo contrario Riza seguramente no lo hubiera hecho.

Había tenido suerte de haber sido el primero en encontrarse con la secretaria de su excelencia, no quería siquiera imaginarse si aquella información la hubiera recibido el General Hakuro por ejemplo. (Traga saliva) No definitivamente no hubiera sido algo bueno. Estaba decidido, tenia que hablar en cuanto antes con su teniente. Seriamente.

Cuando llegó a su oficina media hora después, había entrado ceñudo y molesto. Mandó secamente a sus hombres que volvieran al trabajo cuando notó las tres miradas inquisitivas sobre él. Ellos habían esperado que Mustang les comentara algo, pero no fue así y ninguno se atrevió a preguntarle, no viendo el enfado de su superior latente.

La mañana había transcurrido en silencio, ninguno se despegaba de su asiento más que para ir al sanitario o entregar papeles. A Havoc le parecía que incluso estaban trabajando más que cuando Hawkeye estaba ahí. Mustang no había abierto la boca en ningún momento y se limitaba a su papeleo con expresión cansina. Alguien tenía que sacarle al General que era lo que había pasado. Sabían que la teniente estaba relacionada con todo aquello, incluso podían apostar que fue ella la del disparo, pero las consecuencias y causas de todo eso eran desconocidas.

Y después de varias conversaciones silenciosas con miradas, gestos y palabras mudas, Fuery había sido el elegido (el perdedor) para preguntarle antes de salir a comer al General de Brigada sobre la teniente.

La pregunta había sido vacilante, pero aún así se dio a entender. Breda y Havoc levantaron las cabezas, en efecto faltaban cinco minutos para el almuerzo. Fuery había cumplido con el trato. Roy dejó de mover su pluma sobre un papel, al parecer un informe bastante extenso, y soltó el aire que había retenido en sus pulmones cuando la interrogación de su subordinado llegó a sus oídos. ¿Qué le decía? ¿La verdad? Siendo sincero, ni él mismo la comprendía pero tenía que dar explicaciones. Era su deber a con sus compañeros.

—La teniente ha venido por un asunto con el Führer. —Si, eso era un poco de verdad…

—Pero el Führer ha salido ¿no? ¿Quería dispararle a Grumman?

Ahhh Havoc, como siempre…

—No lo sé, teniente primero. —Le contestó secamente, dando por finalizada la plática y levantándose del escritorio—. Ahora, creo que todos debemos ir a comer.

Salió de la oficina seguido muy de cerca de Breda, el cual ansiaba el almuerzo tres pilas de papeles atrás. Roy no tenía nada de hambre pero había sido su única excusa. No podía responder a cosas que ni él sabía. Bufó molesto, tenía que hablar con su teniente; en cuanto antes.


Riza arreglaba su cama. Bueno, su sofá.

La tarde había sido tensa cuando regresaron del cuartel, ambas primas solo se dirigían palabras necesarias acerca de la comida, como se acomodarían y lo que harían en esos diez días, que para Riza se le antojaban una eternidad. Estaba de sobra decir que la relación entre las dos mujeres había empezado mal y auguraba seguir así o peor. Aunque Lisa se había mostrado mucho más amable luego del disparo "accidental" a su maleta, en la cual habían sobrevivido la mayoría de sus prendas.

Mientras Lisa se instalaba en el dormitorio de la teniente, la cual, al ser la única habitación y la única cama del apartamento, se los había cedido como buena educación a su prima, Riza había hecho la cena, y ahora estaba acomodando el sofá con el que tendría que conformarse en las noches. Solo serán diez días… Se había repetido mentalmente cada que Lisa la sacaba de quicio o se sentía invadida. Era extraño, viviendo casi siempre sola, tener de improvisto una huésped. Quizá si hubiera sido otra persona más agradable la hubiera recibido encantada. Suspiró resignada. Tendría que tratar de llevarse mejor con Lisa, como decían, la primera impresión no siempre es la definitiva.

Terminó de doblar las cobijas con las que dormiría y se dirigió a la cocina, donde una tetera en la estufa emitía pitidos.

—Lisa… —habló sin necesidad de alzar la voz. La cercanía entre la cocina y el dormitorio era de solo una delgada pared. Iba a anunciar que la cena estaba lista cuando un golpe en la puerta la distrajo.

Alguien llamaba.

Se dirigió extrañada a la puerta, era tarde, más de las diez y ella raramente recibía visitas. Por un momento pensó que era el Führer Grumman, de hecho deseó que así fuera. Así podían arreglarse en ese asunto de una buena vez por todas, pero aquello le pareció tan improbable como lo que se encontró del otro lado.

—G-general…

—Buenas noches, Teniente.


La frase del principio es un fragmento de la canción "Lover to Lover" de Florence and the Machine.

Gracias por leer.