Malik Almuluk

("Rey de reyes" en árabe, idioma hablado en Irak, que esta donde en el pasado estaba la ciudad de Uruk, que en su tiempo fue reinada por el rey Gilgamesh, en cuya leyenda se inspira esta historia.)

En ese momento abrí mis ojos, me encontraba en un sitio que nunca antes había visto, pero aun así me sentía extrañamente en paz, como si hubiera llegado a casa o al sitio que tanto había anhelado, por lo que me levanté lleno de curiosidad, deseando saber de dónde es que provenía dicha sensación, así como en dónde me encontraba, y entonces empecé a recorrer el sitio, pasando por numerosos jardines que empezaban lentamente a ser bañados por los rayos del sol, llegando entonces a lo que parecía un palacio que podía alcanzar a los mismos cielos y cuya extensión abarcaba tanto como mi vista podía alcanzar a vislumbrar.

Entonces, con mi alma envuelta en una pacífica incertidumbre, me dispuse a entrar al majestuoso castillo, encontrándome en una gigantesco vestíbulo rebosante de gloria y magnificencia, el cual atravesé maravillado notando como mi cuerpo se estremecía ante la sola vista que yacía ante mis ojos y a la belleza que esta emanaba.

Y así, sin notar por cuánto tiempo caminé o por cuántas habitaciones y pasillos atravesé, llegué a una sala cuya gloria hacía palidecer de vergüenza al resto del palacio, pues esta particular habitación tenía la más fina decoración de entre todas ellas, con las más excelsas pinturas cubriendo las paredes, las más perfectas columnas sujetando el techo y los marcos más finos cubriendo las ventanas por las que ahora se filtraba la pálida luz de la luna, sin embargo, todo eso parecían meros adornos del antro más ruin ante la imagen que ocupaba el centro de toda la habitación y que me hizo postrarme en el instante en que la contemplé.

-Alza la cabeza mestizo- ordenó con un deje de ira una voz incomparable a cualquier otra que pudiera haber oído antes, la cual tenía algo que me impulsó a obedecer el mandato que había recibido.

Y eso fue lo que hice, alzar la mirada, solo para notar como el tiempo se volvía lento al encontrarme ante la presencia de un hombre sentado en un trono de resplandeciente oro, esculpido por artesanales manos, y estaba ataviado únicamente con la parte inferior de una armadura hecha del mismo material, llevando su pecho descubierto, sus ojos eran de un brillante carmesí e incluso su cabello parecía estar hecho de dorados hilos.

-¿Sabes acaso en dónde es que estás, mestizo?- preguntó el hombre en un tono que irradiaba desprecio y magnificencia a partes iguales, llegando al punto de que solo pude limitarme a asentir lentamente con la cabeza. –Pues bien- volvió a hablar- has osado entrar al palacio de Uruk, y te encuentras ante el Rey Gilgamesh en persona, ¿Qué es lo que tienes que decir para que no te ejecute en este preciso lugar?- tras hacer esta última pregunta se limitó a tomar algo del suelo, que no era otra cosa que una espada, la cual, si bien era en extremo hermosa, parecía vieja y oxidada en comparación al resto de tesoros que había en la sala, cosa que me desconcertó.

-Yo…- empecé a tartamudear por lo imponente que era la persona frente a mí, aquel de quien había oído innumerables leyendas y prodigios, quien era temido y venerado por muchos, incluyéndome entre ellos, y quien, al no escuchar una respuesta a la pregunta realizada, se limitó a alzar la espada, mientras yo simplemente pude contemplar el movimiento descendente de su brazo antes de que todo se volviera completamente negro.