Inspirada por dos frases del último libro, y como resultado de la sensación terrible de compasión que me provoca la persona no muy inteligente, pero tampoco tan mala, que es Dudley. Cualquier comentario será mimado, releído y alimentado con galletitas saladas.

Era un monstruo. Era obvio. Mamá y Papá siempre insistían en ello, así que debía ser verdad.

Así que le trataba como merecía, golpeándole e insultando cada una de sus monstruosas manías y gestos. El monstruo le odiaba, claro. ¿Pero qué más daba? A nadie le importan los sentimientos de una cosa rara como él. Bastante habían hecho sus padres acogiéndole en casa. Debería estar agradecido, je. Pero no… Siempre tenía esa expresión adusta en la cara, ese aire de víctima. Dudley lo odiaba, así que siempre que podía le golpeaba para que se borrara.

Pronto descubrieron que era peor de lo que parecía: esa escuela de magia a la que iba… Le hizo distinto, peligroso, más horrible. Intocable. Dudley se sentía impotente, como nunca antes.

A medida que los años pasaban, su rencor y su rabia aumentaron. Creció y se volvió musculoso, el matón del barrio. Nadie le hacía frente. Pero en la cara del monstruo seguía estando esa expresión de desagrado y fastidio, como si hablar con Dudley fuese una pérdida de tiempo. ¿Es que no estaba agradecido? Vivía en su casa, ocupaba un cuarto que él podría haber ocupado, hasta se ponía sus ropas usadas… Todo cuando en el monstruo era normal, era porque era suyo. Pero la cara del monstruo sólo expresaba asco, no gratitud, nunca gratitud…

Y entonces vinieron ellos. Esas cosas que no veía, pero que estaban allí. Había monstruos fuera, monstruos de verdad, no como esa cosita malhumorada que había vivido en tiempos en la alacena. Monstruos que llegaban y te robaban la esperanza y la alegría, que te lo quitaban todo, hasta el alma…

Y Harry le salvó.

Los ojos del monstruo le seguían ahora como un reproche. Nunca había sabido muy bien cómo reaccionar, así que sencillamente no lo hizo. Pero en su interior, el monstruo ya no era la criatura de la alacena. Ahora los monstruos eran reales, mucho más terrible. Harry era su salvador, ese chico bajito y de aspecto desnutrido que, sin embargo, había salvado a su masivo y muscular primo.

Harry. No el monstruo, la cosa… No. Harry. Le había salvado la vida. De repente, todo cuanto había hecho por llamarle la atención le hizo sentir mal, como si la monstruosidad de Harry se hubiese transferido por entero a él mismo. Quería cambiar, pero no sabía…

No sabía cómo.

Nadie le explicó por qué no venía con ellos cuando dejaron la casa. Nadie parecía encontrar palabras que tuviesen sentido. Podía entender confusamente que no quisiera ir con ellos… Pero al oír las palabras de Harry se sintió tremendamente frustrado. Supo que por una vez, tenía que reaccionar.

-Yo no te considero un estorbo –dijo, sin saber muy bien de dónde le venían las palabras.

Y por una vez, lo vio: el rostro de su primo floreció en un gesto de sorpresa, casi de afecto, borrando la indiferencia y el hastío.

Se adelantó y le ofreció la mano, sin palabras.

Fue la última vez que vio al monstruo, hace muchos años.

Aún le echa de menos… Pero sabe que no cambiaría su presencia por aquella leve expresión maravillada que por un momento hizo brillar sus ojos de forma más cálida de lo que él nunca había visto hasta entonces…