Stop crying your heart out.
Las luces de la cuidad encendidas, la noche asomándose. Los focos irradiando energía lumínica, tan radiante que la segaba por pequeños instantes.
Leah nunca había sido muy amante de Seattle, pero si había algo que le gustaba era sentarse a ver la cuidad, iluminada, radiante.
Las formas que cobraban más sentido, más vida, logran captar su atención y lograban distraerla. Distraerla de todo ese dolor y esa amargura que llevaba dentro.
Porque ver a Sam y a Emily pasarse por La Push felices, contentos y sumamente enamorados dolía. Había pasado el tiempo, sí, y había logrado olvidar a Sam, pero eso no significaba que no doliera, que no le carcomieran los celos cuando los veía juntos. Y sin embargo, cada día se convencía más de que Sam no era para ella, que ya nada tenían en común y que al fin y al cabo su final hubiera sido ese mismo, el estar separados. Tal vez la separación hubiera sido menos cruel o no, nunca lo sabrá. Tampoco es como si le importara tanto cuando ve la sonrisa blanca y pura de Jake.
Está tan sumida en sus pensamientos que se sobresalta cuando siente una mano sobre su hombro, es cálida e inmensa, le transmite una paz inigualable. Sabe que es él y que vino a buscarla.
La ayuda a levantarse y le limpia alunas lágrimas que se escaparon de sus ojos sin que se diera cuenta. Luego, la besa. Un beso suave, tierno y lleno de cariño. Y en ese momento cree que él es justo lo que precisa en su vida, que le drama está olvidado y que es tiempo de dejar de llorar y de abrirse a ese nuevo mundo que le ofrece Jake. Porque él es su salvación y lo necesita tanto como el aire al respirar.
