ROLAND

Tuvo que abrir mucho los ojos el pistolero para creer lo que estaba viendo. Ante sí no sólo había cientos de árboles como nunca pudo antes ver, si no que también se encontraba rodeado de ¿nieve? Hacía tanto que no nevaba en Mundo Medio que Roland dudaba siquiera si la había visto nunca. Creía que no. Sus tierras eran tan secas e infértiles como una prostituta añeja. Lo çutlimo que recordaba antes de caer inconsciente debido a la debilidad y las fiebres, fue como una de las langostrusidades se comía parte de sus dedos y luego él mismo dividiendo las balas mojadas de las que creía que estaban en buen estado.

Se debía de haber perdido en la raedura buscando las puertas que le ayudarían a alcanzar la Torre Oscura y estaba muerto, no cabía otra explicación. Sin embargo sus piernas y la cabeza estaban empezando a congelarse demasiado como para haber muerto o ser un simple sueño, posibilidad que ni se había llegado a plantear.

Si era el infierno hacía demasiado frío.

Alzo la vista para comprobar que la puerta por donde había

¿salido? ¿entrado?

formaba parte de una estructura más grande, muchísimo más. Tuvo que palpar con sus manos desnudas para acreditar estupefacto que sin duda se trataba de un muro hecho de hielo. Se maravilló de aquella creación kilométrica más alta que cualquier montaña que sus ojos hubiesen tenido la oportunidad de ver jamás.

A pesar de no saber exactamente cómo había llegado hasta allí –tenía claro que debía de ser algo relacionado con la raedura o con las supuestas puertas que debía de encontrar – se preparó para lo peor. Sacó su zurrón y rebuscó entre sus pertenencias las balas que se salvaron. "Diecinueve", sonrió para sí. Aquella no era si no una prueba más de que el Ka era el responsable. Si quería volver a su mundo, debía de arreglar lo que allí sucedía primero o encontrar a su compañero en la larga búsqueda de La Torre, tal y como explicaban las cartas del tarot del Hombre de negro.

Dentro del zurrón también llevaba un pellejo con algo de vino agrio, un trozo de papel arrugado y algunas monedas de escaso valor.

Mientras contaba sus pertenencias oyó un ruido a su espalda y se echó la mano buena a la pistola –ya nunca volvería a usar la derecha- cuando un lobo aulló a lo lejos.

Tal vez se debiese a un despiste por su parte, debido al agarrotamiento de sus músculos por el frío o la falta de alimento. Sea como fuese Roland recibió un golpe seco e inesperado en la nuca. Sintió dolor, y luego nada.