Mientras avanzo por los helados pasillos del penitencial de East London, tomo una gran bocanada de aire, por cuarta vez. Después de meses de búsqueda, de leer viejos periódicos, de pedir favores y gastar gran parte de mis ahorros en la labor de investigación más dura a la que me he enfrentado en toda mi carrera periodística, por fin me encuentro a escaso metros de mi objetivo.
Cruzo una puerta más, ya he perdido la cuenta. La prisionera I=I-487 es, a fin de cuentas, una de las criminales más famosas de la historia de Gran Bretaña. Lo cual ha hecho que el localizarla haya sido una labor detectivesca. No por nada su vida está amenazada por diversas asociaciones.
A pesar de que han pasado ya unos cuantos años, su popularidad no parece haber disminuido un ápice. Su canción sigue siendo un hit en todas las radios, y por lo que me han dicho a la entrada, recibe cientos de cartas cada semana (muchas amenazantes, otras muchas alentadoras) y esporádicamente publica algún artículo en Vogue, Harper's Bazaar o Tatler, ocasiones en las que se agotan todos los ejemplares. Y a pesar de su fama, a pesar de todo lo que se ha escrito de ella (lo cual he leído casi en su totalidad), aún desconozco todo.
¿Quién es la mujer detrás del nombre? ¿De dónde vino? ¿Cuál es su origen? El de su odio, el de su nombre, el de ella misma.
Finalmente atravieso la última de las puertas, no sin antes depositar sobre la mesa del guardia todo objeto que pueda ser considerado como un arma. Curioso que se trate como a una criminal de alto riesgo a una mujer que nunca hizo nada personalmente con sus enguantadas manos.
En el centro de la celda, fría, casi monacal, se yergue una figura de mujer. Se gira y ahí está. Regia, infame, sublime.
Cruella de Vil.
