Disclaimer: La historia y los personajes pertenecen a Rumiko Takahashi, yo los tomo prestados sin ánimo de lucro.

Por Azalea R.


—Rin, nos hemos quedado sin agua. ¿Podrías ir a por más? —pidió Kaede, sacando de sus ensoñaciones a una Rin que tenía los pies más en las nubes que sobre tierra firme. Rin asintió con firmeza y, rápidamente, se levantó para salir de la cabaña.

La mañana estaba tranquila, tras semanas en las que el cielo no había dado descanso alguno, por fin el Sol había salido y el horizonte se hallaba despejado. La tierra aún estaba húmeda, por lo que había que andar con cuidado para no resbalar ni caer en los charcos, pero a Rin le daba igual ensuciarse los geta*.

Sin embargo, aunque el tiempo estuviera más tranquilo, los aldeanos no lo estaban. Tenían que recuperar el tiempo perdido, arreglar los tejados que la lluvia había deteriorado y hacerse cargo de los cultivos, que habían sufrido graves daños. Al final, por unas cosas o por otras, siempre los más perjudicados terminaban por ser los agricultores.

Rin suspiró, dirigiendo sus pasos hacia la fuente, donde ya otras mujeres estaban llenando los cántaros de agua. Se colocó en la cola para esperar su turno, observando de reojo a los pájaros, que escarbaban en el barro para encontrar algo que comer. Esa visión le evocó una sonrisa, eran hermosos.

—¡Rin-chan, buenos días! —saludó una muchacha al ponerse detrás de ella en la cola. La chica era poco más alta que Rin, de similar edad y bastante bonita. Tenía tanto los ojos como el cabello de color castaño, y una gran sonrisa de oreja a oreja por el hecho de haber visto a Rin.

—Buenos días, Sakura-chan.

Sakura era la única chica que se había atrevido a acercarse a Rin desde que llegó a la aldea. Todos los demás niños se alejaron, temían la cercanía que tenía Rin con Sesshomaru. Por ello, habían forjado una amistad sincera a lo largo de los años. Si bien el carácter de Sakura difería mucho del de Rin, ambas conseguían congeniar de una manera increíble.

—No pareces de mejor ánimo —susurró Sakura, quitándole a Rin el cántaro para llevarlo ella—. Ni tienes mejor aspecto. Mierda, Rin, estás muy delgada. ¿Estás comiendo bien? Y no me mientas, porque después iré a ver a Kaede-sama para que me diga la verdad.

—Tranquila, estoy bien. Es sólo que… —Rin no llegó a terminar de decir sus balbuceos, porque rápidamente Sakura la cortó.

—¡Es sólo que esperas a alguien que no va a volver! Siento mucho ser tan directa contigo, pero deberías de aceptar ya que él es un demonio, no va a venir a por ti por mucho que te dijera que lo haría. Los demonios son distintos a nosotros, no tienen la misma percepción que los humanos ni la misma concepción del tiempo. ¿De qué le va a servir venir a por ti?

Todas las mujeres se giraron hacia ellas debido al alto tono que había utilizado Sakura al hablar. Eso no ayudó demasiado a Rin, que tuvo que pelearse consigo misma para no enrojecer por lo vergonzoso de la situación. No era la primera vez que Sakura le decía las cosas así, sin tapujos, pero era difícil simplemente aceptarlo. Sintió ganas de llorar, pero no lo hizo, ella ya no era una niña que arreglaba sus problemas llorando. Todo el mundo la estaba mirando, esperaban su contestación, mas ella no sabía qué contestar.

—Es sólo que cada vez tengo menos apetito. Kagome-sama ha dicho que es "que se me está cerrando el estómago" y que, cuanto menos coma, más se cerrará. Creo que me ha dicho eso para asustarme y que me alimente mejor —respondió, terminando la oración que antes Sakura no le había dejado responder. Sí, había cambiado de tema muy bruscamente.

¿Pero qué otra cosa podía hacer? ¿Decirle que no importaba que pasaran los años porque ella le iba a seguir esperando? Si le decía eso, de nuevo se habría llevado una regañina por ser tan terca y masoquista.

Sakura no dijo nada más sobre el tema, sabía que se había pasado al hablar de ese tema en público y que esa no era la respuesta que en un principio Rin le iba a dar.

—¿Qué estáis mirando? ¿Tenemos monos en la cara? —inquirió la más alta, protegiendo la intimidad de la conversación un poco tarde. Todas las mujeres volvieron la vista al frente, pero con los consiguientes cuchicheos.

Para hacerse perdonar y subir un poco el ánimo de Rin, Sakura alzó la mano hasta peinar uno de los rebeldes mechones de la menor. Rin sonrió con agradecimiento a cambio.

—Esa niña sigue esperándole —murmuró con molestia en la voz InuYasha. Había escuchado la pequeña discusión de Rin y Sakura desde la cabaña que compartía con Kagome. Suspiró, pasando entonces a mirar el vientre abultado de la sacerdotisa, que cada día engordaba un poquito más.

—Es normal, InuYasha. Rin aprecia mucho a tu hermano, es lógico que le eche de menos.

Kagome se sentó en el futón, colocando una mano sobre su barriga, como si de ese modo protegiera a su hijo de un peligro inexistente. Últimamente se pasaba los días durmiendo como una marmota. Ah, y comiendo como una cerda. No importaba, porque técnicamente no era culpa suya, sino del cachorro. Enseguida su mano se vio acompañada por la de InuYasha, que también acarició su vientre. Eso arrancó una sonrisa a Kagome.

—¿Lógico? ¿Me estás diciendo en serio que echar de menos al insoportable de Sesshomaru es algo lógico? Kagome, no tenemos el mismo concepto de lo que es lógico —refunfuñó el híbrido, causando que su mujer soltara una risita.

—InuYasha, es lógico echar de menos al hombre que amas.

Vale, eso dejó a InuYasha muy trastocado. ¿Amar? ¿Rin amaba a Sesshomaru? A ver, sí, le quería, pero… ¿Amar? ¿Lo que viene siendo amar? ¿Rin sentía eso? Movió las orejas con confusión.

—Cómo va esa mocosa a amar a Sesshomaru —repuso con burla en su voz.

—Créeme, las mujeres notamos estas cosas —aseguró Kagome, sin poder resistir la tentación de acariciar una de las orejas de InuYasha. Él se lo permitía sólo porque estaba embarazada—. Además, ella no se siente del todo integrada aquí, aun cuando nosotros seamos lo más cercano a su familia que tiene.

El ojidorado pasó a dibujar una mueca de disgusto, sacudiendo la cabeza cuando consideró que Kagome había tocado demasiado tiempo sus orejas.

—Va a sufrir.

La sacerdotisa tan sólo asintió con algo de tristeza, porque era cierto. De hecho, Rin ya estaba sufriendo. Llevaba desde los dieciséis años esperando, y ahora que tenía dieciocho no hacía sino ir cada semana al lago donde solía encontrar a Sesshomaru años atrás. Estaba entrando en la edad en la que debía casarse, incluso Kohaku le había propuesto mantener una relación, pero ella sólo mantenía una cosa fija en su cabeza: «Sesshomaru regresará a por mí». Kagome no sabía qué más podía hacer por Rin, por quitarle esa idea que sólo la hacía sufrir de la cabeza.

Al final, los pasos la habían dirigido una vez más al lago. Qué tonta era yendo día sí y día también a aquel lugar cuando sabía de sobra que él no estaría. Ya había llevado el agua a Kaede, recogido hierbas medicinales y ayudado a Sakura a lavar la ropa. En definitiva, el día se había pasado volando y, de nuevo, se hallaba en el final de un círculo que se volvería a repetir cada día. Rin no quería esa vida. No era que no quisiera trabajar, sino que no quería esa rutina. No quería casarse con un hombre sólo porque tuviera la edad para ello, ni tener hijos porque fuese lo correcto y lo que estaba bien visto. No. Ella quería volver a ir con su señor, con Jaken y Ah-Un. Eso era lo que la hacía feliz.

Apretó suavemente los extremos de las mangas del kimono, sentándose en el borde del lago. El crepúsculo iluminaba todo suavemente, con tonos rojizos que se reflejaban en el ambiente. ¿Cuántos crepúsculos habrían pasado desde que no le había visto? Sesshomaru había dejado de visitarla hacía tres años, tres años que para ella habían pasado extremadamente despacio. A veces se preguntaba si simplemente se había olvidado de ella, o si estaba demasiado ocupado siendo el gran Lord del Oeste. El caso es que ella no tenía sitio en la vida de un demonio, pero tampoco lo tenía entre los humanos.

El ruido de unos pasos la alertó, de modo que se puso en pie despacio, entre asustada y ansiosa. Asustada porque no sabía qué o quién había hecho el ruido, y ansiosa por si era quien llevaba años esperando. Sin embargo, sus esperanzas se fueron a pique cuando no encontró lo que buscaba.

—Otra vez te encuentro aquí —murmuró Kohaku, sonriendo al ver que Rin se había puesto el kimono perdido de barro al sentarse. Ella era así de despistada.

—¡Kohaku! —exclamó ella, acercándose a él hasta darle un abrazo. Adoraba a Kohaku, él la había cuidado siempre y se sentía a gusto con él. Junto con Sakura, eran su gran apoyo en la aldea. Se separó al ver que estaba incomodando al muchacho, y rió flojo al ver las mejillas del pobre coloradas—. Sango me dijo que llegarías mañana. ¡Te has adelantado!

—Pensé en daros una sorpresa. Mañana es el cumpleaños de las pequeñas diablas.

Las pequeñas diablas eran como Kohaku llamaba a sus sobrinas, las pequeñas gemelas que nunca planeaban nada bueno.

—Sí, están preparando una fiesta. Kaede-sama hoy consiguió los ingredientes para preparar el sukiyaki*. Estoy soñando ya con comerlo, el sukiyaki le queda tan rico…

—¿Tú soñando con comer? Pero si cada vez comes menos, cualquier día te vas a quedar tan pequeña y delgada que te volverás transparente.

Rin infló las mejillas con molestia, a modo de protesta por las palabras de Kohaku. Y, aunque quiso protestar, no pudo. De repente, entre los arbustos apareció algo que Rin calificó como "cosa asquerosa babeante". Ahogó un grito y saltó hacia atrás por inercia, mirando horrorizada al demonio que se acercaba a ambos. Caminaba a cuatro patas, era de color verdoso y de su piel parecían caer babas que quemaban el suelo. Rin dedujo que las babas eran venenosas. Kohaku no tardó en colocarse frente a ella y lanzar su hoz hacia el demonio, que la esquivó con demasiada agilidad.

—Rin, quédate detrás de mí.

No hacía falta que lo ordenara, Rin no pensaba moverse de detrás de Kohaku. Ese bicho era uno de los más repelentes que había visto en mucho tiempo. No obstante, tanto Rin como Kohaku habían cometido un error: pensar que sólo había uno de esos demonios.

Para cuando Rin vio una mancha borrosa y verde acercarse a ella por la espalda, fue muy tarde. Gritó al sentir algo rasgando con fuerza su espalda, sin poder evitar la precipitosa caída contra el suelo. Intentó girarse para deshacerse del demonio, que ahora estaba sobre ella y luchaba por moderla. Rin comenzaba a ver borroso, no tenía suficientes fuerzas para evitar que ese demonio la mordiera. Gracias al cielo, Kohaku partió al demonio en dos antes de que Rin desfalleciera a causa del veneno.

Kagome le iba pasando las hierbas a Kaede con eficacia mientras la anciana las machacaba con el mortero, aplicando aceite de vez en cuando para hacer la mezcla más homogénea. Rin yacía sobre un futón boca abajo. Una herida bastante fea cruzaba su espalda desde el inicio de la columna hasta la cadera. Para colmo de males, el veneno no estaba ayudando a que la hemorragia de la herida se detuviera.

Se sentía un ambiente de extrema preocupación en la cabaña, y no era para menos. Kohaku había traído a Rin inconsciente y sangrando. El pobre no paraba de repetir que era culpa suya, que debería de haber estado más atento. Debido a que Kaede, Kagome y Sango estaban ocupadas tratando a Rin, a InuYasha le había tocado tener que consolar a Kohaku.

—No es tu culpa, Kohaku. La has salvado, se pondrá bien.

—InuYasha-sama, debí de haberme dado cuenta de que eran dos demonios, pero no lo hice —repitió el exterminador, hartando cada vez más la paciencia de InuYasha. Al híbrido se le daban bien muchas cosas, tales como cazar conejos, matar demonios o discutir con Kagome, pero… ¿Consolar? Eso no entraba dentro de sus habilidades.

Tanto InuYasha, como Kohaku y Miroku se hallaban fuera de la cabaña donde estaban las cuatro mujeres. No les dejaban entrar. Miroku acudió en ayuda de un irritado InuYasha.

—Kohaku, podría habernos pasado a cualquiera de nosotros. No te culpes, eso no arreglará las cosas.

Kohaku se dejó caer al suelo, sentándose al lado de Kirara. Todos estaban impacientes por saber si Rin sobreviriría. Sin embargo, otro problema se acercaba.

InuYasha, de golpe, tensó todo el cuerpo. Reconocía el aroma que se acercaba. Mierda, su hermano no era oportuno ni para regresar. Anda que no había tiempo para volver, y tenía que hacerlo cuando Rin estaba grave. Ese idiota tenía un detector para acudir en el peor momento.

—InuYasha, ¿Ocurre algo? —preguntó Miroku, reconociendo en el rostro de InuYasha la intranquilidad de que algo malo se acercaba.

—Sesshomaru.

Fue todo lo que dijo.


*Geta: calzado japonés que suele utilizarse en las épocas de calor, combinándose muchas veces con los kimonos.

*Sukiyaki: comida tradicional japonesa. Consta de finos filetes de carne de res, verduras de temporada finamente cortadas y pasta de soja (soya), todos juntos se cuecen a fuego lento y se condimentan con salsa azucarada en una cazuela especial hecha de hierro.

¡Hola! Uf, tenía muchas ganas de escribir algo sobre Rin y Sesshomaru, pero nunca me atreví. Por fin me he decidido a hacerlo y realmente espero que os guste, porque he estado escribiendo esta historia con mucho cariño.

Qué oportuno es Sesshomaru para regresar, ¿no? Estoy de acuerdo con Inuyasha en que tiene un detector para los problemas. ¿Cómo reaccionará al ver a Rin en peligro? ¿Se comerá a Kohaku por no haberla sabido proteger?

Espero que no hayan muchas erratas, porque apenas tuve tiempo de corregir el capítulo. Seguro que se me ha colado por ahí algún fallo ortográfico o me he comido alguna que otra palabra. Suelo hacerlo. Hay quien come carne, pescado, verduras... Y luego estoy yo, que me como las palabras.

Si os ha gustado, habéis encontrado alguno de los fallos que acabo de mencionar o queréis decirme lo que sea, ¡Estoy a un review de distancia! Muchas gracias por leerme.