Injusticia

-Supongo que sabes que tengo otras labores que hacer, Enrico. Por tanto, más te vale que me hayas llamado por una buena razón.

El niño miró al hombre de la túnica blanca, tragando saliva. Pero no, no tenía que ponerse nervioso, tenía la mejor de las razones para llamarle, y estaba seguro de que el hombre no podría ignorar algo así.

-No lo haría sin una razón -le respondió, tratando de aparentar que su tono amenazante no le había amedrentado, aunque en realidad sí que lo había hecho-. Es...es Romano...bueno, el antiguo Romano. No lo aguanto más, me trata como a un esclavo...

El hombre se tensó visiblemente, y su boca, la única parte visible de su cara, se contrajo en una mueca de furia.

-Si el motivo de haberme hecho venir aquí es una pataleta de niño pequeño, te juro, mocoso, que te voy a... -dijo, alzando una mano y avanzando hacia él. Enrico se protegió la cara con las manos.

-¡No, no, no! -gritó rápidamente-. ¡No es sólo eso! ¡M-me amenaza continuamente con leerme la mente y si lo hace podría descubrir todo lo que le hiciste porque yo me acuerdo de eso!

Aquello dio resultado, el adulto se paró en seco. Enrico tenía razón. Él mismo tenía su cerebro bien protegido de influencias externas y Romano no podía hacerle nada a él, pero en cambio Enrico también conocía el plan y los detalles más secretos, y a través de él el augur podría averiguarlos, tras lo cual se haría muy difícil el controlarle, y habría que tomar medidas extremas. En circunstancias normales le habría borrado toda la memoria a Enrico para que no hubiera nada que leer en su mente, pero eso no podía hacerlo. Enrico pertenecía a su grupo de "especiales" y no podía permitirse perderlo.

-...Supongo que pasé algo por alto, sí -dijo el hombre, pensativo-. No está aquí ahora, ¿no?

-No, y prefiero no saber dónde está. Y también prefiero que tarde mil años en volver -murmuró Enrico, sentándose en el suelo. Le estaban dando ganas de llorar-. Prefiero que tarde mil años en volver, o mejor, ¡que no vuelva nunca! ¿Por qué me has puesto a mí aquí? ¿Por qué tengo que vivir con él?

-Los miembros del grupo tenéis que estar juntos -fue la respuesta-. No me desconcentres, tengo que pensar.

Enrico era un experto en ocultar sus sentimientos y aparentar frialdad e indiferencia, producto de los cambios que el hombre había obrado en él. Pero en los últimos días estaba perdiendo esa facultad. Estaba volviendo a ser un niño de siete años. Y no pudo evitar que empezaran a saltársele las lágrimas.

-P-pero...me insulta todos los días, me llama cucaracha...me obliga a hacer todo lo de la casa mientras él no hace nada, y me trata como si fuera un pañuelo usado, por no decir cosas peores...¿cuál es mi papel aquí, ser su saco de boxeo o qué? -le espetó, temblando y llorando. Aquello era demasiado injusto incluso para él. El adulto se quedó quieto durante un par de segundos, y luego se quitó la capucha, revelando el rostro de un hombre de mediana edad, de pelo castaño y alborotado, y gesto severo. Tenía una cicatriz en la mejilla derecha. Se agachó para quedar a la altura del sollozante Enrico, y por un segundo, en su mirada inexpresiva apareció un destello de compasión.

-Tus verdaderos sentimientos están saliendo a la luz, Enrico. Parece que el hechizo está perdiendo su fuerza. Lo corregiré -dijo, colocando una mano encima de la cabeza del niño, el cual lo miró hipando y entre lágrimas. Mientras la magia del hombre comenzaba a invadir su mente, el niño tuvo tiempo de decir las últimas palabras de su "verdadero yo":

-Déjame irme de aquí...papá...

Un segundo después, su cara volvió a ser una máscara, y se secó las lágrimas. El hombre se levantó y se sacudió los bajos de la ropa. Se volvió hacia el niño y lo miró, con el ceño fruncido.

-Yo no tengo hijos -dijo, tras lo cual se desapareció.