Resumen: Hay historias que merecen ser contadas. Para Castiel Novak, un estudiante nuevo de la preparatoria Lawrence, ese año prometía ser como cualquier otro: una auténtica mierda. Pero cuando conoce a Dean Winchester y a su grupo de amigos, se verá embarcado en una trágica aventura que cambiará su vida para siempre.
N/A: Esta historia está basada en algo personal entremezclada con Sobrenatural que es mi serie favorita.
Espero que les guste y la disfruten.
~Carry On My Wayward Son~
Prólogo
La nueva mudanza de los Novak no tomó a ninguno de los hermanos por sorpresa. Habían estado en tantos lugares que Anna le había tomado cariño a apuntar en una libreta cada pueblo en el que vivían, para no olvidarse el nombre de ninguno.
"El tedioso viaje" como lo llamaba Lucifer, había empezado cuando Castiel tenía apenas dos años y la pequeña Anna era sólo un bebé. Entonces vivían en Maine, en un pueblito costero cuyo muelle Cas recordaba borrosamente. Pero su madre había muerto durante el parto de Ana, y su padre había vendido todo.
Al principio creyeron que se quedarían en su nueva casa en Oregón, pero entonces Chuck volvió a vender todo y otra vez se movieron. Cada vez había una excusa nueva; la más común era que su padre iniciaría una nueva novela y necesitaba cambiar de ambiente para inspirarse. Castiel, que era el único de sus hermanos que había seguido los pasos de su padre en lo que respectaba a escribir, en parte lo comprendía, pero a veces, al igual que Michael, Lucifer, Gabe y Anna, detestaba ir y venir por todas partes.
En el camino de ese largo viaje Michael consiguió un trabajo en una biblioteca en Boston y decidió quedarse allí. Gabriel, cuando estuvieron en Nueva Orleans, conoció a una bonita chica, y para asombro de su padre, decidió seguir la universidad… a la que convenientemente ella asistía.
Para cuando Castiel cumplió diecisiete años, antes de dejar Nueva Jersey, notó que ya sólo quedaban Anna y Lucifer. Además, con pesar, se dio cuanto que jamás había tenido la oportunidad de hacer un amigo, de enamorarse de alguien, o de sentir a alguna de las tantas casas como su hogar. Al llegar a una nueva ciudad o pueblo, sabía que pronto se irían, por lo que prefería mantenerse al margen de todo.
La última vez, cuando dejaron el apartamento de Nueva Jersey, Lucifer maldijo en mil idiomas los libros de su padre, y Anna intentó escapar. Castiel, a pesar de sentir una opresión en el pecho, se limitó a empacar todas sus cosas, o mejor dicho volver a cerrar las maletas, y las subió en el auto sin problema.
Ninguno de los tres tuvo idea de hacia dónde conducía su padre hasta que un letrero apareció en la larga carretera por la que habían viajado durante días. "Bienvenidos a Lawrence"
Cas suspiró, preguntándose cuánto permanecerían allí. Anna apuntó otro pueblo en su lista.
Consiguieron una casa a buen precio, en las afueras. Tuvieron la clásica pelea por quién tomaría cual habitación, y su padre se disculpó con ellos ordenando pizza para la cena. Juntos arreglaron la casa, desempolvaron los muebles que venían con ella, y en pocos días Chuck volvió a su trabajo: su siguiente novela.
Lucifer tardó poco tiempo en invitar a salir a una camarera de un bar cercano; casi el mismo tiempo que Castiel se tomó para acomodar sus libros, y Anna en casi volar la cocina en un intento de hacerse una taza de café en el microondas para después llamar a Gabriel para que le explicase cómo se encendía el aparato.
El verano en Lawrence había estado bien. El clima tibio permitió que Castiel recorriera el lugar con su vieja bicicleta, y ocupara las calurosas noches para escribir un par de cuentos o algunos poemas que le brotaban casi por inercia.
Pero las lluvias del otoño llegaron y con ellas un nuevo año escolar. Chuck dio a Anna y Castiel su tarjeta de crédito para que fueran a comprarse lo que necesitaran para ese semestre, pero dirigió una mirada tan punzante a Lucifer, que los dos menores prefirieron marcharse antes de que la discusión empezara.
Anna pareció animarse con un vestido bermellón, un par de bluyines rotos y unos zapatos nuevos. Castiel la acompañó a cada tienda, sin poner objeciones aun cuando su pequeña y pelirroja hermana de quince años se la pasó hasta entrada la noche de vestidor en vestidor.
Cuando volvieron Lucifer y su padre todavía estaban discutiendo.
-¡Reprobé último año porque el profesor era un gilipollas! –Espetó Lucifer, cruzado de brazos en el sofá de la sala-.
-Pues ninguno de tus hermanos reprobó jamás. Sólo estoy pidiendo un poco más de responsabilidad de tu parte, Lucifer, no te estoy corriendo de casa ni exigiendo que busques un trabajo –replicaba el hombre de cabello castaño, barba, y lentes rectangulares que era su padre. Cuya figura, a pesar de ser bajita, parecía intimidar y hasta fastidiar al muchacho alto y musculoso que era Lucifer-.
-Y yo pido que dejes de compararme con el perfecto Michael, y el idiota de Gabriel –gruñó Lucifer, poniéndose de pie de un salto y dirigiéndose a las escaleras-. ¿O a lo mejor estás esperando que sea como la mojigata de Anna, o el nerd de Cas?
-No llames así a tus hermanos –espetó Chuck, apretando los puños. Pero para cuando intentó decir algo más, Lucifer se deslizó en su habitación dando un portazo. Al poco tiempo se escuchó música a todo volumen-.
Chuck suspiró, con una mano apoyada en el pasamanos de las escaleras. Volteó hacia sus dos hijos menores que lo veían desde la estancia y sacudió la cabeza, tratando de lucir relajado.
-Su madre sabría cómo manejar esto. Lucifer me hace sentir como un inútil –musitó Chuck-.
-No lo eres pá –lo animó Anna, con una sonrisa-, mira a Mike, tiene un buen trabajo y una linda chica. Gabriel está estudiando duro. Y si Cas no entra a Harvard es porque el mundo se ha vuelto loco-.
Chuck sonrió con eso, y pronto los tres estuvieron comiendo palomitas frente al televisor, viendo una película vieja que había escogido Cas. Anna reía a carcajadas, mientras Cas le comentaba a su padre que planeaba escribir una novela aunque no tenía idea de por dónde empezar. Ambos estaban bromeando por lo que no se dieron cuenta cuando Lucifer bajó a robar algo de la nevera, y terminó sentado junto a ellos. El rubio se unió a Anna en las risas, y los cuatro pasaron una agradable noche.
Antes de que Chuck se encerrara en su estudio a escribir se despidió de sus tres hijos.
Castiel pudo jurar que escuchó los apacibles ronquidos de Anna y Lucifer durante toda la noche. Por mala suerte él había salido como su padre, incluso en el cabello y los ojos, por lo que al tomar uno de sus libros favoritos no pudo dejar de pasear sus ojos por las páginas.
Era su libro favorito porque trataba de un chico tímido en su primer año de preparatoria, que a través de varias cartas contaba cómo eran sus días en la escuela, haciendo sus primeros amigos, yendo por primera vez a una fiesta, enamorándose de alguien y, sobre todo, abriendo sus brazos en un túnel, observando las luces de la ciudad, y sintiéndose infinito….
-Castiel, apaga la luz y duérmete ya o mañana llegarás tarde al instituto –anunció su padre dando dos golpecitos a la puerta-.
-Sí, papá –respondió Cas, apagando la lámpara, y guardando el libro bajo su almohada-.
Permaneció un momento mirando la luz de la luna que se filtraba por las cortinas de su ventana. Permaneció despierto con la mano sujetando el libro bajo su almohada, entonces cerró los ojos y deseó, que su último año fuese perfecto.
