La primera mañana de septiembre amaneció soleada, como una promesa de que algo bueno iba a pasar. Una familia de cuatro se dirigía a la estación de King's Cross. La hija mayor cargaba un baúl con su lechuza al lado de sus padres y su hermano pequeño iba detrás.
—¡Vamos, date prisa, Will, solo faltan quince minutos para que salga el tren! Quiero llegar y buscar un compartimento que este vacío —el pelo castaño que le llegaba por los hombros golpeaba su cara ocasionalmente debido al ritmo que llevaba su y tez morena con algunas pecas resaltaba al lado de su hermano pequeño.
—¡No tendría que darme prisa si no te hubieras quedado dormida! —replicó él a su vez, siguiéndole el paso.
—Es que estaba tan nerviosa que no me pude dormir hasta las cuatro de la mañana —le respondió sonriendo, como hacía siempre que pensaba en Hogwarts.
—¡Venga, venga, no os paréis! ¡Alex, deja de hablar o fíjate por dónde vas! —Les apremió su madre, que iba detrás de ellos revisando su reloj de pulsera— ¡Atravesad el muro, apenas quedan cinco minutos para que salga el tren!
Atravesaron el muro que separaba la estación muggle de la de los magos y se dirigieron hacia el tren donde otros alumnos también se estaban despidiendo de sus padres. La madre paró a su hija y la estrechó con fuerza entre sus brazos.
—Ven, dame un beso y un abrazo antes de irte —le pidió teniéndola ya contra su pecho—. Te voy a echar mucho de menos. ¡Prométeme que te portarás bien, que estudiarás y que no te pelearás con la gente!
—Mamá, lo dices como si fuera golpeando a todos los que me encuentro en el camino —la chica puso los ojos en blanco, aunque su madre no pudo verla—, pero te prometo que me portare bien.
—¡Y que vas a estudiar! No te olvides.
Después de despedirse de su madre, se despidió de su hermano y luego de su padre que no la atosigaron con la misma fuerza que la mujer.
—Adiós, y estudia en serio —le pidió su padre sabiendo que no haría mucho caso la primera vez que se lo dijera—, no lo dejes para última hora, y pórtate bien.
—¡Ay, dame otro abrazo antes de irte! ¡Te voy a echar mucho de menos! —su madre volvió a abrazarla, con más fuerza esta vez. Alexandra tuvo que hacer un esfuerzo para separarla de ella. No quería, y sabía que iba a echarla de menos, pero si se lo decía, corría el riesgo de que su madre se echara a llorar y no dejase que se fuera.
—¡Mamá, suéltame ya que voy a perder el tren!
Después de despedirse de su familia una vez más, tomó su baúl y su lechuza y abriéndose paso, me metió en el tren, buscando un compartimento vacío en el que poder estar tranquila, o al menos uno que todavía no estuviera lleno del todo.
Al fin encontró uno casi al final del primer vagón. Se metió dentro rápidamente, colocó su baúl y su lechuza en el portaequipaje y se sentó a esperar, poniendo los pies en el asiento de delante, contemplando la estación por la ventana y observando al resto de familias que aún se estaban despidiendo de sus hijos. Si pegaba la cara lo suficiente al cristal, podía medio ver a su padre abrazando a su madre, seguramente tratando de consolarla ahora que había llegado el momento de despedirse de su hija. Sonrió, y se enjugó una lágrima. Los iba a extrañar.
No habían pasado ni cinco minutos cuando la puerta se volvió a abrir, dejando ver la cara de un chico de su edad, ya con el uniforme puesto. Era ligeramente más alto que ella, con unos rasgos aristocráticos que volvían casi solemne la expresión de seriedad que puso al ver que el compartimento ya estaba ocupado. Parpadeó, centrando sus ojos grises en Alex, que dio una cabezada en su dirección para reconocer su presencia.
—Hola —su voz tenía un timbre curiosamente suave que hizo que le prestase atención. Los ojos se fueron a los pies de Alexandra—. El resto de los compartimentos están ocupados, ¿puedo quedarme en este?
—Ah, por supuesto —respondió ella. Bajó los pies del asiento de enfrente para dejarle sitio y se sentó derecha—, entra, entra.
El chico entró en el pequeño compartimento, colocó su baúl en el portaequipaje, y se sentó enfrente de ella. Se aclaró la garganta, y Alex, que había vuelto a observar el andén —apenas quedaban ya padres, tenían que estar a punto de irse—, se giró para mirarle.
—Me llamo Regulus Black, ¿y tú? —le tendió una mano blanca a la vez que se presentaba.
—Alexandra Tennant, encantada —dijo, inclinándose hacia él para estrechársela.
El tren se puso entonces en marcha, y sin tener nada más que decir por el momento, optó por mirar por la venta y ver cómo el tren salía de la estación. Por desgracia, la actividad se volvió aburrida apenas media hora más tarde, cuando paisaje dejó mostrar edificios altos y casas para dar pasos a la campiña inglesa y los valles. Poco a poco, fue perdiendo el interés en el exterior, y a la presencia de otra persona en el compartimento se le hizo imposible de ignorar. Quería empezar una conversación para romper el silencio, que la estaba poniendo nerviosa por momentos. Empezó a mover una pierna de arriba abajo involuntariamente, impaciente con su propia incapaz de pensar en una pregunta. Esa clase de cosas no se le daban bien, pero, aunque no le gustase ser la que iniciase una conversación, menos le gustaba el silencio.
—¿En qué casa crees que te pondrán? —preguntó sin pensar. El tic en su pierna cesó por fin.
Regulus apartó la vista de la ventana y respondió con una leve sonrisa.
—Pues seguramente en Slytherin, porque toda mi familia ha estado allí. ¿Y tú, en que casa crees que te van poner?
Alexandra sonrió casi avergonzada por haber hecho la pregunta que más inoportuna, pero también porque sabía lo mal que podía acabar una conversación como aquella.
—Bueno, mi padre estuvo en Slytherin, creo que como casi toda su familia, pero no creo que acabe vistiendo de verde. Me habló del resto de casas, y tengo la sensación de que estaría mejor en Hufflepuff o Gryffindor.
Regulus alzó una ceja, un tanto cauteloso, y observó mejor a la chica que tenía delante, como si al fijarse en los detalles de su rostro o la forma que tenía de mover las manos pudiera conseguir la información que deseaba. Le recordaba de una manera desagradable a su hermano Sirius, y habría decidido ignorarla del todo de no ser porque había dicho que su padre estaba en Slytherin con normalidad. Se dijo que, aunque les viera un parecido, no debía ser del todo como él, que cada vez que pronunciaba la palabra "Slytherin" ponía una mueca, como si le dejase mal sabor de boca. No, más bien parecía haber nombrado a su padre para hacerle saber que tenían algo común entre ellos.
—¿Y tus padres qué opinan? —preguntó con toda la delicadeza de la que fue capaz, con cautela porque sólo había nombrado a su padre y no había dicho nada de su madre, pero con cierta curiosidad por saber la respuesta y ver si se encontraba con alguien como Sirius.
Alexandra se encogió de hombros, pero dedicó un momento a pensar en su respuesta. Su padre había dedicado los últimos meses a advertirle sobre algunas familias de sangre pura y las creencias que tenían. No creía que fuera buena idea decirle al chico que acababa de conocer qué pensaba exactamente su padre.
—Mi madre estudió en Beauxbatons, así que no le preocupa en qué casa quede, y mi padre sólo quiere que disfrute de mi estancia en el castillo, así que dudo mucho que le importase que estuviera en Slytherin o Gryffindor.
Se abrió la puerta del compartimento, deteniendo la conversación, y apareció una bruja con un carrito llenos de golosinas.
—¿Queréis algo del carrito, niños? —preguntó con una amable sonrisa, dejando ver lo que traía.
Alexandra se levantó y compró ranas de chocolates después de un momento de indecisión. La bruja se fue y ella se volvió a sentar, dejando las ranas a su lado.
—¿Quieres? —señaló las ranas de chocolate con la cabeza mientras ella cogía una.
Regulus la miró unos instantes para luego mirar uno de los paquetes, vacilante. No era idiota, sabía cómo funcionaban las cosas; él iría a Slytherin, de eso no tenía dudas, y ella acabaría en Hufflepuff, y en tal caso pasaría desapercibida y no volverían a hablar, o acabaría en Gryffindor, y entonces sólo se dirigirían la palabra para discutir. Era consciente de que su relación con ella no saldría de aquel compartimento, pero cuando la miró a los ojos, ella sólo mantuvo la mirada, expectante, mientras mordisqueaba una de las ancas de la rana.
—Mmm, bueno… voy a coger una.
Al final y para sorpresa de Alexandra, aunque sobre todo de Regulus, terminaron charlando animadamente, como si la conversación sobre las casas nunca hubiera tenido lugar. Hablaron de Quidditch y de cómo se esperaban que fueran las clases, intercambiando opiniones e historias que les habían contado.
El viaje se terminó más pronto de lo que Alexandra esperaba. Cuando bajaron del tren era casi de noche y oyeron una voz grave entre la multitud diciendo:
—Los de primer año por aquí, por favor, que se acerquen los de primer año.
Alexandra y Regulus, que iban juntos, le hicieron caso y se acercaron a un hombre con una melena negra enmarañada que movía una mano para llamar la atención de los nuevos mientras que con la otra sujetaba un farol.
—Bien, ¿estáis todos los de primer año? Vale, ahora quiero que hagáis grupos de cuatro personas y os subáis a los botes.
Los dos fueron juntos en un bote con dos chicas más que hablaban sin cesar, emocionadas. En algún momento de la travesía Alexandra dejó de prestar atención a sus acompañantes y fijó la vista en el lago negro, la luz de la luna se reflejaba en su superficie y ella la observó fascinada, atreviéndose a rozar el agua con la punta de los dedos, apartando la vista sólo para ver el castillo aparecer en todo su esplendor.
Al bajarse de los botes, siguieron al gigante que había dicho llamarse Hagrid, hasta el vestíbulo, donde les esperaba una mujer con una túnica verde esmeralda y de aspecto estricto. Alex se tuvo que poner de puntillas para poder ver al nivel de Regulus, que intentó disimular una risita tosiendo.
—Bien, Hagrid, a partir de aquí continúo yo, muchas gracias.
—Les espero dentro, profesora McGonagall —dijo para luego irse.
—Atención todos —habló la profesora con voz autoritaria—. Cuando lleguemos al Gran Comedor os iré llamando para que subáis y os pongáis el Sombrero Seleccionador, el cual os asignara una de las cuatro casas del colegio que son Gryffindor, Hufflepuff, Ravenclaw y Slytherin. Cada uno de vuestros aciertos serán puntos para vuestras casas y cada infracción os quitará puntos.
Las puertas del comedor se abrieron y ellos pasaron dentro observando el lugar, intimidados por lo amplio de la estancia y la cantidad de personas en ella. La profesora McGonagall se subió a la tarima y se colocó al lado de un taburete, desenrolló un pergamino y dijo con voz clara:
—¡Adams, Emily!
La tal Emily subió a la tarima, se sentó en el taburete y la profesora le puso el Sombreo Seleccionador el cual gritó:
—¡Hufflepuff!
Esa casa aplaudió con entusiasmo, Emily se quitó el sombrero y se fue corriendo a su mesa.
—¡Black, Regulus!
La chica le dio un codazo amable y le susurró "¡Suerte!". Vio cómo se sentaba en el taburete. Momentos después Regulus se fue a la mesa de Slytherin con una sonrisa de suficiencia en la cara. La fila de alumnos siguió avanzando, haciéndose cada vez más pequeña, los nuevos alumnos subían nerviosos a la tarima y bajaban precipitadamente, hasta que le llegó el turno a Alexandra:
—¡Tennant, Alexandra!
Alexandra se abrió paso entre el pequeño grupo que quedaba, se sentó en el taburete y sintió como el sombrero se resbalaba hasta taparle los ojos, desapareciendo así el Gran Comedor durante un instante. Entonces escuchó como decía:
—¡Gryffindor!
Sonrió, emocionada porque le hubiera tocado en la casa que ella quería, se quitó el sombrero y se fue hacia la mesa de su casa, que estaba aplaudiendo con fuerza. Cuando se sentó, un chico de segundo año que estaba a su lado se giró a hacia ella y tuvo la sensación de que ya había visto su cara. Este le tendió la mano con una sonrisa que mostraba todos sus dientes.
—Hola, me llamo Sirius Black, bienvenida a Hogwarts —dijo, estrechándole la mano.
—Lo mismo digo, ¿por casualidad no conocerás a Regulus Black? —vio como Sirius asentía levemente, con una expresión confusa, así que decidió terminar de preguntar— ¿Sois hermanos?
—Sí. ¿Lo conoces?
—Eso había creído, os parecéis bastante, y el apellido, bueno… Hemos venido en el mismo compartimento —respondió ella sonriendo.
—¿No te habrá molestado verdad? —Sirius buscó a su hermano pequeño con la mirada, como si al echarle un vistazo pudiera saber si había hecho algo malo. Alex parpadeó, no se esperaba esa pregunta.
—¡Claro que no! ¿Debería haberlo hecho?
Sirius pareció horrorizarse ante la pregunta. Echó un vistazo a Dumbledore, que estaba dando su discurso, se acercó a su oído y bajando la voz le respondió.
—¡No, por supuesto que no!
—Hemos estado hablando todo el tiempo y ha sido muy agradable —le defendió Alexandra, el mismo tono, sin creerse que estuviera defendiendo a alguien a quien acababa de conocer de su hermano. El chico había hecho la pregunta con tanta convicción que se preguntó si había alguna razón para ello y si quizá debería preocuparse.
Antes de que Sirius pudiera añadir nada más, los platos se llenaron de comida y este pareció olvidarse de que estaba hablando con alguien, por lo que Alexandra decidió olvidarse del tema y centrarse en su plato, que estaba a rebosar de carne y patatas.
Al terminar la cena se fueron a la sala común de Gryffindor, que la dejó con la boca abierta. Se moría de ganas mandarle una lechuza a sus padres para decirles en que casa le había tocado y cómo era su Sala Común, ya que ninguno de ellos había estado en Gryffindor, pero estaba tan cansada que en cuanto se tumbó en la cama fue presa del sueño.
