Antes que nada, muy buenas noches. Si eres una de esas personas que está leyendo mi otro fic de Gintama, te preguntarás qué carajos está pasando por mi cabeza cuando decidí subir otra historia al respecto. Lo sé, yo también me lo pregunto y he llegado a la conclusión de que cuando te obsesionas con algo/alguien es muy malo —especialmente si tienes una imaginación traicionera como la mía— e_e. Pero dejando todo eso a un lado, espero que les agrade; los AU/escolares/vida diaria siempre han sido un coco para mí, pero se hará lo que se pueda. Tras haberme explicado, les dejo la lectura. ¡Nos leemos después!
Lección 1
Regresar el tiempo lo solucionaría todo
Sus mañanas siempre eran de lo más estruendosas, sin importar que fuera fin de semana o un lunes muy temprano por la mañana antes de iniciar las clases. Era como un sello personal que no dejaría de acompañarle hasta que fuera lo suficientemente independiente y pudiera dejar su hogar atrás. Así que mientras ese mágico momento de adultez llegaba a sus manos se limitaría a realizar lo que hacía cada día cuando llegaba la hora del desayuno.
El hogar que poseía no era precisamente grande, ni tampoco temía una decoración ostentosa como la que se veían en las casas de los ricos y famosos de Edo, pero contaba con lo necesario para hacer del sitio algo acogedor. Además de que allí había sido donde sus entrañables memorias de la infancia tuvieron lugar.
Luego estaba el comedor. Ese en el que por política de la casa, y de su padre, estaba obligado a compartir con él y su escandalosa hermana menor. Pero lo peor del asunto no era que prácticamente todos los días el desayuno consistiera en arroz hervido acompañado de huevo, sino esas peleas absurdas que tenían los otros dos miembros de su familia.
—¡Estoy en pleno crecimiento, así que debo comer una porción más, maldito peleado! —fueron las palabras que escaparon de Kagura en cuanto intentó acercarse a la arrocera para servirse una vez más.
—¡Si continúas comiendo de esa manera lo único que lograrás es que ese uniforme no te vuelva a quedar! Y papi no tiene dinero ahora para comprarte otro más… Además, ¡¿desde cuándo tuviste la necesidad de usar lentes?!
—¿Crees que por ser mi padre tienes derecho a decirme cómo debo vestir?¿Qué clase de mal hombre eres para obligar a tu querida hija a vivir en una pocilga como esta? Además, ya te ha llegado el cheque de esta quincena, no seas tacaño y compra algo de carne para variar —señaló a su padre como el peor de los villanos—. Todas llevan desayunos deliciosos y femeninos a la escuela, y lo único que llevo yo son esas ordinarias tiras de carne seca —dilemas y más dilemas de púberas.
—Su papi está ahorrando para que este verano podamos ir de vacaciones a un lugar bonito —justificó.
—La última vez que nos dijiste eso nos llevaste a ese horrible sitio de viejos sin esperanzas que usaban botargas grasosas mientras tocaban el acordeón e intentaban no asustar a los clientes… Y fue cuando íbamos en la primaria —y gracias a que el hombre se había distraído y ella también, alguien mucho más astuto y silencioso habría de terminarse todo el arroz que quedaba—. ¡Maldito Kamui!
—¡Hijo estúpido!
—Gracias por la comida —dijo felizmente. Incluso, ante el enfado de esos dos sacó una deliciosa barra de chocolate del bolsillo de su pantalón.
—Ya que te has comido la porción de comida que haría a tu querida hermana una mujer hermosa y curvilínea, debes pagar… ¡Así que dame ese chocolate! —al diablo los buenos modales, era momento de exigir lo que por derecho no justificable le pertenecía.
—Ey, ¡ustedes dos, cálmense, van a volver a destrozar la meza! —gritó para sus dos desobedientes niños. Los cuales estaban intentando hacer de las suyas; mientras Kamui se divertía evadiendo los agarres de su hermana, esta intentaba quitarle la barra de chocolate por todos los medios.
—Aún estás demasiado lejos de poder derrotar a tu hermano —y para prueba de ello, ya se había terminado ese exquisito chocolate y la pelirroja sintió esos hermosos deseos de dejarle sin descendencia. Una pena que él bloqueara su iniciativa y alguien tocara a la puerta.
—Parece que ya te vinieron a buscar —expresaba Umibouzu.
—¡Debe ser Soyo-chan! —exclamó eufórica antes de irse corriendo a abrir la puerta.
—Y tú muchachito, más te vale que no te saltes las clases de esta semana… Ya suficientes problemas he tenido con transferirte a una nueva escuela como para que lo arruines —lo padre responsable le salía de vez en cuando, especialmente con él; el más descarriado de sus dos hijos.
—Me voy —tomó su maletín, echándoselo sobre el hombro, con dirección a la salida de su casa.
—¿Te hice esperar por mucho tiempo, Kagura-chan? —interrogó la pelinegra a su amiga—. Es que mi hermano se detuvo en varios sitios antes de que pasáramos por ti.
—Descuida, has llegado justo a tiempo —expresó, sonriente—. Será mejor que nos demos prisa o Gin-chan nos volverá a sacar a los pasillos para que carguemos esos baldes de agua.
—Kagura-chan, no deberías ser irrespetuosa. Él es nuestro profesor….aunque no lo parezca y solamente se la pase leyendo la Jump frente a todos.
—A un lado —allí estaba Kamui, detrás de su hermana menor, clavando su mirada en la visitante.
—¿Qué no puedes salir por otro lado, eh pedazo de idiota? —se quejaba la menor.
—Hasta donde sé, esta es la única salida que hay…¿No será que comer tanto huevo te ha dejado la cabeza como uno? —esa sonrisita, ese tono casi musical e infantil, solamente cabreaban a la pelirroja; más que sus insultos como sí.
—¿Por qué me has jalado, Soyo-chan? —estaba indignada de que su amiga la hubiera hecho a un lado para dejar a su vandálico hermano pasar sin más.
—Trata de no regresar llorando a casa, hermanita~ —eso claramente sonó como una disfrazada amenaza.
—Kagura-chan, no deberías pelear con tu hermano mayor —ella poseía uno y lo amaba demasiado. Kagura suponía que ella deseaba que su relación con Kamui fuera igual de maravillosa.
—No le importo una mierda. Así que da igual —bueno, tal vez en el fondo deseaba que esa declaración no fuera tan cierta.
—No digas eso, Kagura-chan. Estoy segura de que no es así y que solamente es un orgulloso que no quiere reconocerlo.
—Soyo-chan, estamos hablando del estúpido de mi hermano… Ese que tuvo que ser transferido a otra escuela por su mala conducta —le recordó por si se le había olvidado—. ¿Acaso olvidaste cuando quedaste en medio de la pelea que tuviste con el sádico maniático?
—B-Bueno…es que no debí de haber intentado detenerlos… No sabía que en realidad eran buenos amigos y se estaban divirtiendo —si a partirse la cara y dejarse para el arrastre fuera considerado como un modo ameno de pasar el tiempo con los amigos.
—Lo mejor que puedes hacer es mantenerte lejos de ese par —recomendó ya con un pie fuera de casa y con su fiel amiga acompañándole.
Aquel edificio en ruinas se encontraba dentro del mismo distrito que la Preparatoria Gintama, sin embargo, el contraste resultaba ser ridículamente doloroso. Era conocido por muchos por atraer a estudiantes con mala reputación y había sido nombrado numerosas veces como un campo de concentración; un sitio al que las personas cuerdas no entrarían ni por error.
La fachada externa de la Preparatoria Metropolitana Industrial Yato solamente dejaba ver el escaso talento que su alumnado poseía para los grafitis. Inclusive el clima no parecía estar a gusto con tal edificación, hasta el punto de que las nubes negras bordeaban únicamente esa área mientras el resto de Edo resplandecía con un bellísimo sol.
Esa escuela de salvajes que se la vivían generalmente amedrantando al resto de las escuelas, parecían haber conocido al fin a alguien que impusiera orden a su propio estilo.
—Te lo he dicho miles de veces. Es una mala idea, idiota —expresó por tercera vez ese alto hombre que difícilmente podía pasar por un estudiante, pero que lo era.
—Abuto, si tienes miedo, será mejor que no lo hagas —habló calmadamente el pelirrojo—. Ugyu y yo nos haremos cargo —soltó con frescura. Era la hora del almuerzo y les gustaba pasar ese rato en la azotea de la escuela.
—Lo que intentas es suicidio —reiteró—. Está bien que quieras cargarte a los más fuertes, pero estás aspirando muy alto… Él es uno de los peces gordos de todo Edo… ¿Por qué no simplemente vas por ese rarito del ojo parchado?
—Umm, ¿hablas de Shinsuke? —sí, se había pensado un par de veces el irle a dar una visita. Pero al ser una de sus mejores presas quería guardarlo para el final—. ¿Dónde crees que podamos encontrar a sus hombres, Abuto?
—¡Idiota, ¿has atendido a algo de todo lo que te he dicho?! —le gritó con la suficiente potencia como para que el sordo le prestara atención.
—…Necesito cambiarme de escuela cuanto antes…—murmuró Ugyu. Era sabio y no quería meterse en problemas innecesarios.
La clase 3-Z era famosa, entre tantas cosas, por ser una de las más escandalosas cuando la hora del desayuno llegaba. Además de contar con las personalidades más controversiales, opuestas e inverosímiles de toda la escuela.
Aunque simultáneamente era uno de los momentos que más disfrutaba la joven Kagura. Ya que, ¿quién no ama comer hasta hartarse? Y más si se tiene amigas que les gusta regalarle la comida que ya no querían por temor a engordar, perder la figura y no poder hacerse un novio antes de que la graduación tuviera lugar.
—Ummm… Esto sabe muy bueno, ¿segura que puedo comérmelo todo, Soyo-chan? —¿servía de algo pedir permiso cuando ya se había engullido la mitad de todo el contenido de esa caja de obento?
—Han preparado demasiado para mi sola, así que está bien —comentaba con una sonrisa. Ambas habían juntado sus asientos para comer juntas.
—Cierto, cierto, Soyo-chan viene de una familia acaudalada —una dama, hablando con la boca repleta de comida.
—Sabes que cosas como esas no importan. Seremos amigas siempre.
—Ah, ¿tan temprano y ya armando un escándalo china buena para nada?¿No deberías enfocarte en mejorar tus notas? Recuerdo que tu cero fue expuesto en toda la escuela.
—¿No deberías hablar por ti, cabeza de coco?¿Es que olvidas quien tuvo -1 en el último examen?¿Qué tan idiota se tiene que ser para obtener una nota negativa? —le echó en cara con una sonrisa socarrona y esa mirada psicópata que le nacía tan natural cuando cruzaba palabra con el castaño.
—Kagura-chan, Okita-san, por favor, no empiecen una riña aquí… No de nuevo —allí estaba, en medio de esos dos.
—Presume de haber obtenido un -1 cuando no sabe que es una calificación mucho más baja que el 0. ¿Es qué es imbécil?¿Es qué ese ridículo peinado que le hizo su mami ha oprimido por completo su cerebro? Aunque por algo sigue en secundaria cuando debería estar en preparatoria —los pequeños placeres en su vida consistían en comer y molestar a Okita.
—¿Lo dice la niñita llorona que viene todos los días con su papi por temor a perderse?¿Esa misma que llamó al profesor "papi" a mitad de la clase? —porque él también podía devolverle sus insultos—. Plana.
—¡¿A quién demonios le estás diciendo plana, maldito sádico sinvergüenza bueno para nada obsesionado con Toshi?! —si no se le había echado encima era porque Soyo la estaba frenando como bien ponía.
—Debe ser muy triste no sólo ser fea, sino también una marimacha y además, carente de atributos femeninos… Tal vez con el tiempo hasta te quedes pelona como tu padre… Podría presentarte a algunos sujetos que se harían de la vista gorda y te harían sentir mujer por un módico precio.
—¡Maldito, te haré tragarte cada una de las palabras!¡Me encargaré de desfigurar esa estúpida cara de niña que tienes!
No importaba que las clases todavía no hubieran terminado. Para individuos como ellos que poco o nada les importaban las normas de la sociedad, podían irse de pinta sin que nadie los notara; a esa hora del día había buenos lugares que visitar para olvidarse del cansancio de las clases y los pesados maestros. Aunque también existía ese pequeño detalle que eran más que conocidos por esos sitios y alguien podría ir de soplón con la policía de que unos estudiantes habían decidido estúpidamente faltar a clases.
—Es muy osado o muy estúpido de tu parte el saltarte las clases si consideramos que tu padre trabaja en la escuela a la que vamos —y ahí iban por el centro comercial esos tres alumnos de la preparatoria industrial Yato.
—¿Notas algo fuera de lugar, Ugyu?
—¿Qué dicen de esos que están allí? —indicó, apuntando su dedo índice a la derecha; allí donde se encontraban un par de misteriosos hombres regalando sospechosamente piezas de pan en plena primavera mientras una camioneta se mantenía aparcada en la esquina de la calle.
—No creo que sean peligrosos… La gente que regala pan no puede ser mala —comunicaba el castaño.
—¿Y esos de allá? —preguntaba Kamui.
—Ciertamente es extraño en estos días encontrar estudiantes de secundaria…tan musculosas, de barba partida y que miren tan lascivamente a los hombres casados que pasan delante suyo. Pero nuestra actual sociedad dictamina que seamos de mente abierta y no le juzguemos… Digamos que sólo fueron chicas desafortunadas que quieren encontrar el verdadero amor —opinaba el buen Abuto.
—¿Pues dónde se supone que se han metido? —Kamui no era una persona de mucha paciencia y empezaba a creer que su búsqueda estaba siendo completamente infructífera.
La petición del pelirrojo fue escuchada por los dioses. Así lo creyó cuando unas cuadras más adelante, justamente donde se erigía un humilde restaurante de tallarines, se vislumbraba la salida de cuatro hombres, todos de ellos portando kimonos masculinos con un símbolo que era inconfundible y que provocaba que la gente se anduviera con cuidado.
—Tsk…Otra vez le hemos perdido la pista.
—Si el jefe se entera será nuestro fin —mascullaba el hombre con preocupación para el resto de sus camaradas—. ¿Cómo puede desaparecer así de la nada? Todo por haberle hecho caso y haber venido a este estúpido establecimiento de comida.
—¿Qué es lo que quieres niño?¿Te has perdido y buscas a tu mami? —lanzó amenazante uno de esos trabados sujetos. Alguien se había metido en su camino y no creía que fuera un mocoso.
—¿Qué les parece si tenemos un amigable encuentro? —Kamui sonreía. Incluso tenía una pose relajada que obligaba a sus manos a meterse en sus bolsillas—. Les dejaré conservar su ventaja numérica.
—No digas que no te lo advertí... —susurró Abuto, observando al idiota queriendo iniciar un combate cuerpo a cuerpo contra esos peleadores—. No pienso limpiar cuando te hagan mierda.
—¡Maldito mocoso insolente, no tenemos tiempo para ti!
Quisieran o no enfrentarle, él había tomado la iniciativa de lanzar el primer embiste. Ese que se estrelló de lleno contra el abdomen del que le había gritado que no tenía tiempo para él, logrando no sólo que escupiera sangre, sino también se encargó de sacarle todo el aire; ahora no era más que un lamentable sujeto tumbado en el piso, lanzando maldiciones.
El siguiente ataque fue comandado por uno de esos hombres y terminó lastimosamente siendo bloqueado por el pelirrojo. ¿Es que se pensaban que solamente por ser un adolescente no tendría la fuerza y destreza para realizar una proyección tan espléndida que le llevaría a besar el frío concreto?
Los dos que quedaban no se creían lo que estaban presenciando. ¿Ser humillados por un chiquillo? Eso era mucho peor que cualquier castigo que su jefe pudiera aplicarles. Sin embargo, pese al esfuerzo de querer destrozarle ese bonito rostro, todo se quedó en meros caprichos y una fuerte inconsciencia en cuanto Kamui los tumbó de un cabezazo.
—¿Estos son los temibles hombres que sirven a una de las siete familias del Harusame? —sopesaba el oji azul con notoria decepción—. Los chicos de nuestra escuela son mejores que esto.
—¿Sabes que cuando se enteren de lo que has hecho vendrán a buscarte y no necesariamente se complacerán con romperte un par de huesos, verdad? —ahora que lo meditaba no sabía por qué motivo se había asociado con alguien como Kamui. Lo único cierto es que ahora su de por sí ya mala reputación, empeoraría a niveles estratosféricos—…Creo…que ha sucedido mucho antes de lo que me imaginaba…
¿De dónde habían salido ese par de coches negros con vidrios polarizados que los habían rodeado por completo?¿Por qué presentía que las cosas se iban a poner muy feas? Tal vez porque de los vehículos descendieron todos esos individuos perfectamente armados con filosas y peligrosas espadas.
—Idiota, te dije que esto iba a pasar…
—Abuto, esto es justamente lo que estaba esperando que sucediera —¿exceso de bravura, un ego demasiado inflado o estupidez acumulada? Cualquiera que fuera la opción, Kamui estaba más que complacido con lo que estaba presenciando; esa calma mirada suya se volvió temible y hambrienta de una buena pelea y en conjunto con esa maniática sonrisa, lo transformaban en un hombre de temer.
No era la primera vez que se metía en grandes líos. Tampoco era de aquellos que se ponían a meditar demasiado sobre las posibles consecuencias de sus actos, porque siempre conducía sus acciones de acuerdo a sus impulsos y circunstancias; no era un estilo de vida aceptable pero era lo que había cuando se trataba de él. Por lo que no sorprendía en lo más mínimo que aún con el peligro que podía aspirarse en la atmósfera, se mantuviera totalmente calmo, con una gran sonrisa en sus labios, como si estuviera dando un paseo por el parque de diversiones.
Ignoraba las decoraciones que engalanaban los impecables y largos pasillos por los que estaba siendo conducido, casi, forzadamente por ese grupo de hombres trajeados y de duro mirar. Tampoco tenía interés alguno en saber por qué motivo había sido llevado a esa parte de la ciudad que estaba rotundamente prohibido para alguien de su edad. Lo que sí parecía ser de su total agrado era el sutil pero delicioso aroma que se filtraba de la habitación que estaba a unos metros de distancia; justamente hacia donde estaba siendo guiado.
Los hombres frente a él abrieron las puertas, permitiéndole entrar y admirar el esplendoroso interior.
—El señor le está esperando —fue la orden pasiva de quien con su sola mirada le indicaba que se dejara de estar de chulo y pasara al comedor.
Un comedor familiar hecho exquisitamente de cedro, un mantel blanco cubriéndole por completo y esos innecesarios pero glamurosos arreglos florales, eran detalles que cualquier persona apreciaría. Sin embargo, quien había sido obligado a tomar asiento, lo único que quería era ponerle las manos encima a todos los manjares que habían sido llevados.
—Escuché de que alguien había sido lo suficientemente idiota como para meterse con mis hombres. Aunque no estaba esperando que fuera un niño como tú —extendió su mano con un pequeño vaso. El mismo que recibió una buena dosis de sake por una de las sirvientas que le rodeaban.
—Para formar parte de sus hombres, no son muy buenos que digamos —estableció con esa infamia que podría caracterizar a un chico de su edad—. Ha sido bastante decepcionante.
—Suenas muy confiado para ser un simple crío que asiste a una escuela llena de delincuentes —su sonrisa socarrona se ensanchó y el pelirrojo únicamente se mantuvo quieto, sin decir nada más—. ¿Crees que puedes llegar y armar todo el jaleo que quieras en mi territorio? Si piensas que puedes burlarte del Rey de la Noche, estás muy equivocado.
—No lo piense de esa manera —intervino—. Llámelo simple curiosidad.
—¿Qué es lo que realmente está pasando por tu cabeza, niño? —cuestionó el hombre, torciendo el entrecejo. No se podía fiar de alguien que había ido a pelear específicamente con sus subordinados y ahora se le veía muy fresquito sentado frente a él.
—Alguien en su posición debe ser…una persona sumamente fuerte, ¿no? —¿a qué se debía el repentino enfoque de sus celestes pupilas en él?
—Eres bastante fácil de leer, muchacho —agregó con burla total—. No sé si decir si tu idea ha sido estúpida, valiente o simplemente un completo suicido. Pero los pantalones los tienes bien puestos.
—Y dígame, House-san, ¿son ciertos los rumores que circulan sobre usted? —sonrió con entusiasmo.
—Un chico de tu edad debería estar en casa jugando a la casita o desperdiciando su vida en los juegos de Arcade, no aquí, queriendo dejarse la vida en una estúpida disputa —sentenció duramente. Kamui entendió que no lo haría cambiar de opinión, no momentáneamente.
—Para alguien que durante mucho tiempo fue tanto temido como respetado, un lugar como este debe de ser asfixiante, por no decir…aburrido.
—Un niño insolente que le habla tan petulantemente a un mayor, tiene que recibir su castigo. Tampoco puedo pasar por alto que hayas intentado burlarte de mi autoridad, de modo que no pienses que te irás aquí con esa sonrisa pegada en los labios —se puso de pie, dispuesto a dedicarle una última mirada al oji azul y encargarse de darle la orden a sus hombres de que le dieran su escarmiento al insolente crío.
—Housen-sama, perdone que lo interrumpa cuando está tan ocupado —intervino un mayordomo desde el umbral.
—¿Qué es lo que sucede?
—Pues verá… Lo ha vuelto a hacer…—informó con un rostro lleno de pesar y frustración.
—Hablando de dolores de cabeza —cerró sus ojos brevemente, antes de suspirar largamente.
—¿Volvemos a hacer lo mismo de la vez pasada?
—Sería una pérdida total de tiempo —estableció—. Necesitamos que…—¿por qué razón sus pupilas estaban puestas en ese idiota que había pasado olímpicamente de sus comentarios para ponerse a comer todo lo que estaba a su alcance? Tal vez se arrepentiría de lo que estaba a punto de decir, pero ya había intentado tantas cosas que estaba corto de opciones—. Ey niño, ¿no te gustaría salvar tu pellejo?
—Creí que se encargaría de apalearme y mandarme a casa en un costal de papas —dijo, restándole importancia a toda la acción en sí.
—Puedes hacer algo para redimir tus acciones. Además, te daré un sueldo fijo, que estoy seguro que a un muchacho como tú le sentará bien… Especialmente porque vives en la zona más pobre de todo Edo.
—Parece que me ha investigado muy bien —eso en cierto modo le sorprendió. No estaba esperando que alguien como él se tomara las atenciones de saber más sobre su persona.
—Tenía que saber a dónde tenía que mandar tu cadáver después de terminar contigo —sí, él no era conocido por ser un hombre amable o condescendiente; lo que era suyo no podía ser tocado por nadie—. Entonces, ¿qué es lo que me dices?
—Vine hasta aquí para tener oportunidad de enfrentarlo y he terminado con una propuesta de trabajo —la vida y sus torcidas ironías—. Si lo ponemos desde otro punto de vista, el trabajar bajo sus órdenes me permitirá estar más próximo a lo que quiero.
—Puedes intentar todas las veces que quieras el tratar de ponerme una mano encima —agregó, desafiante—. Sin embargo, por tu propio bien espero que cumplas con el trabajo que te encomendaré al pie de la letra.
—¿Y qué se supone que tengo que hacer? —pidió saber, observando al estoico hombre.
—Sólo sígueme y lo sabrás pronto.
