Lo sé, en verdad, no lo he olvidado.
Lamento mucho que no haya publicado el resto de mi primer fic —'Cuando un genio se enamora'—... En poco más de dos años. Y, en realidad no tengo una buena excusa por no haberlo hecho, pero sí la noticia de que pronto volveré a actualizarlo.

Han pasado infinidad de cosas en este lapso se tiempo, he cambiado y pienso diferente a como lo hacía en ese entonces.
Debo confesar que no estoy pasando un momento agradable, y si algo puede ayudarme a salir poco a poco de eso, es compartir con esta bella familia lo que siento. Francamente, no puedo volver a dejar de lado esto.

Espero les guste este fic. Nos leemos abajo. ;)

DISCLAIMER: LOS PERSONAJES DEL MANGA/ANIME NARUTO NO ME PERTENECEN, SINO A MASASHI KISHIMOTO.


Capítulo I


—Vamos, maldita sea —mascullé cubriendo mi cara con las cobijas—, ¿por qué, por qué?

Al parecer, cometí un error garrafal al escoger esta habitación cuando llegamos a este departamento, o quizá el error fue mi elección de cortinas, sí, quizá las cortinas.
La luna, siempre que es llena, deja pasar su más pura, brillante y asquerosamente penetrante luz a través de mi ventana. A las tres de la mañana. Justo en mi rostro.
Cuando lo que menos quiero en estos días es abrir los ojos de golpe en medio de la noche, con un demonio…

Será un día largo, debo tratar de dormir, si bien serán solo unas pocas horas, siempre son mejor que nada, pensé cerrando pesadamente los ojos, hundiéndome en un calor sofocante gracias a estar debajo de tres gruesas capas de tela.

...o, en vez de gastar en cortinas nuevas, simplemente podría mover la cama de lugar. Sí, mejor solo la cama.

.

Desperté cuando mi madre se había ido a trabajar. Seguramente vino a despedirse de mí y yo solo le deseé un buen día para volverme a dormir luego de eso. Tenía tanto sueño que ni siquiera lo recuerdo, pero tengo la certeza de que así pasó.

El mismo sentimiento que me había abandonado hasta que logré conciliar el sueño la noche anterior, regresó. A seguirme jodiendo la existencia.
Su voz llegaba a mi mente y hacía eco unos minutos para luego difuminarse abriendo paso a mis propios pensamientos.
Sin duda, parecía más un sonido indescifrable que una voz como tal. Sabía que decía algo, más no podía entender qué, tan solo lo intuía; hablaba recuerdos, hablaba nuestros recuerdos, narraba el presente de aquel entonces, que al alejarse más con cada día que pasa, deja una huella en cada rincón de mi alma. Aunque, ciertamente, me dolía dejarlo ir, sabía que me dolería más si yo me resignaba a dejar que se quedara. Se convertía poco a poco en pasado porque yo lo permitía, porque yo lo obligaba.

De cualquier manera, aunque me dijese sus razones ese día, sé que jamás voy a poder saber la verdad. A veces ni las personas mismas saben por qué hacen las cosas, si bien, en el fondo creen saberlo, tan solo toman los impresiones y emociones más superficiales que encuentran en sí mismos y los exteriorizan —en ocasiones por temor a la confusión—, y la mayoría de las veces, no escatiman en el hecho de poder dañar a otra persona, pues eso ya no importa.

¿Estás segura de que no quieres saber? —lo único que pude hacer fue negar con la cabeza para, inmediatamente, volver a verlo a los ojos, dándole a entender que sí quería enterarme de sus razones, me doliera lo que me doliera. Tenía que saberlo o estaba segura de que no dormiría tranquila por un tiempo—Yo quiero —hizo una pausa para aclarar su garganta y proseguir— mi independencia, explorar. Me dediqué por varios días a pensar y a pensar si era esto lo que en verdad quería, así que cuando quise mirar hacia adelante…—se le secó la boca, no obstante, continuó como si toda la humanidad y el tacto abandonaran su ser, dirigiéndome una mirada socarrona— Ya no vi nada más.

Me levanté de la cama con menos ganas que el día anterior.
Hoy, era uno de esos días, perteneciente a ese grupo, pero completamente diferente. Quizá lloraría, quizá no. Quizá estallaría la rabia que tenía acumulada en mi corazón o tal vez me quedaría horas sentada, mirando el infinito y darme cuenta que, para mí, eso significaba nadar en el vacío, en la nada, que, a fin de cuentas, yo misma creaba.

De todas... —dije tratando de reprimir el llanto, casi atragantándome con el bocado de tristeza en mi garganta—Todas las cosas en las que tú me impulsaste a creer, todos esos pensamientos que tanto pregonabas y esparcías, todas las cosas que decías dirigían tu vida y acciones— no pude más, dejé salir mi estruendosa voz de golpe, acompañada de lágrimas que pareciesen no tener fin—, ¡¿qué demonios pasó con todo eso?! —algunas personas alrededor nuestro se percataron de mi reclamo y volvieron su vista a nuestra dirección— ¡¿Te resulta tan fácil, de un día para otro, dejarlas a un lado, olvidarlas y esperar a que yo las olvide también?! —grité retándolo mientras me miraba como si estuviese loca, como si él no fuera la persona de la que yo estaba hablando, o incluso, estando consciente de que él no tenía la razón, pero sin el puto valor de aceptar que yo decía la verdad— ¡¿Acaso fue todo una mentira?! ¡¿Cómo pudiste ser capaz de mirarme a los ojos, sonreírme y decir que aunque fuésemos jóvenes querías luchar por un futuro junto a mí y ahora, salir con esto?! —perdí el control— ¡¿QUÉ PASÓ PARA QUE DEJARAS DE CONFIAR?!

—… —por supuesto que dijo nada. Claro, el cabrón me había subestimado; jamás se imaginó que fuese capaz de confrontarlo.
Lo único que supo hacer fue encogerse de hombros y soltar un "hmp" a la par que una sonrisa.

Yo creía en ti. Siempre me convenciste de que cuando cometemos un error, debemos darnos cuenta nosotros mismos y hacer algo al respecto, que debíamos detenernos un segundo a ver qué estaba mal con uno —logré expresar—. Aplicar ese mismo principio a los pequeños detalles entre tú y yo, darnos cuenta de que, aunque no fuese tan grande, todo nuestro afecto quedaba plasmado… Y, mírate, fuiste el primero en decidir ser incongruente e ir en contra de lo que, en un inicio, creías que era tu modo de vivir y actuar.

Continuaba sin decir palabra. Lo veía en sus ojos: no podía creer que me había dado cuenta de lo que hizo y ahora yo lo dejaba al descubierto sobre la mesa. En su cara.

Seguí.

Dijiste que había cambiado desde que entramos a la Universidad —dirigí la mirada a sus ojos, mucho más tranquila que hace un momento—: al parecer no te diste cuenta de cómo lo hacías también. Te desconozco.

Rió sonoramente y sentí en mis ojos otra ola de lágrimas aproximarse. Era un maldito, se estaba burlando de mí.

Al desperezarme sentí los músculos de la espalda relajarse. Diablos, me hacía falta una ducha; necesitaba dejar toda esa basura de lado un rato, es por eso que después de perderme en el agua caliente, saldría a caminar.
El baño me cayó tan bien que al mirarme al espejo era como si no estuviese pasándome algo. Mis ojos, en cambio, desentonaban con el resto de mi aspecto tranquilo. No a simple vista, pero había algo que no encajaba.

Ya no veo ese brillo en tus ojos, ha desaparecido —lo peor de todo es que parecía no lamentar aquello, tan solo fingía que lo hacía—, esto ha dejado de ser lo que solía.

Desde que él llegó, yo no había podido dejar de llorar. Quería decirle tanto, que inclusive lo que estaba a punto de decirme era posible de cambiar —aunque tenía claro que no había marcha atrás—, pero no podía, no podía dejar de escucharlo, y entre más lo hacía, el llanto se encargaba de que se quedara todo como estaba, me impedía hablar, me impedía verlo con claridad, me impedía el movimiento, me impedía pensar en otra cosa que no fuera el querer seguir llorando.

Gin, mi perro, se acercó a mi cuerpo, levantándose en dos patas y posándolas en mis piernas, tirando ligeramente de la toalla que me envolvía. Esa era su forma de saludar o de darme a entender que quería algo.

—Dame un momento y te daré de comer—. Ese ser parecía más un humano que un perro. Resopló y se dirigió a su lugar preferido a esperar su comida, pacientemente, pues, en cuanto me viera salir de mi habitación, llevaría su plato ante mis pies dedicándome una mirada insistente, pero suave, la cual me obligaría a ir corriendo a la cocina, servirle croquetas y agua, mientras. Sabe Kami cuándo aprendió a comportarse así, estaba claro que ni mi madre ni yo éramos responsables de eso.

Abrí cuatro cajones de mi armario y saqué la ropa que necesitaba, me vestí y salí del cuarto. Fui a la cocina por el alimento de Gin, vacié una generosa, pero no exagerada cantidad de comida en su recipiente, para inmediatamente llenar el otro con agua. Se aproximó cautelosamente, echó un vistazo a mi rostro emitiendo un suave ladrido y comenzó a comer. Me ponía contenta verlo entusiasmado.
Moría por salir de casa y sentir el aire frío de enero, así que me apresuré a arreglarme. Sin pensarlo dos veces, sujeté mi cabello —que ya estaba considerablemente largo— en una coleta; últimamente, en vez de ser algo por lo que me sintiese orgullosa, me estorbaba y hacía sentir incómoda. Gustaba de recogerlo en dos moños altos, pero había crecido tanto que su peso hacía que ese peinando no durara mucho, y tampoco tenía la intención de dedicarle más de cinco minutos, así que era mejor optar por uno más fácil; el fleco, gracias a Kami, no era un problema, solo tenía que cepillarlo una vez y con eso quedaba en su lugar. Busqué mis lentes, los limpié rápidamente y me los puse.
Tomé mi celular, audífonos —que me coloqué en alrededor del cuello— y llaves. Eché algunas monedas y mi tarjeta de metro en algún bolsillo de mis jeans oscuros y me dirigí a la puerta.

—Regreso después, Gin—. Salí, cerré la puerta y respiré profundamente. Ah, el exterior. No podía recordar el día en que comenzó a gustarme estar afuera…

Ah, con que eso era —solté mientras asentía con la cabeza—; bien, pues te deseo lo mejor encontrando mujeres, por aquí y por allá —espeté, armándome de valor para mirarlo a los ojos—. Vete a coger cuanto quieras, ya que te deshiciste de lo único que te impedía irte —estaba tan jodidamente enojada que no podía dejar de hablar—. Oh, por Dios, lo olvidaba: no dejes pasar la oportunidad de hacerte un par de exámenes de vez en cuando o tu pene sufrirá las consecuencias.

¡Dios, cálmate!

¿Qué me calme? —bufé— Estoy calmada —y en verdad lo estaba, tan solo había aclarado mi garganta y había decidido ser directa. Cada palabra que salía de mi boca era cierta, ambos lo sabíamos, y así como él pudo tomar tres años de su vida conmigo y arrojarlos a la basura, yo podía hacer lo mismo con mi delicadeza.

Oh, ya recuerdo. Para no escuchar mis propios pensamientos.
Comencé a bajar las escaleras del edificio, tomándome mi tiempo.
Bien, jamás creí que pudiera decir eso. Adoraba estar sola, en mi casa, bueno, con Gin haciéndome compañía. Era algo de lo que, pensé, nunca me cansaría. Quería bastante a mi familia, amigos y a él… Pero nada de eso se comparaba a la sensación de estar acompañada por nada más y nada menos que yo misma; el tiempo que pasaba sola, sin hablar con alguien más, era delicioso. Podía pensar en todo y en nada, era tiempo que aprovechaba para reflexionar acerca de la escuela, mi relación, mi familia, o de lo bonitos que eran los jueves y lo mucho que me desagrada el sabor del alcohol. De cualquier cosa…

—Vaya, vaya, mira a quién tenemos aquí —esa voz que vino de un piso arriba hizo a un lado mi reflexión, molestándome, pero también haciendo pedazos los recuerdos amargos que se negaban a irse, cosa que agradecía—. ¿Cómo te va, Tenten? —de un salto arriesgado que hizo que me sudaran las manos, se colocó frente a mí, impidiendo el paso.

—A un lado, problemático —dije soltando una sonora risa, apartándolo con mi brazo.

—Vamos, no te enojes. ¿A dónde vas?

—Lejos.

— ¿Te acompaño?

—No, gracias —venía detrás de mí, casi podía sentir sus botas pisando las mías. Seguramente se había levantado hoy con la firme convicción de fastidiarme, no era así como Shikamaru solía comportarse.

—Tengo cigarros —musitó.

Mierda, repuse en mi interior. No hizo falta decir más, él supo que había dado en el blanco. Hacía unas tres semanas que no encontraba la oportunidad de fumar y me moría por hacerlo. Fumar no un cigarro, sino una cajetilla entera.

—Yo tengo encendedor —mascullé dirigiéndole una sonrisa maliciosa, mostrando el pequeño artefacto de color naranja traslúcido. Guiñó su ojo correspondiendo mi sonrisa.

Carajo, ahora que me había vendido por cigarros, esperaba que al menos fueran mentolados.


Ha sido un comienzo corto, pero resultó como yo quería. Espero que les agrade tanto como a mí, pues no hay mejor sensación que compartir con ustedes el comienzo de una historia que me hace estar satisfecha.

Un abrazo enorme, dondequiera que se encuentren. Nos leemos la próxima semana.

PD: Si encuentran alguna falta de ortografía, no duden en mandarme un mensaje, por favor. Trato de fijarme y siempre reviso varias ocaciones, pero, a veces, se me pasa.

Hyugita390